Comentario al Evangelio – 17º Domingo de Tiempo Ordinario – Las parábolas del Reino

Publicado el 07/29/2017

 

– EVANGELIO –

 

El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, que quien lo encuentra lo oculta y, lleno de alegría, va, vende cuanto tiene y compra aquel campo. Es también semejante el reino de los cielos a un mercader que busca perlas preciosas, y hallando una de gran precio, va, vende todo cuanto tiene y la compra. 

 

Es también semejante el reino de los cielos a una red que se echa en el mar y recoge toda clase de peces. Cuando se llena, los pescadores la sacan sobre la playa, y sentándose, recogen los peces buenos en canastos, y los malos los tiran. Así será la consumación del mundo: saldrán los ángeles y separarán a los malos de los justos, y los arrojarán al horno de fuego; allí habrá llanto y crujir de dientes. ) Habéis entendido todo esto? Le respondieron: Sí. Y les dijo: Así, todo escriba instruido en la doctrina del reino de los cielos es como el padre de familia, que de su tesoro saca lo nuevo y lo viejo. (Mt 13, 44-52)

 


 

Comentario al Evangelio – XVII Domingo del Tiempo Ordinario – Las parábolas del Reino

 

 

Tres parábolas acerca del Reino —el tesoro escondido, la perla y la red—, preciosas lecciones para nuestra vida y para alcanzar la salvación. En el fin del mundo, cuando los “pescadores” separen los “peces”, ¿estaremos entre los buenos o los malos?

 


 

I – El Reino revelado por el Divino Maestro

 

Habiendo sido enviados algunos soldados por las autoridades religiosas del Templo para arrestar a Jesús, regresaron sin cumplir la misión, alegando que les fuera imposible ejecutarla por la sencilla razón de que nadie había hablado nunca como Él. Este episodio refleja el gran poder de expresión de la verdad enseñada por la Verdad Encarnada.

 

Nadie llegó jamás a ser Maestro, ni llegará a serlo, en todo el alcance de la palabra, como Jesucristo lo fue. De hecho, ¿quién podrá superar la pedagogía del Predicador Divino?

 

Consideremos también que el hombre es moralmente incapaz de conocer por sí solo y cabalmente las verdades religiosas, requiriendo el concurso de la Revelación. Al respecto, podemos preguntar también: ¿quién mejor que el mismo Cristo para ofrecer esa Revelación?

 

Él traía desde lo alto una rica variedad de temas para instruirnos, entre los cuales se encontraba el Reino de Dios.

 

Objetivo de las enseñanzas de Jesús

 

Su gran deseo era darnos a conocer directamente las maravillas que el Padre nos había preparado, puesto que no era fácil expresarlas en lenguaje humano, como diría luego San Pablo: “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre lo que Dios ha preparado para los que le aman” (1 Cor 2,9). Pero si Él nos mostrase el Reino de los Cielos en lugar de revelárnoslo, perderíamos los méritos. Por consiguiente, era indispensable utilizar imágenes aproximativas, embebidas de lógica y verosimilitud, y fácilmente accesibles para nuestra inteligencia.

 

Los recursos de una oratoria elaborada no hacían falta al Maestro, por ser Quien era y por comunicar una doctrina eterna; grandiosa, por tanto, en su substancia misma.

 

Frente a lo antes dicho, y analizando los hechos tal como ocurrieron, queda claro al simple lector de los Evangelios que Jesús, durante su vida pública, nunca se propuso formar profesionales, artistas o especialistas en ciencia; se empeñó en constituir las piedras vivas de su Iglesia para encaminarlas a su Reino eterno.

 

También comprendemos mejor algunas de las razones que lo hicieron presentarse, en su misión, como modelo excelente y perfecto de todos cuantos han sido llamados a enseñar.

 

Por su modo de actuar, advertía los errores, engaños y desvíos de quienes pretenden ganarse un nombre con la docencia, o de quienes tratan de adueñarse de la verdad, que es un bien común.

