Comentario al Evangelio – Domingo II de Tiempo Ordinario El mejor "vino" de la Historia

Publicado el 01/13/2016

 

EVANGELIO

 

  Tres días después se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús también fue invitado con sus discípulos. Y como faltaba vino, la madre de Jesús le dijo: “No tienen vino”. Jesús le respondió: “Mujer, ¿qué tenemos que ver nosotros? Mi hora no ha llegado todavía”. Pero su madre dijo a los sirvientes: “Hagan todo lo que Él les diga”. Había allí seis tinajas de piedra destinadas a los ritos de purificación de los judíos, que contenían unos cien litros cada una. Jesús dijo a los sirvientes: “Llenen de agua estas tinajas”. Y las llenaron hasta el borde. “Saquen ahora, agregó Jesús, y lleven al encargado del banquete”. Así lo hicieron. El encargado probó el agua convertida en vino y como ignoraba su origen, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo y le dijo: “Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el de inferior calidad. Tú, en cambio, has guardado el buen vino hasta este momento”. Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en Él (Jn 2, 1-11).

 


 

Comentario al Evangelio– Domingo de la Sagrada Familia

 

Cuando la Santísima Virgen sea efectivamente la Reina de los Corazones, “sucederán en este mundo cosas maravillosas”. En la Historia, a semejanza de las Bodas de Caná, el mejor vino se guarda para el final…

 


 

I – EL PODER DE LA MEDIACIÓN DE MARÍA

 

Las páginas del Antiguo Testamento están perfumadas por las hazañas de santas mujeres que edificaron a las sucesivas generaciones del Pueblo Elegido. Todas ellas prefiguran bajo algún aspecto a la Virgen Madre, y anticipan el insuperable ejemplo de María Santísima en la práctica de las virtudes.

 

Así fueron Rut, la moabita, la casta Susana y Judit, la cual venció al terrible Holofernes cuando los gobernantes de Israel preparaban la entrega de la ciudad. Lo mismo ocurrió con Ester: aunque frágil, se mostró sensible a las súplicas de su tío Mardoqueo para interceder ante el rey a fin de salvar del exterminio a los israelitas. Rezó, pidió fuerzas y, arriesgando su vida, obtuvo la complacencia del rey, dejando patente el amor que sentía hacia su pueblo.

 

Estas prefiguras, como todo símbolo, son inferiores a aquello que representan, pero revelan aspectos del alma inigualable de la Virgen María.

 

A partir del momento en que “Dios Padre reunió todas las aguas y las llamó mar, reunió todas las gracias y las llamó María”,1 cualquier perfección existente en el universo creado —a excepción de Jesucristo, el Hombre Dios— es insuficiente cuando se la compara debidamente con la Madre de Dios.2

 

Con este enfoque debemos analizar el Evangelio de las Bodas de Caná, en donde la falta de vino dio ocasión al primer milagro de Cristo, por mediación de María.

 

II – EL MILAGRO DE LAS BODAS DE CANÁ

 

No es extraño que el primer milagro del Señor haya sucedido durante una fiesta matrimonial, porque en aquellos tiempos se otorgaba a las ceremonias nupciales una solemnidad extraordinaria, motivada por la espera del Mesías que llegaría a salvar al pueblo judío. Los nuevos esposos se unían esperando figurar en el linaje del Salvador, y la esterilidad era considerada un verdadero castigo.

 

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Las santas mujeres del Antiguo Testamento fueron

prefiguras de la Virgen, revelando aspectos del

alma inigualable de María

Según la costumbre vigente, los preparativos de un casamiento empezaban con un año de antelación, reuniéndose los padres de los prometidos para definir el contrato matrimonial y todo lo relacionado al patrimonio, a fin de garantizar la estabilidad del nuevo hogar.

