Quintaesencia y amor a la Cruz

Publicado el 09/13/2019

Por falta de amor a la Cruz, las modas comenzaron a buscar apenas el gozo de la vida y fueron perdiendo la pompa y la majestad. Pasaron de lo majestuoso para lo raffiné, de lo raffiné para lo gracioso, de lo gracioso para lo vulgar. La decadencia de la civilización se dio, en el fondo, debido al exceso de facilismo que se proyectó en el arte, en la literatura, en la moda, en la vida social.

 


 

Tenemos aquí un texto sacado de la “Carta Circular a los Amigos de la Cruz”, en el cual San Luis Grignion de Montfort, con un lenguaje inflamado, inculca especialmente la idea de las tribulaciones, por ver cuanto el hombre tiende a huir de ellas.

 

Dios nos visita por medio de los sufrimientos

 

[24] ¿No os preciáis, mis Amigos de la Cruz, de ser amigos de Dios o de querer llegar a serlo? Decidíos a apurar el cáliz que es forzoso beber para ser amigos de Dios –calicem domini biberunt, et amici Dei facti sunt1-. Benjamín, el mimado, halló la copa, mientras que sus demás hermanos sólo hallaron el trigo (Cf. Gen. 44, 1-14). El gran predilecto de Jesucristo poseyó su corazón, subió al Calvario y bebió en su Cáliz. Potestis bibere calicem?2 Excelente cosa es anhelar la gloria de Dios; pero desearla y pedirla sin decidirse a padecerlo todo es una locura, una petición estrafalaria: Nescitis quidpetatis3. Oportet per multas tribulationes… 4 . Es menester –oportet-, es una necesidad, es una cosa indispensable; no hay otro medio de entrar en el reino de los cielos si no es por multitud de tribulaciones y cruces.

 

Jesús Crucificado (acervo particular)

[25] Os gloriáis, y no sin razón, de ser hijos de Dios. Gloriaos asimismo de los castigos que este Padre amoroso os ha dado, de los que os dará en adelante, pues sabido es que castiga a sus hijos.

 

¡Cómo la idea de un Dios que castiga a sus hijos desentona y es poco agradable a la falsa piedad sentimental! Pero Él castiga por medio de las probaciones y de las tribulaciones. Evidentemente tenemos que resignarnos a esa idea de que son de los mejores regalos que Él da cuando nos hace sufrir. Debemos permitir que Dios nos castigue, flagele, exactamente porque es lo que conviene a los hombres.

 

Había en la lengua portuguesa antigua una expresión muy bonita que recuerdo haber oído aún a las beatas de la Iglesia del Corazón de Jesús. Entonces, una vieja conversando con otra dice: “Dios me ha visitado…” Yo aún era niño y pensaba: “¿Será que ella tuvo una visión?” Pero la expresión me quedó en la memoria e indica una cosa muy bonita: cada dolor que nos viene es una visita de Dios. O entonces, Él nos visitó por medio de alguien que nos hizo sufrir. Esta es la visita de Dios; debemos recibirla de buena voluntad, abrirle la puerta, amarla, mantener nuestra alma en alegría mientras dure esa visita.

 

Esa idea de que Dios visita a alguien nosotros la encontramos en el Antiguo Testamento, cuando se refiere a las visitas que el Todopoderoso hace al pueblo de Israel por medio de los profetas. Pero hay otra cosa que es la visita de Dios por el sufrimiento. Entonces, la expresión me parece muy bonita.

 

Quien no sufre es el impío a quien Dios apartó de sí

 

Si no os contáis en el número de sus amados hijos -¡qué desgracia, qué maldición!-, pertenecéis, como dice San Agustín, al número de los réprobos. Quien no gime en este mundo cual peregrino y extranjero no podrá alegrarse en el otro como ciudadano del cielo, añade el mismo Santo. Si de tiempo en tiempo no os envía el Señor alguna cruz señalada, es porque ya no se cuida de vosotros, es que ya se ha enojado con vosotros, es que ya no os considera sino como extraños, ajenos a su casa y protección, o como hijos bastardos que, no mereciendo tener parte en la herencia de su padre, tampoco merecen sus cuidados y su corrección.

 

En el Antiguo Testamento se creía que cuando una persona sufría era porque había cometido algún pecado. Por lo tanto, sobre el sufridor recaía la sospecha de que era una persona mala. Al contrario, quien era feliz en esta Tierra se consideraba como alguien bueno, porque Dios estaba premiando las buenas acciones que la persona había practicado.

