Comentario al Evangelio – I DOMINGO DE CUARESMA – Su victoria es nuestra fuerza

Publicado el 03/04/2017

 

– EVANGELIO –

 

En aquel tiempo, 1 Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. 2 Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre. 3 El tentador se le acercó y le dijo: “Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes”. 4 Pero Él le contestó: “Está escrito: ‘No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios’ ”.

 

5 Entonces el diablo lo llevó a la Ciudad Santa, lo puso en el alero del Templo 6 y le dijo: “Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: ‘Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras’ ”. 7 Jesús le dijo: “También está escrito: ‘No tentarás al Señor, tu Dios’ ”.

 

8 De nuevo el diablo lo llevó a un monte altísimo y le mostró los reinos del mundo y su gloria, 9 y le dijo: “Todo esto te daré, si te postras y me adoras”. 10 Entonces le dijo Jesús: “Vete, Satanás, porque está escrito: ‘Al Señor, tu Dios, adorarás y a Él sólo darás culto’ ”. 11 Entonces lo dejó el diablo, y he aquí que se acercaron los ángeles y lo servían (Mt 4, 1-11).

 


 

Comentario al Evangelio – I DOMINGO DE CUARESMA – Su victoria es nuestra fuerza

 

Al triunfar sobre el demonio y las tentaciones en el desierto, el Señor nos da la principal garantía de que también nosotros, sustentados por la gracia, podemos trasponer incólumes todas las luchas espirituales.

 


 

I – “¿no es acaso milicia la vida del hombre sobre la tierra?”

 

Los fenómenos de la naturaleza humana, hasta los más comunes, a menudo obedecen a leyes que, al ser analizadas atentamente, pueden proporcionarnos valiosas lecciones. Es lo que ocurre cuando nos rompemos algún hueso y hemos de tener enyesado durante bastante tiempo, por ejemplo, un brazo o una pierna. En el momento en que nos quitan la escayola comprobamos que el miembro en cuestión, aunque antes fuese fuerte y vigoroso, ha enflaquecido. La musculatura se ha quedado atrofiada por la inmovilidad y es necesario someterla a sesiones de fisioterapia para que vuelva a adquirir su aspecto normal. Algo parecido pasa con una persona que ha estado trabajando toda su vida y opta, cuando se jubila, por llevar una existencia sedentaria, permaneciendo la mayor parte del día en una confortable mecedora. Esta circunstancia la expone, con el tiempo, a sufrir una enfermedad grave, porque la constitución del ser humano exige movimiento, esfuerzo y lucha.

 

Esto tiene su reversibilidad en la vida espiritual, incluso con mayor razón. Nuestra alma necesita ejercitarse constantemente en la virtud a fin de adherir al bien con toda fuerza, para lo cual las dificultades, sobre todo la tentación, contribuyen con un importante estímulo, como nos lo recuerda San Agustín: “Nuestra vida en este destierro no puede estar sin tentación, ya que nuestro adelantamiento se lleva a cabo por la tentación. Nadie se conoce a sí mismo si no es tentado; ni puede ser coronado si no vence; ni vencer si no pelea; ni pelear si le faltan enemigo y tentaciones”.1

 

La liturgia de este primer domingo de Cuaresma nos enseña a reconocer la necesidad y el valor de la tentación.

 

El paraíso terrenal: una maravilla que excede a la naturaleza humana

 

En la primera lectura (Gén 2, 7-9; 3, 1-7) se nos narra cómo, después de crear al hombre, Dios lo introduce en el paraíso terrenal donde “hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos para la vista y buenos para comer; además, el árbol de la vida en mitad del jardín, y el árbol del conocimiento del bien y el mal” (Gén 2, 9). Según Santo Tomás de Aquino,2 era un sitio muy superior a la naturaleza del hombre —modelado con la tierra de este mundo y sólo después llevado al Edén (cf. Gén 2, 7-8)—, pero al que se adaptaba en virtud del don sobrenatural de la incorruptibilidad, infundido por Dios. Podemos suponer que la naturaleza vegetal sería esplendorosa, con flores, frutos y follaje dotados de un brillo especial, y animales más perfectos que los actuales.

