No hay día en que la gracia no nos hable. No hay día en que Dios no nos convoque a dar un paso más hacia la unión con Él. Para escuchar con claridad esa voz misteriosa y discreta basta con apartarnos un poco de la vorágine del mundo actual.
Otoño en los bosques de Rumanía
|
Quién, estando inmerso en las ocupaciones diarias, en medio de la faena cotidiana, no se ha sentido tocado alguna vez por una voz discreta y misteriosa que le dice: “Si escuchas hoy mi voz, no endurezcas tu corazón”? ¿Quién no ha oído nunca susurrar en su interior: “Ven a mí y te daré paz de alma, serenidad en el combate, fuerzas cuando tu fragilidad clame auxilio, y la victoria en tus propósitos”? ¿Quién no se ha sentido jamás asumido por palabras de suave bálsamo, que penetran a fondo en el corazón?
La presencia de esa íntima y enigmática voz es mucho más común de lo que se puede imaginar. A lo largo del día, aunque de forma casi imperceptible, habla, advierte, aconseja, corrige. En medio de las tribulaciones, suele tranquilizar; ante una ocasión próxima de pecado, nos previene; después de una falta, nos reprende. Es la gracia que nos habla en nuestro interior.
Puede entrar en contacto con nosotros de distintas maneras: a través de una música que nos equilibra y eleva; o de la contemplación de un vasto y bello panorama, imagen de la grandeza y dadivosidad divinas; o quizá de la visión de un mar cristalino y translúcido, de color de la aguamarina, que nos arranca de la vulgaridad y la agitación hodiernas.
También puede manifestarse por medio de una piedra preciosa, cuyo esplendor evoca la acción de la Providencia sobre ciertas almas muy elegidas. Rudas y opacas al principio, son talladas con el sufrimiento y pulidas con la acción del Espíritu hasta alcanzar una belleza rutilante, reflejo de la inefable luz del Creador.
Amanecer en la playa de Caçandoca, Ubatuba (Brasil)
|
El sereno vuelo de un águila en dirección a la cima de las montañas, muy cerca de las nubes del cielo, igualmente nos habla con fuerza al espíritu. Nos admira la enorme distancia que la separa de la mediocridad de las cosas terrenas, sobre las que parece que lanza una mirada de altiva indiferencia. Quien la contempla planeando en las alturas enseguida es tocado por aquella voz misteriosa, que dice: “Ven tú también a surcar los elevados panoramas de la Creación, saborea los vuelos sobrenaturales del espíritu, no te quedes prendido entre los vacíos y efímeros objetos de la tierra. Has sido llamado a sobrepasar en osadía a esa ave insigne. Ama con todas las fuerzas de tu alma todo lo que atañe a Dios y detesta todo lo que a Él se opone”.
No hay día en que la gracia no nos hable; no hay día en que Dios no nos convoque a dar un paso más hacia la unión con Él. Para oír esa voz misteriosa y discreta no es necesario poseer dones místicos extraordinarios. Basta con apartarnos un poco de la vorágine del mundo actual en busca de valores más altos. Detengámonos unos instantes ante el Santísimo Sacramento, a los pies de una piadosa imagen o ante el retrato de algún santo. Sin duda que la gracia se hará oír con mayor nitidez que en medio de los quehaceres del día a día.
Otoño en los bosques de Rumanía
|
El ser humano es un compuesto sustancial de materia y forma, de cuerpo y alma y por eso la gracia se vale de algo o de alguien para actuar sobre nosotros. La materia produce una influencia benéfica sobre el hombre cuando está unida a Dios y supone un obstáculo cuando está unida al mal. Cuanto mayor contacto tengamos con lugares, objetos o personas que le pertenecen por entero, más cerca de Él conseguiremos estar.
Una rutilante piedra preciosa, o mejor un alma preciosa, cuando es considerada en sus aspectos más nobles y admirada como reflejo del Altísimo, jamás será instrumento de alejamiento de Dios, como piensan muchos insensatos e ignorantes, sino un instrumento que nos conduce al Cielo.
Oigamos atentamente esa voz de la gracia que en todo momento nos está hablando, incluso en la insensibilidad del alma, para que en el día del Juicio podamos escuchar con gozo al Señor diciéndonos: “Esta oveja escuchó mi voz. La conozco y ahora me seguirá para siempre”.