EVANGELIO
En aquel tiempo, 1 Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y, durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, 2 mientras era tentado por el diablo. Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre. 3 Entonces el diablo le dijo: “Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan”. 4 Jesús le contestó: “Está escrito: No sólo de pan vive el hombre”. 5 Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: 6 “Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado, y yo lo doy a quien quiero. 7 Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo”. 8 Jesús le contestó: “Está escrito: Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”. 9 Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del Templo y le dijo: “Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, 10 porque está escrito: Encargará a los Ángeles que cuiden de ti, 11 y también: Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras”. 12 Jesús le contestó: “Está mandado: No tentarás al Señor, tu Dios”. 13 Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión (Lc 4, 1-13).
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Comentario al Evangelio– I Domingo de Cuaresma
En el desierto, Jesús no fue tentado solamente al terminar los cuarenta días de ayuno, sino a lo largo de todo ese período. Él quiso someterse a esa prueba para darnos ejemplo, porque nadie, por muy santo que sea, es inmune a la tentación.
I – La lucha de los dos generales
Impregnados de misterio y propicios para la meditación, el Bautismo del Señor y la tentación en el desierto constituyen el pórtico de su vida pública. Se ha escrito mucho acerca de estos episodios a lo largo de los siglos, intentando aclarar sus más profundos significados. Pongamos hoy nuestra atención en las tentaciones sufridas por Jesús.
Después de la teofanía del río Jordán, encontramos en el desierto a dos sumos generales, Cristo y satanás, en un enfrentamiento cara a cara. La guerra que trabaron entonces se convirtió en el paradigma de la lucha de todo hombre durante su existencia terrenal, la que recibe, a su vez, la influencia de uno u otro general. La aceptación de una de estas influencias determina la victoria o derrota personal.
Acción de satanás sobre las almas
El mismo Jesús diría más tarde sobre el supremo jefe de los malvados y sus secuaces: “Vosotros tenéis por padre al diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro padre. Él es homicida desde el principio y no se mantuvo en la verdad, porque la verdad no estaba en él. Cuando habla la mentira, habla de lo suyo propio, porque es mentiroso y padre de la mentira” (Jn 8, 44). Estas características hacen singular el modo de actuar de satanás. Su gobierno no se ejerce en el interior de las almas, ni siquiera infunde en los suyos un influjo vital; lo que sí logra es oscurecer el entendimiento del pecador y presentarle malos deseos a través de las tentaciones que le sugiere. El demonio no tiene otra intención que apartar a los hombres de Dios, su Creador, y llevarlos a la rebelión. Quiere que todos pequen cuanto sea posible, para que pierdan así el uso de la verdadera libertad. En su acción más directa, el demonio explota en los hombres la triple concupiscencia.
Por otro lado, odia la verdadera unión que debe reinar en las relaciones humanas, y actuando en sentido opuesto, pretende obtener la disolución de la sociedad.
Modo de actuar de Jesucristo
Cristo, a su vez, ejerce también una influencia externa sobre sus súbditos, propia de un rey, pero lo hace con toda perfección y de la manera más eficaz. Su doctrina es clara y lógica; no enseña solamente con palabras, sino que se presenta a sí mismo como el ejemplo atractivo e insuperable. Quien ponga en práctica sus preceptos llegará infaliblemente a la victoria.
Su acción sobre los fieles es incomparablemente más profunda que la de satanás sobre sus respectivos seguidores. Jesús es la cabeza del Cuerpo Místico, y de él fluye hacia sus miembros la gracia santificante. La humanidad de Cristo, debido a la unión hipostática con Dios, tiene virtud para santificar. 1 Teniendo esto en vista afirmó San Pablo: “No soy yo quien vivo, sino Cristo quien vive en mí. Y aunque al presente vivo en la carne, vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Gal 2, 20).
La vida divina del bautizado
Esta vida, infundida con ocasión del Bautismo, es tan superior, que el cristiano no puede realizar nada sin su savia. “Sin mí, nada podéis hacer” (Jn 15, 5). Por eso afirma San Pablo: “Todo lo puedo en Aquel que me conforta” (Flp 4, 13).