 

Normalmente el banquete de bodas se realizaba después del atardecer y la novia se dirigía en procesión hasta su nueva morada, precedida por amigas llevando lamparitas, con canciones y demostraciones de alegría. Los festejos tenían características sui generis en aquel entonces y muchas veces se prolongaban una semana entera, siendo frecuente la presencia de gran número de invitados.3

 

Jesús y María son invitados a un casamiento

 

Tres días después se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús también fue invitado con sus discípulos.

 

Caná distaba diez kilómetros de Nazaret y era una ciudad más importante que ésta. La Madre de Jesús seguramente tenía relaciones de amistad con la familia de alguno de los novios, o como opina el Abate Jourdain, “se puede pensar que María estaba unida por lazos de parentesco cercano a las familias del joven matrimonio y habiendo sido invitada por esta razón, creyó su deber acudir”.4

 

Nuestro Señor la acompañó, llevando consigo a sus primeros discípulos: Juan, Santiago, Pedro, Andrés, Felipe y Bartolomé. El objetivo de la presencia de Jesús y de su Madre lo explica el citado Abate Jourdain: “Jesucristo se dignó ir a las bodas de Caná, ya para honrar el matrimonio, como los Santos Padres son unánimes en enseñar, ya para elevarlo a la dignidad de sacramento y mostrar ante la Iglesia y el mundo que sin la presencia del Hijo de Dios y de su Madre Santísima, no hay nupcias santas ni agradables a Dios”.5 Pero ya tuvimos oportunidad de discurrir sobre este asunto en un artículo anterior; por ello, ahora analizaremos especialmente el papel de la Santísima Virgen. 6

 

En el comentario a este versículo cabe destacar una característica del espíritu católico: la consideración de que la existencia humana, vivida en la observancia de la Ley de Dios, ha de ser agradable, tener sus gozos y consuelos. Acudiendo a la fiesta, Nuestro Señor y la Virgen demostraron que “las legítimas expansiones de la vida doméstica son santas” y que “el espíritu cristiano no es huraño ni antisocial”. 7

 

La temperante alegría de la buena comida y la buena bebida, el casto placer de la mesa y otros deleites lícitos como, por ejemplo, la música o un ambiente decorado con buen gusto y refinamiento están muy de acuerdo con el espíritu de la Iglesia, puesto que propician el progreso en el amor a Dios.

 

En aquella celebración matrimonial santificada por su presencia, es inconcebible que Nuestro Señor y la Virgen María hayan pasado desapercibidos. Su rostro, su porte, sus maneras y sobre todo su mirada debían traslucir la inconmensurable superioridad de ambos. Debía rodearlos una inevitable aureola sobrenatural, atrayendo la discreta curiosidad de los comensales. Nuestro Señor, como afirma el P. Ambroise Gardeil, OP, “por la paz que esparcía, más que por sus milagros o afirmaciones, probaba que era el Hijo de Dios”.8

 

Siempre deseosa de hacer el bien a los demás

 

“Y como faltaba vino, la madre de Jesús le dijo: “No tienen vino”.

 

De acuerdo a la costumbre judía, las mujeres no se sentaban a la mesa en los banquetes, sino que permanecían separadas de los hombres preparando los alimentos. A las damas mayores incumbía supervisar el trabajo de las más jóvenes, tomar los cuidados necesarios y coordinar el servicio de la mesa.9 Entre aquellas debía encontrarse la Madre de Dios, ya que el tenor de este versículo sugiere que estaba ayudando a los anfitriones para el buen éxito de la fiesta.

