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– EVANGELIO –
"Sucedió que como se iban cumpliendo los días de su elevación al Cielo, Él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén, y envió mensajeros delante de sí, que fueron y entraron en una aldea de samaritanos para conseguirle alojamiento. No fueron recibidos, porque iban a Jerusalén. Al ver esto, sus discípulos Santiago y Juan dijeron: ‘Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?'. Pero volviéndose, los reprendió; y se fueron a otro pueblo. Mientras iban caminando, uno le dijo: ‘Te seguiré adondequiera que vayas'. Jesús le dijo: ‘Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza'. A otro dijo: ‘Sígueme', pero éste le respondió: ‘Déjame ir primero a enterrar a mi padre'. Jesús le contestó: ‘Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios'. También otro le dijo: ‘Te seguiré, Señor; pero déjame antes despedirme de los míos.' Le dijo Jesús: ‘Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios'" (Lc 9, 51-62).
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Comentario al Evangelio – Domingo XII de Tiempo Ordinario – La liturgia del “sí” radical
Al responder “sí” a la voz interior de la gracia que nos dice: “Sígueme”, somos amorosamente “confiscados” por Jesús. Nuestra vida ya le pertenecía, pero a partir de ese momento nuestra entrega a Él debe ser consciente, elevada y radical.
I – Jesús parte para Jerusalén
El pasaje del Evangelio que la Iglesia nos presenta este domingo señala un importante marco en la vida de Nuestro Señor. Hasta ese momento Cristo había estado recorriendo Galilea, “haciendo el bien” (Hch 10, 38) en cada lugar por donde pasaba. Multiplicó los panes en dos ocasiones y realizó otros innumerables milagros. No hubo pedido que dejara de atender, ni alma arrepentida que no perdonara.
Todo esto le granjeó una fama extraordinaria, de la cual podría sacar enorme partido. Sin embargo, como señala el P. Truyols, “desde la segunda multiplicación, y hasta cierto punto desde el sermón del Pan de vida en la sinagoga de Cafarnaúm, llevaba una vida más retirada, ocupado particularmente en instruir a sus apóstoles”.1 En este contexto es donde tuvieron lugar los dos primeros anuncios, el de la Pasión y el de la Transfiguración en el Monte Tabor (cf. Lc 9, 22-45).
En los versículos seleccionados para hoy, Nuestro Señor emprende un largo recorrido rumbo a Judea, que marcará el inicio de su retorno al Padre. Desde ese instante, todos los acontecimientos de la vida del Divino Maestro transcurrirán bajo otra óptica.
“Jesús con los Apóstoles” – Basílica de Paray-le-Monial (Francia)
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Firmeza en cumplir la voluntad del Padre
“Sucedió que como se iban cumpliendo los días de su elevación al Cielo, Él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén”…
Jesús deja Galilea sabiendo que ése sería su último viaje a Jerusalén y camina resuelto hacia la muerte, como lo indican estas palabras del versículo: “Se afirmó en su voluntad de ir”. 2
Sabía muy bien, desde el primer instante de su existencia terrenal, que su misión culminaría en la Cruz, de lo alto de la cual conquistaría la vida eterna para nosotros, criaturas que Él ama al punto de querer hacernos hermanos suyos; y la Iglesia, que había comenzado a fundar al escoger a los Doce y predicando el Reino de los Cielos, será consolidada como centro de la Historia por todos los siglos.
Ante la perspectiva de los sufrimientos más terribles que iría a padecer, Jesús no deja traslucir, bajo ninguna circunstancia, la más mínima lamentación. Nada en su conducta indica estremecimiento, disgusto o inconformidad ante lo que estaba por sobrevenir. Por el contrario, como bien lo subraya el Cardenal Gomá, “sabe Jesús que en Jerusalén le aguardan los tormentos y la muerte; a pesar de ello, con libertad absoluta, con voluntad decidida e impertérrita, sube a la fiesta, porque sabe que aquella es la voluntad del Padre”. 3
Con el objeto de ofrecernos una hermosa lección moral a propósito de este pasaje, el mismo comentarista añade: “Tal debe ser nuestra disposición de espíritu, tan pronto se hace en él presente la voluntad de Dios. La convicción de la inteligencia y la firme resolución de la voluntad son el resorte de las grandes acciones, y la explicación de las vidas provechosas”. 4
Jesús es el Orden sustancial
“…y envió mensajeros delante de sí, que fueron y entraron en una aldea de samaritanos para conseguirle alojamiento”.