 

Después de Jesús, los Santos y los Doctores dejaron muy claro ese punto en particular, como San Agustín cuando escribió: “El que reclama para sí mismo lo que Tú ofreces a todos, queriendo como cosa particular lo que está destinado a todos, es reducido desde lo que era común a lo que es suyo propio, esto es, cae de la verdad en la mentira” 1. Bajo este ángulo, Jesús brindó el ejemplo más alto de modestia, como dice San Pablo: “Siendo de condición divina, no tuvo por tesoro codiciable mantenerse igual a Dios, antes se anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres” (Flp 2, 6-7). Por eso encontramos al Señor refiriéndose invariablemente al Padre.

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Era indispensable que Jesús formara a sus discípulos paso a

paso, no de manera brusca, en los nuevos horizontes.

Supremacía del Divino Magisterio

 

Aquí tenemos algunos elementos que permiten comprender mejor el motivo por el cual Jesús se perpetuó en los cielos de la Historia como el Divino Maestro. Afirma el Doctor Angélico: “Cristo es el primero y principal Doctor de la enseñanza espiritual y de la fe, según aquello (Hebr. 2,3): ‘Habiendo comenzado a ser promulgada por el Señor, fue entre nosotros confirmada por los que la oyeron, atestiguándola Dios con señales y prodigios…'” 2.

 

De hecho, puede hablarse con toda seguridad de una excelencia del Magisterio de Cristo, pues “la potestad docente de Jesús se considera, ya en atención a los milagros por los cuales confirmaba su doctrina, ya en orden a su eficacia persuasiva, ya en cuanto a la autoridad de su palabra, porque hablaba como teniendo dominio sobre la ley cuando decía: ‘Pero Yo os digo' (Mt 5,34); y, por último, en relación a su rectitud moral, que mostraba en su trato viviendo sin pecado” 3.

 

Reforzando aún más esta visión sobre el Sagrado Magisterio del Divino Maestro, santo Tomás muestra que la ciencia sagrada supera a todas las demás, ya en cuanto a su objeto, ocupándose de temas elevados e inaccesibles a la pura razón humana, mientras el resto abarca solamente lo que cabe en sus límites; ya en cuanto a la certeza, puesto que la ciencia sagrada se basa en la Luz divina que es infalible, y las otras en la luz de la razón, que puede caer en error. De lo cual concluye: “Luego, es evidente que, bajo todos los conceptos, la ciencia sagrada es más noble que las demás” 4.

 

Ante la supremacía del Divino Magisterio de Jesús, reconsideremos por qué razón empleaba parábolas para enseñar.

 

Método que enlaza sencillez y eternidad

 

Las parábolas eran muy comunes en el Antiguo Testamento. Entre ellas, podemos mencionar el canto de la viña de Isaías (Cf. 5, 1-7) o la que usó Natán para recriminar a David por sus pecados (Cf. 2 Sam 12,1-4). Todo hace pensar que en tiempos de Nuestro Señor se habían vuelto aún más corrientes, sobre todo entre los rabinos. Las había de muy variados tipos, e incluían una comparación para facilitar una enseñanza ardua. Como instrumento pedagógico, pese a su sencillez —o quizás por esto mismo— eran muy atractivas, ya que esa nota de cierta ambigüedad que llevaban consigo las volvía enigmáticas. Así, quienes no captaban su significado se sentían curiosos en intrigados, y quienes sí lo lograban, gozaban de alguna alegría. Por eso, el Divino Maestro se dirigía a sus oyentes en estos términos: “El que tenga oídos para oír, que oiga” (Mc 4,9).

 

Los autores discuten entre sí al respecto; algunos, tomando el prisma de la justicia, analizan las parábolas como procedimientos utilizado por el Mesías para castigar a los que se negaban a creer en la Revelación, a pesar de sus milagros. Sobresale entre éstos Maldonado, así como Knabenbauer y Fonck. Otros en cambio, a partir de la misericordia, explican que el ligero velo de las parábolas buscaba incentivar el interés de los presentes, llevándolos a hacer preguntas, por lo que San Jerónimo asegura: “Mezcla lo claro y lo oscuro para que, por medio de lo entendido, alcancen lo que no entienden” 5.