 

A pesar de estar rodeados de maravillas, algo les faltaba a nuestros primeros padres: no tenían el mérito de la fidelidad de cara a las vicisitudes y reveses, el mérito de la lucha. Con respecto a esto el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira comenta: “Hasta ese momento, ¿qué lucha había entablado Adán? Ninguna. No tenía malas inclinaciones, no tenía [defectos] innatos, […] no tenía apetencias hacia el mal. […] En el Paraíso había de todo, ¡excepto un héroe!”.3

 

En medio del esplendor, surge la tentación

 

En esa situación de felicidad —relata el Génesis— se acerca el demonio para tentarlos a través de la serpiente, “más astuta que las demás bestias del campo que el Señor había hecho” (3, 1a). Sagazmente inicia un diálogo con Eva preguntándole: “¿Conque Dios os ha dicho que no comáis de ningún árbol del jardín?” (Gén 3, 1b). Es la típica tergiversación del padre de la mentira, porque Dios no le había dicho eso a Adán, sólo le había prohibido que comiera del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, añadiendo una advertencia: “el día en que comas de él, tendrás que morir” (Gén 2, 17). Una vez entablada la conversación, el demonio ya había logrado la mitad de sus intenciones. Lo único que faltaba era conducirlos hacia la caída.

 

Adán y Eva sucumbieron a la tentación; no obstante, el Evangelio de este domingo nos enseña a que opongamos resistencia al enemigo infernal, siguiendo las huellas del Señor. Al haber asumido la naturaleza humana, Jesús adquirió el derecho de conferirnos sus méritos y su fuerza para enfrentar al demonio, haciéndonos también triunfantes a medida que nos unimos a Él. Y en este episodio nos da una lección de cómo combatir.

 

II – El señor quiso ser tentado

 

La tentación de Jesús tuvo lugar al comienzo de su vida pública, poco después de haber recibido el Bautismo de Juan, y se prolongó a lo largo de cuarenta días en el desierto de Judá, región aislada, inhóspita y habitada por fieras salvajes. Según la tradición, permaneció en oración y riguroso ayuno en una elevación que existe en las proximidades de Jericó, hoy llamada monte de la Cuarentena. Encontramos una prefigura de este acontecimiento en las vidas de Moisés y de Elías, que también se retiraron el mismo período durante el desempeño de su misión profética (cf. Ex 34, 28; 1 Re 19, 5-8).

 

Dios permite la tentación para nuestro bien

 

En aquel tiempo, 1 Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo.

 

Lo que nos llama especialmente la atención en este primer versículo es el hecho de que fuera el Espíritu Santo quien condujera al Señor hasta allí. Durante su Bautismo en el Jordán, el Padre —cuya voz se oyó mientras el Paráclito bajaba en forma de paloma— lo había glorificado en unas circunstancias que a primera vista podríamos considerarlas muy apropiadas para inaugurar el período de su predicación. En vez de eso, quiso dirigirse al desierto. Esta actitud suya nos muestra que cuando somos llamados a realizar alguna obra importante antes hemos de rezar, tal como la Iglesia nos recomienda que hagamos, al principio de cualquier actividad.

 

Y de ello nos da ejemplo el Hijo de Dios eligiendo el aislamiento, pero no sólo con miras a la contemplación, sino también para “ser tentado por el diablo”, como deja claro San Mateo. ¿Por qué motivo Dios lo permitió? En cuanto segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Señor no podía sufrir la más mínima tentación; sin embargo, como hombre quiso padecerla para vencer al demonio y quebrantar su poder. Así pues, el ángel caído sería derrotado por una criatura humana.