No es otra la vida que debemos buscar nosotros, los bautizados, seguros de la victoria si establecemos con ella una perfecta unión. Así como las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia (cf. Mt 16, 18), así también ninguno de nosotros —si se une por la fe y por las obras a Cristo Jesús, nuestro sumo general, Rey, Sacerdote y Profeta— conocerá el fracaso y llegará al triunfo final con completa seguridad, porque Cristo nos mereció el amparo y el auxilio contra las tentaciones.
Por qué Cristo se dispuso a ser tentado
Esta perspectiva dará claridad al Evangelio de hoy, puesto que “Cristo quiso ser tentado” e incluso “ofrecerse al tentador fue obra de su propia voluntad”. 2 Él se dispuso a ser nuestro ejemplo “para enseñarnos el modo de vencer las tentaciones del diablo. Por esto escribe Agustín que Cristo se ofreció al diablo para ser tentado, a fin de ser el mediador para superar sus tentaciones, no sólo con la ayuda, sino también con el ejemplo”.3 Tal como Jesús, por haber abrazado su propia muerte, pudo decirle a ésta: “¿Dónde está tu aguijón? ¿Dónde está tu victoria?” (I Cor 15, 55), así también venció nuestras tentaciones en el desierto. Pues, como enseña San Gregorio, “no era indigno de nuestro Redentor querer ser tentado, él que había venido para ser muerto; para que así venciese nuestras tentaciones con las suyas, lo mismo que aniquiló nuestra muerte con la propia”.4
Jesús conocía mejor que nadie los peligros que atravesamos en nuestra existencia, y con el ejemplo de su propia vida quiso advertirnos al respecto, sobre todo a quienes estén más llamados entre nosotros a una vida de mayor entrega y perfección. “A fin de que nadie, por santo que sea, se tenga por seguro e inmune a la tentación. Por lo que también él quiso ser tentado después del Bautismo, porque, como dice Hilario, ‘las tentaciones del diablo se ceban especialísimamente en los santos, pues no hay victoria que más apetezca que la lograda sobre los mismos’. De ahí que también en Eclo 2, 1 se diga: ‘Hijo, si vienes a servir al Señor, mantente firme en la justicia y el temor, y prepara tu alma para la tentación’”. 5
¿Quién sino el propio Cristo podría enseñarnos eficazmente a vencer las tentaciones con firmeza?
Por fin, todavía según Santo Tomás de Aquino, Jesús permitió que el demonio lo tentara “para infundir en nosotros la confianza en su misericordia. Por esto se dice en Heb 4, 15: ‘No tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, pues fue tentado en todo, a semejanza nuestra, menos en el pecado’”. 6
II – Lecciones dadas por las tentaciones de Cristo
1 En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y, durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, 2 mientras era tentado por el diablo. Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre.
Esta apertura del capítulo 4 viene rodeada por un insondable misterio. “Lleno del Espíritu Santo…”. Además, “el Espíritu lo fue llevando…”. ¿Por qué llevando? Otro evangelista dirá conducido y un tercero impulsado. Son verbos categóricos que expresan el poder empleado por el Espíritu Santo para actuar en nuestras almas cuando son elegidas para una gran misión.
El Bautismo se debe haber realizado a la altura de Jericó. Al salir de ahí, probablemente Cristo subió a las laderas agrestes del Monte de las Tentaciones —Djebel Qarantal—, compuesto de rocas rojizas, con cinco crestas muy características separadas por considerables hondonadas. Entre las mismas piedras pueden encontrarse todavía excavaciones hechas a mano, que el celo fervoroso de los contemplativos trabajó para favorecer la soledad que buscaban. En su punto más alto un observador puede recorrer el lindo panorama circular: al norte, el Monte Hermón; al oeste, la tierra de Judea; al sur, el Mar Muerto; al este, el Monte Nebo (desde donde Moisés avistó la Tierra Prometida poco antes de morir) y las altiplanicies de Perea. En aquel tiempo debían merodear ahí animales semisalvajes, que hacian el lugar muy inhóspito para cualquier hombre, más aún en la situación de soledad en que se encontraba Jesús, como relata Marcos: “Y moraba entre las fieras” (Mc 1, 13). Hoy, en la cima del monte se erige el convento de San Juan, ocupado por monjes griegos que acompañan solícitamente a los peregrinos hasta la gruta que habría frecuentado el Salvador, y llegan a indicar incluso las huellas de sus divinos pies sobre las piedras del camino.