 

Sin embargo, lentamente en el Antiguo Testamento se fue volviendo más explícita la revelación de que había una vida eterna. Con esto, esa idea se fue modificando.

 

Calvario – Museo de la Santa Cruz, Toledo, España

Ya en el Nuevo Testamento encontramos la idea contraria: el hombre sufridor es amado por Dios, mientras que aquel que no sufre es el impío a quien Dios apartó de sí.

 

Este pensamiento es muy importante, porque la mayor parte de las personas tienen admiración por quien no sufre y un cierto desprecio por quien padece. Esa es una visión equivocada, pues quien es sufridor merece admiración, y aquel que no sufre nada merece desconfianza, o en breve Dios lo visitará con el sufrimiento.

 

Sin el amor al sufrimiento no se adquiere la verdadera sabiduría

 

[26] Amigos de la Cruz, discípulos de un Dios crucificado, el misterio de la cruz es un misterio ignorado por los gentiles, repudiado por los judíos, menospreciado por los herejes y por los católicos ruines; pero es el gran misterio que debéis aprender prácticamente en la escuela de Jesucristo y que únicamente en ella aprenderéis. En vano rebuscaréis en todas las academias de la antigüedad algún filósofo que la haya encomiado; en vano apelaréis a la luz de los sentidos o de la razón; nadie sino Jesucristo puede enseñaros y haceros saborear este misterio por su gracia victoriosa.

 

Esto es muy verdadero. Nosotros encontramos alguna cosa histórica al respecto del sufrimiento, pero es una mentalidad diferente, una especie de faquirismo. No es tomar la Cruz como Nuestro Señor Jesucristo la recibió y, sobre todo, la gracia para desear la Cruz, pues sin la gracia no se comprende esto. Es una cosa toda sobrenatural.

 

Adiestraos, en esta supereminente ciencia, bajo las normas de tan excelente Maestro, y poseeréis todas las demás ciencias, ya que las encierra todas en grado eminente.

 

Este es un punto fundamental para entender esa sabiduría. Quien tiene horror al sufrimiento, al espíritu sin mortificación, no es capaz de tener sabiduría. Puede participar de un curso sobre la sabiduría, hacer lo que quiera, no sirve. Sin el amor al sufrimiento no se adquiere la verdadera sabiduría. Voy a decir más: toda forma de adquisición intelectual o de victoria moral, sin sufrimiento, no tiene ningún valor. La única cosa que da algún valor a eso es exactamente la Cruz.

 

Señoras que transmitían al hogar un perfume moral

 

Ella (La Cruz) es nuestra filosofía natural y sobrenatural, nuestra teología divina y misteriosa, nuestra piedra filosofal, la cual, mediante la paciencia, trueca los más toscos metales en preciosos, los dolores más punzantes en delicias, las humillaciones más abyectas en gloria. El que de vosotros mejor sepa llevar su cruz, aun cuando sea un analfabeto, será el más sabio de todos.

 

San Agustín confunde a los herejes – Basílica de la

Madre del Buen Consejo, Genazzano, Italia

Antiguamente se encontraba un estilo de vieja señora sufridora. A veces, casada con un marido pésimo, colérico, que perdía la fortuna y cuyo hijo hacía cosas malas. Muchas de ellas eran beatas de iglesia, pero con un estilo diferente de las beatas sentimentales. Eran mujeres piadosas, que iban mucho a la iglesia en días de semana. Mirando a algunas de ellas se veía que poseían una verdadera resignación, una dignidad de alma que llamaba la atención. Ese tipo de mujeres tenía su respetabilidad por el hecho de ser sufridoras. Así, se buscaba ensalzar a la mujer con la idea de que ella debe sufrir, de que habitualmente el matrimonio es un martirio, pues con frecuencia los maridos son malos. Eso no es una cosa normal, a pesar de que sea habitual. Es justo que la mujer sufra con eso y ella debe aceptar ese sufrimiento. La condición de ella es, dentro de casa, llevar todas las cruces para dar al hogar la dignidad que la mala conducta del marido no proporciona. Esa era la disposición de espíritu existente en un buen número de señoras, antiguamente.