 

También era indispensable que Jesús formara a sus discípulos paso a paso, no de manera brusca, en los nuevos horizontes. Bajo este punto de vista, no pudo adoptar mejor método.

 

La parábola debería ser simple por sí misma, desprovista de todo carácter rebuscado, y al tratar de materia relacionada con la eternidad, era siempre actual. Sencillez y eternidad eran términos entrelazados en el núcleo de la Revelación que Jesús traía acerca del Reino.

 

Dos visiones opuestas del Reino

 

Los judíos tenían una concepción errónea de este punto en particular.

 

Pensaban que la venida del Mesías sería una oportunidad irrepetible para realizar el sueño nacionalista del pueblo elegido: una intervención divina para instaurar una era histórica en donde la supremacía política, social y financiera sobre el resto de los pueblos sería obtenida con gloria y triunfo.

 

La Revelación sobre el Reino verdadero estaba en un sentido muy opuesto. En este reino todo es modestia, demora y enfrentamiento con obstáculos, de donde nacen las aproximaciones con figuras tales como el grano de mostaza, la cizaña y el trigo, parábolas que contrariaban los errores de visión del pueblo judío.

 

Jesús predica a la multitud

 

Esta es la temática tratada a lo largo de todo el capítulo 13 de San Mateo.

 

En él acompañamos la predicación de Jesús en Galilea. Al salir de casa, Jesús se sienta a orillas del mar de Tiberíades. Lo rodea una multitud tan grande que se ve obligado a abordar una de las embarcaciones para hablarles a todos. Discurre nuevamente en parábolas: el sembrador, la cizaña, el grano de mostaza, la levadura.

 

Después despide a los oyentes y regresa a casa. Una vez a solas con sus discípulos, le piden explica ciones sobre la metáfora de la cizaña.

 

Si seguimos oyéndolo, llegaremos al trecho del Evangelio de la liturgia de hoy.

 

Aunque San Mateo presenta estas enseñanzas como proferidas en casa y solamente a los discípulos, no a la muchedumbre, Maldonado opina lo contrario: “Yo creo más probable que se dijo a todos antes, con los demás” 6.

 

II – La parábola del tesoro escondido

 

El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, que quien lo encuentra lo oculta y, lleno de alegría, va, vende cuanto tiene y compra aquel campo.

 

Los detalles secundarios son omitidos por el evangelista. ¿Los habrá tratado o no el Divino Maestro? No hay manera de saberlo, pero podemos imaginar cuán atractiva debió ser la exposición de Jesús, por el hecho de discurrir sobre los temas a través de su humanidad y, pari passu , ir iluminando, disponiendo y auxiliando con la gracia y su divino poder, el fondo de alma de cada uno de los presentes.

 

Mateo tiene en mente un objetivo concreto, por eso sintetiza la parábola en sus elementos esenciales, dejando de lado, por ejemplo, la indicación de cómo fue descubierto el tesoro.

 

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En cambio, hoy llegan a ser

numerosos los que abandonan

la “perla” de la verdad y prefieren

rodar hacia el precipicio del error.

Son conocidos otros episodios en la Historia acerca de hallazgos deslumbrantes como ése. Por ello, queda hecho el encargo a nuestra imaginación para ambientarlo, completando los pormenores.

 

El hombre esconde el tesoro nuevamente.

 

Desde una perspectiva moral, procede correctamente, sin apropiarse de las riquezas encontradas, y además se muestra prudente al no dejar visibles esas preciosidades, para evitar las tentaciones que otro pudiera tener al encontrarlas. “Este dato no es necesario acomodarlo al significado de la parábola, porque, según mi teoría, no es parte de ella, sino ornato” 7.

 

Maldonado trata sobre este punto en particular con mucho y sabio criterio, glosando consideraciones de San Jerónimo y San Beda.

 

Nos parece curioso que los autores concentren sus comentarios sobre el hombre que encuentra el tesoro, pero sean desdeñosos al considerar el terreno en donde estaba oculto.

 

Permítasenos una aplicación al respecto.