 

Satanás, por su parte, no tenía conocimiento de que Jesucristo fuera Dios, solamente creía que era su Hijo, sin la misma naturaleza del Padre. También ignoraba el misterio de la unión hipostática, aunque reconocía que Jesús estaba en gracia de Dios. En resumen, el Maligno arrastraba una fuerte inseguridad con respecto a la identidad de Cristo y de ahí que estuviera interesado en tentarlo para descubrir quién era en realidad. Su objetivo, no obstante, quedará frustrado y se verá obligado a marcharse sin enterarse de lo que anhelaba saber, pues el Señor no le dará la posibilidad de llegar a ninguna conclusión, según comenta San Jerónimo: “En todas las tentaciones el diablo hace esto para saber si es Hijo de Dios, pero el Señor mide la respuesta de forma que lo deja con la duda”.4 Es evidente que Jesús jamás podría ser engañado por la astucia del demonio, ya que era su Creador.

 

Cuando la tentación se abate sobre nosotros, tendemos a preguntarnos: “¿Por qué Dios la permite?”. Ciertamente para nuestro bien, de lo contrario el Señor no la habría experimentado. Recordemos que Jesús es llevado por el Espíritu Santo y quien permite la tentación es el Padre, el cual había dicho poco antes: “éste es mi Hijo amado, en quien me complazco” (Mt 3, 17). Si el Padre manifiesta su agrado por su Hijo y, a continuación, consiente que vaya al desierto, ¿por qué no habría de querer que nosotros, que hemos recibido la vida divina por medio de Él, siguiéramos el mismo camino?

 

De hecho, el Padre quiso que tuviéramos un paradigma, Jesucristo, y que actuásemos en conformidad con Él cuando nos asaltaran las tentaciones. No podemos aceptar la prueba como un desastre o un signo de decadencia en la vida espiritual, porque si así fuera deberíamos concluir que el Señor había pasado por una crisis espiritual en ese episodio, lo cual es absurdo e incluso blasfemo. Al contrario, empeñémonos principalmente en analizar el proceder de Jesús, y tengamos presente que la narración de las tentaciones es sólo una síntesis de lo que ocurrió en realidad. Varios santos se han mostrado favorables a la hipótesis de que hubiera sido tentado en numerosas ocasiones y de maneras distintas en el transcurso de esos cuarenta días, como ya hemos tenido oportunidad de comentar.5

 

El demonio se aprovecha de las flaquezas humanas

 

2 Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre.

 

El recogimiento del Señor en el desierto alcanza su auge al cabo de cuarenta días, y ese es el momento escogido por Satanás para tentarlo de forma particular, lo que nuevamente encierra una enseñanza, porque muchas veces las peores pruebas se abaten sobre nosotros en las mejores etapas de nuestra vida espiritual. Cuando empezamos a dar pasos firmes en las vías de la virtud el demonio acostumbra a intensificar las tentaciones con el objetivo de impedir nuestra santificación. Este versículo también muestra cómo Jesús padecía las contingencias físicas propias a la naturaleza humana, de las cuales el demonio se aprovechó para ponerlo a prueba. Tras enfrentar largos días sin comer ni beber, sólo lo mantenía vivo una sustentación sobrenatural. Estaba exhausto, consumiendo sus últimas fuerzas, y el tentador, por su parte, se encontraba al acecho para actuar. Ese es el astuto método que Satanás emplea con nosotros: se aprovecha de las debilidades humanas. En nuestro caso, de un modo diferente al que sucedía con el Señor, sufrimos las flaquezas que resultan del pecado, como la concupiscencia, la inclinación hacia el mal y las pasiones desordenadas. Si consentimos en las proposiciones del espíritu de las tinieblas, éste logra el objetivo deseado al tentarnos, haciéndonos morir a la vida sobrenatural.

