El Reino de Dios se edifica principalmente en el silencio; es, ante todo, interior, y se encuentra oculto en las profundidades del alma: “Vita vestra est abscondita cum Christo in Deo – Vuestra vida está con Cristo escondida en Dios” (Col 3, 3). Sin duda que la gracia posee una virtud que se manifiesta casi siempre exteriormente por el resplandor de las obras de caridad; pero el principio de su fuerza es todo íntimo. En el fondo del corazón es donde se basa la verdadera intensidad de la vida cristiana, allí donde Dios habita, adorado y servido en la fe, el recogimiento, la humildad, la obediencia, la simplicidad, el trabajo y el amor.
Nuestra actividad exterior no tiene estabilidad y fecundidad sobrenaturales sino en cuanto radica en esta vida interior. Nosotros sólo resplandeceremos con provecho exteriormente en proporción al ardor que tenga el hogar sobrenatural de nuestra vida íntima.
¿Qué mayor obra podemos realizar aquí abajo que promover el Reino de Cristo en las almas? ¿Qué obra iguala a ésta? ¿Qué obra la sobrepasa? Es la obra entera de Jesús y de la Iglesia.
No lo conseguiremos, empero, por otros medios que los empleados por nuestro Jefe divino. Estemos bien convencidos de que trabajaremos más por el bien de la Iglesia, la salvación de las almas y la gloria de nuestro Padre celestial, procurando primeramente estar unidos a Dios por una vida toda de fe y de amor, de la cual Él es el único objeto, que por una actividad devoradora y febril que no nos deje tiempo ni holgura para buscar a Dios en la soledad, el recogimiento, la plegaria y el desprendimiento de nosotros mismos.
Beato Columba Marmion