Jesús fue tentado durante cuarenta días
San Lucas habla de tentaciones a lo largo de cuarenta días, y sin embargo sólo menciona las tres últimas. ¿Cómo entender esto? Santo Tomás responde así: “Según la exposición de Beda, el Señor fue tentado durante los cuarenta días y las cuarenta noches. Pero esto no debe entenderse de las tentaciones visibles, narradas por Mateo y por Lucas, que sucedieron después del ayuno, sino de algunas otras que, tal vez, sufrió Cristo por aquel tiempo de parte del diablo”. 7 En este parecer, Santo Tomás de Aquino es armónico con muchos otros autores como, por ejemplo, San Justino, Orígenes, San Agustín, aunque otros tantos —como Suárez, Lagrange, Plummer— discrepen con este punto de vista.
San Mateo es todavía más categórico al decir: “Durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo” (Mt 4, 1).
En la historia de la creación, los primeros en padecer la prueba de la tentación fueron los Ángeles, y no todos permanecieron fieles… Luego fueron nuestros primeros padres, y las consecuencias de su pecado las sufrirán todos los hombres hasta el fin del mundo. Pero Jesús era impecable, y, a pesar de ello, pudo ser tentado efectivamente. No había en él fomes peccati, tampoco la más ligera inclinación al pecado, ni por la carne ni por las pompas y vanidades del mundo, ya que además poseía un juicio sereno y clarividente. Pero en cuanto a sugerencias diabólicas externas, no había el menor inconveniente en que se sometiera voluntariamente a ellas, porque no siendo interiores y no habiendo tampoco la menor imperfección en quien las padeció, dejan la exclusividad de toda malicia al tentador. 8
De acuerdo al designio de Dios, Jesús “hubo de asemejarse en todo a sus hermanos” (Heb 2, 17), pues, para llevar hasta el extremo su amor a nosotros, “compadecerse de nuestras flaquezas”, manifestaría una mayor perfección cuando fuera “tentado en todo, a semejanza nuestra, menos en el pecado” (Heb 4, 15).
Sobre la razón de la oración y del ayuno, bástenos recordar que “esta raza [de demonio] no puede ser lanzada sino por la oración y el ayuno” (Mt 17, 21).
La duda del diablo
3 Entonces el diablo le dijo: “Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan”.
Los autores se enlazan en el comentario de este artículo, destacándose Suárez, 9 al afirmar que el diablo, cuando tentó a Jesús, no pretendía principalmente hacerlo pecar, sino saber a ciencia cierta si era o no el Hijo de Dios. Santo Tomás de Aquino explica esta particularidad con su habitual y exacta claridad: “Como escribe Agustín, ‘Cristo se dio a conocer a los demonios tanto cuanto él quiso; no en cuanto es la vida eterna, sino por ciertos efectos temporales de su virtud’, por los cuales podían lograr alguna conjetura de que Cristo era el Hijo de Dios. Pero como, por otra parte, veían en él ciertas señales de flaqueza humana, no conocían con certeza que era el Hijo de Dios. Y por este motivo quiso (el diablo) tentarlo. Esto es lo que se da a entender en Mateo (4, 2-3), donde se dice que ‘después que tuvo hambre, el tentador se aproximó a él’; pues, como comenta Hilario, ‘el diablo no se hubiera atrevido a tentar a Cristo de no haber descubierto en él, mediante la flaqueza del hambre, la condición humana’. Y esto mismo es manifestado por el modo de tentarle, cuando le dijo: ‘Si eres Hijo de Dios’. Gregorio comenta esta frase diciendo: ‘¿Qué significa este exordio de la conversación sino que conocía que el Hijo de Dios había de venir, pero que no pensaba que hubiera venido por medio de la debilidad del cuerpo?’”. 10
Algo debía saber satanás acerca de ese varón sui generis, nacido en una gruta pero alabado por Ángeles, pastores y reyes de Oriente. De no ser así, habría empleado menos sofisticación para urdir las tentaciones, como luego veremos. Que el diablo comience por la suposición “si eres Hijo de Dios” demuestra su sospecha, aún no totalmente corroborada, de que se trataba del Mesías prometido, si bien humano y no divino. Por esto busca seducirlo y hacerlo abandonar las vías del Padre.
