Desde su más tierna infancia la brasileña Cecy Cony experimentó la presencia sensible de su ángel de la guarda, al que llamaba “Nuevo Amigo”. Ese fiel compañero la guió e instruyó, y a veces la animó a realizar arduos y valientes sacrificios, como el que se relata a continuación.
Jóvenes y viejos, ricos y pobres: toda la ciudad de Jaguarão estaba igualmente atareada, preparando la fiesta del Divino Espíritu Santo, cuyo estandarte era llevado en procesión de puerta en puerta, dando oportunidad a sus moradores para besar la hermosa imagen de la paloma y ofrecer una contribución que aumentara el brillo de las festividades.
“¡Qué bueno vivir en una ciudad protegida por el Espíritu Santo! Y cuando su estandarte pasa al frente de mi casa, ¡qué honor poder besarlo y ofrecer algunas monedas para la fiesta!”pensaba la pequeña Cecy Cony, observando los preparativos.
Insulto a Dios
Desde muy niña, Cecy Cony mantuvo una convivencia sensible con su Ángel de la Guarda
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Pero sus inocentes y alegres cavilaciones fueron golpeadas por una noticia que conmocionó a todos los habitantes de Jaguarão. En el cuartel del ejército, ubicado al centro de la ciudad, el coronel comandante mandó avisar por medio de un sargento que la procesión debería pasar de largo, porque no entraría ahí el estandarte del Espíritu Santo.
El hecho causó una fuerte impresión en Cecy: “¿Cómo puede ser tan malo ese coronel? Los pobres soldados se privarán de recibir la bendición del Espíritu Santo y de dar una modesta contribución a la fiesta. ¡Pero mucho peor es el insulto a Dios!” Abrumada con tales pensamientos, y sin poder conciliar el sueño, pasó la noche imaginando un medio de reparar tan grave ofensa.
Inspirada por el “Nuevo Amigo”
Todos tenemos un Ángel de la Guarda que siempre está junto a nosotros, ayudando, orientando y protegiendo. Pero Cecy había sido agraciada con un favor especial: tenía una convivencia sensible con su ángel. Por así decir, oía su voz y sentía con frecuencia su mano protectora. Cuando por primera vez lo vio, a los cinco años de edad, no sabía lo que era un ángel, así que lo llamó “Nuevo Amigo”.
Estando, pues, triste y desvelada aquella noche, sintió la mano de su Nuevo Amigo posarse con dulzura sobre su cabeza, como promesa de ayuda, llenándola de paz. Durmió entonces serenamente.
Al día siguiente, en el desayuno, sintió de nuevo la mano de su Ángel de la Guarda mientras su voz le susurraba la idea de pedir a cada soldado del cuartel una contribución para la fiesta, y, en compensación por no haber podido besar el estandarte del Espíritu Santo, dejar que cada uno besa-ra la medalla que ella llevaba al cuello.
Empezó entonces una pequeña batalla en su mente: “¡Qué extraña les pareceré a los soldados en la calle pidiéndoles dinero…!”
Como respuesta, el ángel le inspiró otro pensamiento: “Incluso si esto me incomoda, debo hacerlo para alegrar al Espíritu Santo. Tengo que empezar hoy mismo, de lo contrario no quedará mucho tiempo para recolectar dinero y entregarlo al sacerdote antes del día de la fiesta”.
El capitán João Ludgero de Aguiar Cony y Antonia Soares, padres de Cecy
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Impelida por el Nuevo Amigo, Cecy decidió poner manos a la obra de inmediato. Su padre le había regalado veinte reyes (moneda de la época) para comprar un par de zapatitos blancos. Consiguió el permiso de su madre para ir a ver las vitrinas de las tiendas, a fin de elegir los que más le gustaran. Era la ocasión segura de encontrar soldados en la calle.
“Señor soldado, por favor”
Una vez en el centro de la ciudad, la pequeña se apostó en una concurrida esquina. Y –¡mira allá!– un soldado caminaba en su dirección, pero… su corazón comenzó a latir más rápido, y se sintió completamente intimidada. ¿No sería mejor que ese soldado desapareciera?
