El espíritu revolucionario, esencialmente igualitario e impuro, execra todo lo que es sublime y casto; tiene amor a lo banal, a lo trivial, cuando no a lo más bajo. Por eso fue grande el odio suscitado en los revolucionarios por ocasión de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción de María.
Tenemos un trecho de una encíclica de San Pío X1, en el que trata a respecto del dogma de la Inmaculada Concepción, y después de reflexionar sobre la actual negación del pecado original y sus consecuencias, el Santo Padre dice:
Anarquismo, la más perniciosa doctrina…
Pero si las gentes creen y confiesan que la Virgen María, desde el primer momento de su concepción, estuvo inmune de todo pecado, entonces también es necesario que admitan el pecado original, la reparación de la humanidad por medio de Cristo, el evangelio, la Iglesia, en fin la misma ley de la reparación. Con todo ello desaparece y se corta de raíz cualquier tipo de racionalismo y de materialismo y se mantiene intacta la sabiduría cristiana en la custodia y defensa de la verdad.
Inmaculada Concepción – Iglesia San Francisco de los Penitentes, Río de Janeiro, Brasil
“María Magdalena enjuga los pies de Jesús”, por Jaime Serra, Museo del Prado
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A esto se añade la actividad común a todos los enemigos de la fe, sobre todo en este momento, para desarraigar más fácilmente la fe de las almas: rechazan, y proclaman que debe rechazarse, la obediencia reverente a la autoridad no sólo de la Iglesia sino de cualquier poder civil. De aquí surge el anarquismo: nada más funesto y más nocivo tanto para el orden natural como para el sobrenatural.
Por supuesto este azote, funestísimo tanto para la sociedad civil como para la cristiandad, también destruye el dogma de la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios; porque con él nos obligamos a atribuir a la Iglesia tal poder que es necesario someterle no solamente la voluntad, sino también la inteligencia; así, por esta sujeción de la razón el pueblo cristiano canta a la Madre de Dios: Toda hermosa eres Marta y no hay en ti pecado original2. Y así se logra el que la Iglesia diga merecidamente a la Virgen soberana que ella sola hizo desaparecer todas las herejías del mundo universo.
…y la extrema punta de la Revolución
Ese trecho es de una riqueza de pensamiento que merece ser profundizado y resumido. San Pío X quiere mostrar cómo la aceptación del dogma de la Inmaculada Concepción, por parte de los fieles, es un remedio para lo que, en el ensayo Revolución y Contra-Revolución, llamamos la Revolución.
En esta obra señalamos el anarquismo como la fórmula más avanzada de la Revolución. Es decir, aquel estado de cosas hacia el cual el comunismo quiere caminar. Los comunistas dicen que debe haber, pasajeramente, una dictadura del proletariado. Pero, después de que esa dictadura haya modelado a los hombres según las intenciones comunistas, los hombres estarán en tal grado de evolución, de “perfección”, que no necesitarán más de leyes, de cárceles, no cometerán más crímenes, no harán guerras y no habrá necesidad de gobierno. Habrá entonces una anarquía. No en el sentido de un pandemonio, de un desorden, sino de un orden sin ley donde todos los hombres son reyes de sí mismos, nadie obedece a otro y reina una libertad, una fraternidad y una igualdad completas.
Ahora bien, dice San Pío X – la formulación que él usa aquí es muy interesante – que no se puede concebir un error peor que el anarquismo. No es una afirmación de carácter histórico – nunca apareció un error tan ruin como el anarquismo –, sino de carácter doctrinario. Mejor dicho, si el hombre más perverso y corrompido estuviera buscando el peor de los errores, en el orden de lo posible, él no encontraría un error peor que el anarquismo. Por tanto, es la extrema punta de la Revolución y, según este Papa santo, el peor error que se pueda concebir.
Indignación hasta en medios católicos
Afirma San Pío X que la admisión del dogma de la Inmaculada Concepción tiene como consecuencia para los hombres el reconocimiento de la autoridad de la Iglesia, pues el modo de saber que Nuestra Señora fue concebida sin pecado original, es la enseñanza de la Iglesia. Ella enseña porque se fundamenta en el Evangelio. Así, todo esto implica la aceptación del Evangelio y, en consecuencia, de la Revelación y del orden sobrenatural. Es la sumisión a un poder ante el cual se deben doblar no sólo los actos externos del hombre, sino también los internos; no apenas los actos de la voluntad, sino los de la inteligencia. Por tanto, es la actitud más contraria al anarquismo que pueda existir.
El Pontífice muestra cómo el acto de fe en la Inmaculada Concepción es soberanamente eficaz para extirpar del alma humana todas las raíces de la Revolución, y aplica a Nuestra Señora aquella hermosa frase que se encuentra en la Liturgia: “Tú sola extirpaste todas las herejías del mundo entero”. O sea, la Santísima Virgen, por su Inmaculada Concepción, aplastando la cabeza del dragón, padre de las herejías, las eliminó del mundo entero; y lucha, a través de todos los siglos de la vida de la Iglesia, por el exterminio de todos los errores. He aquí la idea contenida en este espléndido trecho de San Pío X.
