Comentario al Evangelio – Domingo III de Cuaresma – Parte II

Publicado el 03/03/2015

 

– EVANGELIO –

 

Estaba próxima la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Se encontró en el Templo con los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y con los cambistas sentados. Y haciendo de cuerdas un látigo expulsó a todos del Templo, con las ovejas y los bueyes; tiró las monedas de los cambistas y volcó las mesas. Dijo entonces a los vendedores de palomas: ‘¡Quitad esto de aquí! No hagáis de la casa de mi Padre una casa de negocios’. Se acordaron sus discípulos que está escrito: ‘El celo de tu casa me consume’ (Sal 68, 10). “Entonces, los judíos respondieron y le dijeron: ‘¿Qué señal nos das para hacer esto?’ Jesús les respondió: ‘Destruid este templo y en tres días lo levantaré’. Los judíos le replicaron: ‘En cuarenta y seis años se construyó este Templo, ¿y tú lo levantarás en tres días?’ Pero él hablaba del templo de su cuerpo. De ahí que cuando resucitó de entre los muertos, sus discípulos se acordaron de lo que había predicho, y creyeron en la Escritura y en las palabras pronunciadas por Jesús.
“Mientras estuvo en Jerusalén, durante la fiesta de la Pascua, muchos creyeron en su nombre al ver los milagros que hacía. Pero Jesús no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos, y no necesitaba que nadie le informara sobre hombre alguno, pues Él conocía lo que hay en cada hombre” (Jn 2, 13-25).

 


 

Comentario al Evangelio – Domingo III de Cuaresma – ¿Hay bondad en el castigo? Parte II

 

 

Todo en Nuestro Señor era de perfección ilimitada. Ante aquella situación establecida de manera consuetudinaria a través de los tiempos, medias tintas no tendría ninguna utilidad para persuadir a quienes habían convertido el Templo de Dios en un auténtico bazar.

 


 

III – Los judíos piden una señal

 

Pregunta llena de incredulidad, envidia y animosidad

 

Entonces, los judíos respondieron y le dijeron: ‘¿Qué señal nos das para hacer esto?’.

 

Evidentemente, aquí “los judíos” son las autoridades del Templo, que hacen una pregunta con carácter hostil y típicamente farisaico, puesto que exigir una prueba para legitimar una acción que se justifica por sí sola bajo el prisma moral, es querer desacreditar a priori la señal que se les ofrezca. De aquí surgiría una discusión interminable. Con razón comenta San Juan Crisóstomo: “¿Pero acaso necesitaban de alguna señal para dejar de hacer lo que tan indebidamente hacían? ¿Acaso el estar poseído de este gran celo por la casa del Señor, no era el mayor de todos los signos? Los judíos se acordaban de las profecías, y sin embargo, pedían una señal, sin duda porque sentían que se interrumpiese su ganancia; ¡torpes!”. 11

 

La pregunta llegaba colmada de incredulidad, envidia y animosidad. Querían una segunda prueba, cuando la primera era de por sí suficiente para convencer a cualquier persona con un mínimo de buen criterio.

 

Cuando los hechos perjudican sus intereses, no hay señal capaz de satisfacerlos

Así son los que tienen mentalidad farisaica; pues cuando enviaban emisarios al Precursor, estaban dispuestos a aceptar —como lo decían ellos mismos— la afirmación de que éste sería el Mesías, pero no quisieron tolerar que Juan Bautista indicara a Cristo como el Salvador. Es decir, cuando los hechos perjudican sus intereses, no hay señal capaz de satisfacerlos.

 

Misteriosa respuesta de Jesús

 

Respondió Jesús y les dijo: ‘Destruid este templo y en tres días lo levantaré’. Los judíos le replicaron: ‘En cuarenta y seis años se construyó este Templo, ¿y tú lo levantarás en tres días?’ Pero él hablaba del templo de su cuerpo. De ahí que cuando resucitó de entre los muertos, sus discípulos se acordaron de lo que había predicho, y creyeron en la Escritura y en las palabras pronunciadas por Jesús.

 

No sería la única vez que Jesús respondería de manera misteriosa a sus interlocutores, para quienes no siempre eran comprensibles las revelaciones hechas por el Divino Maestro. Pero el futuro las haría evidentes por su clarísima realización, como ocurrió en este caso puntual, ya que ciertamente colocó la mano sobre su sagrado pecho para decir: “Destruid este Templo…”

 

Claro que todos interpretaron mal esa propuesta, creyendo que se refería al edificio del que había expulsado a los mercaderes. Pero el estupor fue todavía mayor al oírlo afirmar que tenía el poder de reedificarlo en tres días. Conocemos la realidad de los hechos gracias a un testigo ocular merecedor de completa confianza, y que probablemente debió notar los gestos de las divinas manos de Cristo mientras hacía esta profecía. Por eso mismo, al escribir su Evangelio después de haberse cumplido lo predicho por el Maestro, San Juan no tuvo la menor duda acerca de la exactitud y realidad de aquellas palabras, por lo cual relata con total seguridad: “Pero él hablaba del templo de su cuerpo”.

