Después de tres años de arduas conquistas, cuando parecía que el Mesías lograba la victoria, llegaron el revés, la persecución, el dolor. En menos de una semana, del domingo al viernes, pasó de festejado a condenado, de buscado a rechazado. Del “arco del triunfo”, fue arrastrado a la cruz. Consumado su holocausto, el Señor se convirtió en el paradigma de todos los aspectos de la vida humana, pero muy especialmente de la manera como debemos enfrentar nuestra existencia en este valle de lágrimas, pues “¿no es acaso milicia la vida del hombre sobre la tierra?” (Job 7, 1).
Cristo Crucificado Casa Rey David, Caieiras (Brasil)
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De hecho, todos sufrimos, desde el nacimiento hasta el último suspiro. Del sufrimiento no se puede huir; sólo lo vence el que lo enfrenta con determinación. A los ojos de la fe, el dolor padecido con fuerza y valentía no arruina al hombre, sino que lo engrandece. Por eso afirma Plinio Corrêa de Oliveira, gran polemista católico, que la verdadera estatura de un hombre se mide por su dolor. De ahí se comprende esta sentencia del divino Maestro: “El Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan” (Mt 11, 12).
Así, aunque desde una perspectiva meramente natural la Pasión de Cristo no pasa de ser una inmensa y humillante derrota, nunca ha habido una victoria tan estruendosa en la que su artífice dividiera la Historia en un antes y un después de Él. Más aún, nunca un “condenado” arrastró tras de sí a tantos corazones, como Él mismo profetizó: “Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12, 32).
Por lo tanto, a pesar de que la vida comporta muchos sufrimientos, ella no es sólo dolor. Éste es un ingrediente que acrecienta significado a la existencia. Cuantos mayores sean los ideales por los cuales se luche, tanto más bella será la propia lucha, que actúa como el sol: quema, pero ilumina. ¿Qué sería el panorama sin el sol? Así, la fe es la que da sentido al sufrimiento, haciéndolo incluso deseable. En efecto, la gloria de la rosa está en haber sido cogida y puesta en un jarrón, aunque el corte sea doloroso. Luego al que fue plantado en el centro de la Historia, ¿qué le importa perder las raíces? Y al que recibió la garantía de la inmortalidad, ¿qué le importa la figura de la muerte?
Para las mentes naturalistas, el camino que conduce a la glorificación de Cristo tendría que haber sido una continuación en línea recta del Domingo de Ramos. Pero esto sería muy poco para el divino Salvador, y Dios, que siempre elige el camino más bello, escogió para su Hijo el Vía Crucis. La clave de esta inmensa paradoja se encuentra en el esplendor del triunfo de la Resurrección. La prueba de que la verdadera victoria de Cristo tuvo lugar en el Calvario es que su estandarte de gloria no es una vulgar hoja de palmera, sino la cruz, también llamada “árbol de la vida”. Y esto es otra lección que los carentes de fe nunca pudieron comprender..