Nuestro Señor es el Orden en sustancia. Sin permitir que le afectaran nunca los aspectos fragmentarios o inferiores de los problemas, Él lo organizaba todo de forma perfecta en esta tierra; pero lo hacía muy orgánicamente, respetando las costumbres del tiempo y del lugar.
En una época que no conocía los eficientes medios de comunicación actuales, era necesario enviar mensajeros para que providenciaran hospedaje a la numerosa comitiva que acompañaba al Señor, compuesta por los Apóstoles, los discípulos, las santas mujeres e incluso tal vez algunos curiosos.
De las tres principales rutas que salían de Galilea a Jerusalén, Jesús había optado por la más corta, que cruzaba el Valle de Jezreel y después Samaria. En un poblado de esta región, probablemente el actual Jenin, fue donde entraron los enviados con el propósito de preparar la llegada del Divino Maestro.
Los samaritanos no les reciben
“No fueron recibidos, porque iban a Jerusalén”.
Los habitantes de Samaria eran hostiles a los judíos por existir grandes divergencias entre unos y otros a respecto de la Ley y de las costumbres mosaicas. Un samaritano jamás acudiría a Jerusalén para ofrecer sacrificios; lo haría siempre en el templo erigido en el Monte Garizin, junto a la actual Nablus.
Al saber que Jesús y sus discípulos se dirigían a Jerusalén, los aldeanos dedujeron que se trataba de judíos que caminaban rumbo al verdadero Templo para adorar a Dios, y decidieron no recibirles. Según Fillion, citando a Flavio Josefo, los samaritanos “experimentaban maligno placer en maltratar a los peregrinos y en retardar y aun en impedir su marcha en cuanto posible les era”. 5 Era una época de convicciones religiosas profundas, las cuales originaban a menudo implacables odios recíprocos.
Reacción de los “hijos del trueno”
Jesús, aún sabiendo que le aguardaban los tormentos y la muerte, subió para Jerusalén, pues ésta era la voluntad del Padre.
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“Al ver esto, sus discípulos Santiago y Juan dijeron: ‘Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?'”.
La pregunta de Santiago y Juan revela, en la certera expresión de un autor francés, “un celo intemperante”, pero demuestra la Fe que tenían en la omnipotencia de Jesús.
Ciertamente estaban presente en la memoria de ambos hermanos los episodios de los capitanes de Acab siendo devorados por el fuego del cielo por orden del Profeta Elías, cada uno de ellos junto a sus cincuenta soldados (cf. 2 Re 1, 9-12); y el de los doscientos cincuenta príncipes de la asamblea, miembros del consejo y hombres notables, bajo el comando de Coré, Datán y Abirón, recibiendo igual castigo por haberse amotinado contra Moisés (cf. Núm 16, 2.35).
Teniendo noción clara del poder recibido de Jesús, no sorprende el hecho de que los hijos de Zebedeo quisieran imitar la actitud del Legislador y del Profeta, a quienes habían visto aparecer semanas antes junto al Maestro, en el Monte Tabor. En efecto, “¿qué de particular tiene que los hijos del trueno quieran lanzar rayos?”, se pregunta San Ambrosio. 6
Arrebatados por una especie de “fervor de novicios”, consideraban un deber de justicia hacer caer fuego encima de la ciudad rebelde. En este sentido apuntan los comentarios de San Jerónimo, San Beda y Tito Bostrense, sintetizados por Maldonado: si los “hijos del trueno” desearon la venganza, “no fue por su honra, sino del mismo Cristo; en lo cual ciertamente no hubo culpa, sino ignorancia del espíritu cristiano y evangélico”. 7
El repudio y la ingratitud son parte de la vida del misionero
“Pero volviéndose, los reprendió”.
Habiéndose formado en las costumbres de la Antigua Alianza, los hermanos estaban habituados a la pena del talión y creían que todo acto de rechazo al bien debía castigarse sin dilaciones.
Ahora bien, la perspectiva de Nuestro Señor era distinta. Recientemente les había enseñado: “Amad a vuestros enemigos… Orad por quienes os injurian… Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6, 27-28.36). Por eso los reprendió. La propuesta de Santiago y Juan evidencia lo lejos que aún estaban los discípulos de este nuevo Mandamiento. Les faltaba conocer y asumir una de las más dolorosas pruebas del misionero: la ingratitud, el repudio y hasta la persecución de los mismos a quienes se quiso hacer el bien.