 

Mirando los primeros tiempos de la Iglesia, vemos cuánto les costó a judíos y paganos convertidos la “compra del terreno” en que se escondía el tesoro de la Salvación. Se les exigió una renuncia total: a la familia, los bienes, la reputación y hasta la propia vida. Pero no obstante, ¡qué bien procedieron los que entonces adoptaron la fe católica! ¿Qué papel representa la humanidad actual? ¿El del hombre que quiere comprar o el del que quiere vender? Infelizmente, casi la totalidad de los hechos nos inclina a la segunda conjetura. Hoy muchos de nosotros caemos en la insensatez de no dar más importancia al tesoro de nuestra fe, que tanto costó a nuestros ancestros, y por el cual el Salvador derramó toda su Preciosa Sangre en el Calvario. Por qué precio miserable vendemos, algunos, ese tesoro tan elevado, como lo hizo Esaú con su primogenitura, al intercambiarla por un mísero plato de lentejas. Hoy más que nunca se multiplicaron las “lentejas” de la sensualidad, de la corrupción, del placer ilícito, de la ambición, etc.

 

Aquí también podría incluirse la figura del religioso que se deja arrastrar por los quehaceres concretos y va olvidándose del “tesoro” a cambio del cual lo abandonó todo en su primitivo fervor.

 

Esa alegría plena del hombre de la parábola debe acompañarnos la vida entera, sin pausas, porque es efecto de la verdadera fe. La virtud es un don gratuito; no se compra. Sin embargo, su posesión continua y creciente cuesta esfuerzos de ascetismo, piedad y fervor. Es preciso que “vendamos” todas nuestras pasiones, caprichos, manías, vicios, sentimentalismos, etc., en resumen, toda nuestra maldad. No hay mejor “negocio” en esta Tierra.

 

III – La parábola de la perla preciosa

 

Es también semejante el reino de los cielos a un mercader que busca perlas preciosas, y hallando una de gran precio, va, vende todo cuanto tiene y la compra.

 

“No al mercader, sino a la perla, es semejante el reino de los cielos; como en la precedente parábola no es semejante al hombre que halla el tesoro, sino al tesoro en cuestión” 8. En la Antigüedad se consideraba a las perlas como de valor inestimable. Por esta razón, quien encontrara a la venta alguna perla de excelente categoría estaría dispuesto a deshacerse de todos sus bienes para comprarla 9. El texto nos habla de “un negociante que busca perlas preciosas” ; al adquirir una de altísima calidad, no piensa en venderla; al menos nada de eso consta en la letra del Evangelio.

 

Diversos autores debaten entre sí sobre los detalles secundarios; lo importante es retener la idea de que la presente parábola “tiene la misma significación que la precedente; sólo varía en la materia” 10, o sea, si acaso fuera necesario, hay que dejar todo lo que se tiene para adquirir ese “tesoro”, o “perla”, que no es sino el Reino de los Cielos.

 

Al respecto, San Juan Crisóstomo pondera: “La palabra de Dios no solamente reporta una gran ganancia como tesoro, sino que también es preciosa como una perla”. Y más adelante, completando su pensamiento, afirma: “La verdad es una, y no está dividida, y por eso habla de una sola perla encontrada; y así como el que posee la perla comprende que es rico, mientras que los otros no se dan cuenta, porque tiene la perla que es pequeña, escondida en la mano, así sucede en la predicación del Evangelio: los que la poseen saben que son ricos, pero los infieles, que no poseen este tesoro, ignoran nuestras riquezas” 11.

 

De hecho, muchos pensadores paganos terminaron aceptando la verdad del cristianismo, en aquellos tiempos, al sentirse atraídos por su doctrina, llegando algunos a entregar su vida por amor a ella. Eran “buenos mercaderes de perlas”.

 

En cambio, hoy llegan a ser numerosos los que abandonan la “perla” de la verdad y prefieren rodar hacia el precipicio del error y la confusión. De cara a su salvación eterna, al Reino y al propio Dios, se arrojan sin temor a las aguas turbias de la indiferencia y la tibieza.

