COMENTARIO AL EVANGELIO DEL III DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO – El inicio de la vida pública

Publicado el 01/20/2017

 

– EVANGELIO –

 

Cuando oyó que Juan había sido entregado, se retiró a Galilea. Y dejando Nazaret, fue a residir en Cafarnaúm junto al mar, en los confines de Zabulón y Neftalí; para que se cumpliera lo anunciado por el profeta Isaías: “¡Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles! El pueblo que yacía en tinieblas ha visto una gran luz; a los que habitaban en paraje de sombras de muerte una luz les ha amanecido.” Desde entonces comenzó Jesús a predicar y decir: «Haced penitencia, porque se acerca el reino de los Cielos.»

Caminando por la ribera del mar de Galilea vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, echando la red en el mar, pues eran pescadores, y les dijo: «Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.» Ellos al instante, dejando las redes, le siguieron. Caminando adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan, que estaban en la barca con su padre Zebedeo arreglando sus redes; y los llamó. Ellos al instante, dejando la barca y a su padre, le siguieron.

Recorría Jesús toda Galilea enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo (Mt 4, 12-23).

 

 


 

COMENTARIO AL EVANGELIO DEL III DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO – El inicio de la vida pública

 

¿Por qué Jesús habrá elegido la diminuta Nazaret para vivir y la disoluta Cafarnaúm para empezar su predicación? En la vida del Salvador, todos los acontecimientos se explican por altas razones de sabiduría.

 


 

I – Fin del régimen de la Ley y los Profetas

 

Juan Bautista es un marco importante en la Historia de la Salvación, ya que con él concluye la antigua ley y comienza la nueva 1. Hasta él encontramos el régimen de la ley y de los profetas; a partir de él, se abre la era del reino de los Cielos (Cf. Mt 11, 12-13). Figura única en la Historia, adornada en vida por un prestigio incomparable, se levanta, misteriosa y solemne, en el encuentro de ambos Testamentos 2.

 

Fue un hombre muy peculiar desde la misma predicción de su venida, por labios de Malaquías (3,1): “He aquí que yo envío a mi mensajero a allanar el camino delante de mí, y enseguida vendrá a su Templo el Señor a quien vosotros buscáis; y el Ángel de la alianza, que vosotros deseáis, he aquí que viene”. Si el anuncio de su aparición fue sui generis, no menos singular fue el vaticinio relativo a su misión, que profirió Isaías (40,3): “Una voz proclama: ¡Preparen en el desierto el camino del Señor, tracen en la estepa un sendero para nuestro Dios!

 

San Juan tuvo el gran privilegio de ser santificado por la voz de la misma Madre de Dios, mientras estaba todavía en gestación en el claustro materno de santa Isabel: “Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno” (Lc 1,44). Su nacimiento, además de la asistencia de María, contó con la presencia de hermosos fenómenos místicos que fueron comentados “en toda la montaña de Judea” (Lc 1,65), dando como resultado, en el fondo del corazón de cuantos oían esos relatos, la misma reflexión: “¿Qué vendrá a ser este niño? porque la mano del Señor estaba con él” (Lc 1,66). El acontecimiento hizo que su padre, Zacarías, se pusiera a profetizar, confirmando las antiguas previsiones sobre el pequeño (cf. Lc 1,67-79).

 

Después de refugiarse en los desiertos “hasta el día de su manifestación a Israel” (Lc 1,80), san Juan aparece realizando su misión frente a las gentes del pueblo, quienes “le tenían por profeta” (Mt 14,5; 21,26). “Acudía a él gente de toda la región de Judea y todos los de Jerusalén” (Mc 1,5). “La gente le preguntaba: ‘Pues ¿Qué debemos hacer?’ […] Vinieron también publicanos a bautizarse, y le dijeron: ‘Maestro, ¿Qué debemos hacer?’ […] Preguntáronle también unos soldados…” (Lc 3, 10-14).

