Reflexiones para el final de año

Publicado el 12/30/2016

Recordando hechos que marcaron profundamente la Historia – como la caída de Constantinopla y la reconquista de España a partir de Covadonga –, el Dr. Plinio nos enseña a ver la importancia de los pequeños síntomas, ya sean relativos al mal, ya sean referentes al bien.

 


 

¡Llegamos al final de un año más! ¿Qué reflexión me viene al espíritu a este respecto?

 

La civilización medieval fue siendo corroída gradualmente

 

Cuando examinamos la historia de la Revolución y después la historia de la Contra- Revolución 1 , notamos la existencia de un principio muy necesario de tener en vista, al considerar la enorme rotación del auge del esplendor de la civilización medieval hasta la paganización de nuestros días. Poco a poco se fue manifestando un gusano roedor, que corroía gradualmente aquel magnífico orden de cosas que prometía subir indefinidamente hasta altitudes impensables por el espíritu humano; y en determinado momento cayó y llegó hasta los días actuales, en los cuales el proceso bajó a profundidades inimaginables.

 

Se elevó tan alto, que antes no se podía imaginar que pudiese subir tanto, ¡y llegó apenas hasta la mitad del camino! Cayó tan hondo, se degradó tanto, se envileció tan completamente, que tampoco se podría imaginar que cayese más bajo y fuese peor de lo que está.

 

¿Por qué razón sucedió eso?

 

Porque un determinado principio de sabiduría común – pero descuidado por un gran número de personas de responsabilidad decisiva en los acontecimientos históricos –, no fue tomado en consideración, no fue aplicado en los momentos en que debería haberlo sido. Como resultado, la Historia presenta esos tristes desaciertos y podría manifestar, por el contrario, ascensiones magníficas si se hubiese tomado en cuenta ese principio.

 

¿Cuál principio?

 

Con relación al bien y al mal todo es importante, por más pequeño que sea

 

Debemos considerar que, con relación al bien y al mal todo es importante, por más pequeño que sea; nada está desprovisto de peligro, por más insignificante que sea, nada es digno de ser pasado por alto sin tomar una providencia, un remedio, por débil que sea. Y tan pronto como notamos en cualquier punto de la mentalidad de una persona alguna concesión al mal, debemos procurar un remedio inmediatamente; no debemos combatir enérgicamente sólo cuando esa persona ya se entregó al mal.

 

¡Felices aquellos con los que se puede ser enérgico! Por ejemplo: si notamos el comienzo de un mal en una persona, la llamamos y le decimos: “Fulano, Ud. está yendo bien, yo lo estimo, Ud. ha sido para mí una fuente de mucha satisfacción, pero Ud. me inquieta por tal síntoma.” Y mencionamos una cosa insignificante en la apariencia, aunque es un síntoma que tiene un significado profundo. Puede ser una simple irritación en el rostro que, sin embargo, es síntoma de una grave enfermedad. Entonces, llegamos a su lado y le avisamos: “Esto es síntoma de un mal muy grave, y Ud. necesita ser operado mañana – feliz de él porque por lo menos soporta el trauma de la advertencia –, está siendo avisado hoy porque Ud. tiene fuerza, coherencia, amor de Dios, y ya advertido, Ud. está apto para resistir.”

 

Por el contrario, infeliz es aquél en quien se nota un defecto y se percibe que no está preparado para recibir la advertencia. Entonces la primera cosa que necesitamos hacer es sonreírle y hacer de cuenta que no notamos nada. Dejamos pasar el tiempo hasta que aparezca una buena ocasión de hablarle, porque de lo contrario la psicología de él reacciona en sentido opuesto. No quiere decir que él se rebele – puede rebelarse, conforme el caso –, pero recibe esa advertencia con modorra, con indiferencia, con pereza. Por eso tenemos que retardar el momento de hacerla y con eso él corre un riesgo.

 

Entonces, aquél que delante de los hechos más pequeños que son síntomas de situaciones espirituales o sociales, o cualesquier otras, sabe discernir inmediatamente el mal y salta encima de él y lo apaga, puede ser un hombre de Dios.

 

Pero no es un hombre de Dios aquél que tiene un optimismo tranquilo delante de los pequeños síntomas de mal, pues eso es una prueba de que perdió una de las condiciones más preciosas de la integridad de alma, de la integridad de la virtud, la cual es comprender la enorme importancia de los pequeños síntomas para intervenir inmediatamente, antes que ellos se vuelvan monstruos.

 

Vemos instituciones que se derrumban y desaparecen; civilizaciones que caen, que pasa de todo delante de esos ojos cerrados para el mal, que hacen con que la persona no comprenda qué quieren decir los síntomas, cierra los ojos por pereza de combatir, de ser solerte, enérgico, y por esa causa todo se va derrumbando, se va desboronando.

 

La caída de Constantinopla

 

Creo que ya traté aquí acerca de la toma de Constantinopla por los turcos, en el siglo XV.

 

Constantinopla fue uno de los puertos más famosos del Mediterráneo en ese tiempo y hasta hoy es un puerto importante, una ciudad lindísima, que fue capital del Imperio Romano de Oriente.