 

Despreocupada de sí misma, como siempre, María Santísima prestaba atención a todo, deseosa de hacer el bien a los demás. Fue entonces cuando percibió, tal vez sin que nadie se lo dijera, una situación embarazosa: no había más vino. ¡Qué vergüenza para los anfitriones! ¡Qué decepción tan grande cuando se diera a conocer la noticia! Pero eso no llegó a ocurrir porque, como dice San Bernardino de Siena, “el Corazón de María no podría ver una necesidad, una angustia”, e incluso sin que se lo rogaran “interviene pidiendo un milagro para librar de dificultades a esos humildes esposos”.10

 

La Santísima Virgen lo interpretaba todo con sabiduría, y consideró que la Providencia había permitido la falta de vino para brindar a Jesús la ocasión de manifestar su divinidad. “Él no había hecho todavía ningún prodigio, pero Ella no duda de su poder sobrenatural, y su comunicación conlleva una súplica para que haga lo posible, incluso un milagro” — comenta Beringer.11

 

Los profesores jesuitas acentúan que “en su intuición de Madre y de Virgen iluminada, percibió la llegada de la hora para que Jesús revelara el secreto mesiánico, oculto por tantos años.

 

La despedida anterior, el bautismo, la predicación de Juan y los discípulos que seguían a Jesús; todos estos episodios le dicen que ha comenzado una etapa nueva: la Vida Pública”.12 Por otra parte, Nuestro Señor ya habría revelado a su Madre el gran misterio de la Eucaristía, quizá para consolarla por toda la Pasión que Él debía atravesar y el abandono de casi quince años que Ella habría de soportar en la tierra.13 Por tanto, María, que estaría ansiando el momento de comulgar, pudo pensar que la falta de vino era ocasión propicia para adelantar la institución de la Eucaristía.14

 

Prefigura del milagro eucarístico

 

Jesús le respondió: “Mujer, ¿qué tenemos que ver nosotros? Mi hora no ha llegado todavía”.

 

La palabra “mujer” que Jesús emplea en su respuesta suena un poco dura a nuestros oídos, pero en el lenguaje de ese tiempo demostraba, en cambio, respeto y solemnidad, incluso gran estima y hasta un matiz de ternura. No era raro usarla para dirigirse a princesas y reinas.15

 

Nuestro Señor había comprendido claramente la insinuación de su Madre, y al usar la palabra “mujer” para dirigirse a Ella quiso “alejar de sí mismo toda sospecha de amor humano para hacer el milagro”, como afirma Maldonado.16 Los profesores de la Compañía de Jesús comparten esa opinión: “Jesús no niega el milagro que le fue pedido; niega que lo vaya a realizar por un motivo meramente humano. Él se mueve en todo por la voluntad de su Padre celestial”.17

 

Como no podía ser de otra manera, el Señor debía sentirse apenado también con la situación de esas familias, pero quería instruir a sus discípulos y asociar a la Virgen a su obra, mostrando el papel decisivo de la mediación de su Madre. No cabe duda que le alegró escuchar la petición de María y, según la exégesis del renombrado P. Lagrange, respondió como diciendo: “Dejadlo a mi cargo, todo irá bien. […] con más dignidad en el tono, pero sin duda también con mayor afecto en la modulación de la voz”.18

 

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Caná dista diez kilómetros de Nazaret y era, en

la época de Nuestro Señor, una ciudad más

importante que ésta

Al precisar que su hora no ha llegado aún, Cristo declara que todavía es muy pronto para instituir la Eucaristía.19 Además —argumenta San Juan Crisóstomo— no siendo conocido aún como el Mesías, no era el momento de manifestarse haciendo un milagro.20

 

La confianza en la Virgen debe ser total

 

Pero su madre dijo a los sirvientes: “Hagan todo lo que Él les diga”.

 

María conocía muy bien el Sagrado Corazón de Jesús, hoguera ardiente de caridad, engendrado en el templo sublime de su claustro materno. “Por conocer privilegiadamente, como Madre, el Corazón de su Hijo, sabe que será atendida y recomienda a los sirvientes hacer todo lo que Él les mande. Y así, por petición de María se anticipa excepcionalmente la hora de los milagros de Cristo”.21 Es la eficacia de la Omnipotencia suplicante.