 

Su presencia, sus palabras y hasta la forma de vida que había adoptado colocaban al pueblo “en ansiosa expectación y pensando todos entre sí de Juan si sería él el Mesías” (Lc 3,15), al grado de verse obligado a afirmar tajantemente frente a los sacerdotes y levitas enviados por los judíos de Jerusalén para interrogarlo: “No soy yo el Mesías” (Jn 1,20). Más tarde la voz de Cristo lo clasificaría así: “¿Un profeta? Sí, os digo, y más que un profeta” (Mt 11,9). “En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista” (Mt 11,11). El encarcelamiento del Precursor, lleno en plenitud del Espíritu Santo (Lc 1,15), determina el fin del régimen de la ley y los profetas y el comienzo de la predicación sobre el reino de los Cielos, como veremos en la liturgia de este 3er domingo de Tiempo Ordinario.

 

II – Jesús se retira a Galilea

 

Cuando oyó que Juan había sido entregado, se retiró a Galilea.

 

Entre el ayuno y las tentaciones de Cristo en el desierto y el encarcelamiento y martirio del Bautista, que más adelante (14, 3-12) ha de contar detalladamente San Mateo, corre un lapso de tiempo de algunos meses, durante el cual Jesús ejercita su primer ministerio por tierras de Judea y Samaria. El evangelista San Juan es el único que nos da a conocer esta laguna que dejan los sinópticos. Jesucristo, después de los cuarenta días que pasó en el desierto, volvió a donde estaba el Bautista predicando a la orilla del Jordán. Juan testifica al verle que aquél es el cordero que viene a destruir el pecado en el mundo y algunos discípulos comienzan a seguir a Jesús. Juntamente con ellos viene a Galilea, donde obra su primer milagro en Caná; de allí parte para Cafarnaúm; a los pocos días vuelve a Judea para celebrar la pascua. Predica y obra algunos milagros en Jerusalén, lo que da ocasión al coloquio nocturno con Nicodemo. Durante algunos meses sigue predicando por las regiones de Judea, y por este tiempo es puesto en la cárcel el Bautista. Con este motivo emprende Cristo su vuelta a Galilea, pasando por Samaria (Jn 1, 29-4,3).

 

San Juan Bautista fue entregado al tetrarca Herodes Antipas por los escribas y fariseos, como insinúa el mismo Cristo más adelante (17,12). Esta es la razón por la que Cristo huye a Galilea, a pesar de que esta provincia estaba bajo el dominio de Herodes, enemigo del Bautista. Los fariseos de Judea llevaban muy a mal, como advierte San Juan (4,1), el que fuesen ya más los discípulos de Jesús que los del Bautista, y hubieran aprovechado, sin duda, cualquier ocasión favorable que se les presentase para poner también a Cristo en manos de Herodes” 3.

 

Conducido por el Espíritu Santo

 

Como podemos comprobar en los Evangelios, Jesús era conducido por el Espíritu, y por una inspiración suya se retira a Galilea; no por temor al martirio, sino porque su hora no había llegado todavía.

 

El Espíritu Santo es quien nos inspira sabiamente la elección, los tiempos y los lugares; nos enseña el momento de huir de la persecución o de enfrentarla, de hablar o de callar, de manifestarnos a todos o de recogernos. Si tuviéramos una completa docilidad al soplo del Espíritu Santo, de nuestras manos saldrían maravillas para gloria de Dios y de la Santa Iglesia, para bien de los demás y santificación de nuestras almas.

 

Lamentablemente, salvo raras excepciones, la humanidad se mueve a lo largo de la Historia mucho más por interés personal, por ambición, por envidia, por amor propio, por vanidad, por placer, en una palabra, por el pecado. ¡Qué gran desperdicio de dones, virtudes y gracias, del cual se rendirá cuentas en el Juicio de Dios!

 

Jesús, en cambio, se retira a Galilea con el propósito de comenzar su vida pública con sus primeras predicaciones, confirmadas mediante prodigiosos y abundantes milagros e ilustradas con insuperables parábolas. Allí estableció el centro de su misión.

 

¡Oh feliz Galilea, ojalá supieras sacar todo el provecho de tan excelsa circunstancia! ¡Jerusalén del odio y Judea de la maldad, que persiguen al precursor y pierden los beneficios de la presencia del Salvador! Mi verdadera felicidad se cifra justamente bajo este prisma: corresponder con perfección al toque de la gracia, o rechazarlo. Debo temer a Jesús que pasa y no vuelve…

 

Razón sobrenatural: llevar el remedio donde el mal era más grave

 

Y dejando Nazaret, fue a residir en Cafarnaúm junto al mar, en los confines de Zabulón y Neftalí.