 

Entonces esas señoras tenían una dignidad de alma y una elevación de vistas que excedía inmensamente a los maridos. Ellas eran las que daban al hogar un perfume moral, un recogimiento, un recato, una atracción de la que no se tiene idea hoy en día, porque el espíritu de sufrimiento desapareció. El presupuesto de la idea equivocada es precisamente de que la mujer no debe ya sufrir, poniendo de lado la Cruz de Jesucristo. Sin embargo, el tipo femenino anterior a eso era, a veces, conmovedor de tanta dignidad.

 

Alguien me contó el caso de una señora de mi generación que tenía un hermano sinvergüenza. Ambos eran solteros. Y ella aguantó al hermano la vida entera, siendo él, por lo que parece, de ese tipo de hombres que llega borracho a la casa, derrumbando objetos. De tanto beber, arruinó la familia completamente y acabó muriendo. Poco antes de fallecer, el hermano llamó a un criado muy fiel a él y le dijo: “Yo voy a morir. Tan pronto muera, lo primero que debes hacer es ir a la casa de mi hermana, arrodillarte delante de ella y decirle que te mandé agradecer todo lo que ella hizo por mí. Y que yo no tengo palabras para agradecer tantos beneficios, y por eso mandé que te arrodillaras para hacer ese acto de gratitud.”

 

La actitud de ese hombre, ésta sí, da una cierta esperanza de que se haya arrepentido en sus últimos instantes, y aún haya tenido un último perdón antes de morir. Habrá sido, entonces, la gracia del perdón obtenida por una de aquellas mujeres a quienes los maridos sinvergüenzas, antes de morir, pedían perdón, y sus hijos, al verlas fallecer, también imploraban perdón y llevaban, llorando, sus ataúdes al cementerio.

 

El verdadero apóstol es un alma crucificada

 

En un ambiente no hay nada que valga el tesoro de la presencia de un alma resignada a sufrir. Ese género de personas da buenos consejos. Incluso puede ser gente simple, sin experiencia y, aun siendo la última de la familia, los otros se dirigen a ella en la hora de una crisis moral para pedir un consejo. Almas así siempre son, en el fondo, las más alegres del hogar, y son ellas las que consuelan a las otras personas de la familia.

 

Cristo – Catedral de San Nicolás, Principado de Mónaco

He visto gente nadando en ‘felicidad’ y dinero llorar junto a ese tipo de personas, y pedir consuelo. Ese es el encanto, esa es la influencia sin nombre, la acción prestigiosa de la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo. Es el tesoro de las familias. Y porque hasta eso acabó, la familia prácticamente murió.

 

Quiera o no quiera, cuando el alma acepta bien el sufrimiento ella alcanza una tal autoridad que se diría que es una persona crucificada, otro Crucificado. Es decir, delante de la persona que acepta el sufrimiento seriamente hasta el fin, los otros cambian. Puede durar más tiempo o menos, pero eleva el alma a una grandeza que le da una fuerza divina, y ejerce una influencia sobre las almas que arrastra todo.

 

Tómese, por ejemplo, un sacerdote que sea verdaderamente un penitente, un hombre que carga la cruz del sacerdocio de un modo serio. Puede ser el último padrecito del interior, de sotana ya rota, muy gastada. Él entra en un ambiente y se siente que es un sacerdote que acepta contento el papel de víctima. Pueden reírse de él y hasta matarlo, pero dominó la situación. En el alma que haya aceptado su propia cruz hay alguna cosa de divino que nos lleva a pensar lo siguiente: el apostolado viene verdaderamente del hecho de que un alma resuelve y acepta sufrir. Ahí se prepara el campo para los mejores discursos, los más bonitos lances, las mejores cosas que puedan hacerse. Pero es necesario que se trate de un alma crucificada.

 

Nosotros debemos recordar eso siempre. El Reino de María, si no hay numerosas almas crucificadas, muere. Porque el prestigio de la Iglesia y la fuerza de la Civilización Cristiana viene de las almas que sufren.

 

El pobre que sufre alegremente y el doctor de la Sorbonne

 

Adiestraos, en esta supereminente ciencia, bajo las normas de tan excelente Maestro…

 

Oíd al gran San Pablo, que al bajar del tercer cielo, donde aprendió arcanos desconocidos de los mismos ángeles, ni sabe ni quiere saber otra cosa que a Jesús Crucificado5. Alégrate, pues, tú, pobre ignorante; tú, humilde mujer sin talento y sin letras: si sabéis padecer gozosamente, sabéis más que cualquier doctor de la Sorbona que no sepa sufrir tan bien como vosotros.