 

Esto nos muestra que debemos confiar sin restricción en la Virgen, incluso cuando parezca que merecemos el rechazo de Nuestro Señor. Ella vendrá en nuestro socorro cuando también “nos falte el vino”, porque el poder de impetración de la Mediadora de todas las gracias, por designio divino, es absoluto. El Redentor prometió, llevado por su bondad insondable, que “todo lo que pidáis en mi nombre, eso haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo” (Jn 14, 13). Ahora bien, si esto es válido para nosotros, concebidos en pecado original y manchados con tantas miserias personales, ¿cómo no lo será en un grado más elevado para su incomparable Madre?

 

Si Jesús no le negó nada en la tierra, ¿cambiará de actitud en el Cielo?22 Si realizó ese magnífico milagro aunque todavía no era la hora, podemos tener la certeza de que ahora ese tiempo sí ha llegado, porque está en el Cielo como Sacerdote Eterno junto al Padre para interceder por nosotros (cf. Heb 4, 14). Allí está para atender nuestras solicitudes, permanece allí a merced de los pedidos de María. Concluye muy bien el piadoso Cardenal de la Luzerne: “¿Habrá perdido Ella su poder en la cúspide de la gloria? ¿Sus virtudes incomparables recibirán como premio menos crédito frente a Dios? […] Aquel que se sometía a sus órdenes en la tierra, ¿rechazará su oraciones en el Cielo?”.23

 

Así pues, tengamos la seguridad de que si recurrimos a María, seremos atendidos en cualquier circunstancia.

 

Dios quiere nuestra cooperación en los milagros

 

Había allí seis tinajas de piedra destinadas a los ritos de purificación de los judíos, que contenían unos cien litros cada una. Jesús dijo a los sirvientes: “Llenen de agua estas tinajas”. Y las llenaron hasta el borde.

 

La Virgen Santa, recomendando a los servidores hacer todo lo que mandara Jesús, los instruyó para no colocar el menor obstáculo a la voluntad de Jesús. Es lo mismo que Ella repite continuamente a nuestras almas: “Haced todo lo que Él os diga”, es decir, “seguid la voz interior de la gracia sin oponer obstáculo alguno”. Infelizmente, a menudo no sabemos interpretar bien la voz de Dios y resistimos a la gracia, al contrario de la conducta ejemplar de esos servidores. Sin duda que debió parecerles extraña la idea de ofrecer agua en un banquete, pero obedecieron con prontitud y sin el menor reparo.

 

El P. D’Hauterive saca una importante lección de este pasaje: “En este episodio debemos considerar la importancia de obedecer fielmente a Dios y a quien ocupa su lugar junto a nosotros, sin indagar con demasiada curiosidad el motivo por el cual nos manda una cosa u otra”.24 Dios quiere nuestra cooperación en los milagros a través de la Fe y de la obediencia a la voz de la gracia en nuestro interior. Es como si nos repitiera la certera expresión del P. Jourdain: “Si hacéis lo que podéis, Él hará lo que no podéis”.25

 

El modo de hacer el milagro

 

“Saquen ahora, agregó Jesús, y lleven al encargado del banquete”. Así lo hicieron. El encargado probó el agua convertida en vino y como ignoraba su origen, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua,…

 

Jesús buscaba con sus milagros saciar el hambre de la multitud —como al multiplicar panes y peces— y atender también otras necesidades apremiantes. En este caso, sin embargo, no era indispensable que cambiara el agua en vino, porque la falta de este último no acarrearía un daño grave a nadie.

 

Sin embargo, Jesús atiende la petición con superabundancia, proporcionando seis tinajas llenas, es decir, unos 600 litros del mejor vino, cantidad muy superior a la necesidad del momento. ¿Cuál es la razón para este “exceso”?