 

A propósito de este versículo, el propio Maldonado cometió una equivocación al pensar que había dos Galileas. El R.P. Luis María Jiménez Font, s.j., al exponer su observación, deshace el engaño con gran precisión en nota al pie de página: “El autor [Maldonado] es quien hace una distinción innecesaria. No había más que una Galilea, gobernada por Herodes. Cristo se retiró a Cafarnaúm, donde podía habitar sin peligro, porque estaba en la frontera de la tetrarquía de Filipo” 4.

 

Como se deduce claramente, Jesús “se retiró” a Cafarnaúm por motivos estratégicos. Pero se puede asegurar que en la vida del Salvador no ocurría nada sin grandes razones. De inmediato se advierte que la manifestación de su divinidad en la ciudad de Nazaret no sería útil para su vida pública. Jesús eligió esta ciudad para los decenios de su fase oculta, debido a su recogimiento, paz, pequeñas proporciones geográficas y población limitada; pero no era apropiada para difundir a gran escala la semilla de la Buena Nueva. Además, “nadie es profeta en su tierra”, como les repitió él mismo a sus conciudadanos; basta ver la manera como fue expulsado de dicha ciudad.

 

Un motivo más sobrenatural hizo que Jesús tomara este camino: “Empieza Jesús a evangelizar las regiones por donde había empezado la defección de Israel. Demuestra con ello su misericordia y su sabiduría, llevando el remedio donde era más grave el mal, sirviéndose de una ciudad populosa, pero descreída y preocupada sólo de los humanos negocios, para que de allí irradiara la predicación del reino de Dios. Con ello quiso significar que los que más necesitan de medicina son los enfermos, no los sanos; y que jamás debemos resistirnos a ningún apostolado a pretexto de que no está el campo dispuesto para recibir nuestro trabajo” 5.

 

El pueblo que yacía en tinieblas ha visto una gran luz

 

Para que se cumpliera lo anunciado por el profeta Isaías: “¡Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles! El pueblo que yacía en tinieblas ha visto una gran luz; a los que habitaban en paraje de sombras de muerte una luz les ha amanecido”.

 

El trecho de Isaías que cita san mateo en estos versículos ha sido tomado del texto hebraico, por cuyo motivo no se transcriben algunas palabras tal como figuran en nuestras traducciones más comunes:

 

como al principio cubrió de oprobio a la tierra de Zabulón y de Neftalí, a lo último llenará de gloria el camino del mar y la otra ribera del Jordán, la Galilea de los gentiles. El pueblo que andaba en tinieblas vio una gran luz. Sobre los que habitan en la tierra de sombras de muerte resplandeció una brillante luz” (Is 9,1-2).

 

Se trata de una lindísima profecía que se cumple al establecerse el Señor en Cafarnaúm. De hecho, el segundo libro de los Reyes (15,29) cuenta que Teglatfalasar, rey de los asirios, invadió varias regiones, entre ellas las de Zabulón y Neftalí, o sea la porción citada en estos versículos de mateo Esto se produjo por castigo de Dios. Así, Galilea fue devastada y tomada por los gentiles, de donde su nombre: “Galilea de los Gentiles”, localizada en la zona limítrofe con Siria y Fenicia, cuajada de paganos.

 

Ésta era la principal razón por la cual sus habitantes se habían vuelto objeto de desprecio para el resto de la nación, a raíz de la gran infiltración de gentiles, arameos, itureos, fenicios y griegos, que inevitablemente se mezclaban con los judíos de raza, como se relata en el primer libro de los Macabeos (5,15): “y se habían juntado contra ellos los gentiles de toda la Galilea, para aniquilarlos”. como dijimos, se trataba de una región rica en comercio y atractiva por eso mismo para distintos pueblos.

 

Puede entenderse hasta qué punto se corrompieron las doctrinas y las buenas costumbres religiosas del pueblo elegido en aquellos páramos, debido a la fuerte y diversificada influencia pagana, así como el motivo por el cual “yacía en tinieblas” y en “sombras de muerte”.

