San Antonio María Claret, fervoroso sacerdote y ardiente predicador

Publicado el 10/24/2016

Florón de la estirpe de hombres providenciales que Dios suscita en todas las épocas para servir de modelo y guía a sus semejantes, San Antonio María Claret – cuya fiesta se celebra el 24 de octubre – reluce en el cielo de la Iglesia por su extraordinario vigor de alma y su intrépida devoción al Papado. Así nos lo presenta el Dr. Plinio, al evocar los principales aspectos de la vida de este santo.

Plinio Corrêa de Oliveira

 


 

El 24 de octubre se conmemora la fiesta de San Antonio María Claret (1807 – 1870), Obispo y Confesor. Además de destacarse como insigne defensor de la autoridad pontificia, fue un gran devoto de Nuestra Señora, habiendo fundado la Congregación de los Hijos de su Inmaculado Corazón, conocidos como claretianos.

 

Tuve la oportunidad de admirar el perfil de San Antonio al leer una pequeña biografía suya – ¡con la que me maravillé! –, con el fin de reunir elementos para pronunciar una conferencia en Río Claro, ciudad del interior paulista. No pretendo repetir aquí esa palestra, aunque los extraordinarios y numerosos aspectos de la existencia de ese santo pidiesen comentarios más extensos. Me limitaré, sin embargo, a considerar los lados más sobresalientes de su vida.

 

Periodo de tibieza en la juventud

 

La Iglesia desaconseja que se hagan comparaciones entre los héroes de la Fe elevados a la honra de los altares. No diré, pues, que San Antonio Claret fue el mayor de su tiempo. No obstante, creo que, si en cada etapa histórica algunos santos sobrepujan a los demás en importancia a los ojos de Dios, en los planos de la Providencia uno de esos sería sin duda San Antonio María Claret.

 

Más que Fundador de una congregación religiosa, él se presenta como un varón exponencial, dominando completamente su época por el simple hecho de haber existido.

 

Imaginemos un hombre de baja estatura, español de temperamento ardoroso, catalán picante, hijo de una familia bastante piadosa, dedicada a la fabricación textil. Aun siendo joven, viviendo en Barcelona, sintió el llamado divino a algo más elevado, aunque indefinido, pues no pensaba en la vocación sacerdotal. Pero en esa ciudad se envolvió en cuestiones de fabricación textil y se entusiasmó por los asuntos prácticos de ese negocio, comenzando a olvidar el fervor de su piedad en los tiempos de la infancia. Pasó algunos años absorto en el cuidado de máquinas, telares y cosas semejantes.

 

Aún practicaba la religión, pero en ese período de su vida se puede decir que San Antonio María Claret – para usar nuestra expresión casera – tendía a ser un "sabugo" 1 . Continuaba frecuentando la iglesia, comulgaba algunas veces por año y también rezaba el Rosario. Pero fuera del cumplimiento estricto de esas prácticas de piedad, sólo tenía ensamientos para su trabajo en la industria textil.

 

Cierto día, yendo a nadar con sus compañeros en el litoral, el movimiento muy fuerte de las olas lo arrastró mar adentro. Apeló a la Santísima Virgen y, de forma inexplicable, notó que flotaba en la superficie del océano, siendo llevado por una fuerza misteriosa hasta la playa sin haber tragado ni una sola gota de agua. A salvo en tierra, asoció ese episodio a un recuerdo que había tenido, durante la misa, de las palabras de Jesucristo en el Evangelio: "¿De qué le vale al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?" (Mt. 16, 26).

 

Patrono de los "sabugos"

 

He aquí un primer punto de afinidad entre San Antonio María Claret y nosotros. Pues él resolvió llevar una vida nueva, lo que, bajo cierto punto de vista, fue un reencauche, un "desensabugamiento" de su alma.

 

Algo semejante sucede en nuestro grupo. La Santísima Virgen atrae a personas a las cuales, una vez adhirieron, en general entran en un proceso de "ensabugamiento". Y si la misericordia de Ella no lo impide, acaban en ese lamentable estado de tibieza. A partir de ahí comienza la segunda fase: es necesario remar hasta conseguir que se reencauchen o se "desensabuguen".

 

Y cuando corresponden a la gracia, sienten una especie de nueva conversión. En seguida se inicia la tercera fase de su vida espiritual. Si con el auxilio de Nuestra Señora no tuviésemos el cuidado de "desensabugarlas", se podría temer que muchas de esas personas no perseverarían en la vocación.

 

Entonces, con un profundo respeto, podemos decir que San Antonio María Claret aparece como el patrono de los "sabugos". Por su fidelidad a la gracia de la conversión, se convirtió en un modelo de "desensabugado", digno de ser imitado por nosotros. Él alcanzó ese triunfo sobre su propia indolencia espiritual, porque siempre nutrió una devoción particular a Nuestra Señora, y la Santísima Virgen, que lo predestinaba para grandes hechos, lo ayudó a volverse a levantar y a "desensabugarse".

 

Rumbo a las cimas de la santidad

 

Desde ese momento, con un inmenso fervor, emprendió la marcha ininterrumpida hasta alcanzar las cimas de la santidad, como veremos.

 

Ordenado sacerdote, se hizo misionero. Y se reveló como un típico predicador popular (me gustaría recalcar la palabra "popular"), con algunas características eminentes. Por ejemplo, tenía una voz muy fuerte, capaz de hacerse oír por las multitudes que llenaban las plazas públicas donde pronunciaba sus sermones, pues el espacio interno de las iglesias era insuficiente para contener a todos los fieles deseosos de escucharlo. Y no era raro que las mismas plazas se quedasen pequeñas para reunir el público que comparecía a sus prédicas.