Cómo hizo el diablo para tentar a Jesús
Las opiniones de los autores divergen sobre la manera en que el demonio presentó sus seducciones a Jesús. Unos pocos llegan a atribuirles un carácter meramente simbólico, es decir, de simples invenciones de los evangelistas para ayudar a los hombres en sus luchas espirituales. Otros, a pesar de aceptar su existencia real, creen que sólo ocurrieron por pura sugestión interior. Ambas conjeturas no nos parecen admisibles bajo un prisma histórico ni teológico. Entre los que prefieren el camino más seguro está Suárez, categórico al admitir la hipótesis de que el demonio haya asumido forma física para poder tentar a Jesús: El modo de aparecerse satanás debió ser utilizando la figura humana, como parece exigirlo el diálogo entre uno y otro. Quizás la de un santo varón o la que juzgara más a propósito para convencer. No pudo tentar al Señor si no por la palabra, como tampoco pudo hacerlo de otro modo con Adán, pues carecían de pasiones insubordinadas, y no era decoroso que pudiera obrar el tentador, en la imaginación o potencias internas de Cristo. 11
El diablo tienta a las grandes vocaciones a través de las cosas pequeñas
Además, según la enseñanza de Santo Tomás de Aquino, sabemos que el demonio no tienta a los hombres que caminan por la senda de la perfección directamente en materia grave. Su acercamiento inicial lo hace a través de las imperfecciones y faltas leves, hasta el momento de proponer las más graves. Fue la metodología que empleó en el Paraíso Terrenal para seducir a nuestros primeros padres. Comenzó esforzándose por despertar la gula de Eva: “¿Por qué no coméis?” (cf. Gen 3, 1)… Después su vana curiosidad: “Se abrirán vuestros ojos…” (Gen 3, 5). Al fin, le presentó el último grado del orgullo: “Seréis como dioses…” (Gen 3, 5). 12
En el caso del presente versículo, satanás se vale de una situación concreta. Después de cuarenta días en completo ayuno, se hicieron presentes en Jesús las características del Hijo del Hombre: tuvo necesidad de reponer sus energías, sintió el ímpetu del hambre. La fe es una de las virtudes más importantes. Sin mediar una revelación directa, asimilada por esta virtud, ninguna criatura humana o angélica es capaz de admitir la idea de las dos naturalezas unidas en Cristo. Por eso, el espíritu maligno —que no tiene fe— se le acercó a fin de llamar su atención sobre las piedras del camino que más se asemejaran a las formas de los panes de la época. Quizá llegara a hacer la propuesta con algunas de ellas en las manos.
Inversión del orden: un acto revolucionario
Después de intentar insidiosamente estimular el amor propio de su supuesta víctima, el diablo quiso hacer que Jesús, con desobediencia y abuso, utilizara los poderes divinos para satisfacer el hambre, y así llevarlo también a la gula. Astuta propuesta, porque la necesidad era real; ¿y qué es el pan sino un alimento de los pobres? Por este camino, el diablo no sólo conseguiría llevar a ese Hombre al uso indebido del poder de hacer milagros, sino también comprobar su mesianismo. Si Jesús hubiera caído en la artimaña en ese momento, su naturaleza divina se habría subyugado a la humana. En el fondo practicaría un acto revolucionario, al invertir el verdadero orden y grado de importancia de los seres, aunque tomándolo en sentido absoluto, no hay falta alguna en saciar el hambre ni en hacer un milagro.
