El culto ocho veces secular a la Santísima y Vera Cruz de Caravaca nos recuerda que el Sagrado Madero no es un símbolo de muerte y de derrota, sino el anuncio de salvación y camino seguro para llegar a la gloria celestial.
Autor : Padre Carlos Tonelli
Corría el año 1232. La Península Ibérica se encontraba de lleno en plena Reconquista, dividida en varios reinos. Sancho II gobernaba en Portugal; Jaime I, en Aragón; y Fernando III, el rey santo, en Castilla y León.
Del lado musulmán, Ibn Hud, había aprovechado el declive de la dinastía almohade para apoderarse de la mayor parte del sur de la península, Al-Ándalus, y se hizo proclamar emir de Murcia. Sin embargo, la ciudad de Valencia aún seguía gobernada por Ceyt-Abuceyt, descendiente de aquella estirpe bereber. Bajo su dominio estaba la fortaleza de Caravaca en cuyo castillo, según cuenta la tradición local, el 3 de mayo de aquel año ocurrió “un acontecimiento maravilloso y único”.
Acompañemos la narración que las antiguas crónicas nos cuentan sobre él. 1
Dando una ocupación a los prisioneros
La Cruz de Caravaca: un fragmento de la Vera Cruz recogido en el interior de un espléndido relicario.
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Encontrándose en aquella fortaleza, y pretendiendo sacar algún provecho de los prisioneros que allí había, el gobernador Ceyt-Abuceyt empezó a interrogarles sobre su respectiva profesión para ocuparlos según sus propias actitudes. Cuando le llegó el turno al P. Ginés Pérez de Chirinos, el gobernador le interrogó:
— Y tú, ¿qué sabes hacer?
— Sé celebrar Misa.
— ¿Y eso qué significa?, preguntó Abuceyt.
El P. Ginés le explicó que celebrar la Eucaristía era el más alto y principal encargo del sacerdote cristiano, y que había sido instituida por Jesucristo nuestro Señor en la Última Cena. En ella el pan y el vino — le decía— pasan a ser el Cuerpo y la Sangre del Dios verdadero.
— ¡No me lo creo!, le replicó. Enséñame como ocurre eso.
— Si me das todo lo que necesito para celebrar la Misa, lo haré. Abuceyt accedió. Una vez hecha la lista de los paramentos y objetos litúrgicos necesarios, el carcelero ordenó que se tomaran las medidas oportunas para conseguirlo todo.
Milagrosa aparición de la Cruz
Al día siguiente, el P. Chirinos rezó muy temprano el breviario. A continuación, se dirigió al salón principal del castillo, donde cuidadosamente dispuso todos los preparativos para la Eucaristía y se paramentó.
Se dirigía ya hacia el improvisado altar para empezar la celebración cuando se percató de la ausencia del crucifijo. Sin saber explicarse cómo podía habérsele olvidado, consternado le dijo al gobernador:
— Señor, me falta una de las cosas más importantes para celebrar la Misa: una cruz.
— Pero, ¿no es eso que está encima de la mesa?, preguntó el carcelero señalando hacia el altar.
El sacerdote se dio la vuelta y vio, admirado, una cruz patriarcal de 17 cm de altura con dos astas transversales de 7 y 10 cm. Henchido de devoción, se arrodilló, la besó y empezó la Santa Misa. Una vez terminada Ceyt- Abuceyt le pidió que le bautizara.
Ocho siglos de devoción
La Cruz de Caravaca es un lignum crucis —un fragmento de la verdadera Cruz de Nuestro Señor Jesucristo— conservado en el interior de un hermoso relicario. Según cuenta la tradición, éste era usado como cruz pectoral por el Patriarca de Jerusalén, don Roberto, primer Obispo de la Ciudad Santa, en 1099. Por eso su singular formato con dos brazos horizontales, símbolo del poder patriarcal.
Sean las circunstancias que sean en las que la Cruz llegó a Caravaca, no puede negarse su presencia en la ciudad en pleno siglo XIII. En 1285 su silueta ya estaba representada en el escudo del ayuntamiento, y de la misma época datan los primeros relatos orales de la milagrosa aparición.
Situada en el antiguo castillo, la Basílica-Santuario domina la vista de la ciudad.
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Desde el principio, la devoción a la “Santísima y Vera Cruz” de Caravaca se difundió por todo el mundo cristiano. De la España medieval — donde enseguida adquiere fama de milagrosa protectora en la turbulenta vida fronteriza— fue a otros países europeos y se extendió más tarde a las naciones americanas.
A partir de 1392 —cuando Clemente VII concede las primeras indulgencias—, los Papas han otorgado regularmente privilegios a los peregrinos que acuden a venerar la sagrada reliquia. En 1736 la Iglesia le reconoce el culto de latría.
A lo largo de estos casi ocho siglos, se ha desarrollado también un rico y variado ritual en torno a ella: bendición de las flores y de los campos, una peculiar bendición del agua y del vino, además de algo similar a una romería en la que la sagrada reliquia visita las casas de los enfermos impedidos de comparecer a la iglesia.
A finales del siglo XV a la pequeña capilla del castillo de Caravaca se le adosó una nave de mayores proporciones. Y en 1617 se empezó la construcción de la actual Basílica- Santuario.
Igualmente el relicario que contiene el lignum crucis ha pasado por sucesivas reformas, siendo el actual una espléndida obra de orfebrería, adornado con piedras preciosas.
Un mensaje actual
Setecientos cincuenta años después de la milagrosa aparición, el culto a la Santísima y Vera Cruz adquirió un nuevo impulso por parte del Papa Juan Pablo II que en 1981 le concedió al Santuario un año jubilar para conmemorar ese aniversario.
En 1996 proclamó un nuevo Año Santo y dos años después le otorgó el jubileo in perpetuum , cada siete años, comenzando en el 2003.
El primero de estos períodos de gracia fue precedido por una Misa solemne celebrada en la Basílica por el Cardenal Joseph Ratzinger, en aquel entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el 1 de diciembre de 2002, primer domingo de Adviento. Durante su homilía hizo una espléndida interpretación teológica del antiquísimo relato teniendo como base el ejemplo del P. Ginés Pérez de Chirinos para recordar la grandeza de la vocación sacerdotal y que es Cristo mismo quien toma posesión del presbítero, actuando por medio de él, y es quien “pronuncia por la boca del sacerdote las palabras santas que transforman cosas terrenas en un misterio divino”. 2
Y después de hablar extensamente sobre la relación entre la Eucaristía y la Cruz, el actual Papa concluía con esta tocante exhortación: “La cruz, a la que remite la santa eucaristía y cuyo signo exterior es la santa Cruz de Caravaca, es la fuerza santa con la que Dios golpea nuestros corazones y nos despierta. Ver a Cristo crucificado significa vigilar y luego vivir con rectitud. Sí, Señor, ¡abre el Cielo! Haznos vigilantes para que te reconozcamos a ti, que estás oculto en medio de nosotros”.
La frase ¡Oh Cruz, esperanza única! adoptada como lema para el Año Santo 2010, que ahora celebramos, fue escrita por el propio Cardenal Ratzinger, con motivo de su visita al Santuario. Nos recuerda que la Cruz es nuestra esperanza en el presente y lo será en cualquier época. La Cruz no es un símbolo de muerte y de derrota, al contrario, es anuncio de salvación y camino seguro para llegar a la gloria celestial.