 

Cuando se dirigía de una ciudad a otra, su fama de orador sacro era tal, que gran parte de la población de donde había hablado lo acompañaba procesionalmente, hasta encontrarse con los habitantes de la localidad vecina a la cual él le hablaría. Durante el encuentro, el santo hacía un sermón de despedida de unos y de saludo a los otros, conmoviendo el alma de todos.

 

Siendo un orador popular muy vivo, interesante, ardiente, profundo, sólido, sustancioso y dotado de carismas extraordinarios, se daban hechos espectaculares durante sus homilías. Por ejemplo, a veces interrumpía sus palabras, señalaba a una mujer en la asistencia y le decía súbitamente: "Ud. piensa que no se morirá tan rápido y que tiene varios años por delante. Su muerte será dentro de… – ¡suspenso! – seis meses". Naturalmente, la señalada se desmayaba, caía en llanto, etc

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En otras ocasiones afirmaba: "Voy a expulsar el demonio que está flotando sobre este auditorio". Y en seguida pronunciaba la fórmula del exorcismo. Había un estrépito, como un rayo en cielo sereno; se caen las campanas del campanario y la población se atemoriza. Había conversiones masivas, pues bien podemos imaginar el efecto de prédicas de esa naturaleza.

 

San Antonio comprendía de modo claro que había sido destinado por Dios a la vocación de misionero al lado del pueblo. Nunca deseó convertirse en un teólogo profundo, ni en un orador de alto porte, como un Padre Antonio Vieira, un Bossuet, Bourdaloue, etc. Había nacido para hablar al vulgo, y con su espléndida oratoria popular convertía multitudes.

 

De igual forma, comprendió que era un hombre hecho para suscitar el celo, más que coordinar el celo que él mismo suscitaba. Por eso, pasaba por las provincias despertando por toda parte el amor a Dios, dejando que otros utilizasen después esa semilla y ese fuego para fines mejores. Era, por lo tanto, un modelo de desprendimiento, sin preocuparse en cosechar para sí, sino plantando para que otros cosechasen.

 

Arzobispo en Cuba y confesor de la Reina

 

Después de una estupenda predicación en las Islas Canarias, finalmente fue promovido a Arzobispo en Cuba, colonia española por ese entonces, cuya situación moral estaba muy decadente. San Antonio María Claret se dedicó a la conversión de la Isla, y cuando comenzó a obtener la enmienda de las costumbres, se desencadenó una intensa reacción contra él. Sufrió tantas y tan fuertes oposiciones, y hasta atentados, que la Reina de España terminó interviniendo y lo retiró de esas tierras.

 

De regreso a la metrópoli, San Antonio María Claret se instaló en la corte como confesor de la Reina Isabel II. Mujer de mal humor, comenzó a cambiar y a mejorar en contacto con San Antonio, hasta que un cambio político inesperado la destronó y la exiló a Francia. Él fue, por lo tanto, quien provocó por su celo ese terremoto en España, al mismo tiempo que desempeñaba una obra insigne como misionero en todo el país.

 

Defensor de la infalibilidad pontificia

 

En ese período fundó la Congregación de los Hijos de María, cuyo nombre expresa el culto fervoroso que dedicaba a la Madre de Dios bajo esa invocación.

 

Algunos años más tarde, durante el Concilio Vaticano I, se dio uno de los célebres episodios de la vida de San Antonio María Claret. Él ya estaba anciano y enfermo, aunque aureolado por las más altas gracias que se puedan recibir. Por ejemplo, el Santísimo Sacramento nunca se deterioraba dentro de él, entre una y otra comunión, de tal manera que era un sagrario vivo, así como Nuestra Señora, que tenía a Jesús viviendo en Ella durante el período de la Encarnación y de la gestación.

 

Pues bien, al oír en el Concilio Vaticano I pronunciamientos de algunos obispos contra la infalibilidad papal, San Antonio se levantó e hizo un famoso sermón en el que declaró: "Ojalá pudiese consumar mi carrera confesando y diciendo, de la abundancia de mi corazón, esta gran verdad: creo que el Sumo Pontífice Romano es infalible."

 

La actitud de algunos hermanos suyos en el episcopado lo apesadumbró y lo llenó de disgusto, a tal punto que sufrió un comienzo de apoplejía, de la cual iría a fallecer poco después en Francia, recogido en una Cartuja. Era el año de 1870.

 

Y así terminaron los días de ese magnífico varón de Fe, al cual tenemos la honra de tomar como patrono, como gran promotor de la devoción a Nuestra Señora, de forma especial al Inmaculado Corazón de María, así como por su ardoroso amor a la Santa Sede Apostólica. Además es nuestro modelo, pues demostró que en las camadas populares, al contrario de lo que sustenta la Revolución, una predicación auténtica y buena produce maravillosos resultados.

 

Todas esas razones nos llevan, en el día de su fiesta, a confiar de modo particular en el patrocinio de San Antonio María Claret, y a pedirle que nos alcance las mejores gracias del Cielo.

 


1) Metáfora empleada por el Dr. Plinio para expresar el estado de espíritu de quien, habiendo adherido con cierto ardor a un ideal, después se deja arrastrar por el desánimo, el langor y la inacción. Ése perdió el fervor con el que realizaba buenas obras y el entusiasmo que tenía en cumplir la vocación, así como el corazón de la mazorca que pierde sus granos y se transforma en un carozo (en portugués, "sabugo").

 

(Revista Dr. Plinio No. 79, octubre de 2004, p. 26-30, Editora Retornarei Ltda., São Paulo)

 

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