Sobre este particular, el Doctor Angélico enseña:
“No es pecado de gula servirse de lo necesario para el sustento; pero sí puede serlo cuando el hombre hace algo desordenado por el deseo de tal sustento. Y es desordenado el que uno, cuando puede disponer de recursos humanos, quiera procurarse el alimento milagrosamente sólo para sustentar el cuerpo. […] Pero Cristo podía proveerse de otro modo para saciar su hambre sin recurrir a los milagros, como lo hizo Juan Bautista (cf. Mt 3, 4); o desplazándose a lugares vecinos. Por esto pensaba el diablo que Cristo pecaría si, siendo puro hombre, intentase hacer milagros para satisfacer su hambre”. 13
Diabólica explotación de las revoluciones
4 Jesús le contestó: “Está escrito: No sólo de pan vive el hombre”.
Jesús podría haber transformado las piedras en pan, como más tarde multiplicaría dos veces los panes y los peces. Pero no lo hizo. En esta ocasión, y además de otros objetivos, ¿no habrá querido enseñarnos la ilegitimidad de las rebeliones ante la falta de alimento?
¡Cuántas revoluciones se llevaron a cabo a lo largo de la Historia por una pura, malévola y —¿por qué no decirlo?— diabólica explotación del hambre! En las circunstancias de penuria, ¿por qué los hombres no se vuelven hacia el mismo Dios de Moisés, que no dejó sin alimento a su pueblo durante cuarenta años en el desierto?
Supremacía de la vida espiritual sobre la corporal
En su respuesta, impregnada de sabiduría divina, Jesús deja en evidencia ante el demonio y la humanidad que existe una vida mucho más noble que la corpórea, es decir, la espiritual. “La palabra de Dios” está constituida por las órdenes divinas, por lo que refleja su soberana voluntad, como más tarde lo afirmaría él mismo: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado” (Jn 4, 34).
Hay una notable diferencia entre la reacción de Jesús ante la propuesta que le hace satanás, y la que le hará María en las Bodas de Caná: a su venerable Madre la atendió, porque sabía que la voluntad del Padre era confirmar el poder impetratorio de las súplicas de su Hija bien amada.
En la frase de Jesús, replicando al demonio, queda claro que el pan no es imprescindible. Dios dispone de incontables medios para resolver el problema del hambre. Jesús se alimentará según sea la voluntad del Padre. Si su designio es que la palabra lo sustente, ¿cuál es la necesidad del pan? Y si éste resulta indispensable, ¿no tiene el Padre poder para concedérselo?
Doble tentación: miedo y ambición
5 Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: 6 “Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado, y yo lo doy a quien quiero. 7 Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo”.
Algunos autores han formulado las hipótesis más variadas acerca de la identidad de ese alto monte, con vista a todos los reinos de la Tierra. Para unos sería el Tabor, para otros el Nebo o el Hermón; pero desde ninguno de ellos es posible contemplar los reinos de este mundo. Opinan con más tino los que optan por afirmar que el demonio se sirvió de sus artes de magia, espejismo o fantasmagoría, para hacer pasar frente a los ojos de Jesús “en un instante” las maravillas de los reinos con sus palacios y esplendores; en síntesis, todas las bellezas de las glorias exteriores de nuestra tierra de exilio.