Como observa el Crisóstomo, los Apóstoles “habían de ser los doctores del mundo y habían de recorrer las ciudades y aldeas predicando la doctrina evangélica, y les había de ocurrir que algunos no recibiesen la sagrada predicación, como no permitiendo que Jesús permaneciese con ellos. Les enseñó, pues, que cuando anunciasen la celestial doctrina, debían estar llenos de paciencia y mansedumbre, no demostrarse hostiles, ni iracundos, ni vengativos contra sus perseguidores”. 8
Beda señala a su vez: “Reprendió el Señor en ellos, no el ejemplo de un Profeta santo, sino la ignorancia de vengarse que había en ellos, rudos aún, haciéndoles ver que no deseaban la enmienda por amor, sino la venganza por odio”. 9
No debemos permanecer donde no es aceptado nuestro apostolado
“Y se fueron a otro pueblo.”
Estas pocas palabras del Evangelista guardan una importante enseñanza. Durante el viaje, como hemos visto, Jesús estaba formando a sus discípulos en las lides del apostolado, y con el episodio anteriormente descrito quiso mostrarles que al misionero no le debe perturbar, menos aún irritar, el rechazo a su acción evangelizadora.
Sería síntoma de amor propio o apego a las propias actividades. En cambio, si en nuestro camino aparecen “aldeas de Samaria”, no queramos castigarlas con “fuego del cielo”, como hicieron Santiago y Juan, pero tampoco perdamos tiempo en donde nuestra actividad apostólica sea infructífera.
II – Un pequeño tratado de la vocación
En la segunda parte del Evangelio de hoy, las Sagradas Escrituras nos presentan los casos de tres hombres deseosos de seguir a Nuestro Señor Jesucristo, pero sin noción de la integridad con que debían entregarse. Los tres episodios pueden haber sucedido en lugares y ocasiones diferentes, como apunta el P. Truyols, pero quizá fueron reunidos por el Evangelista debido a su semejanza. En efecto, agrega aquel exégeta, constituyen un pequeño tratado de la vocación divina, es decir, “de las condiciones requeridas para seguir a Cristo”. 10
Una oferta con doble intención
“Mientras iban caminando, uno le dijo: ‘Te seguiré adondequiera que vayas'.”
A la zorra, animal astuto y falaz, le gusta ocultarse en su cueva para sorprender a sus presas.
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En el primer caso, alguien manifiesta a Nuestro Señor la disposición de seguirle a cualquier lugar y a toda costa. San Mateo aduce un detalle omitido por San Lucas: era un escriba (cf. Mt 8, 19). A primera vista parece un alma generosa, ansiosa por estar siempre junto a Jesús. Fillion describe al personaje como “entusiasta, aunque superficial y harto fiado de sí mismo”. 11 Observa que es un hombre que “habla el lenguaje de la emoción pasajera e irreflexiva, que desprecia los obstáculos mientras se ven de lejos, y que, sin haber recibido llamamiento de lo alto, se ofrece para arrostrarlos”. 12
Internándose más a fondo en la psicología de este escriba, San Cirilo muestra que no lo mueve el deseo de ser discípulo, sino la soberbia: “Había una gran ignorancia en esa persona que se acercó y también era excesivamente presuntuosa. Ciertamente no deseaba seguir sin más a Cristo, como otros muchos judíos, sino que sobre todo se abalanzaba sobre las dignidades apostólicas”. 13
Teofilacto, a su vez, llama la atención sobre su espíritu aprovechador: “Como veía que el Señor llevaba tras sí mucha concurrencia, esperaba que obtendría algún beneficio, y que si le seguía, podría reunir algún dinero”. 14
Desprendimiento y sencillez para seguir a Cristo
“Jesús le dijo: ‘Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos;…”
El Divino Maestro no se pronuncia sobre el ofrecimiento del escriba ni lo admite en su compañía. Abstrayéndose del hecho concreto, responde con una metáfora que sentencia para siempre la radicalidad con que deben entregarse las almas llamadas a la actividad misionera. Las zorras preparan sus guaridas y los pájaros, nidos, porque forma parte del instinto de los animales buscar un lugar donde cobijarse.
Pero un verdadero apóstol ha de estar totalmente dedicado a la misión de convertir las almas, sin preocuparse por sus propios intereses.
Otros se ocuparán de prepararle el nido o la guarida. La entrega de quien ansía seguir a Cristo debe ser total, dándose por completo, sin reservar nada para sí.
Pero ¿por qué Jesús elige a estos animales y no otros para ilustrar su prédica?
San Ambrosio analiza los instintos de la zorra, ser astuto y falaz, para mostrar que le gusta ocultarse en su cueva para sorprender a sus presas. Así actúa el hereje, que trata de encubrir sus errores bajo la apariencia de buena doctrina, a fin de desviar de la verdad a quienes la buscan. 15
En cuanto a las aves del cielo, comenta San Cirilo de Alejandría: “Él no le habló de pájaros físicos y visibles, sino de espíritus inmundos e inicuos que con frecuencia caen sobre los corazones de los hombres y arrebatan la semilla celeste y, repito, la llevan lejos para que no den fruto alguno”. 16
Ni en esas cuevas ni en esos nidos puede hacer su morada el Hijo del hombre, porque Él es la Verdad y el Bien. Jesús no actuará jamás como la zorra ni como las aves de la metáfora. Al contrario, invita con claridad al Reino de los Cielos y expone con integridad su doctrina, aunque la radicalidad de su llamada choque a quien no tenga verdadera vocación.
Bajo este ángulo, la metáfora elaborada por Nuestro Señor adquiere rasgos de un claro rechazo al pretencioso pedido del escriba, a quien parece decir: “Las zorras tienen escondites en su corazón: eres falaz. Las aves del cielo tienen nidos en su corazón: eres soberbio. Siendo mentiroso y soberbio, no puedes seguirme. ¿Cómo puede seguir la doblez a la simplicidad?”. 17
Pensamientos orientados hacia la Jerusalén Celestial
“…pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”.
Jesús no le habló de pájaros físicos y visibles, sino de espíritus inmundos que arrebatan la semilla celeste y la llevan lejos.
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La expresión “reclinar la cabeza” puede interpretarse aquí como una alusión al instinto de sociabilidad, ya que el hombre descansa al encontrar alguien con quien abrirse y compartir sus preocupaciones y temores. Así, en este pasaje el Divino Maestro estaría alertando a quien asume las vías del apostolado —o comienza a practicar con integridad las exigencias de la Fe— sobre los riesgos de, en determinado momento, sentirse solo, sin nadie que lo ayude y reconforte. Quien quiera ser un verdadero misionero, a ejemplo de Jesús, debe estar dispuesto incluso a este género de entrega.
Pero estas palabras del Mesías también pueden ser explicadas en el sentido de que los pensamientos en esta Tierra estén continuamente orientados hacia la Jerusalén Celestial. Así, nos enseña que el corazón del misionero tiene que estar por completo en el ámbito de lo sobrenatural, evitando “apoyar la cabeza” en la simbólica “almohada” de los asuntos terrenales.
Una obligación moral exigida por la Ley
“A otro dijo: ‘Sígueme', pero éste le respondió: ‘Déjame ir primero a enterrar a mi padre'”.
En este segundo episodio es Jesús quien toma la iniciativa. Al poner la mirada sobre uno de sus acompañantes, discierne en él la señal de la vocación y le dice con divina suavidad: “Sígueme”.
Es decir, “abandónalo todo, deja atrás cuanto tienes y ven en pos de Mí”.
Vemos que por el desarrollo de la narración las palabras de Jesús calaron hondo en el espíritu de ese hombre. No obstante, su padre había fallecido —o según otros comentaristas, estaba a punto de morir— y, antes de iniciar su vida misionera, quería resolver todos los problemas familiares a fin de poder seguir más libremente al Señor.
El pedido no podía ser más legítimo y razonable. ¿Acaso el Decálogo no manda honrar padre y madre? Además, dar sepultura al progenitor fallecido era una obligación impuesta por la Ley judía.
Amor a Dios por encima del amor al padre
“Jesús le contestó: ‘Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios'”.
Sin embargo, Jesús rehúsa la petición de su discípulo, utilizando para tal fin una expresión enigmática que no puede ser tomada literalmente. En efecto, se pregunta San Ambrosio: “¿Cómo pueden los muertos enterrar a los muertos, si no entiendes aquí dos muertes: una de la naturaleza y otra de la culpa?”. 18
Crisóstomo deduce de las palabras del Divino Maestro que el padre había muerto en la infidelidad, es decir, fuera del amor a Dios y la práctica de la Ley. 19 Además, ciertamente “otros había que podían cumplir con ese menester y no por eso se iba a quedar el padre sin sepultura”.
Con todo, la respuesta del Divino Maestro a ese discípulo sobrepasa la situación puntual y perdura como valiosa lección para todos cuantos han sido, son y serán llamados a seguirlo a lo largo de la Historia. “Cuando Nuestro Señor Jesucristo destina a los hombres al Evangelio, no quiere que se interponga excusa alguna de piedad carnal y temporal”, afirma San Agustín. 20
Recordemos en tal sentido la enseñanza de San Ambrosio: “La piedad para con Dios debe ser preferida al amor de los padres, a quienes reverenciamos, porque por ellos hemos sido engendrados. Pero Dios nos ha dado la existencia a todos cuando no éramos todavía, mientras que nuestros padres sólo son los instrumentos de nuestra entrada a la vida”. 21
Cuando alguien oye la voz de Jesús: “Ven y sígueme”, debe considerar como “mundo de los muertos” todo cuanto deja atrás, y no interesarse más por los asuntos que antes le preocupaban. Y esto de una forma radical, puesto que “quien desea hacerse discípulo del Señor debe rechazar las obligaciones humanas, aun cuando pudieran parecer razonables, si por su culpa se retarda lo más mínimo la obediencia debida al Señor”. 22
Aparte del total desprendimiento de los bienes temporales y de un corazón orientado hacia la Jerusalén Celestial, Jesús exige del apóstol la ruptura completa con los lazos que lo vinculaban al mundo.
No volver la mirada hacia lo que abandonamos
Si el peso de nuestras obligaciones nos hace tambalear, pongamos nuestros ojos con confianza en María Santísima, con la certeza de que Ella nos protegerá y consolará.
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“También otro le dijo: ‘Te seguiré, Señor; pero déjame antes despedirme de los míos.' Le dijo Jesús: ‘Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios'”
En este tercer episodio, Nuestro Señor se sirve de una imagen extraordinariamente significativa para aquel entonces. Un surco sinuoso en la tierra dificulta tanto la siembra como la cosecha. Por ende, se requería poner mucha atención para trazar una línea recta con el arado.
Por eso el agricultor no podía mirar hacia atrás. De la misma manera debe proceder quien labra y siembra esta tierra pretendiendo cosechar frutos en la eternidad: tiene que estar con los ojos siempre puestos en su fin sobrenatural, sin desviarlos por ningún motivo. El misionero debe renunciar completamente a los lazos que antes lo prendían al pecado o a la tibieza y no mirar nunca hacia atrás, a fin de que, según advierte San Cipriano de Cartago, “no nos ocurra volvernos al diablo y al mundo a los que renunciamos de los cuales nos liberamos”. 23 Pues, en la expresión de San Nilo, “la repetida mirada a aquello que hemos dejado nos vuelve a la costumbre abandonada”. 24
III – El Secreto de la verdadera felicidad
La Liturgia de hoy se aplica con más propiedad a las almas consagradas, convidadas por el Divino Redentor a abandonarlo todo y seguirle. Pero los mismos principios de radicalidad en la entrega e íntegra dedicación a los encargos inherentes al propio estado de vida, son aplicables a todos los bautizados, ya sean los elegidos para el sacerdocio o la vida religiosa, ya sean los llamados a fundar una familia y ejercer una profesión. En cualquiera de estos casos, todos oímos en determinado momento una voz interior que nos dice, con tono aterciopelado pero imperioso: “Sígueme”. Si aceptamos la divina invitación, seremos amorosamente “confiscados” a partir de ese momento, por Jesús. Nuestra vida le pertenece y nuestra entrega ha de ser total.
El diablo, criatura abominable y envidiosa de la recompensa que se nos ha prometido, muchas veces se ve incapaz de desviar a las almas elegidas del camino de la santidad. En tales casos las tienta a practicar la virtud con flojedad y volver frecuentemente la mirada hacia atrás, procurando infundirles la ilusión de que, procediendo así, el fardo se les aliviará y el sufrimiento será menor.
Ahora bien, Nuestro Señor no tolera la tibieza en sus seguidores. Quien vive de cara al interés propio, o realiza mal las labores en la viña del Señor, jamás será feliz. En esta Tierra la verdadera alegría está solamente al alcance de quienes se dedican por entero al cumplimiento de su propia misión.