 

Los discípulos de Jesús aceptan la señal

 

Llevado por su infinita misericordia, les concedió todavía una señal inconfundible con que alimentar la fe de todos: su Resurrección. “¿Por qué les da como signo el de la resurrección? Porque esto era principalmente lo que daba a conocer que Jesús no era un puro hombre; que podía triunfar de la muerte y destruir en poco tiempo su larga tiranía”.12.

 

Sin embargo, los únicos en aceptar esta señal fueron los discípulos allí presentes, quienes, sin entender lo que el Divino Maestro les decía, iniciaban un camino pavimentado de fe y confianza, sin barreras, en Aquel al que todavía no veían como Dios y Hombre.

 

El orgullo y el amor propio siempre ciegan a quienes se les entregan

Después de tres años todo les quedaría claro gracias a la fidelidad practicada a pesar de tales o cuales debilidades, dándonos ejemplo para abrazar con amor las enseñanzas emanadas de la Santa Iglesia, en especial cuando provienen de la infalible Cátedra de Pedro. Acatar con celo la orientación de la Santa Iglesia es un acto de filial amor al propio Cristo Nuestro Señor: “Quien a vosotros escucha, a Mí me escucha” (Lc 10,16).

 

A propósito de esto, resultan muy valiosas las consideraciones hechas por el cardenal Isidro Gomá y Tomás: “El templo a que alude aquí Jesús, dice Orígenes, no es sólo el templo de su cuerpo, sino la santa Iglesia que, construida de piedras vivas y elegidas, que somos todos los cristianos, cada día se destruye en ellas, porque cada día mueren los hijos de la Iglesia; y cada día de la historia parece que muere como institución, porque en conjunto está sujeta a todas las tribulaciones y aparentes disoluciones de las cosas humanas. Con todo, resurge siempre, como el cuerpo muerto de Jesús. Resurge en este mundo, porque a las horas de tormenta y de las aparentes derrotas, sucede la calma y el triunfo esplendoroso. Resurgirá definitivamente cuando venga el tiempo del cielo nuevo y de la tierra nueva, de que nos habla el Apocalipsis, por la resurrección de todos sus miembros, que somos nosotros. Seamos miembros de Cristo, suframos con Él: es la condición indispensable para resucitar con Él. Es doctrina inculcada varias veces por el Apóstol. Vivamos en esta santa fe y dulce esperanza”. 13

 

Profundo resentimiento de quienes detentan el poder

 

Los judíos no alcanzaron el verdadero significado de las palabras de Jesús pues, como nos dice San Agustín, “eran carnales. Sólo apreciaban las cosas por su sabor carnal, y el Señor les hablaba en sentido espiritual”. 14 De hecho, el orgullo y el amor propio siempre ciegan a quienes se les entregan, y acaban reemplazando la acción de Dios por la personal y humana.

 

Condenando y castigando con tal violencia a aquellos desórdenes, Jesús manifestó el soberano y divino derecho de su auténtico mesianismo y su eterna filiación. Esa escena se repetiría dos años más tarde, nuevamente sin resultado; todo volvería a ser como siempre. Pero Jesús perpetuó frente a la Historia, a las autoridades religiosas y a la propia multitud la memoria de que Él es verdadero Hijo de Dios y, por ende, Señor del Templo.

 

Pese al encanto de algunos, el episodio causó un profundo resentimiento en los detentadores del poder. Allí partió la contienda entre las autoridades religiosas y Jesús, la cual no hará más que aumentar hasta el grito: “Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos” (Mt 27, 25). Tan heridos se sintieron por esta justa intervención, que distorsionaron las palabras proferidas en esta ocasión por el Salvador, para condenarlo a la crucifixión acusándolo de haber querido destruir el Templo; crimen repugnante y sacrílego que ellos sí cometieron al volverse deicidas.

 

Por su parte, Jesús no había hecho sino proclamar que vencería la muerte mediante su Autorresurrección, sirviendo ésta como prueba irrefutable de la auténtica realidad de su misión, como lo diría más tarde Él mismo: “Confiad; Yo he vencido al mundo” (Jn 16,33).

 

Reacción voluble y pragmática de la multitud

 

Mientras estuvo en Jerusalén, durante la fiesta de la Pascua, muchos creyeron en su nombre al ver los milagros que hacía. Pero Jesús no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos, y no necesitaba que nadie le informara sobre hombre alguno, pues Él conocía lo que hay en cada hombre.

 

Ciertamente se hace aquí una referencia a la primera Pascua que Jesús pasó en Jerusalén, inmediatamente después de realizar el milagro de las Bodas de Caná. ¿Por qué no se fiaba de quienes habían creído a causa de los milagros?

 

Corazones volubles, inconstantes y pragmáticos, en menos de tres años preferirían a Barrabás

Corazones volubles, inconstantes y pragmáticos, que en un primer momento se llenaban de admiración, pero en menos de tres años preferirían a Barrabás antes que a los milagros. En el fondo no amaban la verdad en tesis; menos aún en sustancia. Alguna razón tendría un político francés al decir que el pueblo se venga de sus propios aplausos.