Cuando el dogma de la Inmaculada Concepción fue definido por Pío IX, hubo en Europa una verdadera tempestad de odios, protestas, indignación, que alcanzó no solo a los no católicos, sino también a los católicos. En muchos medios católicos hubo furia por haber sido definido ese dogma. ¿Cómo explicar tal actitud?
Odio igualitario
Según este dogma, la Virgen destinada a ser la Madre de Dios fue concebida sin pecado original desde el primer instante de su ser. Esa indignación contra la Santísima Virgen, Madre de Nuestro Señor Jesucristo y Madre de la Iglesia, se explica por el odio igualitario de verla situada en el punto más alto en que una mera criatura pueda estar. Además, por ser una mujer, la voluntad de Dios se muestra de un modo mucho más fuerte, porque toma del orden humano el elemento generalmente considerado secundario y lo coloca en lo más alto de toda la pirámide de la Creación. Esto golpea enormemente el espíritu igualitario.
Además, hiere mucho a los igualitarios también el hecho de que María Santísima haya sido objeto de excepción a una regla, para la cual nunca hubo excepciones. La idea de una mujer sin pecado original, quebrando una regla universal y puesta, por tanto, en una altura enorme con relación a todos los seres humanos, causa en los revolucionarios un verdadero furor.
Pero esa furia tiene también otra causa. No es sólo por su aspecto anti- igualitario que la Inmaculada Concepción es odiada. Se suma a eso un odio de lo vulgar con relación a lo sublime.
San Joaquín y S Santa Ana con la Virgen María Colección Granados, Madrid, España
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Estas verdades – Nuestra Señora concebida sin pecado original, Virgen y Madre de Dios –, consideradas en su conjunto, corresponden a la sublimidad de un ser de tal manera puro, inmaculado, elevado sobre todo lo se pueda imaginar; tan virginal en lo más recóndito de sí mismo – por no tener ninguno de los impulsos que, aun en un santo, pueden representar el aguijón de la carne. Ni siquiera a esto el ser de Ella está sujeto, es algo tan transcendente en materia de sublimidad, tan alto y quintaesenciado en cuestión de pureza, tan excelso como condición humana, y tan diferente de nuestra propia condición, que queda expuesta para nuestra admiración una figura inmensamente mayor que nosotros, por medio de la cual nos hacemos una idea de la sublimidad a la que Dios puede elevar a una criatura humana, pero a la que nosotros no fuimos elevados.
La quintaesencia de la bienaventuranza
De ahí se desprende para todo el género humano una especie de honra y de gloria que choca directamente con el espíritu revolucionario, que odia todo cuanto es sublime y elevado, no solamente porque es igualitario, sino también por otra característica del igualitarismo que es el amor a lo banal, a lo trivial, cuando no a lo corrompido. Por eso los revolucionarios tienen un verdadero odio a la Inmaculada Concepción de María.
Ese furor contra la Inmaculada Concepción encuentra otra manifestación en el odio que las personas, movidas por el espíritu de las tinieblas, tienen a aquellos que, como nosotros, procuran practicar la virtud, particularmente en lo concerniente a la pureza, la compostura y la dignidad.
Tales personas son capaces de propagar las peores calumnias a nuestro respecto, sólo porque guardamos la castidad perfecta. La compostura, la nobleza, el trato distinguido, aun de aquellos que son de condición más modesta, llama la atención de todos y atrae la simpatía de los buenos. Con todo, a los malos les causa un verdadero odio la sublimidad de la causa que defendemos. Aquellos que gustan de la trivialidad nos detestan porque no somos vulgares y queremos orientar los espíritus hacia lo alto, que los nuestros tomen la actitud y dignidad de hijos de Dios y de Nuestra Señora, donde se refleje algo de la realeza de la misma Santísima Virgen. Es precisamente esto lo que los indigna.
Razón de alegría para nosotros, porque una de las bienaventuranzas es ser perseguido por amor a la justicia. Pero dentro de esta bienaventuranza hay una especial, que es como la quintaesencia de la bienaventuranza: ser perseguido por amor a Nuestra Señora y por las mismísimas razones por las cuales Ella es odiada.
Aproximándonos de la fiesta de la Inmaculada Concepción, pidamos cada vez más a María Santísima esa bienaventuranza de ser tan unidos a Ella y representar de tal manera su semblante, que realmente se pueda afirmar que somos odiados por causa de nuestra semejanza con Ella.
(Extraído de conferencias de 2/12/1964 y 6/12/1965)
1) Ad Diem Illum Lætissimum, 2/2/1904, n. 16.
2) Gradual de la Misa en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción.