Una oración valiosa para alcanzar el desprendimiento y el amor a Dios

Publicado el 03/06/2017

Compuesta por el Cardenal Rafael Merry del Val, Secretario de Estado del Papa San Pío X.

Conforme resaltaba el Dr. Plinio, la humildad es uno de los sustentáculos importantes para la perseverancia del católico, como salvaguardia de la virtud de la pureza y de la autenticidad de cualquier acto piadoso.

 


 

Cardenal Merry del Val

Las Letanías de la Humildad, escritas por el Cardenal Merry del Val, aunque son magníficas y de un provecho inestimable para las almas, debiendo ser rezadas a menudo, podrían admitir cierto desarrollo particularmente útil para los miembros de nuestra obra.

 

Contrarias a la visión egoísta de la vida

 

En ese sentido, se me ocurrió hacer una aplicación de los mismos conceptos enunciados por el Cardenal Merry del Val a tópicos que nos interesan de un modo especial.

 

Bajo cierto punto de vista, esa oración podría ser llamada “Letanías del Desprendimiento”, pues todos los pedidos en ella formulados tienen como objetivo evitar el egoísmo.

 

Así, los deseos de ser estimado, amado, honrado, consultado, preferido, de ser más santo que los otros, etc., resultan, en último análisis, de la preocupación egoísta por considerarse el primero y por tener todo para sí. En síntesis, de quien tiene como idea fija el “yo, yo, yo”.

 

Surge, entonces, este pensamiento: “Está bien no desear ser amado, conocido, alabado.Ese es el lado negativo del asunto. ¿Cuál es el aspecto positivo?”

 

El lado positivo, contrario al egoísmo, no consiste apenas en el amor al prójimo, sino y sobre todo, en el amor a Dios. El verdadero amor a mis semejantes es un reflejo del amor a Dios, que también se expresa en la devoción a Nuestra Señora, a la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana – Cuerpo Místico de Cristo –, así como en el amor a la voluntad del Altísimo.

 

Dr. Plinio en 1974

En consecuencia, presentar el lado positivo de esas Letanías envuelve la siguiente cuestión: al entrar en un ambiente, debo estar sinceramente despreocupado por ser el primero, por ser honrado, alabado, estimado, consultado, etc., y cumple tomar esa actitud por amor a Dios. Por lo tanto, debo querer que el Creador y la Iglesia sean amados sobre todas las cosas; y que yo sea capaz de amar mi vocación por encima de todas las cosas meramente humanas.

 

Tener siempre en mente el aspecto positivo de esos pedidos

 

También es importante considerar que al esforzarme para evitar que el amor propio, el orgullo y el egoísmo me dominen, necesito tener cierta visualización que me ayude a combatir esos defectos.

 

Imaginemos, por ejemplo, que yo pronuncie una conferencia y el público, muy indulgente y poco inclinado a hacer críticas, me cumule de aplausos. ¿Cuál debe ser el pensamiento correcto a ser formulado en esa hora?

 

“No tiene ninguna importancia que me ovacionen. ¿Mi exposición consiguió despertar en alguien el amor a Dios y a la Iglesia Católica? ¿Esos aplausos significan un movimiento verdadero de virtud, que mis palabras suscitaron? Me alegraré, si así fue. Sin embargo, no en lo que dice a mi respecto, porque esta es mi razón de ser: soy hijo de Dios y de la Santa Iglesia, siervo de Nuestra Señora. Por eso me debo preocupar.”

 

Tener siempre en mente ese aspecto positivo de las Letanías de la Humildad es un auxilio espléndido para practicar de un modo completo esa virtud propugnada por el Cardenal Rafael Merry del Val en su oración, así como para evitar los defectos señalados por ellas.

 

El modo más acertado de rezar las Letanías de la Humildad

 

Así, me parece extremamente conveniente meditar siempre sobre el contenido de esa valiosa oración. Y hacerlo con aplicaciones concretas a nuestra vida cotidiana, a nuestro día a día en la vocación. Pues el amor propio es algo tan continuo, polimórfico y profundamente radicado en la naturaleza humana, que cualquier persona, si no tiene vigilancia, termina siendo medio infiltrado – ¡por decir poco! – por él.

 

Doy un ejemplo. Si desempeñamos una tarea de un modo bien hecho, obtenemos un gran resultado para nuestro apostolado y por esa razón somos objeto de la admiración de los demás. La pregunta que debemos hacernos es: “¿Actuamos así por satisfacción propia o por Nuestra Señora? ¿Para ser aplaudidos o con el fin de que Ella sea bien servida?”

 

Si realizamos el trabajo para glorificar a la Santísima Virgen, hicimos lo correcto y lo deseable. Pero si saboreo los elogios y pienso: “¡Hombre! ¡Hice tal cosa y cómo me admiraron los demás en ese momento! Fulano, que siempre me lleva la contraria, quedó con la cara larga…” –, me estaré entregando a consideraciones lastimosas, que roban el mérito de mi apostolado.

