|
– EVANGELIO –
3 Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén, 14y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado. 15Y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos; 16pero sus ojos no podían reconocerle. 17Él les dijo: «¿Qué conversación es la que lleváis por el camino?» Ellos se detuvieron entristecidos. 18Uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabe las cosas que estos días han pasado en ella?» 19Él les dijo: «¿Qué cosas?» Ellos le dijeron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo; 20cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron. 21Nosotros esperábamos que él fuera el libertador de Israel; pero ya hace tres días que esto pasó. 22Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han sobresaltado, porque fueron de madrugada al sepulcro 23y, al no hallar su cuerpo, volvieron diciendo que habían tenido una visión de ángeles que les dijeron que vivía. 24Fueron también algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres decían, pero a él no le vieron.» 25 Entonces Jesús les dijo: «¡Hombres duros de entendimiento, cómo os cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! 26¿No era preciso que el Mesías sufriera todo eso para entrar en su gloria?» 27Y empezando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretaba lo que se refería a él en todas las Escrituras. 28Al acercarse a la aldea adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. 29Pero le retuvieron diciéndole: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado.» Y entró a quedarse con ellos. 30Estando a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. 31Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su presencia. 32 Se dijeron uno a otro: «¿No es verdad que nuestro corazón ardía dentro de nosotros mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?» 33Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, 34que decían: «¡El Señor en verdad ha resucitado y se ha aparecido a Simón!» 35Y ellos contaron lo que les había pasado en el camino y cómo le reconocieron en la fracción del pan. (Lucas 24, 13-35)
|
COMENTARIO AL EVANGELIO – COMENTARIO AL EVANGELIO DEL III DOMINGO DE PASCUA – Una de las más hermosas convivencias de la historia
La afectuosa recepción de los dos discípulos, el gran respeto de los tres interlocutores entre sí, la elevación del asunto tratado, el tono de la conversación y, por sobre todo, la delicadeza y pedagogía de Jesús hacen de este pasaje evangélico uno de los más hermosos episodios de las relaciones humanas.
I – INTRODUCCIÓN: EL INSTINTO DE SOCIABILIDAD
Jesús, ejemplo y vida del equilibrio de los instintos
Desde el primer instante de nuestra creación, Dios nos dotó con instintos. Estaban en orden bajo el influjo del don de integridad hasta el momento en que Adán y Eva pecaron. A partir de entonces, sólo con el auxilio de la gracia nos resulta posible utilizar cada uno de ellos de acuerdo a la Ley de Dios, de manera estable.
Uno de los más excelentes de todos es el instinto de sociabilidad, y tal vez por eso mismo, es uno de los más peligrosos fuera de la atmósfera sobrenatural. De ahí que Séneca haya afirmado: “Mientras más veces estuve entre los hombres, menos hombre regresé”. Y Thomas Hobbes: “el hombre es un lobo para otro hombre”. Sí, el extremo de horrores al que pueden llegar los hombres cuando basan sus relaciones en el egoísmo es sencillamente inimaginable y temible.
Pero, si ese instinto mal conducido puede dar resultados catastróficos, al extremo opuesto presenciamos las maravillas de la gracia actuando sobre la convivencia humana y enriqueciendo cualquier hagiografía, comenzando por la del Varón por excelencia, el Hijo del Hombre.
Por su sociabilidad divinizada, desde el primer instante de su existencia quiso reparar los pecados cometidos por sus hermanos, y para salvarlos se entregó a la muerte de cruz. Habría procedido así aunque fuera para redimir un solo pecado y salvar una sola alma. Y como si eso no bastara, permaneció en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad hasta el fin del mundo, como alimento nuestro bajo las Especies Eucarísticas. En Él encontramos el más perfecto ejemplo y, al mismo tiempo, el equilibrio de todos nuestros instintos.
De Él nacieron los hospitales, los orfanatos, los asilos, las universidades, etc. Cuando los hombres se deciden a colaborar con la gracia, nacen los esplendores de realizaciones capaces de hacer fulgurar a toda una era histórica. Por el contrario, al cerrarse a su llamado, los crímenes, los robos, la deshonra, la mentira, los suicidios, las calumnias, etc., proliferan como una plaga en todas partes.
