Innumerables pruebas muestran que Brasil es una tierra especialmente amada por Dios. Territorio enorme, tierra fértil, riquezas incalculables, inmensa variedad en el mundo animal, cualidades humanas desconcertantes… no le ha faltado nada en recursos naturales a ese país continente. Pero, sobre todo, al brasileño le ha sido dada una fe profunda, regada desde su cuna por la oración de numerosos santos, el esfuerzo de miles de evangelizadores y la sangre de muchos mártires.
No obstante, la predilección divina por la Tierra de Santa Cruz se mide por los favores marianos concedidos; entre ellos destaca la misteriosa aurora de la Virgen Aparecida. Al ser la patrona de esa nación, su historia no puede dejar de encerrar simbolismos e incluso tal vez contener paralelismos con la vida de ese pueblo.
Del origen de la imagencita nada se sabe. Tan sólo que, llegada la hora determinada por Dios, fue encontrada milagrosamente, restaurada, venerada y una vez más glorificada. Y cabe una pregunta: ¿habrá en ello también una analogía con la Historia de la Iglesia?
Los incontables milagros hasta hoy obrados en beneficio de los que a Ella recurren manifiestan su actuación para con las almas: un esclavo rezó ante su imagen y fue liberado de sus grilletes; un hombre impío pretendía invadir la iglesia montado a caballo, pero se quedó paralizado en los escalones de la entrada… ¿Acaso no serán éstas algunas muestras de cómo María escucha las oraciones de sus hijos, los libera del mal y los protege de sus perseguidores?
El cariño que el buen brasileño siempre le ha consagrado a la Virgen, unido a la benevolencia con la que Ella viene tratando a ese pueblo desde sus comienzos, es signo de las grandes maravillas reservadas para el futuro. Nunca Brasil fue capaz de tantas realizaciones como en los momentos en que sus hijos se mostraron auténticamente católicos. Y a los que permanezcan como tales, ciertamente, les está reservada la alegría de ver a su país triunfar sobre el mal.
Por otra parte, al ser la nación católica más grande del mundo, no se concibe que no tenga un papel especialísimo en la implantación del Reino de María anunciado por la Santísima Virgen en Fátima. Y la iniciativa de esta predilección viene de Ella, porque cuando apareció en el río Paraíba quiso la Señora del universo y Madre de Dios manifestarse también como Madre de Brasil, como Madre de cada corazón brasileño.
Dicho esto, es curioso destacar que las apariciones marianas son, normalmente, una ocasión para transmitir algún mensaje celestial. ¿Será Aparecida una de las raras excepciones que hay? ¿Existirá un mensaje perdido o todavía no transmitido? ¿O el cariño de María por los brasileños habría preparado una nueva maravilla aún por suceder? En fin, ¿qué anunciaría hoy Nuestra Señora al dirigirse a ese pueblo?
Las ovejas conocen la voz de su pastor, y los brasileños conocen el verdadero timbre de María. Su cariño por ellos no ha disminuido y siempre se manifiesta cuando cada cual abre su corazón al de Ella. Su salvación, en las aguas turbias y turbulentas de la modernidad agonizante, está sin duda en corresponder a tanto cariño, recompensándolo con creciente fidelidad, signo característico del auténtico amor.