 

Para ellos, la noción del ser va haciéndose cada vez tenue, al punto de ya casi no distinguir el bien del mal, la belleza de la fealdad, la verdad del error.

 

¿Cuántos son los que, conociendo la verdad, no se entregan a ella por pura falta de generosidad? No “venden todo lo que poseen”. ¿Y cuáles son los que en el mundo actual están dispuestos a sacrificarlo todo para mantener el estado de gracia?

 

En fin, las dos parábolas se completan armoniosamente. Una se refiere al pulchrum del reino (la perla); la otra quiere inculcar la idea de ganancia, utilidad y premio (el tesoro).

 

La primera refleja la gratuidad del reino (“encuentra”); esta última, el esfuerzo (“busca”). En ambas se vuelve patente que, si se quiere adquirir el reino de los cielos, hay que desprenderse de los bienes de este mundo.

 

IV – La parábola de la red

 

 

 

Es también semejante el reino de los cielos a una red que se echa en el mar y recoge toda clase de peces. Cuando está llena, los pescadores la sacan sobre la playa, y sentándose, recogen los peces buenos en canastos, y los malos los tiran. Así será la consumación del mundo: saldrán los ángeles y separarán a los malos de los justos, y los arrojarán la horno de fuego; allí habrá llanto y crujir de dientes.

 

Seguimos oyendo a Jesús hablando en las cercanías del mar de Tiberíades, en cuyas aguas, según los entendidos, hay aproximadamente treinta especies diferentes de peces.

 

El P. Manuel de Tuya, o.p., describe bien la realidad histórico-geográfica de esta parábola, cuando analiza de acuerdo a la legislación levítica los peces considerados impuros —debido a la ausencia de escamas, etc.— y otros clasificados como ma los por ser defectuosos. Por eso, una vez que los pescadores traen la red hasta la playa, los buenos fueron echados en canastos y los malos rechazados.

 

Esta escena, tan común en la vida diaria de sus discípulos, es recordada por el Divino Maestro con la intención de dejarles claro que, para entrar en el Reino de los Cielos, es indispensable ser un buen ciudadano de este mismo reino, que empieza acá con la vida sobrenatural. Sólo así no quedaremos excluidos en nuestro Juicio particular, y por ende, también en el final. “O de otra manera: se compara la Iglesia Santa a una red, porque ha sido entregada a unos pescadores, y todos mediante ella son arrastrados de las olas de la vida presente al reino eterno, a fin de que no perezcan sumergidos en el abismo de la muerte eterna.

 

“Esta Iglesia reúne a toda clase de peces, porque llama para perdonarlos a todos los hombres, a los sabios y a los insensatos, a los libres y a los esclavos, a los ricos y a los pobres, a los fuertes y a los débiles. Estará completamente llena la red, esto es, la Iglesia cuando al fin de los tiempos esté terminado el destino del género humano, por eso sigue: ‘La cual cuando está llena', etc.; porque así como el mar representa al mundo, así también la ribera del mar figura la terminación del mundo; y en esta terminación es cuando son escogidos y guardados en vasijas los buenos, y los malos son arrojados fuera, es decir, los elegidos serán recibidos en los tabernáculos eternos, y los malos, después de haber perdido la luz que iluminaba el interior del reino, serán llevados a las tinieblas exteriores: porque ahora contiene la red de la fe igualmente, como a mezclados peces, a todos los malos y buenos; pero luego en la ribera se verá los que estaban dentro de la red de la Iglesia” 13.

 

No sólo de acuerdo a San Gregorio puede interpretarse esta “red” como una imagen de la Iglesia; muchos otros autores opinan en igual sentido. La Iglesia se compone de justos, pero también de pecadores. El mal que a veces encontramos en su parte humana no debe asustarnos ni escandalizarnos; ya está previsto. Ni siquiera así la Iglesia deja de ser Santa en su esencia, porque es divina. Debe importarnos la búsqueda de esa “perla” y, encontrando ese “tesoro”, abandonar cualquier apego para ser buenos “peces” en la red.