Sociabilidad virtuosa de los discípulos de Emaús
La liturgia de hoy propone a nuestra consideración la belleza de la aparición de Jesús a los discípulos de Emaús, para enseñarnos qué benéficos son los efectos de la hospitalidad —cualidad de alma propia de quien usa ordenadamente su instinto de sociabilidad—. En esta narración, ambos dejan entrever que poseen un corazón afectuoso, caritativo y generoso para con un desconocido que los alcanza en el camino. No tienen el menor asomo de respeto humano al explicar al forastero los principales aspectos de la vida, pasión y muerte de Jesús, como tampoco la desaparición de su sagrado cuerpo, movidos siempre por una sociabilidad virtuosa tan rara en los días de hoy y tan indispensable para una convivencia agradable.
Consideremos el gran respeto que los tres muestran entre sí en este episodio, como también la elevación del tema que tratan y el tono de la conversación. ¡Qué altamente formativo sería poder reconstruir, tal como se dio, esa convivencia de los dos con el Divino Maestro resucitado! De inmediato se configuraría ante nuestros ojos el gran contraste con los encuentros tan comunes y corrientes en la actualidad. ¡Cuánto tendríamos para aprender de ese sacro convivium!
En fin, pasemos a analizar más de cerca los detalles del texto que nos propone la liturgia de hoy.
II – EL EVANGELIO: ANÁLISIS Y COMENTARIOS
13 Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén, 14y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado.
Por su estilo y delicadeza narrativa, este es uno de los más hermosos relatos del tercer Evangelio. Por otro lado, contiene una excelente prueba de la resurrección de Jesús. En cuanto a la pequeña ciudad de Emaús, hay una decena de hipótesis sobre su ubicación real, y no existen elementos para saber cuál sería la verdadera. Retengamos tan sólo la distancia de sesenta estadios, que equivale a 11,5 Km.
Probablemente esos dos discípulos, como también otros israelitas, se habían desplazado a Jerusalén para cumplir los primeros ritos pascuales, y después de visitar a los apóstoles, regresaban a su ciudad de origen, el mismo día de la Resurrección del Señor.
Algunos Padres de la Iglesia conjeturan que el propio san Lucas haya sido uno de los dos, y así se entendería mejor el motivo por que no quiso mencionar el nombre del segundo discípulo.
15 Y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos.
El Divino Maestro había prometido, en vida, estar presente cuando dos o más se reunieran en su nombre (1), y aquí está el cumplimiento de sus palabras. Fue la conversación entre ambos lo que atrajo al Redentor para sumarse a ellos. Es interesante notar el agrado de Jesús junto a los dos, así como la recíproca intención apostólica de lado a lado. Uno de los propósitos del Divino Maestro era robustecer la fe de sus discípulos. Por eso, obrando de manera oculta, “se acercó y siguió con ellos.”
16 Pero sus ojos no podían reconocerle.
San Lucas nos provee la hipótesis que los ojos de los dos discípulos estaban impedidos de reconocer al Salvador debido a una virtud sobrenatural semejante a la que había actuado sobre santa María Magdalena en el sepulcro (2). Sin embargo, san Marcos afirma que Jesús “se apareció bajo otra forma” (Mc 16, 12), o sea, con rostro y quizá hasta ropas distintas a las que solía usar. Estas dos versiones parecen contradictorias a primera vista y durante mucho tiempo se prestaron a dos interpretaciones diferentes.
Hoy, sin embargo, los exégetas atribuyen de modo unánime a un efecto del cuerpo glorioso de Jesús el que no haya sido reconocido tanto en esos dos casos como en la aparición a los apóstoles junto al mar de Tiberíades (3).
¿Y por qué? Detengámonos un poco sobre este particular para entender mejor lo que realmente sucedió.
“La gloria del cuerpo no es más que una consecuencia y redundancia de la gloria del alma” nos dice el gran teólogo P. Antonio Royo Marín, OP (4). En Jesús, esta ley quedó misteriosamente suspendida hasta el momento de la Resurrección, pues él quería tener un cuerpo padeciente para poder sufrir.