 

Llegó a ser un imperio muy poderoso. En tiempos del General Belisario 2 había llegado casi hasta las márgenes del Atlántico; ocupó gran parte del Norte de África en el Mediterráneo, mientras el Imperio Romano de Occidente conquistó todo el litoral europeo. Así, los romanos podían decir orgullosamente que el Mediterráneo era un lago romano, el “mare nostrum”, “nuestro mar”. La ciudad de Bizancio – Constantinopla –, fue famosa por su grandeza, riqueza, etc., y la corte bizantina fue famosa por su lujo, esplendor, complicado ceremonial y refinada etiqueta. La cultura de los hombres de letras de Bizancio fue extraordinaria. Fue una de las metrópolis más grandes del mundo en aquél tiempo.

 

Poco a poco, los turcos fueron corroyendo los territorios bizantinos en Asia. Después cayeron los territorios bizantinos en África, y Bizancio quedó reducida casi sólo a la capital, que vivía de unas pequeñas tierras que había alrededor, pero que evidentemente no bastaban para mantener todo aquel lujo. En vez de reaccionar, de oponerse y declarar la guerra, de prever la ruina que los estaba amenazando y, por lo tanto, de tomar en serio la situación, se fueron por el contrario dejando arrastrar.

 

Al final sucedió que la escuadra turca se apostó frente a Bizancio y comenzó el ataque, que fue terrible. El Emperador luchó enérgicamente contra los turcos y pereció en la batalla; los bizantinos fueron casi todos exterminados, muchos huyeron por los Balcanes y llegaron hasta Italia, donde los turcos no consiguieron llegar, de tal manera que se salvaron llevando hasta objetos de arte y tesoros, que vendían para poder sobrevivir. Pero el Emperador murió en condiciones tan trágicas, que su cuerpo fue encontrado en una montaña de cadáveres y sólo fue reconocido porque los emperadores de Bizancio usaban zapatos rojos.

 

Se cuenta que a un hombre lo mataron los turcos mientras tocaba tranquilamente un instrumento musical. Los turcos lo mataron y rompieron el instrumento. ¡Claro! No podía pasar algo diferente, él había dado la ocasión para eso. La ciudad entera estaba entregada al drama, aquella Cristiandad devastada, sujeta a la peor miseria y él tranquilo tocando su instrumento, como si estuviese viviendo una mañana normal. El fin de él fue el símbolo de las personas que no observan el principio de oponerse, ya desde el comienzo, a los primeros síntomas verdaderamente peligrosos.

 

El bien es más difícil de ser practicado

 

En sentido opuesto, muchas cosas buenas se han dejado de hacer en la Historia, porque muchos no perciben que, así como una cosa pequeña y mala puede desarrollarse y transformarse en un peligro, una cosa pequeña y buena también puede crecer y volverse una salvación.

 

Por lo tanto, no hay ningún principio que más favorezca al mal, de tal manera que las batallas sean siempre ganadas por él. Y en virtud de eso, el bien, aun cuando sea del tamaño de un grano de arroz, tiene la posibilidad de a partir de ahí hacer algo colosal.

 

Se sabe con qué facilidad se multiplica el maíz. Un individuo con un grano de maíz puede que haga un maizal. Con un maizal es posible que obtenga una fortuna, porque supo no desanimarse cuando apenas tenía un grano de maíz en el bolsillo.

 

Es verdad que, si consideramos apenas el orden natural de las cosas, veremos que en esta Tierra, debido al pecado original y al demonio, es más fácil que venza el mal que el bien. Porque el mal ofrece el atractivo de un gusto, de un deleite, de un placer. Y el hombre muy fácilmente atiende el convite del placer.

 

Por el contrario, el bien ofrece un ideal, una gran perspectiva de orden espiritual, pero pide un sacrificio del cuerpo y muchas veces el sacrificio del alma. El bien es más difícil de seguir, encuentra más resistencias. Pero el bien tiene de su lado algo que el mal no posee: la gracia de Dios, la ayuda de Nuestra Señora.

 

Covadonga: una de las victorias más brillantes de la Historia

 

Un ejemplo tan conocido entre nosotros, pero tan magnífico que no puede dejar de ser mencionado en estas circunstancias, es el de la resistencia española en Covadonga.

 

España fue rápidamente dominada por los árabes, que la sometieron a su poder. Sin embargo, un pequeño grupo de personas, ya próximas al mar en el norte de España, rezaban reunidas en la gruta de Covadonga. Y allí, en el último momento, se les aparece Nuestra Señora, les promete que Ella dirigirá la reacción y que España será reconquistada.

 

¿Cuál fue el efecto de esa promesa? Esos últimos resistentes podían hacer muy poco, estaban en un número pequeño y eran desertores. Estaban huyendo, traían dentro de sí todos los defectos de la mentalidad del hombre que huye, pero con la mano de Nuestra Señora, ubi Sanctissima posuit manus, donde la Santísima Madre de Dios puso su mano, ¡todo se resuelve! ¡Comienzan una reconquista que terminó ochocientos años después! Por su lado, los portugueses, en victorias también gloriosas, expulsaron a los árabes de Portugal y la Península Ibérica entera pasó a ser una península cristiana, católica.

