Si contemplamos con ojos de fe los bellos episodios ocurridos en ese remoto rincón del mundo, veremos definirse con claridad un aspecto de la devoción mariana, al mismo tiempo maravilloso y conmovedor.
Estamos en la bahía de Bengala. Aún no había rayado el día cuando nuestro astuto e increíblemente intuitivo taxista se presenta con su peculiar sonrisa. No habla ningún idioma occidental, pero un claro gesto suyo nos indica que es hora de marcharnos para fotografiar el amanecer sobre las espléndidas aguas del océano Índico, en ese remoto rincón del mundo donde desde hace casi cinco siglos resplandece la devoción a Nuestra Señora de la Salud de Vailankanni.
El sol nace junto al santuario
Nada más llegar a nuestro destino, el cielo empieza a iluminarse desvelando un panorama marítimo fascinante. Y van apareciendo, con una curiosa mezcla de candor y expectativa, numerosos peregrinos, procedentes de todas las partes del subcontinente para asistir a la salida del sol. Ataviadas con sus coloridos saris, las mujeres esperan plácidamente de pie mientras a su alrededor los niños corretean y brincan.
Unos minutos después, cuando el sol ya se alza majestuoso y triunfante sobre las olas azules y doradas, los pescadores extienden en la arena de la playa sus redes aún húmedas y llenas de vida. En rededor se reúnen incontables pares de ojos negros y brillantes, deseosos de examinar los fresquísimos peces traídos de las vastedades marinas.
Entretanto se iluminan las imponentes y esbeltas torres del santuario de Vailankanni, rebosante ya de vitalidad y piedad, de visitantes y peregrinos, de movimiento y quietud, en esa mixtura tan propia del subcontinente indio.
Conocida como la “Lourdes de Oriente”
Vailankanni es sin duda un lugar distante, como lo fueron, en su época, Lourdes, Fátima, La Salette. Tal vez sea esta característica esencial la que hace a esta ciudad el lugar donde María Santísima quiso atraer hacia su divino Hijo a los sufridos que soportan con resignación el peso de terribles cruces, de penurias que manos humanas no pueden extinguir ni siquiera mitigar. Nuestra Señora de la Salud les habla con ese mismo lenguaje del corazón que usó Jesús: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré” (Mt 11, 28). En su papel de Madre del género humano, no sólo intercede por nosotros, sino que nos acerca bondadosamente y nos encamina hacia el Señor, como otrora lo hiciera en las bodas de Caná: “Haced lo que Él os diga” (Jn 2, 5).
Una cosa es segura: Nuestra Señora de Vailankanni ejerce sobre las multitudes una atracción absolutamente sorprendente. Supera los 20 millones el número de peregrinos que anualmente visitan el santuario. Por lo que la ciudad quedó conocida como la “Lourdes de Oriente” y en la actualidad es uno de los principales focos de devoción mariana, no sólo de Asia, sino del mundo entero. En 1962 la Santa Sede elevó dicho templo a la categoría de basílica menor. Especialmente concurrido es el período del 29 de agosto al 8 de septiembre, en el que la cantidad de peregrinos sobrepasa con frecuencia los 3 millones.
La Virgen se aparece a dos niños
El origen de esta devoción se remonta a finales del siglo XVI, atribuida a tres apariciones preservadas por la tradición hasta nuestros días.
La primera sucedió en torno al 1580. Un pastorcito, que debía llevar un cántaro de leche a su amo, descansaba a la orilla de un lago cuando fue despertado por una resplandeciente Señora que, con delicados modales, le pidió un poco de leche para alimentar al luminoso Niño que llevaba en sus brazos. Lleno de admiración, enseguida le entregó el cántaro; al llegar un poco más tarde a la casa de su irascible patrón, le contó lo que le había pasado para disculparse por la pequeña cantidad de leche que traía. Escéptico y algo enfurecido, el hombre abrió el cántaro y… no sólo constató que estaba lleno, sino también que la leche rebosaba abundantemente. La noticia del milagro se difundió rápidamente y fue construida una capilla que se convirtió en poco tiempo en un lugar de peregrinaciones conocido hasta hoy por el nombre de Matha Kulam, el “Pozo de Nuestra Señora”.
No lejos de allí, tuvo lugar unos años más tarde la segunda aparición. La celestial Dama se presentó a un infeliz joven, vendedor de suero de leche. Como no podía andar, debido a un defecto en sus piernas, pasaba gran parte del día a la vera de irascamino, ofreciendo a los transeúntes la mercancía que elaboraba su pobre madre viuda. En esta ocasión, fue el encantador Niño el que tomó la iniciativa de pedirle de beber. Sin dudarlo, el joven le ofreció un gran vaso. Mientras bebía, la hermosa Señora le pidió el favor de que fuera a visitar a un adinerado comerciante de la vecina aldea de Nagapattinam y le transmitiera su deseo de que se construyera una capilla en su honor. El jovencito le explicó que no podía caminar. Con su luminosa mirada, la tierna Señora lo curó inmediatamente, y él salió corriendo, lleno de alegría, para cumplir tan honroso encargo.
En riesgo inminente de zozobrar
La alta mar fue el sitio elegido para la tercera aparición de la Virgen. Un barco portugués navegaba de Macao a Sri Lanka cuando fue sorprendido por una inesperada y violenta tempestad. Ante el inminente peligro de que se fuera a pique, los tripulantes invocaron el auxilio de María, y la magnífica Estrella del Mar hizo que la tormenta cesara inmediatamente, salvando la vida de 150 personas.
Cuando se les presentó la primera oportunidad de desembarcar, los marineros portugueses comprobaron asombrados que se encontraban en Vailankanni, donde estaba ubicada la pequeña capilla construida a ruegos de la gentil Señora que, en su primera aparición, había pedido solamente un poco de leche para dársela a su Hijo. Era el 8 de septiembre, fiesta de la Natividad de María Santísima.
Desde ese día hasta hoy, son incontables los favores materiales y espirituales concedidos por Nuestra Señora de Vailankanni, que acoge maternalmente las súplicas de millones de peregrinos provenientes de todos los cuadrantes del Índico.
Tierna y maternal pregunta
Si contemplamos con ojos de fe estos hermosos episodios transmitidos por la tradición a lo largo de más de cuatro siglos, veremos definirse con claridad un aspecto de la devoción mariana, al mismo tiempo maravilloso y conmovedor. La Reina del Cielo y de la tierra le pide con gentileza a un pastorcito: “¿Quieres darme un poco de leche?”. Y cuando sus admirados interlocutores se entregan a su bondad, Ella, con maternal desvelo, les retribuye con gracias y favores incomparablemente superiores a las pequeñas amabilidades que de ellos ha recibido. Así, a miles de sus devotos los salva de la furia de las tempestades; a otros, los cura de las enfermedades más variadas; a todos los colma de una ternura que supera los límites de lo imaginable.
Consideremos ahora qué cosa, grande o pequeña, la Virgen nos pide a cada uno de nosotros, haciéndonos en el fondo de nuestra alma la tierna y maternal pregunta: “¿Quieres darme…?”.
Y no tengamos duda de que, si le respondemos con generosidad, Ella misma providenciará que nos sea dada aquella “medida generosa, colmada, remecida, rebosante” (Lc 6, 38), prometida por el Salvador. Medida que excederá todo lo que podamos anhelar. En una palabra, el céntuplo en esta tierra y, después, la vida eterna (cf. Mt 19, 29).