Desde su creación, el alma del Salvador siempre estuvo en la visión beatífica y, por ende, también su cuerpo sagrado debería hallarse en estado de gloria. Él creó la ley e impidió que se le aplicara. Ahora bien, al resurgir de entre los muertos, asumió su cuerpo glorioso.
Es esencial que tanto el alma como el cuerpo del hombre sean glorificados, a fin de gozar la bienaventuranza eterna. Y así como en esa nueva y última etapa el alma se hace aún más semejante a Dios, el cuerpo adquiere las características del alma.
Será impasible, o sea, no tendrá la menor enfermedad, dolor o incomodidad, ni siquiera del más abrasador de los fuegos o del más riguroso de los fríos, o aun en medio del ímpetu de las aguas; será, por lo tanto, inmortal (5). Gozará de sutileza, obedeciendo sin resistencia al mínimo deseo del alma, sin sentir su propio peso ni sufrir la acción de la gravedad. Tendrá agilidad, desplazándose con la velocidad de la imaginación. Por fin, el don que nos interesa más especialmente para comprender este versículo, la claridad, debida a los efectos resplandecientes de la suprema felicidad del alma sobre el cuerpo: “Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre” (Mt 13, 43).
Ahora bien, como el alma ejercerá un dominio absoluto sobre el cuerpo, suspenderá la manifestación de éste al exterior según su deseo, de modo que pueda ser visto o no, tocado o no, según ella lo determine (6).
Estas son las razones por las que ninguno de los dos discípulos reconoció a Jesús a lo largo de todo el recorrido. “Algunos autores piensan que lo que les impedía reconocer a Cristo era una acción sobrenatural. Pero la frase del Evangelio [« sus ojos no podían reconocerle»] no exige que se haya dado una acción de tal género. Simplemente sucedió que Cristo resucitado se les apareció en cuerpo glorioso, ya no bajo una forma común y corriente” (7). O bien, según el comentario de Teófilo: “Pese a ser el mismo cuerpo que había padecido, ya no era visible para todos sino únicamente para los que quería, y esto para que no dudaran que en adelante no viviría más entre la gente. Luego de la resurrección su modo de vida no era humano, sino más bien divino, una prefigura de la resurrección futura en que viviremos como ángeles e hijos de Dios” (8).
17 Él les dijo: «¿Qué conversación es la que lleváis por el camino?» Ellos se detuvieron entristecidos.
Se puede hablar de sentido psicológico humano al analizar la forma de relacionarse de Jesús, pero ¿cómo entender a fondo a un Varón que sólo posee personalidad divina? Su discreción de espíritus es absoluta, y como Persona, conoció desde toda la eternidad no tan sólo a esos dos discípulos, como también lo recóndito de sus almas y hasta el contenido mismo de la conversación de ambos; por eso, su pregunta sólo busca dar inicio al diálogo, y tener oportunidad así de animarlos más directamente.
¡Cuántas veces en nuestra vida no se habrá aproximado Jesús para reanimarnos!
18 Uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabe las cosas que estos días han pasado en ella?»
De hecho, era incomprensible que un judío llegado de otras provincias no se enterara, al pasar por Jerusalén, de los últimos grandes acontecimientos ocurridos allá. La resurrección de Lázaro, la expulsión de los vendedores del Templo, un número incalculable de milagros, las arrebatadoras prédicas de Jesús y sobre todo su prisión, condena y crucifixión, el oscurecimiento del cielo, el temblor de la tierra, el velo del Templo rasgado, el paseo de los justos que habían dejado sus tumbas… eran hechos suficientes para conmocionar a la opinión pública. No había otro tema en que pensar salvo ése, y por ello la perplejidad de Cleofás.
19 Él les dijo: «¿Qué cosas?» Ellos le dijeron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo;
Según algunos autores, esta respuesta tiene su origen en la falta de fe de los dos discípulos, como también en el miedo a ser arrestados. ¿No podría escandalizarse el forastero oyendo proclamada la divinidad de Jesús?
20 cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucifi caron.