 

La tarea de la separación corresponderá a los ángeles en el día del Juicio; los buenos a la derecha, los malos a la izquierda; los sacerdotes santos serán apartados de los sacerdotes sacrílegos; los religiosos observantes, de los sensuales; los magistrados íntegros, de los injustos; serán recibidas las vírgenes prudentes, rechazadas las necias; las esposas fieles, y apartadas las adúlteras; en resumen, los elegidos serán colocados a un lado y los réprobos al otro.

 

Vendría al caso incluir una descripción exhaustiva de los tormentos eternos sufridos por los malvados en el infierno, así como, en contrapartida, los gozos celestiales que tendrán los buenos en la vida eterna. No faltará ocasión para abordar tan importante materia.

 

V – Epílogo

 

Jesús enseñaba a sus discípulos la sustancia y las bellezas del Reino de los Cielos, constituyéndolos en doctores. Así, altamente for mados, debían enseñar a otros con abundancia y variedad de doctrina, según el nivel y necesidad de sus oyentes, sin que jamás los sorprendieran “con las manos vacías”. “Porque de la misma manera que el padre de familia debe alimentar a los suyos con el mantenimiento corporal, así el doctor evangélico debe sustentar al pueblo cristiano con el sustento espiritual” 14.

 

También para nosotros, cuando tenemos a otros bajo nuestra responsabilidad, es necesario emplear todos los medios de la mejor erudición —antigua y actual— y la más atractiva pedagogía para instruirlos y formarlos bien.

 

En esta ocasión Jesús contemplaba el futuro de su obra, no solamente con los conocimientos eternos de su divinidad, ni tan sólo con los de la visión beatífica de su alma en gloria, sino a través de su experiencia humana, y discernía los esplendores del desenlace final de todos los acontecimientos, después de la tragedia y sufrimiento de la Pasión. Exultaba de alegría al ver con anticipación el triunfo de sus discípulos, de la Iglesia, de los buenos en general tras el Juicio, así como la justicia del Padre desatándose sobre los que rechazarían su Revelación. Por eso, frente al público y también a sus discípulos, descorría el velo de panoramas venideros, ya con tintas sombrías y colmadas de gravedad, ya con fulgores deslumbrantes y maravillosos.

 

Sus oyentes, a veces, se llenaban de temor y terror, y en otros momentos, de consuelo y esperanza. Pues el pavor es un excelente freno ante la invitación del mal, y la esperanza es uno de los mejores estímulos para llevarnos a Dios.

 

Pongamos nuestro entendimiento y nuestro corazón en las maravillas del Reino de los Cielos, y guardemos un perseverante terror a la eternidad del infierno. Así estaremos en condiciones para ubicarnos entre los invitados que se encontrarán a la derecha de Jesús, en el Juicio Final.

 


 

Confesiones, lib. 12, c. 25. 

Suma Teológica III, q. 7, a. 7, rep. 

Suma Teológica III, q. 42, a. 1, ad 2. 

Suma Teológica I, q. 1, a. 5c. 

5 JERÓNIMO, San – Commentariorum in Evangelium Mattaei Libri Quattuor: PL 26, 108. 

6 MALDONADO, s.j., P. Juan de – Comentarios a los Cuatro Evangelios . Madrid, BAC, 1950, vol. 1, p. 508. 

7 Idem, pp. 508-509. 

8 Idem, pp. 509-510. 

9 Cf. Plinio el Viejo, Hist. Nat., 1. IX, 34 apud FILLION, Louis-Claude, Vie de N.-S Jésus-Christ . París, Letouzey et Ané, 1922, t. II, p. 379. 

10 MALDONADO, Op. cit. p. 510. 

11 Apud AQUINO, Sto. Tomás de – Catena Aurea 

12 TUYA o.p., P. Manuel de – Biblia Comentada . Madrid, BAC, 1964, vol. 2, p. 321. 

13 GREGORIO I MAGNO, San – XL Homiliarum in Evangelia, h. 11: PL 76, 1114-1118. 

14 MALDONADO. Op. cit. p. 512.

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Cuando la red está

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playa, y sentándose,

separan los peces

buenos de los malos.

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