Nuestra Señora, Madre de la Divina Providencia

Publicado el 11/18/2016

El amor de Nuestra Señora por las almas hace que la Divina Providencia les otorgue, a través de sus manos, abundantes gracias en las situaciones más difíciles. María es la Madre de Dios y usa esa condición para favorecernos. El Dr. Plinio apreciaba mucho esa antigua invocación mariana, bajo cuyo patrocinio colocó un importante segmento de su obra.

 


 

En noviembre se celebra la fiesta de Nuestra Señora Madre de la Divina Providencia, una de las bellas invocaciones con la cual imploramos la infatigable asistencia de María Santísima.

 

Razón de nuestra confianza

 

Verdaderamente, en medio de nuestro peregrinar por esta tierra de exilio, la razón de nuestra confianza es la tutela de la Providencia Divina, ejercida por medio de Nuestra Señora. Dios nos provee a cada uno en nuestras necesidades espirituales y temporales, a fin de realizar aquello para lo cual fuimos creados, o sea, para cumplir nuestra vocación.

 

Nos podemos preguntar por qué Nuestra Señora es llamada Madre de la Divina Providencia. Ella lo es, no por haber engendrado a la Divina Providencia, sino porque, según los designios del Altísimo, está destinada a aplicar maternalmente sus decretos. De donde el gobierno de Dios sobre nosotros se hace con una plenitud de cariño, de conmiseración y de afecto que agota completamente todo cuanto el hombre pueda imaginar.

 

El hecho de que tengamos una Madre que dirige nuestra vida espiritual, nuestro apostolado, nuestras acciones diarias, es, pues, el motivo superior por el cual confiamos.

 

Me acuerdo de una bella y expresiva imagen de Nuestra Señora Madre de la Divina Providencia, que fue objeto de mi veneración en la iglesia de los barnabitas, en la Calle del Catete, en Rio de Janeiro. Esos religiosos – conocidos oficialmente como Clérigos Regulares de San Pablo – difundieron esa devoción, incentivados por su fundador, San Antonio María Zaccaria.

 

A propósito, otro santo, San Cayetano de Thiene, contemporáneo de San Antonio María Zaccaria, fue de algún modo el que llevó más lejos la confianza en la Providencia Divina. En efecto, le prohibió a los religiosos de la orden fundada por él que pidiesen limosna: cuando los teatinos necesitaban alguna cosa deberían permanecer en la calle en actitud de oración a Nuestra Señora, seguros de que Ella los atendería. Es decir, se colocaban completamente en las manos de la Divina Providencia.

 

Misericordia sublime del amor materno

 

Me gustaría llamar la atención para el significado de la palabra “madre” y el alcance concreto que ésta posee en el asunto de la confianza.

 

Lo que siempre hizo sublimes los lazos entre la auténtica madre y su hijo, reside en el hecho de que ella, por su naturaleza rectamente desarrollada, es llevada a tener una forma de dedicación a su prole que ni siquiera el padre posee. Éste, aunque sea excelente, conserva una especie de austeridad en relación al hijo, pues representa de modo más vigoroso ciertos principios como la justicia, el orden, la fuerza, etc., más propios del elemento punitivo del matrimonio.

 

Es característico de la madre demostrar una forma de cariño tal por el hijo que, aún en las ocasiones en que se le impone amonestar a su vástago, lo hace más suave y lentamente. Por el contrario, es más rápida en perdonar, en condescender, en olvidar, porque representa casi solamente la misericordia.

 

En la madre el trazo de la justicia se encuentra un tanto diluido, según el orden natural de las cosas, mientras que el de la indulgencia es llevado lo más lejos posible. De ahí que haya, por otro lado, el peligro de que el amor materno ocasione pereza, flojera, de tal manera que, si no existiese el contrapunto de la figura paterna, la educación dada por la madre sería insuficiente en numerosos casos.

 

El genuino amor materno ama al hijo porque es hijo, aunque éste sea malo; sobrepuja todo y se vincula por misericordia al fruto de sus entrañas. Razón por la cual todos tienen con relación al amor materno ciertas condescendencias excepcionales, sabiendo que puede alcanzar el más alto grado de la sublimidad.

 

Ternura inimaginable que regenera y santifica

 

Esto que se dice respecto a las madres terrenas, se aplica con mayor propiedad a Nuestra Señora, excepto el peligro de demostrar flaqueza y debilidad, que en Ella no existen. Su ternura para con nosotros es llevada hasta lo inimaginable, sin ninguna complicidad con nuestros defectos. Compasión, sí; complacencia, no.

 

No obstante lo cual, según San Luis María Grignion de Montfort, María Santísima nos ama a cada uno más de lo que todas las madres existentes en el mundo amarían, juntas, a un hijo único. Eso dice respecto tanto a nosotros cuanto a cualquier impío.

 

Nuestra Señora es la Madre de la Gracia, y su amor a un individuo malo no consiste en cerrar los ojos a su maldad, sino en obtenerle favores selectísimos de Dios para que él pueda arrepentirse y enmendarse. Es decir, el amor materno de María tiene una fuerza regeneradora para elevar y santificar a un alma; Ella es la Medianera de las gracias necesarias para la justificación de aquél a quien Ella ama. Por esa causa, su misericordia nunca es susceptible de una condescendencia errada, aunque su contemporización vaya más lejos que la de cualquier madre terrena.

 

Confiar en María, sin jamás desanimar

 

La consideración de esas verdades me lleva a insistir en un punto que nunca me canso de resaltar: confiemos, confiemos y confiemos a todo instante en Nuestra Señora, acordándonos siempre de su extrema ternura para con nosotros, de su compasión para con nuestras miserias. Tengamos siempre presente que en la Salve Regina Nuestra Señora es llamada “Madre de Misericordia”, y que el Acordaos acentúa su bondad para con el pecador arrepentido.

 

No tengo miedo de parecer repetitivo al renovar esas recomendaciones, pues una vida espiritual que no las contemple acaba extraviándose. Sin convencernos completamente de la misericordia de María Santísima no haremos nada de bueno. Cultivándola, nuestra alma se llena de confianza, de alegría y de ánimo. Teniendo a la Madre de la Divina Providencia como nuestra propia Madre, nada nos debe abatir. Ella resolverá todo si imploramos con confianza su socorro maternal.

 

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(Revista Dr. Plinio No. 116, noviembre de 2007, p. 26-29, Editora Retornarei Ltda., São Paulo)

 

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