Pero su Nuevo Amigo, apoyando gentilmente la mano en su hombro, le dio firmeza y la llenó de valor. El soldado estaba ahora a sólo tres pasos…
–¡Señor soldado, por favor!
–Cómo no, linda niña, ¡a tus órdenes! ¿Qué quieres?
Animada por esa muestra de educación, Cecy inició el pequeño discurso que había preparado cuidadosamente:
–Me da mucha pena que el coronel no haya permitido que el estandarte del Espíritu Santo entrara al cuartel. Y los pobres soldados no pudieron saludar al estandarte ni hacer una ofrenda. Por eso estoy pidiendo a cada uno una pequeña contribución, y voy a dárselo todo al párroco antes del día de la fiesta.
–Contribuyo con gusto, pequeñita. Aquí está mi ofrenda– respondió el militar, poniendo en la palma de la mano de Cecy una moneda de plata.
Llena de gozo por ese buen éxito inicial, prosiguió su tarea, y al final de un día agotador, vio que había reunido treinta reyes y algunos centavos. ¡Parecía una cantidad inmensa! Ningún soldado había dado solamente una moneda de cobre (un tostón), aunque era lo que ella les pedía. Algunos hasta dieron dos de plata.
Nueva batalla
De vuelta a casa, guardó cuidadosamente las monedas en un cajón, planeando cambiarlas por un billete de 30 reyes y enviarla al sacerdote antes de la fiesta. Pero surgió otro problema: no había billetes de 30 reyes, debía elegir ente uno de 20 u otro de 50. ¡Qué maravilloso sería poder mandar un billete de 50!
Se le ocurrió entonces una generosa idea. En vez de comprar el par de zapatos blancos, con los 20 reyes que su padre le había dado podría completar lo que faltaba para un billete de 50.
En respuesta a ese pensamiento se le ocurrió otro que sonaba más razonable: “No se verá bien estar en la fiesta toda de blanco y con zapatos negros… Aparte, el Espíritu Santo quedará feliz con la ofrenda hecha por los soldados mismos”.
Iglesia principal de Jaguarão a inicios del siglo pasado
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Así, terminó por parecerle más conveniente comprar los zapatos blancos, y ya enrollaba cuidadosamente las monedas en un bonito papel de regalo, cuando sintió de nuevo la mano del ángel sobre el hombro, sugiriéndole un acto de generosidad: debía ofrecer el dinero destinado a la compra de los lindos zapatos blancos. ¡Dios le pedía ese sacrificio!
Sin más vacilaciones, Cecy fue a ver a su padre, le dijo que no quería comprar los zapatos nuevos y preguntó si podía quedarse con el dinero, a lo que él accedió.
Gran victoria, inmensa recompensa
Entonces cambió las monedas por un billete de 50 reyes, que metió en un sobre, lo cerró con pegamento y escribió: “Ofrenda de un grupo de soldados para la fiesta del Divino Espíritu Santo”. Después fue a la parroquia y dejó el sobre arriba de una mesita de la sacristía, porque ni el sacerdote ni el sacristán estaban allá. Y echó las moneditas restantes a la limosna, antes de dejar la iglesia.
¡La batalla había terminado con una gran victoria!
La víspera de la fiesta, Cecy tuvo la discreta alegría de leer en la lista de contribuciones: “Un grupo de soldados – 50 reyes”.
En la ciudad nadie supo de la participación de Cecy en esa donación, pero la niña se sentía inmensamente recompensada por saber que Nuestro Señor estaba contento con ella, y por sentir siempre la dulce presencia de su Nuevo Amigo.
(Adaptado del capítulo 17 de “Debo contar mi vida”, su autobiografía, editada por el R.P. Juan Bautista Reus, S.J., persona de señalada virtud, y publicada por primera vez en 1949. La obra fue traducida al inglés y al alemán bajo los títulos respectivos de “Under Angel Wings” e “Ich sah meinen Engel”)