Virgen del Carmen salvando a un náufrago. – Iglesia de la Anunciación, Bayona, España
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Existe un canto a Nuestra Señora del Carmen en cuyo estribillo se pide: “Carmelitis da privilegia” – a los carmelitas dales privilegios. La correlación entre privilegio y la devoción mariana siempre me encantó y me pareció un elemento fundamental de esta devoción.
“Privilegio” es una palabra de raíz latina que viene de privata lex – ley privada-, o sea, la ley reservada a un individuo o a un grupo y no a otros.
María Santísima, como Madre que es, no trata a sus hijos de acuerdo a las reglas generales. Aunque estas existan, ella siempre sabe abrir una excepción, un privilegio, y cada hijo de Nuestra Señora es un privilegiado por algún lado. Se trata que busquemos tener la noción de cuál es el privilegio que cabe a cada uno de nosotros.
A veces, esta noción es muy confusa: recibo alguna gracia que me tocó más profundamente el alma; años después, inesperadamente viene otra y más adelante otra… Estudiando el hilo conductor de esas gracias, noto que existe un sentido que, al analizarlo, me hace comprender el privilegio por el cuál escapo de la regla general. Allí, Nuestra Señora supo tener conmigo una pena que no tuvo para con nadie más. Para otro, Ella tendrá otra cosa. Pero a mí me concedió aquello que me da aliento y ánimo como a ningún otro. Este es el privilegio para mí.
Hagamos nuestra la bella oración de los carmelitas diciendo: “¡Oh María, a estos hijos tuyos, dales privilegios!”
Queremos ser anti-igualitarios hasta en lo que se refiere a la vida espiritual, pues un privilegio supone desigualdad. Nuestra Señora de las legítimas y armónicas desigualdades es Nuestra Señora de los Privilegios.
(Extraído de conferencia de 7/1/1977)