 

Estaban sentados los gentiles en la región de la sombra de muerte, dice el Crisóstomo, porque no tenían ni una partícula de luz divina que les alumbrara. Los judíos, que hacían las obras de la ley, pero no conocían la justicia del Evangelio, estaban sentados en tinieblas. Todas ellas son disipadas por ‘la gran luz’ del Mesías. No puede haber más recia y fija luz, porque Jesús es la luz substancial: ‘Yo soy la luz del mundo’ (Jn 8, 12). No desconfiemos jamás de su eficacia para llegar al fondo de los espíritus más entenebrecidos, por la infidelidad, la herejía, la ignorancia, la indiferencia: y hagámonos siempre hijos de esta luz y colaboradores de su acción iluminativa, por nuestra predicación y nuestras obras” 6

 

III – La predicación del reino de los cielos

 

Desde entonces comenzó Jesús a predicar y decir: «haced penitencia, porque se acerca el reino de los Cielos.»

 

San Marcos nos dejó el mismo relato en estos términos: “El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios está cerca; convertíos y creed en el Evangelio” (MC 1,15). Mientras un evangelista suele referirse al “reino de los Cielos”, el otro habla del “reino de Dios”. Los autores discuten sobre esta particularidad, pero no conviene a nuestro objetivo alargarnos sobre ese punto; ahora, tomemos ambas expresiones como sinónimas.

 

Jesús ya había mencionado el reino de Dios en la famosa conversación nocturna con Nicodemo (Jn 3, 3-5). Ahora empieza propiamente su predicación pública sobre el tema.

 

Los judíos esperaban con ahínco un reino político-social lleno de gloria para el pueblo elegido; sería para ellos la realización del reino de Dios sobre la Tierra. Jesús empieza a rectificar ese equívoco nacionalista en Cafarnaúm, y seguirá haciéndolo progresivamente mediante predicaciones, parábolas y polémicas, con lógica y didáctica de fuerza insuperable.

 

Naturaleza espiritual y carácter universal del Reino

 

El método gradual para establecer el reino anunciado por el Divino Maestro chocaba contra la concepción judaica de una intervención intempestiva del Todopoderoso, que alzaría a la nación elegida hasta la cúspide. Figuras como la de la semilla, el grano de mostaza y la levadura (cf. Mt 13, 24-33) demostraban los pasos lentos de la evolución del reino anunciado y traído por él.

 

Además, el verdadero reino es sobre todo religioso, sin finalidad política al gusto de la opinión pública de aquellos tiempos. Ese reino se establece en oposición al de Satanás. “Pero si por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el reino de Dios” (Mt 12,28). portanto, no hará oposición a César (Mt 22,21) y por otro lado, no será nacional sino universal: “Y os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los Cielos” (Mt 8,11).

 

Sobre el versículo en cuestión, así se expresa el gran exégeta Fillion: “Así pues, era posible comprender al Salvador cuando hizo resonar en Galilea el ‘Evangelio del reino’. Esta buena noticia ya había sido anunciada mucho tiempo antes, y recientemente el Precursor la había proclamado con celo ardoroso. Pero hacía falta corregir lo que se había desencaminado en el espíritu del pueblo, perfeccionar lo bueno, elevar a esferas superiores lo que aún no se había revelado por completo, y así retornar al ideal magnífico de los profetas e incluso sobrepasarlo. Fue por eso que —rechazando con vigor las concepciones mezquinas y vulgares de la mayoría de sus compatriotas, desprendiendo de la noción del reino de Dios las quimeras de la escatología judía, protestando especialmente contra la pretensión de fariseos y escribas de conferir a las esperanzas mesiánicas un aspecto puramente exterior y político, hasta convertirlo en monopolio de su nación— Jesús insistió infatigablemente en la naturaleza espiritual y en el carácter universal de este reino”7.