A lo largo del camino que la Providencia nos ha trazado a cada uno de nosotros, todos encontraremos alegrías y consuelos, pero también momentos de tristeza y desolación, inevitables en este valle de lágrimas. No nos asombremos cuando lleguen, y en esas horas de sufrimiento, esforcémonos especialmente en no mirar atrás, porque en el camino del discípulo de Jesús, será liviano el fardo de quien lo entregó todo y pesado el de quien optó por las concesiones y los términos medios.
Si en determinada situación el peso de nuestras obligaciones nos hace tambalear, fijemos los ojos con confianza en María Santísima, con la certeza de que Ella nos protegerá y consolará.
Cuando llegue por fin el día de ingresar en las delicias eternas del Cielo, comprenderemos que Ella y su Divino Hijo siempre están al lado de quien dedica su vida a seguirlos de todo corazón.
1 FERNÁNDEZ TRUYOLS, SJ, Andrés – Vida de Nuestro Señor Jesucristo, 2ª ed. Madrid: BAC, 1954, p. 388.
2 Para subrayar la gran determinación de ánimo de Nuestro Señor, la Vulgata se sirve de la expresión et ipse faciem suam firmavit — “hacer firme semblante, marchar a rostro firme”—, un hebraísmo que, según Maldonado, “alude metafóricamente a lo que suele hacer el toro cuando embiste decidido a alguno, como encogiendo el rostro para más firmeza” (MALDONADO, SJ, Juan de – Comentarios a los cuatro Evangelios – II Evangelios de San Marcos y San Lucas. Madrid: BAC, 1956, p.523).
3 GOMÁ Y TOMÁS, Isidro – El Evangelio explicado . Barcelona: Casulleras, 1930, Vol. 3, p.114.
4 Ídem, ibídem.
5 FILLION, Louis-Claude – Vida de Nuestro Señor Jesucristo. Vida pública. Madrid: Rialp, s/f, Vol. 2, p. 317.
6 SAN AMBROSIO, Exposit in Luc., apud MALDONADO, SJ, op. cit., p. 528.
7 MALDONADO, SJ, op. cit., p. 528.
8 SAN JUAN CRISTÓSTOMO, apud SANTO TOMÁS DE AQUINO, Catena Aurea .
9 SAN BEDA, apud SANTO TOMÁS DE AQUINO, Catena Aurea .
10 Cf. TRUYOLS, op. cit., pp. 390-391.
11 FILLION, op. cit., p. 319.
12 Ídem, ibídem.
13 SAN CIRILO DE ALEJANDRÍA – Comentario al Evangelio de Lucas, Sermón 57, apud ODEN, Thomas C. y JUST Jr., Arthur A. – La Biblia comentada por los Padres de la Iglesia – Nuevo Testamento, San Lucas . Madrid: Ciudad Nueva, 2000, Vol. 3, p. 242.
14 TEOFILACTO, apud SANTO TOMÁS DE AQUINO, Catena Aurea .
15 SAN AMBROSIO, op. cit., ibídem.
16 SAN CIRILO DE ALEJANDRÍA, op. cit., apud ODEN y JUST Jr., op. cit., p. 242.
17 SAN AGUSTÍN – Comentarios de San Agustín a las lecturas litúrgicas. Valladolid: Estudio Agustiniano, 1985, p. 1015.
18 SAN AMBROSIO, apud SANTO TOMÁS DE AQUINO, Catena Aurea .
19 SAN JUAN CRISÓSTOMO – Obras de San Juan Crisóstomo. Homilías sobre el Evangelio de San Mateo (1-45). Madrid: BAC, 2007, p. 561.
20 SAN AGUSTÍN, op. cit., p. 1015.
21 SAN AMBROSIO, apud SANTO TOMÁS DE AQUINO, Catena Aurea .
22 BASILIO DE CESAREA – Sobre el bautismo, 1, 45, apud ODEN y JUST Jr., op. cit., pp. 242-243 .
23 SAN CIPRIANO DE CARTAGO – Exhortación al martirio, dirigida a Fortunato, 712 , apud ODEN y JUST Jr., op. cit., p. 243.
24 SAN NILO EL VIEJO, apud SANTO TOMÁS DE AQUINO, Catena Aurea.