Ellos relatan los hechos con el corazón en los labios, y pese a sentirse extremadamente chocados con las actitudes de las autoridades religiosas y civiles, en ningún momento manifiestan insolencia o rebeldía contra las mismas. Era uno de los resultados obtenidos por la acción apostólica de Jesús. El posesivo “nuestros” en la voz de esos discípulos demuestra claramente la disposición sumisa y hasta de veneración frente a los detentadores del poder, de quienes no se separan ni, menos aún, injurian. Esa fue siempre la marca distintiva del verdadero cristianismo.
21 Nosotros esperábamos que él fuera el libertador de Israel; pero ya hace tres días que esto pasó.
El verbo “esperar”, empleado en pasado, da bien la idea de la decepción de ambos. Sus atenciones se concentraban, sobre todo, en la posible liberación del dominio romano. Además, tomando a Jesús por un rey de este mundo, no podían admitir que no tuviera poder para librarse de la sentencia a muerte que se le había infligido. Entre tanto, si bien andaban con la virtud de la fe un tanto abatida, les quedaba todavía una esperanza, que era la promesa proferida en varias ocasiones por Jesús sobre su resurrección al tercer día.
22 Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han sobresaltado, porque fueron de madrugada al sepulcro 23y, al no hallar su cuerpo, volvieron diciendo que habían tenido una visión de ángeles que les dijeron que vivía. 24 Fueron también algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres decían, pero a Él no le vieron.»
Resulta patente cómo la tristeza, la perplejidad y hasta la perturbación calaban sus almas hasta la médula. Toda la narración es hipotética, sin certeza alguna. De hecho, el pueblo elegido tuvo siempre el privilegio de una lógica robusta, y frente a la pura inteligencia humana, ¿cómo explicar todos aquellos acontecimientos?
Según los cánones del pensamiento humano, con la trágica muerte del Divino Maestro se habían terminado todas las esperanzas, por más que los mejores testigos afirmaran que su cuerpo había desaparecido. El mismo san Pablo diría más tarde: “Y si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación, y vana también nuestra fe” (1 Cor 15, 14). Pero la prueba de su resurrección aún no se había consumado oficialmente; siendo así, ¿cuáles eran los elementos para creer? ¿Sólo las palabras de los profetas y del mismo Jesús? Siendo afirmaciones y promesas hechas por la Verdad Absoluta, era preciso tenerlas como ciertas. Entre tanto, el ejercicio de la virtud de la fe siempre es más fácil lejos de los acontecimientos, mientras que la cercanía de los mismos turbaba su comprensión y dificultaba la adhesión entera de la inteligencia y de la voluntad. A pesar de ser discípulos, ambos habían olvidado lo dicho por sus ancestros en la religión.
25 Entonces Jesús les dijo: «¡Hombres duros de entendimiento, cómo os cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! 26¿No era preciso que el Mesías sufriera todo eso para entrar en su gloria?»
Sí, era necesario que creyeran en la Escritura, como más tarde diría san Pedro: “Ante todo, tened presente que ninguna profecía de la Escritura puede interpretarse por cuenta propia; porque nunca profecía alguna ha venido por voluntad humana, sino que hombres movidos por el Espíritu Santo, han hablado de parte de Dios” (2 Pe 1, 20- 21). Por eso, más vale creer en el testimonio de los profetas que en nuestros sentidos. Aquéllos no fallan; éstos, sin embargo, no raras veces nos engañan.
Para creer no era necesario que acompañaran al sepulcro a las santas mujeres, ni a Pedro y Juan; les bastaba con recordar las aseveraciones de
las Escrituras sobre la Resurrección, tanto más cuando las de la Pasión se habían cumplido al pie de la letra. Y sobre todo, no podía haber la menor sombra de duda sobre la palabra del Salvador (9). “Verbum Domini manet in æternum” (1 Pe 1, 24), la palabra del Señor permanece para siempre.
27 Y empezando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretaba lo que se refería a él en todas las Escrituras.
