Un gran número de estudiosos afirma que la tecnología es nuestra nueva droga. Vivimos con la “cabeza gacha” delante de la pantalla. Urge encontrar un medio de desconectarnos, si realmente queremos construir una sociedad mejor.
En la segunda mitad del siglo pasado, asistimos a un fenómeno inédito en la Historia. El salón principal de la casa, otrora destinado a la conversación, pasó a ser presidido por una máquina: el televisor. Y la dictadura ejercida por este ingenio tecnológico era tal que llegó a ser llamado el “rey de la familia”. Su presencia desbancó al personaje en torno al cual se organizaba la convivencia en los hogares: al padre, al patriarca, o, muchas veces también, a la matriarca.
Recibido inicialmente con alegría, el nuevo “rey” causó serias preocupaciones al percibirse que creaba dependencia. Se constató, por ejemplo, que un niño podía quedarse más de seis horas diarias embobado frente a la pantalla. Por hablar sólo de los niños…
Buscando la “desintoxicación digital”
En nuestros días, el progreso de la tecnología empequeñeció las pantallas, y éstas ya no permanecen en la sala principal de la casa o en otras habitaciones. ¡Están en nuestras manos! Y los programas de televisión dieron paso a una realidad aún más invasiva y absorbente: internet.
El correo electrónico, los mensajes cortos, las plataformas sociales se transformaron en una auténtica red que nos enreda. Nos sentimos obligados a estar permanentemente conectados, hasta cuando nos estamos recogiendo para descansar. Es preciso opinar, hay que responder a aquel comentario, es necesario mostrar que formamos parte de tal comunidad virtual, compuesta incluso por desconocidos.
En un documentado artículo titulado Apología de la desconexión, el escritor Federico Kukso1 nos alerta contra el grave problema de la adición digital, recurriendo a citas de estudiosos contemporáneos, como el filósofo coreano Byung-Chul Han, que afirma: “El ‘me gusta’ es el amén digital. […] La hipercomunicación digital destruye el silencio que necesita el alma para reflexionar y para ser ella misma”.2
El artículo menciona también algunos de los muchos movimientos que hoy día luchan por la “desconexión”. Entre ellos está la ONG Reboot (Reinicio), que promueve una “desintoxicación digital parcial” a través del “Día de la abstinencia digital”, que se realizaría una vez al año. En ese día, miles de personas del mundo entero se comprometen a desconectar su teléfono celular y su computador durante 24 horas y “conectarse con sus seres queridos, salir al aire libre y disfrutar del silencio”.3
Otro movimiento, The Digital Detox Manifesto (Manifiesto de desintoxicación digital), nos advierte: “Estamos globalmente más conectados que nunca, pero la vida en la era digital está lejos de ser ideal. El impacto psicológico, social y cultural negativo es real. La presión cultural para chequear constantemente los mensajes y mantenernos al día con las noticias a menudo nos abruma y frustra sin dejarnos tiempo para respirar. Las cosas deben cambiar”.4
La tecnología es nuestra nueva droga
Según preocupantes datos estadísticos, en Reino Unido la mitad de los adultos admiten estar “completamente enganchados” en sus teléfonos “inteligentes”, y el 80% reconoce que comprobar los mensajes recibidos es la primera actividad del día. El problema, por tanto, no es estar conectado con el mundo, sino volver a conectarse consigo mismo, a fin de abrir un espacio para Dios y nuestros seres queridos.
Importantes psicoterapeutas alertan de que estamos en presencia de un nuevo vicio. A este propósito, Federico Kukso destaca la opinión de Nancy Colier, autora de The Power of Off: The Mindful Way to Stay Sane in a Virtual World (El poder de apagado: La manera consciente de permanecer sano en un mundo virtual), donde afirma con contundencia: “La tecnología es nuestra nueva droga. Estamos digitalmente borrachos”.5
Kukso también informa del resultado de un estudio realizado por el Centro Internacional para Medios de Comunicación y Asuntos Públicos, en colaboración con la Academia de Salzburgo: la mayoría de los mil universitarios consultados en diez países “considera que los celulares se han convertido literalmente en parte de sus cuerpos”.6 Para ellos, por tanto, quedarse privado del teléfono móvil sería como perder parte de sí mismos.