 

¡Pueden imaginar lo que era, en aquella época, un profesor de la Sorbona y cuál era el desafío que una cosa de esas representaba! Era la época en que los graduados, ni digo los titulares de una cátedra, en la mayor parte de las ciudades donde había universidad, iban montados en un animal, acompañados por los parientes y toda la ciudad en desfile. Vestidos con un traje de graduación, de alguien que está por encima, el doctor paseando en medio de todo el mundo. Y un miembro de la clase profesional era mucho más aún. Llegar a decir que el pobre ignorante es más que un doctor de la Sorbona… Si los doctores de la Sorbona tomaran en serio lo que San Luis decía, ¡qué injuria! Es un desafío audaz al espíritu mundano.

 

Nuestro Señor presenta las dos coronas a Santa

Catalina – Casa de Santa Catalina, Siena, Italia

[27] Sois miembros de Cristo. Gran honor, pero ello implica una gran necesidad de sufrir. La Cabeza está coronada de espinas, ¿y los miembros estarán coronados de rosas? Cristo, Cabeza, es escarnecido y cubierto de lodo en el camino del Calvario, ¿y los miembros estarán cubiertos de perfumes en el trono? La Cabeza no tiene almohada en que descansar, ¿y los miembros descansarían entre plumas y edredones? Eso sería una monstruosidad inaudita. No, no, mis queridos compañeros de la Cruz, no os engañéis. Esos cristianos que veis por doquiera trajeados a la moda, delicados a maravilla, altivos y graves hasta no más, ésos no son ni los verdaderos discípulos ni los verdaderos miembros de Jesucristo crucificado; si pensarais que lo son, haríais injuria a esa Cabeza coronada de espinas y a la verdad del Evangelio. ¡Válgame Dios! ¡Cuántos y cuántos que sólo son fantasmas de cristianos se consideran como miembros del Salvador, siendo así que son sus más alevosos perseguidores, porque mientras trazan con la mano la señal de la cruz, en su corazón son sus enemigos!

 

Si el que os guía es el espíritu de Jesucristo; si vivís la misma vida de Jesucristo, vuestra Jefe lacerado por las espinas, no esperéis otra cosa que espinas, azotes, clavos; en una palabra, cruz; pues es menester que el discípulo sea tratado como el Maestro y el miembro como la Cabeza; y sí, como a Santa Catalina de Siena, os fueran presentadas una corona de espinas y otra de rosas, deberíais escoger con ella, y sin titubear, la de espinas, y hundirla en vuestra cabeza para asemejaros a Jesucristo.

 

Eso debe ser visto como dicho a aquella gente de un siglo que llevó el raffinement6 lo más lejos posible. Y como merecido por ellos exactamente por causa del sentido de gozo de ese raffinement. Era un refinamiento que no venía acompañado de espíritu de Cruz y, como resultado, causaba horror a la Cruz verdadera. Y que, por eso mismo, resultaba en decadencia. Cada vez más, las modas eran hechas apenas para el gozo de la vida y perdiendo la pompa y majestad, pasando de lo majestuoso para el raffiné, del raffiné a lo gracioso, de lo gracioso a lo vulgar. Realmente, la decadencia de la civilización se dio, en el fondo, debido a ese exceso de facilismo dentro del arte, la literatura, la moda, la vida social.

 

Vemos, así, en San Luis María Grignon de Montfort un hombre que posiblemente no era un sociólogo, pero que notaba de lejos cosas que hombres de su tiempo no sabían ver. ¿Por qué? No por ser él muy inteligente, sino porque era un amigo de la Cruz. La Cruz da la posibilidad de ver las cosas que los otros no saben ver.

 

(Extraído de conferencia de 23/09/1967)

 

1) Del latín: bebieron el cáliz del Señor y se volvieron amigos de Dios (de la antífona de entrada en la Solemnidad de San Pedro y San Pablo)

2) Del latín: ¿Podéis beber el cáliz? Mt.20, 22; Mc. 10,38.

3) No sabéis lo que pedís, Mt. 20, 22

4) Act. 14,21

5) 1 Cor. 2,2

6) Del francés: refinamiento.

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