A veces se puede conocer de memoria toda la Escritura, pero ni aun así saber conjugar sus trechos a fin de entender mejor su aplicación a los casos concretos. En cuanto a las citas, nada había de nuevo para los dos discípulos. En cuanto a la interpretación de las mismas, sin embargo, las explicaciones de Jesús constituyeron, por cierto, una magistral y sumamente atractiva clase de exégesis. ¿Quién no querría presenciarla? ¡Qué gran privilegio el de aquellos dos! Seguramente el Divino Maestro les mostró, a través de luminosas palabras y especiales gracias, qué erróneo era el concepto unánime del pueblo elegido al respecto de un Mesías triunfante, restaurador de su poder políticosocial e instaurador de una influyente y prestigiosa supremacía sobre las demás naciones. La Escritura le sirvió como argumento irrefutable para la formación que deseaba darles.
28 Al acercarse a la aldea adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. 29Pero le retuvieron diciéndole: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado». Y entró a quedarse con ellos.
La delicadeza y una pedagogía sustancial se unen en ese gesto del Salvador al “hacer ademán” de seguir adelante. Así, no sólo los incentiva a invitarlo para quedarse con ellos, sino también a otorgar el debido valor a su compañía. Ellos lo invitan y hasta insisten, presentando como argumento la hora tardía. Ejemplo para nosotros: cuando recemos, se trata de usar la pertinacia, porque de esa manera Jesús entrará para quedarse con nosotros. De lo contrario seguirá adelante.
30 Estando a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. 31Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero Él desapareció de su presencia.
En ese instante, ¿Jesús obraría la transustanciación? Esta cuestión fue muy debatida en los siglos XVI y XVII por dos corrientes teológicas. Todavía no se llega a una conclusión clara al respecto; pero, por más que no se haya dado la consagración eucarística, estaba figurada. Y es indiscutible que este sacramento es fundamental para fortalecer nuestra fe y hacerla crecer, sobre todo en lo referido al mysterium fidei que enlaza la Pasión y la Resurrección del Redentor. La Eucaristía nos da la vida sobrenatural que tiene su fundamento en la fe. Creer en la resurrección de Cristo es absolutamente necesario para nuestra salvación, y sin tal creencia es imposible nuestro progreso en la vida espiritual. Mientras más efectiva y robusta sea nuestra fe en Cristo resucitado, tanto mayor será nuestro fervor y unión con el Redentor, como también más cuantiosos serán los frutos de esa bellísima fiesta establecida por la Santa Iglesia.
32 Se dijeron uno a otro: «¿No es verdad que nuestro corazón ardía dentro de nosotros mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?» 33Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, 34que decían: «¡El Señor en verdad ha resucitado y se ha aparecido a Simón!» 35Y ellos contaron lo que les había pasado en el camino y cómo le reconocieron en la fracción del pan. (Lc 24, 13-35)
Los versículos finales retratan con mucha vivacidad y piedad los efectos de esa primera aparición de Jesús a los dos fieles de la Iglesia naciente, siendo especialmente digna de nota la acción de la gracia mística en las almas de ambos, mientras Jesús discurría sobre las Escrituras (v. 32). Tanto aprecia Dios su propia Palabra, que siempre acompaña con generosos auxilios el estudio, el interés y la piedad que se aplican al conocimiento amoroso de los textos sagrados.
* * *
En los versículos que siguen a continuación (36 a 53), san Lucas describe la aparición de Jesús a los Once en Jerusalén. Entre este pasaje del Evangelio y el encuentro con los discípulos de Emaús, existe una fuerte continuidad. Pero, al no ser parte del Evangelio de este domingo, el comentario deberá quedar para otra ocasión.
1 Cf. Mt 18, 20.
2 Cf. Jo 20, 14-17.
3Cf. Jo 21, 4-22.
4 Teología de la Salvación, BAC, Madrid, 1997, p. 486.
5 Cf. Is 49,10; Ap 7, 15; Mt 21, 43; Santo Tomás de Aquino, Suma contra los Gentiles, IV, 86.
6 Cf. Pe. Royo Marín, OP, op. cit., p. 507.
7 Profesores de Salamanca, Biblia Comentada, Vol. II, BAC, Madrid 1994, p. 930.
8 Apud Catena Áurea, in Lucam. 9 Cf., por exemplo, Lc 9, 22.