En la antigüedad, romanos y griegos poseían la costumbre de coronar sus estatuas con rosas u otras flores, simbolizando el homenaje y reverencia que a ellas prestaban. Adoptando para sí esa costumbre, las mujeres cristianas que eran llevadas al martirio, vestían sus ropas más bellas y adornaban sus frentes con coronas de rosas, mostrando el enorme contento que poseían de ir al encuentro del Señor. A la noche los cristianos recogían las flores, y por cada rosa recitaban una oración o un salmo por las mártires.
De ahí nació la costumbre recomendada por la Iglesia de rezar el rosario, que consistía en recitar los 150 salmos de David, que eran considerados una oración extremamente agradable a Dios. Entretanto, no todos podían seguir esa recomendación: saber leer en aquella época era reservado apenas a los cultos y letrados. Para los que no podían hacerlo, la Iglesia permitió substituir los 150 salmos por 150 Ave-Marías. A este "rosario" se pasó a llamar "el salterio de la Virgen".
Poco antes de finalizar el siglo XII, Domingo de Guzmán se afligía con la situación de decadencia de su época, la gravedad de los pecados y el crecimiento de la herejía de los cátaros. Un día, decidió ir a rezar en un bosque, y pidiendo fervorosamente que Dios interviniese en la situación de la Cristiandad, comenzó a flagelarse con dureza tan grande, que acabó por caer desmayado. Apenas había recobrado los sentidos, cuando la Virgen Santísima le apareció y le dijo que la mejor arma para combatir la herejía y conseguir la conversión de los herejes no era la flagelación, sino la recitación de su salterio.
Dirigiéndose inmediatamente a la Catedral de Toulouse, Santo Domingo de Guzmán mandó tocar las campanas y reunió al pueblo. Cuando iba comenzar a hablar, una violenta tempestad se desencadenó con rayos y truenos. Entretanto, verdadero susto tuvieron los presentes cuando vieron la imagen de la Madre de Dios levantar el brazo derecho y amenazarlos con mirada terrible. En ese momento, Santo Domingo comenzó a rezar el Rosario, y con él todo el pueblo reunido en la catedral. A medida que rezaban la tempestad se calmaba, hasta que cesó completamente.
En otra ocasión, Santo Domingo haría un sermón en Notre-Dame de París en la fiesta de San Juan Bautista. Había preparado primorosamente su homilía, pero antes de hacerlo rezó fervorosamente el Rosario, y ahí la Virgen Santísima se le apareció y le dijo: "¡Tu sermón está bueno, pero éste que te doy está mejor!", y le dio uno que trataba de la devoción a su Santo Rosario, y cuánto ella agradaba a Dios y a la Virgen.
Por mucho tiempo la población pasó a rezar con devoción el Rosario. Sin embargo, pasados unos 100 años de la muerte de ese gran santo, el Rosario comenzó a ser olvidado. En 1349 hubo una terrible epidemia en España que devastó al país, a la cual le dieron el título de "muerte negra". Fue en esa ocasión que Nuestra Señora tuvo la condescendencia de aparecer, juntamente con su Divino Hijo y Santo Domingo, a fray Alano de la Roche, entonces superior de los dominicos en la misma provincia donde nació la devoción al Santo Rosario. En esa aparición la Virgen María pedía que fray Alano hiciese revivir la devoción a su Salterio.
Sin demora el padre Alano, junto con los otros frailes dominicos, comenzó a trabajar en la difusión de esa poderosa devoción, que tanto agrada a la Santísima Virgen. Fue con él que el Rosario tomó la forma que tiene hasta hoy, dividido en decenas y contemplando los misterios de la vida de Jesús y María. A partir de entonces esa devoción se extendió por toda la Iglesia
¿Cuándo se instituyó la fiesta del Santo Rosario?
¡Mar de Lepanto! Una inmensa batalla entre católicos y turcos se desarrolla. El entrechoque de las embarcaciones recuerda la conflagración final, cuando la bóveda celestial se enrrollará cual pergamino. Era el día 7 de octubre de 1571. Si los católicos perdiesen la batalla la Cristiandad sería sumergida por las huestes de Mahoma. La religión católica habría desaparecido para siempre.
A leguas de distancia, en Roma, San Pío V imploraba el auxilio divino, por intercesión de la Madre de la Iglesia. Inspirado, el santo Papa pide al pueblo romano que rece el Rosario por la victoria de sus hermanos.
En determinado momento, mientras despachaba asuntos urgentes, pero con su atención toda colocada en el peligro que corría la Cristiandad, aquel venerable anciano interrumpe los trabajos bruscamente y se dirige a la ventana. Los circunstantes quedan perplejos, no comprenden la actitud. Reina el silencio por breve espacio de tiempo, roto por la afirmación aún más misteriosa del Pontífice: ¡vencemos en Lepanto!
Manda reunir a los fieles y preparar la conmemoración por la milagrosa victoria de Don Juan de Austria, comandante de la flota. Una solemne procesión tiene lugar en las calles de la Ciudad Eterna. Días más tarde, llegan los emisarios de la escuadra trayendo la noticia ya antes anunciada por los Ángeles. Poco después estaba instituida la fiesta de Nuestra Señora de las Victorias en el día 7 de octubre.
Un año más tarde, Gregorio XIII cambió el nombre para fiesta de Nuestra Señora del Rosario, y determinó que fuese celebrada en el primer domingo de octubre (día en que se venció la batalla en Lepanto). Actualmente la fiesta es celebrada en el día 7 de octubre.