Comentario al Evangelio – Domingo VI del Tiempo Ordinario – ¿Cuál es la peor lepra? Parte II

Publicado el 02/13/2015

 

Comentario al Evangelio – Domingo VI del Tiempo Ordinario – ¿Cuál es la peor lepra? Parte II

 

 

La “lepra” del alma es más contagiosa y terrible que el mal de Hansen, pues arranca la paz de conciencia, amarga la vida y prepara la muerte eterna. Si fuera tan visible como la lepra física, ¡cuánto más repulsiva sería a nuestros ojos!

 


 

III – Consideraciones finales

 

Hemos sido concebidos y nacimos bajo los estigmas del pecado original; por el pecado nos transformamos en enemigos de Dios. 10 Y si la lepra física afea el cuerpo, la del alma —el pecado— la vuelve horrorosa a los ojos de Dios, de los Ángeles y de los Bienaventurados. Esta “lepra” acarrea consecuencias hasta para el cuerpo, pues, como dijo Nuestro Señor, “el pecador se hace esclavo del pecado” (Jn 8,34), perjudicando con ello su propia salud física.

 

Efectos de la lepra del cuerpo y la “lepra” del alma

 

Si el leproso se vuelve un paria de la sociedad, condenado al aislamiento y el abandono, el pecado, a su vez, no sólo hace perder la inhabitación de la Santísima Trinidad en el alma del pecador, sino también lo excluye de la sociedad de los elegidos y los santos.

 

Además, la “lepra” del alma es más contagiosa que la física, pues puede propagarse incluso a distancia mediante palabras, conversaciones, pensamientos, escándalos, malos ejemplos, influencia, maledicencia, etc., y muchas veces de manera tal que no se logran reparar los males oriundos de su difusión.

 

Tampoco debemos olvidar que cuando los enfermos de este mal se comunican entre sí, no ya con los que están libres de la enfermedad, no acrecientan su desgracia. Pero con la “lepra” del pecado no sucede lo mismo: al causar contagio aumentamos nuestra culpa.

 

Por más que la lepra precipite en condiciones miserables que, de no ser tratadas, sólo desembocan en la muerte, el pecado es mucho peor, puesto que le arrebata al alma su paz de conciencia, la amarga y le prepara la muerte eterna.

 

Consideremos la gran superioridad del alma sobre el cuerpo. Ha sido creada como imagen de la Santísima Trinidad, y como obra maestra de las manos de Dios, lleva consigo además el precio infinito de la Preciosa Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Por esto mismo, los males del alma siempre son más graves que los del cuerpo.

 

Los estigmas del mal de Hansen, siendo físicos, son fáciles de reconocer para la víctima; en cambio el pecador, mientras más avanza en las tortuosas vías del pecado, se percata cada vez menos del abismo al que va rodando. Así, ¿cómo podrá obtener la cura?

 

Es terrible pensar también que los sufrimientos de un leproso abandonado a su propia suerte se acaban al fallecer; y si los aceptó con resignación y amor a Dios, abrirá sus ojos a la eternidad feliz. Los del pecador no sólo se perpetúan en la eternidad, sino que se vuelven incomparablemente más atroces después de la muerte.

 

No dejemos pasar un solo día sin recibir a Jesús Eucarístico

 

¿Cómo curar la “lepra” del pecado? Muchos son los caminos que llevan a la curación total, es decir, la santidad plena. Sin embargo, existe uno que sobresale entre todos, y nos lo indica el Evangelio de hoy cuando afirma que el leproso “vino hacia Él” , o sea, fue en busca de Jesús.

 

No se trata de esperar que Jesús vaya hacia el pecador; es éste quien debe ir en búsqueda del Señor. Y mientras más avanzado sea el estado de su “lepra”, más confianza debe tener en que será bien recibido. No debe permitirse jamás el mínimo asomo de desaliento, o peor todavía, de desconfianza. ¿Y dónde encontrar a Cristo?

 

Él no está de paso entre nosotros, como sucedió en la vida del leproso del Evangelio, sino de manera permanente: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta la consumación de los siglos” (Mt 28,20). ¡Sí! Cristo se encuentra continuamente en la Eucaristía en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, y la Comunión frecuente —mejor aún, diaria— será el medio en que irá asumiendo interiormente a quienes lo reciben en su gracia, pa ra hacerlos así cada vez más semejantes a su santidad.

 

Aquellas divinas y sagradas manos, cuyas caricias encantaban a los pequeños, y curaban a todos los enfermos a quienes se acercaban; esas mismas manos todopoderosas que calmaban los vientos y los mares, devolvían la vida a los cadáveres y perdonaban los pecados, estarán en lo íntimo de quien reciba a Jesús en la Comunión Eucarística, para santificarlo.

 

Es conveniente en grado sumo aceptar la invitación hecha por la Iglesia a todos los bautizados, en el sentido de no dejar pasar un solo día sin recibir al Señor Eucarístico; pero la acción de Jesús será todavía más eficaz en las almas que lo hagan por medio de Aquella que lo trajo a la Encarnación: su Madre que también es nuestra, María Santísima.

 

Comentario al Evangelio – Domingo VI del Tiempo Ordinario – ¿Cuál es la peor lepra? Parte I

 

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