 

La tentación tiene su inicio en la sensibilidad

 

3 El tentador se le acercó y le dijo: “Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes”.

 

El demonio, como ya hemos visto, no sabía a ciencia cierta si Jesús era el Mesías. Es probable que poseyese una vaga noción sobre ello, al habérselo revelado cuando todavía era un ángel de luz en el Cielo, pero aún en ese caso no llegó a ser de su conocimiento todo el plan divino sobre la Encarnación. Recordemos que San Pablo afirmó que fue llamado a enseñar verdades ignoradas incluso por el mundo angélico (cf. Ef 3, 10).

 

Debido al callejón sin salida en el que se hallaba, el tentador decidió embestir contra el Hombre Dios, tanto para descubrir quién era como para inducirlo a caer en el apego a la materia. Al igual que en el Paraíso, empezó la conversación utilizando un método muy bellaco, según la necesidad de la ocasión y los elementos existentes en ese lugar. Los exegetas destacan que el desierto donde el Señor se encontraba tenía piedras de aspecto muy agradable, con forma redondeada y de color dorado, parecido al de los deliciosos panes ácimos que se consumían en aquel tiempo en Oriente.6 Por lo tanto, en cierto sentido, semejantes al fruto prohibido del Paraíso, que era “atrayente a los ojos y deseable” (Gén 3, 6), dando a entender, sobre todo para el que tenía poder para hacerlo, de que eran transformables en pan. Un acto de su voluntad sería suficiente y Jesús las convertiría en un magnífico alimento salido del horno de su palabra creadora, suficiente para saciarle el hambre. Él, que aún multiplicaría panes y peces, transmutaría el agua en vino y obraría otros milagros sobre la comida, estaba en condiciones favorables de transformar aquellas piedras. Y Satanás lo anima, en su humanidad, para que use sus capacidades sobrenaturales.

 

He aquí la táctica empleada por el ángel de las tinieblas en el momento de la tentación: empieza excitando la sensibilidad. Actuando así llega a un gran número de almas, principalmente al fomentar el interés por los bienes materiales. Éstos, y en especial el dinero, son simbolizados por la piedra y por el pan, y constituyen el obstáculo más grande para la santificación de los que ponen su esperanza en los valores de este mundo.

 

El demonio miente cuando le hace esa proposición al Señor, porque promete la vida —comer, en esa circunstancia, era una cuestión de subsistencia—, aunque es a la muerte donde quiere conducirlo al sugerirle que use su poder divino para satisfacer una mera necesidad humana. En realidad, tenía derecho para obrar el milagro, pero el demonio no lo sabía. Este pasaje confirma cómo Satanás nunca promueve la vida ni produce unión, ya que sólo se empeña en llevar a las almas al pecado y, tras lograr la caída de muchas de ellas, pretende el aniquilamiento de la sociedad.

 

Una vez lanzado el desafío, ¿dialogaría el Señor con el tentador?

 

Con el diablo no se conversa

 

4 Pero Él le contestó: “Está escrito: ‘No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios’ ”.

 

Jesús adoptó una postura radical y cortó la conversación con el demonio. Como podemos comprobar en esta y en las tentaciones siguientes, sus respuestas son tajantes, dadas con la nítida intención de encerrar el coloquio. Además de esto, el argumento utilizado por el Señor se basa en la autoridad de la Escritura, contra la cual no cabe recurso. Al evocar las palabras del Deuteronomio, “no solo de pan vive el hombre” (8, 3), es como si afirmara: “No sólo de pan, sino también de pan”. Reconoce la necesidad del alimento e incluso del dinero; no obstante, enseña que deben ser usados con la primera atención puesta en Dios. Su divino ejemplo es de desprendimiento de las cosas concretas.

 

Otra lección que deriva de ahí se refiere al modo como procede Jesús ante una necesidad personal. Lo que el demonio quería que realizase en beneficio propio, al convertir las piedras en pan, Él lo hará después, a favor de terceros, en las bodas de Caná, al convertir el agua en vino (cf. Jn 2, 1-11), y multiplicando panes y peces a lo largo de su vida pública (cf. Mt 14, 15-21; Mc 6, 30-44; Lc 9, 10-17; Jn 6, 1-13). Su conducta es perfecta, porque necesitamos dar a los demás lo que el Maligno nos sugiere que consigamos para nosotros mismos y hacerles el bien que nos gustaría recibir.