 

Necesitamos ser indiferentes al hecho de aparecer o no en lo que hacemos en las vías del bien. Y sólo hay un medio eficaz para alcanzar ese desprendimiento: examinarse y preguntarse si de hecho Nuestra Señora es bien servida, honrada y glorificada con nuestras realizaciones.

 

Es decir, el modo más práctico y correcto de rezar las Letanías de la Humildad es hacer continuamente esas aplicaciones a nuestro comportamiento en la vida cotidiana. Por otro lado, si emprendemos un trabajo importante y nadie nos elogia, no nos incomodemos. Desde que hayamos procurado atender a los designios de Dios, el resto no importa.

 

Procediendo de esa forma se combate enteramente el egoísmo y el orgullo.

 

(Revista Dr. Plinio, No. 107, febrero de 2007, p. 12-15, Editora Retornarei Ltda., São Paulo.)

 


 

LETANÍAS DE LA HUMILDAD

 

¡Oh Jesús!, manso y humilde de corazón, oídme.

 

Lo que el varón católico no debe desear para sí:

Del deseo de ser estimado, libradme, ¡oh Jesús!

Del deseo de ser amado,

Del deseo de ser conocido,

Del deseo de ser honrado,

Del deseo de ser alabado,

Del deseo de ser preferido,

Del deseo de ser consultado,

Del deseo de ser aprobado,

 

Lo que el varón católico no debe temer para sí:

Del temor de ser humillado, libradme, ¡oh Jesús!

Del temor de ser despreciado,

Del temor de sufrir repulsas,

Del temor de ser calumniado,

Del temor de ser olvidado,

Del temor de ser ridiculizado,

Del temor de ser infamado,

Del temor de ser objeto de sospecha,

 

Lo que el varón católico debe desear para sí:

Que los otros sean amados más que yo, Jesús, dadme la gracia de desearlo.

Que los otros sean estimados más que yo,

Que los otros sean elevados en la opinión del mundo y que yo disminuya,

Que los otros sean escogidos y yo sea puesto de lado,

Que los otros sean alabados y yo sea despreciado,

Que los otros sean más santos que yo, con tal que yo sea tan santo cuanto me sea posible,

 

(El Dr. Plinio compuso el siguiente añadido a la oración formulada por el Cardenal Merry del Val)

 

¡Oh Jesús!, Modelo y Fuente de celo por la gloria del Padre Eterno, oídme.

 

Lo que el varón católico debe desear para la Iglesia militante:

El deseo ardiente y eficaz de que la Iglesia militante sea estimada por encima de todas las cosas por los hombres, dadme, ¡oh Jesús!

El deseo ardiente y eficaz de que la Iglesia militante sea amada por encima de todas las cosas por los hombres,

El deseo ardiente y eficaz de que la Iglesia militante sea exaltada por encima de todas las cosas por los hombres,

El deseo ardiente y eficaz de que la Iglesia militante sea honrada por encima de todas las cosas por los hombres,

El deseo ardiente y eficaz de que la Iglesia militante sea alabada por encima de todas las cosas por los hombres,

El deseo ardiente y eficaz de que la Iglesia militante sea preferida a todo por los hombres,

El deseo ardiente y eficaz de que la Iglesia militante sea acatada como Maestra suprema e infalible por todos los hombres,

El deseo ardiente y eficaz de que la Iglesia militante sea enteramente comprendida y apoyada por todos los hombres,

 

Lo que el varón católico debe rechazar por amor a la Iglesia militante:

La santa indignación por ver a la Iglesia militante humillada por sus adversarios , dadme, ¡oh Jesús!

La santa indignación por ver a la Iglesia militante despreciada por sus adversarios,

La santa indignación por ver a la Iglesia militante sufrir repulsas de sus adversarios,

La santa indignación por ver a la Iglesia militante calumniada por sus adversarios,

La santa indignación por ver a la Iglesia militante ser objeto del olvido de sus adversarios y de sus hijos tibios,

La santa indignación por ver a la Iglesia militante ridiculizada por sus adversarios y ser objeto del respeto humano de sus hijos tibios,

La santa indignación por ver a la Iglesia militante ser infamada por sus adversarios,

La santa indignación por ver a la Iglesia militante ser objeto de sospecha de sus adversarios y de sus hijos tibios,

 

Lo que el varón católico debe desear para sí en la Iglesia militante:

Que los otros hijos de la Iglesia militante sean más amados que yo, Jesús, dadme la gracia de desearlo, para que sean enteramente puras de egoísmo mi intenciones de apostolado.

Que los otros hijos de la Iglesia militante sean más estimados que yo,

Que los otros hijos de la Iglesia militante se eleven en la opinión del mundo y yo disminuya,

Que los otros hijos de la Iglesia militante sean escogidos y yo sea puesto de lado,

Que los otros hijos de la Iglesia militante sean alabados y yo sea despreciado,

Que los otros hijos de la Iglesia militante sean preferidos a mí en todas las cosas,

Que los otros hijos de la Iglesia militante sean más santos que yo, con tal de que yo sea tan santo cuanto me sea posible, Jesús, dadme la gracia de desearlo, para que sean enteramente puras de egoísmo mi intenciones en la vida interior.

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“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos. Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas. Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.

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