En su inferioridad de ángel caído, con mucha ignorancia, creyó haber atraído irresistiblemente a Jesús, razón por la cual le propuso enseguida un pecado de idolatría para entregarle así la posesión de todo. Comentando este pasaje, San Jerónimo atribuye al demonio un lenguaje soberbio y sobre todo falso, puesto que el espíritu maligno no puede prometer —y menos aún conceder— reinos a nadie sin el permiso de Dios. 14 No obstante, es el señor de los vicios y pecados. Creía poder lisonjearlo para azuzar una ambición irrefrenable, o si no amedrentarlo, revelándole la poderosa oposición que enfrentaría si se levantaran en su contra aquellos reinos, por no aceptarlos al precio de la idolatría. Sin embargo, el Divino Redentor no sufrió el atractivo de la ambición ni el temor del poderío adverso.
Desde el Paraíso Terrenal, a nosotros, hombres y mujeres —si carecemos de gracia y de virtud— nos fascina el sueño de ser dioses. Es la desastrosa historia de buena parte de la humanidad. Felices aquellos y aquellas que responden a satanás tal como lo hizo Jesús.
La gran tentación de la humanidad decaída
8 Jesús le contestó: “Está escrito: Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”.
Convertirse en dueño del mundo, poseer todos los bienes y todas las riquezas, aunque dejando de adorar al verdadero Dios… esta es la tentación ante la que sucumben no pocos, en nuestro estado de prueba, y a veces por precios mucho menores.
En la respuesta de Jesús encontramos el divino ejemplo a seguir. Reproduciendo el versículo 13, del capítulo 6 del Deuteronomio, hace un juramento de fidelidad al Padre: salvo Él, nada ni nadie merece homenajes ni mucho menos adoración.
Tentación de vanagloria
9 Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del Templo y le dijo: “Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, 10 porque está escrito: Encargará a los Ángeles que cuiden de ti, 11 y también: Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras”.
Es toda una paradoja imaginar al ángel caído del Cielo transportando a su Creador por los aires. A esto se sometió nuestro Salvador para beneficio de los que fueron expulsados del Paraíso.
Es digna de nota la sutileza diabólica en esta tentación, al valerse de una cita de la Escritura para conferir más solidez a su argumentación. Había aprendido la lección del mismo Jesús, cuando recibió la primera respuesta.
Causaría un gran espectáculo su descenso sensacional, amparado por Ángeles, en medio del patio del Templo. Si eso ocurriera, para satanás quedaría probada la filiación divina de Jesús, objetivo ansiosamente deseado por sus ardides. Ya no es la gula ni la ambición, sino la vanagloria, que tantos lleva al infierno, el instrumento usado por el diablo para tentar al Mesías.
Triunfo de Cristo
12 Jesús le contestó: “Está mandado: No tentarás al Señor, tu Dios”.
Cristo infringe una nueva confusión al rebelde satanás, también con palabras del Deuteronomio (6, 16). Ponerse en grave peligro, obligando la intervención de Dios, es un pecado lleno de malicia.
13 Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión.
En su mayoría los autores son partidarios de que el diablo, de hecho, siguió embistiendo contra Cristo a lo largo de su vida pública, proponiéndole a través de uno u otros aceptar la corona o practicar milagros imprudentes.
Sólo en el Huerto, en el Pretorio y en el Calvario creyó haber cumplido su sueño de gaudium phantasticum. ¡Sin embargo, fue allí donde Cristo triunfó sobre el infierno, el pecado y la misma muerte! ²
1 Cf. Santo Tomás de Aquino, Suma
Teológica III, q. 8, a. 6c.
2 Idem III, q. 41 a. 1.
3 Id. ibid.
4 Id. ibid.
5 Id. ibid.
6 Id. ibid.
7 Op. cit. III, q. 41, a. 3 ad. 2.
8 Op. cit. III, q. 41 a. 1 ad. 3.
9 Cf. Francisco Suárez S.J., Misterios
de la Vida de Cristo, BAC, Madrid,
t. 1, p. 825.
10 Aquino, Suma Teológica III, q. 41, a- 1, ad. 1.
11 Op. Cit. BAC, Madrid, t. 1., p. 825.
12 Op. cit. III, q. 41, a. 4.
13 Op. cit. III, q. 41, a. 4, ad. 1.
14 Cf. Comment. in Matth., h. 1.