 

Nuestro Señor actuó así para mostrar que lo superfluo no solamente no es un pecado en sí mismo, sino que puede ser hasta legítimo y aconsejable. Esa abundancia de vino, afirma el Cardenal Gomá, “no servirá para abusos de los convidados, porque la simple presencia de Jesús los contendrá, sino para librar a algunos amigos o parientes de un grave apuro y aliviar su pobreza, dándoles tal cantidad de vino”.26 No le faltaba razón al gran exégeta Fillion cuando nos anima a admirar “la munificencia regia del regalo de bodas de Jesús”.27

 

De otra parte, cabe prestar atención a un pormenor importante: el milagro fue realizado sin ninguna fórmula ni gesto exterior, excepto la orden dada por el Señor a los servidores; cuando éstos obedecieron ya no hubo agua en las tinajas, sino vino. El P. D’Hauterive resume en términos precisos lo ocurrido: “Por un acto de su soberana voluntad —esa voluntad con la cual da órdenes a los elementos como Señor de todos ellos— Jesús cambió en un instante la sustancia del agua en sustancia del vino”.28 No obstante, cuando realice la transubstanciación del pan y el vino en la Última Cena, Cristo usará una fórmula fija que la Iglesia sigue empleando hasta hoy en la Liturgia.

 

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Hasta aquel momento, la Fe de los discípulos era

todavía débil y ese milagro la consolidó.

En Caná no procedió de igual manera porque aquel acto no debía ser repetido por la posteridad. Además el milagro de Caná, aunque espectacular, fue mucho menor al que se produce en cada Misa con la Transubstanciación del vino y del pan en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor. En la Eucaristía el milagro no es visible: el sacerdote pronuncia las palabras de la Consagración y tanto la hostia como el vino consagrados siguen pareciendo pan y vino, pese a que su sustancia es distinta. Esto ocurre para probar nuestra Fe.

 

El mejor vino fue servido al final

 

…llamó al esposo y le dijo: “Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el de inferior calidad. Tú, en cambio, has guardado el buen vino hasta este momento”. 

 

Sin duda que el vino fruto de ese milagro fue el más delicioso que jamás se había producido en la Historia —el vino de los vinos— porque fue hecho por el propio Dios.

 

De la circunstancia de haber sido servido éste al final, podemos sacar una aplicación para nuestra vida espiritual. Cuando cedemos ante la seducción del pecado, aspiramos en primer lugar al “vino bueno”: el goce de los placeres y la ilusión de una felicidad perfecta; pero en seguida, ya bajo la embriaguez del vicio, aquello es reemplazado por la tristeza y la frustración.29

 

En cambio, cuando enfilamos la ruta de la santificación, tal vez encontremos dificultades o pruebas al principio, pero en seguida vendrá el delicioso “vino” de los consuelos espirituales. “Inicialmente el mundo promete bienes, alegría, placeres, pero a fin de cuentas sólo da amarguras, angustias y desesperación. Dios, al contrario, hace sentir a quien se le entrega la amargura del cáliz de Jesucristo, penas y trabajos, pero al final los sufrimientos y las lágrimas dan lugar a una alegría inefable y a delicias torrenciales”.30

 

Hay aquí una palabra de esperanza y consuelo para quienes sufren: están siéndoles preparado el vino bueno transformado por Nuestro Señor.

 

Los milagros de Nuestro Señor demuestran su Divinidad

 

Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en Él.

 

El tenor de este versículo permite deducir que hasta ese momento los discípulos no habían creído completamente en el Maestro. “Ya habían empezado a creer en Él —afirma el Cardenal de la Luzerne— dado que se vincularon a su persona. Pero su Fe todavía era débil, quizá hasta incierta, y ese milagro la consolidó, volviéndola más viva y firme”.31 Por ende, ese milagro fue menester para que ellos vieran en Jesús al Mesías.

 

Esto nos invita a dar nuestra adhesión a Dios al comienzo mismo de nuestra vida espiritual, sin exigir milagros ni consuelos, según lo dicho a Tomás: “Dichosos los que sin ver, creyeron” (Jn 20, 29).

 

III – EL MEJOR VINO DE LA HISTORIA: EL REINO DE MARÍA

 

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Imagen Peregrina del Inmaculado

Corazón de María que pertenece

a los Heraldos del Evangelio.

