Las virtudes de Doña Lucilia, modelo de dulzura y de suavidad, bien como de firmeza y de intransigencia, se manifestaban tanbién en la forma como ella repreendía al niño Plinio.
Cuando yo tenía alrededor de once años, pasé un periodo de mi vida espiritual en el que, desafortunadamente, anduve mal, practicando acciones que no debería haber practicado. Y pasó que, por un conjunto de circunstancias en las cuales puedo ver la influencia de la Providencia, esas acciones me dieron resultados muy funestos.
Plinio con 12 años y la silla mecedora de Doña Lucilia |
Lógica y Afecto
Mi madre, que era al mismo tiempo un modelo de dulzura y de suavidad, pero también de firmeza y de inflexibilidad, tomó conocimeinto de esas actitudes y quedó muy disgustada.
Doña Lucilia tenía una manera de regañar que era única. Ella estaba enferma habitualmente – sufría mucho del hígado, aún que haya muerto ya bastante mayor – y permanecía, con frecuencia, recostada en una especie de sofá, y desde allí ella me llamaba, con una voz fuerte bien timbrada: “Plinio!”
Cuando yo escuchaba “Plinio” – pronunciado con una “i” un poco prolongada, en un timbre aterciopelado, donde había un afecto y un cariño difíciles de describir -, yo iba de inmediato y me quedaba cerca de ella.
Ella pasaba su mano alrededor de mi cintura, me miraba bien de frente y me decía:
– Hijo mío, será verdad que usted hizo semejante cosa?
– Si, señora, yo lo hice!
Ella tenía una mirada que, a semejanza de su voz, cambiaba de intensidad extraordinariamente. Y mirandome fijamente, agregava:
– Pero como hizo usted semejante cosa? Esa actitud tiene esto y aquello de malo …
Siempre con lógica y con afecto al mismo tiempo.
Yo iba poniendo atención, siempre persuadido por todo lo de ella: por la voz, por los ojos, por el cariño, por la sabiduría y por su inflexibilidad , que me encantaba!
Al fin del regaño ella me decía:
– Bien, hijo mío, usted le promete a su madre que no lo vuelve a hacer jamás?
Yo le contestaba:
– Le prometo si, señora.
Pero yo estaba lleno de admiración, de arrepentimiento y de afecto.
Entonces, ella me decía:
– Muy bien, entonces de un beso a su madre.
Yo le daba un beso en la frente, ella me cubría literalemente de cariños, y yo me íba en “las nubes” porque había recibido un regaño. Esos eran los regaños de mamá.
Amenaza de ser enviado para el Caraça
No obstante, en la ocasión del boletín1 no fue así. Ella me recibió fría, sentada en una silla mecedora, me puso de pie delante de ella y me dijo:
– Esto sucedió así?
Yo le contesté:
– Si.
– Expliquémelo!
Y me amenazo con enviarme para un internado que existía en aquel tiempo en Minas Gerais – el Caraça – que era un colegio muy bueno, paradigma de aquel estado de Brasil, pero que en São Paulo, yo no me explico porqué, tenía la fama de ser como una cárcel para niños. Lo peor que le podía pasar a alguién era ser enviado para el Caraça.
Y yo recuerdo que mi madre me decía:
– Yo lo voy a averiguar, y conforme sea, usted se va para el Caraça! Y no cuente usted con mi bondad, ni tampoco con mi perdón, a menos que después que usted haya estado un año en el Caraça y yo compruebe que usted mejoró. Antes de eso, no.
Me quedé aterrorizado! No solamente por el hecho de enviarme al Caraça, sino también por haber recibido aquel reproche de mi mamá.
Yo me sentí expulsado de aquel paraíso de sabiduría y de cariño, que era ella y mi unión con ella, esto de verdad me aterrorizó.
Yo pensé: “Dios mío del cielo, que me va a pasar?!”
Yo tenía alguna piedad en aquel tiempo, pero aún no le tenía devoción a Nuestra Señora.
Meditando cada palabra del Salve Regina
Cierto día, fuimos a la Iglesia del Corazón de Jesús para rezar y yo me quedé, fortuitamente, delante de la imagen de Nuestra Señora Auxiliadora que se encontraba allí. Entonces, yo le pedí a Ella que solucionase mi problema, rezando un Salve Regina. No tuve ninguna aparición, ni tampoco una visión, pero experimenté una sensación inefable de que María Santísima daba el debido valor y sentido a cada una de las palabras del Salve Regina. Así fui meditando y entendiendo cada palabra:
“Reina …” Pensé: “Ella es Reina y, si quiere, puede solucionar mi problema.”
“Madre de Misericordia …”
“Claro! – exclamé – es más que mi mamá!”
“Vida, dulzura …”
“Si, lo puedo sentir en mi vida, y como se siente de suave!”
“Esperanza nuestra, Salve!”
“Ya me siento esperanzado!”
“A Vos rogamos los desterrados hijos de Eva …”
Concluí: “eso es lo que estoy haciendo; aquí estoy, desterrado y clamando.”
“A Vos suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas.”
“Eso es exactamente lo que me está pasando a mi!”
“Ea, pues, Señora abogada nuestra …”
“Lo puedes ver? – pensé. Ella es abogada. Lo que yo necesito es de alguién que pueda abogar por mi causa ante Nuestro Señor Jesucristo. Él es puro y perfecto, no puedo osar acercarme a Él después de lo que yo hice, pero Ella es mi abogada, Ella me puede defender.”
“Vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos.”
Tal como había dicho, sin que hubiera existido alguna visión o revelación, yo si tenía la sensación de que la Santísima Virgen me miraba y, soriendo, me decía:
“Hijo mío, yo te saco de este lio, yo arreglo tu problema”.
Como un vivo relampago, en medio de aquella crisis yo logré entender cual era la gravedad del pecado, y en el perdón de Nuestra Señora comprendí bien qué es la misericordia para los que recurren a Ella. Gracias a Dios, hasta el día de hoy, y espero que hasta los mis ultimos días de vida, que esa imagen no se desvanezca de mis ojos: esa armonía entre la severidad y la justicia llevadas hasta el extremo, y la misericordia llevada hasta su última ternura y al extremo de su esplendor.
No sé decir outra cosa para ensenãrles cómo la misericordia y la justicia se completan que contar cómo fue esto a lo largo de mi vida. Tengo 63 años y estoy tan seguro de lo que es la justicia de Dios que, si no fuese Nuestra Señora, yo desanimaría. Estoy tan seguro que es la misericoridia que el Altísimo concede, por medio de Maria Santísima que, garcias a Ella, todo lo espero, y espero morir con esa confianza.
1 Dr. Plinio se refiere al episodio del boletín com una nota baja, del Colégio São Luis. Ver Revista Dr. Plinio n. 122, p. 15 y n. 165, p. 23
(Extraído de la conferencia del 6/04/1972) Revista Dr Plinio # 219, página 6 – 8.