 

La penitencia abre las puertas del reino de los Cielos

 

El reino está cerca, y para entrar en él es necesario hacer penitencia, humillarse, purificarse. Es el camino seguro para alcanzar la paz con Dios y consigo mismo. Esa fue la condición colocada por Jesús, y por eso “no empezó, dice el mismo Crisóstomo, predicando las altas cosas de la justicia de la ley nueva, sino las cosas íntimas de la rectificación de la voluntad por la penitencia. Por ahí se entra en el reino de los cielos: dejando los malos hábitos, rectificando torcidas intenciones e inclinaciones: concibiendo deseos de vivir bien, y pesar de haber obrado mal. Entonces es cuando ya se puede vislumbrar el goce del cumplimiento de la perfecta justicia: ‘haced penitencia…’ ‘se ha acercado el reino de los cielos…’” 8. 

 

IV – Vocación de los primeros discípulos

 

Caminando por la ribera del mar de Galilea vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, echando la red en el mar, pues eran pescadores, y les dijo: «venid conmigo y os haré pescadores de hombres.» Ellos al instante, dejando las redes, le siguieron. Caminando adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan, que estaban en la barca con su padre Zebedeo arreglando sus redes; y los llamó. Ellos al instante, dejando la barca y a su padre, le siguieron.

 

Por la narración de san Juan, todo hace pensar que esos cuatro apóstoles ya conocían a Jesús. Ninguno de los otros tres evangelistas menciona esa relación previa.

 

La figura del Mesías había sido apuntada por el precursor ante Andrés y Juan, lo que llevó a ambos a seguirlo e inmediatamente después de acercar a Pedro y Santiago. Un día después el propio Jesús llamó al apóstol Felipe, que a su vez trajo a Bartolomé (Jn 1, 35-51). por tanto, en cierto modo ya eran discípulos del Salvador cuando se desarrollaron los hechos descritos en los versículos anteriores.

 

Pedro y Andrés limpiaban las redes probablemente después de una pesca infructífera, en el supuesto de que Lucas se refiera a la misma escena (Lc 5, 1-11). El Maestro les dirige el convite en tono casi imperativo, lo cual sugiere conversaciones anteriores que prepararon aquel momento, en el cual se cumple una antigua promesa de hacerlos pescadores de hombres.

 

La misma determinación será usada con los otros dos hermanos, hijos de Zebedeo, por el Divino Maestro.

 

La prontitud con que la dupla de hermanos lo abandonan todo (hasta a su mismo padre, en el caso de los dos últimos) indica el grado de intimidad que existía entre ellos y el Maestro, así como el tenor de las conversaciones sostenidas hasta entonces. Jesús trabajaba con sabiduría divina y celoso cuidado, a cada uno para el ejercicio de esa robusta fe y arrojada decisión.

 

Las silenciosas oraciones de María Santísima no debían ser ajenas a esa actitud, como tampoco estaba ausente el fuego de alma del Bautista, quien los había congregado para luego entregarlos al Mesías. Todos estos factores conjugados hicieron que los cuatro primeros discípulos, con espíritu inflamado, dieran la espalda a este mundo y arrojaran no ya las redes sino a sí mismos, no en las aguas sino en el reino de los Cielos.

 

El R.P. Luis María Jiménez Font, s.j., ofrece un excelente comentario de este pasaje: “La vocación de los apóstoles parece ser que procedió de esta manera: Cristo recibió espontáneamente a los que se le juntaron procedentes del discipulado del Bautista, Andrés y Pedro, Juan y Santiago, y en el primer regreso a Galilea, a Felipe y Natanael, a los cuales permitió Jesús volver a sus quehaceres, después de la curación del hijo de Régulo, acabada la primera predicación en Judea, pues el primer ministerio del Señor en Galilea parece que lo efectuó completamente solo. Cuando ya era conocido en la región, decidió formalizar el punto de la colaboración ajena, y a aquellos que en un principio le habían acompañado por devoción, los llamó nuevamente para que le siguieran de un modo definitivo y profesional el día de la pesca milagrosa” 9.

 

V – No había llegado la hora de manifestarse como Hijo de Dios

 

Recorría Jesús toda Galilea enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.

 

Después de dos largas décadas en el silencio oculto de Nazaret, vemos ahora al Salvador en el ejercicio pleno de su misión pública, predicando acerca del reino de Dios, curando a los enfermos y expulsando a los demonios. No sabemos decir cuánto duró esa diligente actividad apostólica, pero no sería aventurado suponer que se haya prolongado por varios meses.