El periodista Fabrizio Piciarelli nos hace una expresiva advertencia: “Muchos de nosotros pasamos más tiempo con la cabeza inclinada hacia el smartphone que mirando al cielo o a los ojos de los demás. […] Pero si no estamos atentos, nos arriesgamos a caer en la trampa de la dependencia del celular y de la overdose digital”.7
Internet no es la solución a nuestros problemas
Manfred Spitzer, catedrático de Psiquiatría, especialista en Neurociencia y autor del libro Demencia digital, cree que los consumidores de las nuevas tecnologías se volverán incapaces de retener datos en la memoria, perderán la capacidad básica de reflexión y la habilidad de comunicarse cara a cara. En una entrevista al diario madrileño ABC, exhorta a los usuarios de la nueva tecnología a no permitir que los dispositivos electrónicos sustituyan el trabajo cerebral. “El cerebro es perezoso y prefiere lo interactivo al papel. La gente empieza a cliquear más que a leer. Leer es bueno, cliquear no. Leer supone esfuerzo, cliquear no”,8 explica.
Albert Domènech, del periódico La Vanguardia, de Barcelona, nos informa que psicólogos y sociólogos “dan luz verde” a estudios recientes según los cuales aumenta cada vez más el número de personas que sufren agotamiento virtual y que han decidido desprenderse de las redes sociales “para recuperar beneficios emocionales”. 9 Y añade la opinión de un especialista, Enric Puig, autor del libro La gran adicción, que refleja la desconfianza de no pocas personas: “Cada vez hay más gente que se da cuenta de que internet no es la solución a sus problemas, sino que en muchos casos es un problema más. Las redes sociales no son herramientas neutras, sino una plataforma cargada ideológicamente y que genera adicción”.10
Los estadounidenses han bautizado como phubbing a la acción de usar el smartphone mientras se conversa con otra persona. Palabra sintomáticamente formada de la unión de las letras iniciales de phone y las finales de la forma verbal snubbing (menospreciar). Edith Cortelezzi, autora del libro Buenos modales, buenos negocios, denomina “síndrome de la cabeza gacha” a esta demostración de falta de educación existente en todos los países de Occidente, y comenta: “La tecnología hizo olvidar reglas básicas de cortesía, como mirar a los ojos a quien nos habla”.11
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“Ut mentes nostras ad cælestia desideria erigas — Levanta nuestro espíritu al deseo de las cosas celestiales”: con esta breve oración la Santa Iglesia nos invita a enfrentar con eficacia esa “amenaza de las pantallas”, que interfiere poderosamente en nuestra relación con Dios nuestro Señor y con el prójimo.
Pensemos en los Novísimos, elevemos nuestros pensamientos hacia las cosas de lo alto y veremos cuán fácil resulta fijarnos en nuestros interlocutores con amor cristiano. Pues, como decía una virtuosa señora brasileña, Lucilia Corrêa de Oliveira, “vivir es estar juntos, mirarse y quererse bien”. Si evitamos agachar nuestra cabeza delante de las pantallas, levantar la mirada para convivir con los demás y querernos bien, habremos hecho algo muy importante a favor de nuestra tan extraviada sociedad.
1 Cf. KUKSO, Federico. Apología de la desconexión. In: www.lanacion.com.ar.
2 HAN, Byung-Chul, apud KUKSO, op. cit.
3 KUKSO, op. cit.
4 Ídem, ibídem.
5 COLIER, Nancy. The Power of Off: The Mindful Way to Stay Sane in a Virtual World, apud KUKSO, op. cit.
6 KUKSO, op. cit.
7 PICIARELLI, Fabrizio. Cell-phone dependence: Levels of daily use revealed. In: www.familyandmedia.eu.
8 QUIJADA, Pilar. “El cerebro es perezoso y prefiere lo interactivo al papel, pero perderá capacidad de aprendizaje”. In: www. abc.es.
9 DOMENÈCH, Albert. Aumentan los desertores de las redes sociales para ser felices. In: www.lavanguardia.com.
10 Ídem, ibídem. 11 VIÉITEZ, Ezequiel. “Modo maleducado”: por la adicción al celular, más gente admite que se volvió irrespetuosa. In: https://www.clarin.com.