 

“¿A qué se debía esta inconsistencia en ellos, lo que hacía en Cristo que no se les ‘confiase’ plenamente? Los milagros les deslumbraban y les hablaban con ‘signos’ del poder y dignidad mesiánica de Cristo, pero en ellos quedaba un fondo, una reserva frente a Cristo. Probablemente, más que defecto en la fe, era defecto en la entrega plena a Cristo. Acaso pensaban seguirlo, al modo de un discípulo a los célebres maestros Hillel o Shammaí; pero no pensaban entregarse plenamente a Él con lo que importaba esto en el orden moral y religioso (Jn 3, 16.18.21; 6, 28.30). Ya ‘desde este primer contacto con las multitudes de Jerusalén, véseles ya cuales aparecerán siempre en Juan: impresionables, rápidamente conquistados por los milagros de Jesús, pero superficiales y precariamente adheridos’”. 15

 

Por otra parte, el testimonio de los hombres no pocas veces es ciego, porque se basa en las apariencias. ¡Y qué poca importancia debemos atribuir a los discursos, pensamientos y palabrerías de otros, acerca de nosotros! Cuando elogian, que no nos lleven a la soberbia; ni a la perturbación cuando critican y contradicen. En cuanto a nuestra relación con Jesús, lo que Él quiere es “nuestro abandono, de pensamiento y voluntad, a sus direcciones; no quiere que nos conservemos en el egoísmo espiritual de quienes le regatean pensamiento y voluntad. Jesús lo sabe todo: no necesita testimonio de hombre, porque penetra con su mirada hasta el fondo de nuestro pensamiento y corazón. No nos excusemos y rindámonos generosamente a sus gracias”. 16

 

IV – Consideraciones Finales

 

Las iglesias son casas de Dios. Edificios sagrados, en los cuales el Cordero de Dios es inmolado todos los días sobre el altar. En ellas somos elevados a la dignidad de hijos de Dios, purificados de nuestros pecados, alimentados con el Pan de los Ángeles, instruidos por las verdades de la salvación, santificados por la gracia.

 

Respeto, devoción y piedad son algunas de las virtudes indispensables para ingresar en tan sagrado recinto. Recemos con confianza, santo temor y entusiasmo en sus oratorios. Oigamos con avidez la Palabra de Dios pronunciada por sus ministros, o aquella voz interior del Espíritu Santo. Recibamos con gratitud los sacramentos. Adoptemos la firme resolución de frecuentar asiduamente la iglesia para adorar al Buen Jesús y crecer en la devoción a María. Y temamos ser objeto de la divina cólera debido a una mala conducta, como advertía Alcuino: “El Señor entra todos los días en su Iglesia espiritualmente, y atiende cómo se porta cada cual. Evitemos, pues, en la Iglesia las conversaciones, las risas, los odios, y las ambiciones, no sea que viniendo el Señor cuando menos se le espera, nos arroje de su Iglesia a latigazos”. 17

 

Alcuino no vivió en tiempos actuales. Si conociera la degradación de modas y costumbres en los días presentes, no dejaría de recomendar delicadeza de conciencia a aquellos —y aquellas— que entran al Templo sagrado, no para rezar, sino para mostrarse, incitar al pecado y llevar las almas a la perdición eterna.

 

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1 Unos 250 metros

2 In AQUINO, Sto. Tomás de – Catena Aurea, in Jo.

3 OEuvres Choisies de Bossuet. Versailles: L’Imprimerie de J. A. LEBEL, Imprimeur du Roi, 1821, vol. II, p. 130.

4 In AQUINO, Sto. Tomás de – Catena Aurea, in Jo.

5 Berakoth 9.5; cf, STRACK-B. Kommentar II p. 27.

6 TUYA, O.P., Manuel de – Biblia Comentada, BAC Madrid 1964, vol. II p. 1015.

7 Cf. Suma Teológica I-II q. 28, a. 4.

8 BUENAVENTURA, San: Meditaciones de la vida de Cristo. Librería Editorial Santa Catalina, Buenos Aires, pp. 159-160.

9 Evangelio de S. Juan comentado por S. Agustín – Gráfica de Coimbra, 1954 vol. I, pp. 264-265.

10 In AQUINO, Sto. Tomás de – Catena Aurea, in Jo.

11 In AQUINO, Sto. Tomás de – Catena Aurea, in Jo.

12 In AQUINO, Sto. Tomás de – Catena Aurea, in Jo.

13 CRISÓSTOMO, S. Juan, in Aquino, Sto. Tomás de – Catena Aurea, in Jo.

14 GOMÁ Y TOMÁS, Card. Isidro – El Evangelio explicado – Ediciones Acervo, Barcelona, 1966; vol. I pp. 386-387

15 Evangelio de S. Juan comentado por S. Agustín – Gráfica de Coimbra, 1954, vol. I p. 272.

16 TUYA, O.P., Manuel de – Biblia Comentada, BAC Madrid 1964, vol. II p. 1026.

17 GOMÁ Y TOMÁS, Card. Isidro – El Evangelio explicado – Ediciones Acervo, Barcelona, 1966; vol. I p. 387.

18 In AQUINO, Sto. Tomás de – Catena Aurea, in Jo.

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