 

Los Profesores de la Compañía de Jesús hacen una apreciación rica en contenido a propósito de este versículo 23:

 

El evangelista resume en estos pocos versículos la misión de Cristo en Galilea. En los capítulos siguientes (5-7) nos lo va a presentar primero como el gran doctor anunciado por los profetas y después (8-9) como taumaturgo, que obra toda clase de milagros para confirmar la verdad de su doctrina. Aquí, en general, nos dice que recorría las poblaciones de Galilea, sin duda acompañado de los discípulos que acababa de escoger, enseñando la buena nueva, que eso significa la palabra evangelio, la cual era el próximo advenimiento del reino de los cielos (v. 17). Predicaba, como anota el evangelista, en las sinagogas. […] Predicaba además, como insinúa el evangelista y lo veremos más adelante, en los campos y en las plazas. Confirmaba la verdad de su doctrina con milagros, que eran a la vez obras de caridad, curando toda clase de enfermedades. Estas curaciones milagrosas eran una de las características del Mesías anunciadas por los profetas, singularmente por Isaías (35, 5.6)” 10.

 

La convicción de Jesús acerca de su misión mesiánica jamás podrá ponerse en duda. Su simple genealogía sería suficiente para demostrarlo; ni que decir tiene, por supuesto, las revelaciones de san Gabriel a la Virgen Madre o a Zacarías, la presencia de los pastores en el Pesebre, la visita de los Reyes Magos y la propia respuesta dada a María cuando lo volvió a encontrar en el templo: “¿No sabíais que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?” (Lc 2,49). Estos hechos evidencian lo grande y exacta que era la compenetración de Cristo con respecto a su misión.

 

No obstante, si por un lado la conciencia acerca de la finalidad —inmediata y última— era clarísima ab initio, sin nunca crecer ni menos aún disminuir, la manifestación de sí mismo a los demás fue progresiva. Aquí, en Galilea, apreciamos al Divino Maestro en una etapa inicial.

 

Revelar su divinidad por completo o en parte era algo no sólo prematuro sino incluso imprudente. Mucho más tarde, alrededor de dos años después del Bautismo en el Jordán, llegará el momento en que Pedro proclame la filiación divina de Jesús, por pura revelación del Padre, y en seguida los apóstoles reciban la orden de guardar el asunto en secreto.

 

La misma norma de conducta será impuesta a los demonios de los poseídos (Lc 4,33-41, etc.) y a los enfermos milagrosamente curados (Mt 12,16, etc.). De no ser así, el resultado sería incontrolable debido a la fuerte impresionabilidad de las muchedumbres a propósito de un Mesías político. Véase la reacción del pueblo tras la multiplicación de los panes (Jn 6, 14-15).

 

El último año de su vida pública, la manifestación se revestirá con esplendor exuberante. Pero en este período de Galilea, “el Evangelio del reino de Dios” es predicado por el Hijo del Hombre a una opinión pública con insuficiente fe para reconocer la infinita grandeza del Hijo de Dios.

 


 

1 AQUINO, Santo Tomás de – “Suma Teológica” III, q. 38, a. 1, ad 2. 2 TERTULIANO, Quinto Séptimo Floro – “Contra Marción”, 1.IV, c. 33: PL 2, 471. 3 “La Sagrada Escritura”, Texto y comentario por Profesores de la Compañía de Jesús – BAC, Madrid, 1961, pp. 49 y 50. 4 MALDONADO, P. Juan de, s.j. – Comentarios a los cuatro Evangelios – BAC, Madrid, 1950, Vol. I, p. 223. 5 GOMÁ Y TOMÁS, Dr. D. Isidro – “El Evangelio Explicado” – Rafael Casulleras, Barcelona, 1930, Vol. II, p. 72. 6 Op. cit. id. ibid. 7 FILLION, L.-Cl. – “Vida de Nuestro Señor Jesucristo” – Librería Letouzey et Ané, París, 1922, vol. II, p. 127. 8 GOMÁ Y TOMÁS, op. cit. Id, ibid. 9 In de MALDONADO, P. Juan, s.j., – ibid. 10 “La Sagrada Escritura” op. cit. – Idp. 54.

 

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