Un Niño nacido para el combate

Publicado el 12/23/2019

En el día de Navidad la Cristiandad es invitada a contemplar al Niño Jesús, tan pacífico, el Príncipe de la Paz que, de brazos abiertos, sonríe a quienes se le aproximan. En ese momento, Él recibe, de parte de lo que la humanidad tiene de más sublime y magnífico, o sea, Nuestra Señora, una sonrisa llena de pureza y de luminosidad indecibles. Enseguida, junto a Ella, un varón tan excelso, que de algún modo tuvo proporción para ser su esposo y padre jurídico del Niño Jesús: San José.

 

Se acentúa con razón todo cuanto hay de bello y de poético en el buey y en el burro que, en la gruta de Belén, miran hacia el Niño Jesús; así como el contraste enorme entre Dios hecho hombre y aquellas criaturas irracionales que, con su aliento, dan calor al ambiente donde está el Divino Infante.

 

Se diría que consideraciones de lucha no cabrían en ese cuadro. Sin embargo, eso es así solo para quien no sabe ver en la entrada del Niño Jesús en el mundo la gran guerra que se inicia.

 

Con cuánta propiedad el Niño Jesús es presentado, en el pesebre, sonriendo y con los brazos abiertos. Este gesto significa la apertura de su amor hacia los hombres, en todos los tiempos y lugares, pero también la Cruz en la cual, por amor a los hombres, Él sería clavado.

 

El Niño Jesús, viendo la luz del día, al entrar en la Tierra saliendo del claustro augusto y virginal de María, probablemente abrió sus brazos en cruz e inmediatamente ofreció al Padre Eterno la gran lucha que iba a comenzar.

 

Batallador divino, tan pequeñito, Dios infinito encarnado en un niño, que quiso quedar dependiendo de todo y de todos, siendo el Creador omnipotente del Cielo y de la Tierra, de todas las cosas visibles e invisibles. Viene a la Tierra contrariando las fuerzas opuestas del demonio, del mundo y de la carne y, como un guerrero que entra en el combate para comenzar la guerra ¡allí está el Niño Dios, en el pesebre!

 

Es interesante ver que, entre todas las páginas del Evangelio, tal vez en ninguna el papel de Nuestro Señor en cuanto combativo esté tan bien acentuado como en el momento en que el Profeta Simeón recibe de María Santísima al Niño Jesús en los brazos y profetiza: “Este Niño fue puesto para caída y surgimiento de muchos en Israel, como un signo de contradicción, para que se revelen los pensamientos íntimos de muchos corazones” (Luc 2,34-35).

 

Por tanto, aquel mismo Niño tan encantador que se nos presenta en el pesebre en la noche de Navidad, es el gran divisor de la humanidad. A lo largo de toda la historia, Él escandaliza a los escandalosos, a los sinvergüenzas, a los malos, a los hipócritas; denunciándolos, dejándolos contrariados. Y ellos siempre se levantarán contra Él. Aquel Niño conducirá una gran batalla hasta la consumación de los siglos.

 

Cómo sería interesante que hubiese en una iglesia, a los pies del pesebre, una inscripción recordando que aquel Niño tan lleno de gracia y de inocencia, con los brazos en forma de cruz, nació para el combate*.

 

* Trechos de conferencias de 25/12/1982 y de 2/2/1983.

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