Fra Angélico, Anunciación
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La encarnación del Verbo, celebrada el 25 de marzo, es la Fiesta de la Esclavitud a María Santísima. En efecto, durante el tiempo de la gestación en el claustro virginal de María, el Verbo Encarnado vivió una dependencia incomparable en relación a Ella. Es el mayor estado de sumisión que se pueda imaginar, pues el niño que está en el seno materno vive de la vida de la madre y en todo es conducido y circunscripto por ella.
Como en el estado de esclavitud voluntaria, el esclavo renuncia completamente a su libertad para quedar enteramente contenido y limitado por la voluntad de su señor –de manera que su vida es para el servicio de su señor, sus pensamientos tienden a su señor, sus actos son para el servicio de su señor-, así también era Nuestro Señor en relación a Nuestra Señora. Por lo tanto, quien quiera ser verdadero esclavo de María Santísima debe venerar, de un modo muy especial, esa milagrosa e insondable sujeción de Jesús a su Madre, en que lo infinitamente mayor se dejó dominar y contener por lo menor, realizando un plano de Dios de una sabiduría que excede a cualquier pensamiento humano.
Por otro lado, si tomamos en serio la devoción enseñada por San Luis María Grignion de Montfort, comprenderemos que la Sagrada Esclavitud comporta un grado de intimidad con María Santísima por donde cada esclavo tiene un trato personal con Ella, siendo que la Virgen acepta benignamente el modo de ser de cada uno.
De esta forma, la Sagrada Esclavitud a la Santísima Virgen tiene un aspecto que podría llamarse de “sagrada intimidad con Nuestra Señora”; se trata de un sagrado y personalísimo trato en que Ella es, toda entera, como si existiese solamente para nosotros.
Lo mismo podríamos decir en relación a la Iglesia Católica. Para cada uno de los que entran en ella, la Santa Iglesia abre un firmamento de belleza particular. Ella sabe hacer con que cada fiel, ya se trate de almas grandes o de pequeñas, se sienta a gusto, de la misma manera como sucedía con el maná, que tenía un sabor propio que satisfacía a las apetencias de cada paladar individual.
Por más diferentes que sean los hombres, cada católico siempre podrá afirmar: “La Iglesia Católica es tal, que si fuese hecha solo para mí, ella sería exactamente como es”.*
* Extractos de conferencias de 15/8/1970 y de 16/3/1971.
Declaración: Conformándonos con los decretos del Sumo Pontífice Urbano VIII, del 13 de marzo de 1625 y del 5 de junio de 1631, declaramos no querer anticipar el juicio de la Santa Iglesia en el empleo de palabras o en la apreciación de los hechos edificantes publicados en esta revista. En nuestra intención, los títulos elogiosos no tienen otro sentido sino el ordinario, y en todo nos sometemos, con filial amor, a las decisiones de la Santa Iglesia.