Frente al desconcierto y las preocupaciones que pueda causarnos el mundo de hoy, el Evangelio de este domingo nos llama a la esperanza. Pues sabemos que cuando la humanidad llega a un nivel de decadencia moral donde todo parece perdido, la intercesión omnipotente de María conseguirá de su Hijo Divino la transmutación del agua —en este caso agua contaminada por el pecado— en el mejor vino.

 

La miseria espiritual del mundo se convertirá, por intercesión de la Madre de Dios, en algo tan extraordinario que no podemos siquiera imaginarlo: el Reino de María, vale decir, el triunfo de su Sapiencial e Inmaculado Corazón, anunciado por Ella en Fátima.

 

La frase del Evangelio de hoy, “tú has guardado el buen vino para el final”, puede significar también: “Tú guardaste, oh Dios, tus mejores gracias para los tiempos venideros”. Las gracias más excelentes, los beneficios más insignes, los santos más grandes, las culturas más refinadas, en fin, todo lo mejor ha sido reservado para esa era mariana.

 

De un modo suave, pero rápido y directo — tal como el agua cambiada en vino en las Bodas de Caná— la Santísima Virgen logrará de su Divino Hijo la santificación de nuestras almas. Para obtener esa feliz renovación basta atender el sabio consejo del P. Jourdain: “Presentadle vuestra necesidad, vuestra miseria, vuestra tibieza y suplicadle: ‘Virgen Santísima, me falta el vino del amor y de la devoción, sólo tengo un poco de agua fría e insípida; pedid a vuestro Hijo que la convierta en vino”.32

 

En esa época dichosa, María será establecida como Reina de los Corazones y “cosas maravillosas sucederán en este lugar de miserias, en que el Espíritu Santo, viendo a su querida Esposa como reproducida en las almas, vendrá a ellas con abundancia y las llenará con sus dones, particularmente el don de su sabiduría, para obrar maravillas de gracias. ¿Cuándo vendrá ese tiempo feliz y ese siglo de María, en que muchas almas escogidas, sumergiéndose ellas mismas en el abismo de su interior, se transformarán en copias vivas de María para amar y glorificar a Jesucristo?”.33

 

Por amoroso designio de su Divino Hijo, el mejor vino de la Historia llegará al final: ¡El “vino de María”!

 

 


 

 