 

Esto quiere decir que un puñadito de resistentes – que estaban huyendo, con mujeres, niños, etc. –, protegidos por la Providencia, por Nuestra Señora, van hasta la última victoria. Tuvieron que mantener viva la esperanza durante ochocientos años, pero su gloria fue confiar y luchar durante todo ese tiempo. Vencieron, según la fórmula de San Antonio María Claret, español catalán: “A Dios orando y con el mazo dando”. Fue una de las victorias más brillantes de la Historia. ¿Por qué? Porque comprendieron que un pequeño elemento de resistencia podría vencer todos los obstáculos.

 

La lucha es el sentido de la vida

 

Dios hace todo según su Providencia, y aún los acontecimientos que parecen más absurdos y más contradictorios, se encajan en un plan general. Dios quiere que haya sol y también tinieblas, y que las tinieblas y el sol se sucedan para el bien del hombre y no para tensionarlo, a fin de crear un ambiente en el cual el hombre descanse, y otro en el cual se despierte alegre y se sienta en condiciones de trabajar. En la noche, en un ambiente en que el hombre se acuerda de la muerte, de su propia ruina, comprende lo efímero de los días de sol, y que una sola cosa tiene valor absoluto, que sobrevuela por encima del sol y de la noche: es Dios en su eternidad. Solo hacia Él debemos mirar, sólo en Él necesitamos confiar.

 

Dios crea con eso las condiciones para que el hombre viva en la Tierra. Una Tierra perpetuamente oscura o perpetuamente de sol no es viable; así como una vida de alegría perpetua – ¡cuántos hombres quieren tener esa vida! –, o una vida de desgracia perpetua – tantos hombres creen que es más cómodo habituarse a esa idea que esperar, rezar y luchar –, esas vidas son opuestas a la naturaleza del hombre.

 

Con esa rotación, Dios nos da un símbolo de lo siguiente: todo es efímero, todo puede pasar, todo puede llevar a resultados inesperados; el hombre debe luchar y la lucha es el sentido de la vida. Lucha contra sí mismo, contra sus defectos que a todo momento están procurando renacer y arrastrarlo hacia el mal. Lucha, por otro lado, contra el adversario externo, extrínseco a sí: el demonio, el mundo y la carne, que quieren arrastrarlo hacia el pecado. Lucha en todos los sentidos de la palabra: lucha contra la enfermedad, contra las carencias, contra la indigencia; esta lucha se llama trabajo.

 

Esta lucha es un elemento sin el cual la vida no sería vivible, se volvería más insoportable que la vida de un mendigo, de un miserable; ella es lo normal en la vida. En esa normalidad de la vida debemos procurar guiar los acontecimientos, de acuerdo a la cuota de dirección que Dios nos entregó con respecto a ellos. Dios nos dio los medios para que, en esta invariabilidad de muchos fenómenos, podamos variar muchas cosas. pero desde que reconozcamos que es necesario luchar y que sin lucha no hay vida; y, en segundo lugar, con su gracia tenemos la solercia – es una palabra que salió del vocabulario usual –, es decir, la agilidad, la prontitud en el juzgar, en el percibir, en el discernir, para actuar ya desde el comienzo y obtener “in ovo” victorias brillantísimas y así prolongar el reinado glorioso del bien.

 

Pero, por otro lado también debemos comprender que lo mismo se da con el mal. Hasta cuando el mal parece más poderoso, más fuerte y más firme su victoria, quien confía y reza a Nuestra Señora asistirá más aun a la aurora del bien y de la victoria de Ella.

 

En el paso de año, cuando estemos en los esplendores de las bellas ceremonias que se realizarán, sobre todo cuando el Santo Sacrificio de la Misa llegue a su ápice, es decir, la Consagración, en la que Nuestro Señor Jesucristo renovará de manera incruenta el Santo Sacrificio del Calvario, acordémonos de estas consideraciones. En el momento en que el sacerdote pronuncie las palabras de la Transubstanciación, pidámosle a Nuestra Señora y por medio de Ella a Nuestro Señor Jesucristo: “Adveniat Regnum tuum”, ¡que vuestro Reino llegue cuanto antes! ¡Y habremos pasado un Año Nuevo bienaventurado!

 

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1) El término “Revolución y Contra-Revolución” es aquí empleado en el sentido que le da el Dr. Plinio en su obra del mismo nombre, escrita en abril de 1959.

2) General Belisario (c. 495-565): Primer general del Imperio bajo Justiniano, vencedor de los persas (530), salvó a la monarquía de una sedición (532) y fue instrumento de la reconquista bizantina en África (533), en Sicilia (535) y en Italia (Nápoles, Roma, Ravena).

(Revista Dr. Plinio, No. 177, diciembre de 2012, p. 16-19, Editora Retornarei Ltda., São Paulo – Extraído de conferencia del 30.12.88)

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