1 GRIGNION DE MONTFORT, San Luis María – Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen, nº 23. 2 Santo Tomás enseña al respecto: “La humanidad de Cristo por estar unida a Dios; la bienaventuranza creada por ser goce de Dios; la bienaventurada Virgen por ser Madre de Dios, tienen una cierta dignidad infinita que les proviene del bien infinito que es Dios. Y en este sentido, nada se puede hacer mejor, pues nada puede ser mejor que Dios.” (AQUINO, Santo Tomás de – Suma Teológica I, q. 25, a. 6, ad 4). 3 FERNÁNDEZ TRUYOLS, SJ, Andrés — Vida de Nuestro Señor Jesucristo. Madrid: BAC, 1954, p. 150 152. 4 JOURDAIN, Zéphyr-Clément – Somme des grandeurs de Marie. París: Walzer, 1900, vol. 2, p. 461.. 5 Ídem, ibídem. 6 Revista Heraldos del Evangelio nº 8, octubre-noviembre de 2003 (nº 22 en la edición original brasileña). 7 GOMÁ Y TOMÁS, Isidro – El Evangelio explicado. Barcelona: Casulleras, 1930, vol. 1, p. 454. 8 GARDEIL, Ambroise – El Espíritu Santo en la vida cristiana. Madrid: RIALP, 1998, p. 167. 9 DIDON – Jesucristo. Porto: Chardron, 1895, vol. 1, p. 187; TUYA, OP, Manuel de – Biblia Comentada. Madrid: BAC, 1964, pp. 999-1000. 10 SAN BERNARDINO DE SIENA – Explication des Évangiles. Hong-Kong: Imprimerie de la Société des Missions Étrangères, 1920, vol. 1, p. 272. 11 BERINGER, R. – Repertorio universal del predicador. Barcelona: Litúrgica española, 1933, vol. 1, p. 198. 12 LEAL, SJ, Juan; PÁRAMO, SJ, Severiano del; ALONSO, SJ, José – La Sagrada Escritura. Texto y comentario por los Profesores de la Compañía de Jesús. Nuevo Testamento I, Evangelios. Madrid: BAC, 1961, p. 846. 13 “No cabe duda que María conoció el propósito de Cristo de instituir la Eucaristía mucho antes de que fuera instituido tan augusto sacramento” (ALASTRUEY, Gregorio – Tratado de la Virgen Santísima. Madrid: BAC, 1956, pp. 678-679). 14 ALASTRUEY, op. cit., pp. 680-681. 15 JOURDAIN, op. cit., p. 59; TUYA, OP, Manuel de – Biblia comentada, II. Madrid: BAC, 1964, p. 1006; CAROL, OFM, J.B. – Mariología. Madrid: BAC, 1964,pp. 103-104; DEHAUT – L’Évangile expliqué, défendu, médité. París: Lethielleux, 1867, p. 39-40. 16 MALDONADO, SJ, Juan de – Comentarios a los Cuatro Evangelios – III. Evangelio de San Juan. Madrid, BAC, 1954, p. 155. 17 LEAL, SJ; PÁRAMO, SJ; ALONSO, SJ, op. cit., p. 847. 18 LAGRANGE, OP, M.J. – Évangile selon Saint Jean. París: Lecoffre, 1936, p. 56. 19 “Que Cristo haya pensado en instituir la Eucaristía en aquella ocasión está insinuado por San Agustín […] Y San Máximo de Turín afirma: ‘Al decir mi hora no ha llegado aún, prometía la hora de su preciosísima Pasión y el vino de nuestra Redención’” (ALASTRUEY, op. cit., p. 680). 20 SAN JUAN CRISÓSTOMO – Homilías sobre el Evangelio de San Juan (1-29). Madrid: Ciudad Nueva, s/f, p. 268. 21 TUYA, OP, op.cit., p. 1003. 22 CLÁ DÍAS, EP, João Scognamiglio – Pequeño oficio de la Inmaculada Concepción comentado. São Paulo: Artpress, 1997, p. 283-285. 23 LUZERNE – Explication des Évangiles. París: Mequignon Junior, 1847, vol. 1, p. 194. 24 d’HAUTERIVE, P. – La Suma del Predicador. París: Luis Vivès, 1888, vol. 2, p. 284. 25 JOURDAIN, op. cit., vol. 7, p. 368. 26 GOMÁ Y TOMÁS, op. cit., p. 451. 27 FILLION, Louis Claude – Vida de Nuestro Señor Jesucristo. Madrid: RIALP, vol. 1, p. 335. 28 D’HAUTERIVE, op. cit., p. 302. 29 Es importante notar, como subrayan los profesores de la Compañía de Jesús, que la palabra “bebidos” no debe tomarse en este versículo con el sentido peyorativo de “borrachos”, sino como parte de “una especie de proverbio” (LEAL, op.cit., p. 852). A su vez, el Cardenal Gomá interpreta las palabras del encargado del banquete como una “amable humorada” (op. cit. p. 451). En el mismo sentido se pronuncian el Abate Dehaut (op. cit., p. 26) y los profesores de Salamanca (TUYA, op. cit., p. 1002). 30 Epitres et Évangiles avec des explications. París: Jean Mariette, 1727, vol. 1, p. 199. 31 LUZERNE, op. cit., p. 200. 32 JOURDAIN, op. cit., vol. 7, p. 369 33 GRIGNION DE MONTFORT, op. cit., nº 217.

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