 

Movido por su característica pertinacia, el ángel malo no desiste y hace una nueva propuesta.

 

La quimera de una religión sin la cruz

 

5 Entonces el diablo lo llevó a la Ciudad Santa, lo puso en el alero del Templo 6 y le dijo: “Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: ‘Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras’ ”. 7 Jesús le dijo: “También está escrito: ‘No tentarás al Señor, tu Dios’ ”.

 

Los autores discuten si el demonio fue andando con el divino Maestro hasta la parte más alta del Templo o si se valió de sus facultades angélicas para llevarlo hasta allí.7 Gran parte de ellos sustenta que lo llevó por el aire, para darle la sensación de que tenía mucho poder. Una insensatez, pues el tentador no sabía que Jesucristo, como segunda Persona de la Santísima Trinidad, lo había creado y le había otorgado la capacidad de realizar tal prodigio. “Llevaba a Cristo como obligado, sin darse cuenta de que iba voluntariamente”. 8 En lo alto del Templo el diálogo continúa, y como el Señor había callado a Satanás en la primera tentación sirviéndose de la Escritura, éste ahora contraataca, con inteligencia, usando la misma arma. Su argumento consiste en alegar la protección que Dios le daría si se arrojase del pináculo del edificio sagrado. No obstante, “las falsas flechas del diablo sacadas de la Escritura las quiebra Cristo con los escudos verdaderos de la Escritura”.9

 

En esta tentación el demonio proponía una caricatura de la religión verdadera, al excluir el papel del dolor, del sacrificio y del camino auténtico hacia la santidad. Una religión basada en lo fabuloso, en el portento y en el prodigio, porque del principal lugar de culto de Israel bajaría de manera fulgurante el Mesías, muy diferente del varón crucificado que el Señor estaba destinado a ser por amor a la humanidad pecadora. La respuesta admite dos sentidos, para confundir al diablo y, una vez más, dar por concluida la conversación: “No me tientes porque soy Dios” o bien, “no puedo hacer eso, pues sería tentar a Dios”. Sin embargo, podemos interpretarlo como una enseñanza sobre la resignación que debe caracterizar nuestra relación con Jesús. Es lícito que pidamos milagros e incluso manifestaciones grandiosas, pero hemos de ser conscientes de que si no somos atendidos nuestra fe tiene que permanecer intacta.

 

El príncipe de las tinieblas siempre quita lo que promete

 

8 De nuevo el diablo lo llevó a un monte altísimo y le mostró los reinos del mundo y su gloria, 9 y le dijo: “Todo esto te daré, si te postras y me adoras”. 10 Entonces le dijo Jesús: “Vete, Satanás, porque está escrito: ‘Al Señor, tu Dios, adorarás y a Él sólo darás culto’ ”. 11 Entonces lo dejó el diablo, y he aquí que se acercaron los ángeles y lo servían.

 

A pesar de haber sido vencido dos veces, el demonio desea llegar hasta el último punto: ser adorado por el Señor, lo que supondría una negación del culto a Dios. Para ello le ofrece el dominio temporal tan codiciado siempre a lo largo de la Historia y que ha llevado a mucha gente a seguir a los ídolos y a abandonar al verdadero Dios. No obstante, en primer lugar, Jesús expulsa al príncipe de las tinieblas mediante una respuesta que no prima por la diplomacia y, después, todavía subraya que únicamente al Señor, es decir, a Él mismo, le es debido el culto que el maldito pretendía desviar hacia sí.

 

El contraste entre Adán y Jesucristo es enorme. El primero prestó oído a la recomendación de la serpiente, transmitida por Eva, comiendo del fruto y no logró lo que el demonio les había prometido: “seréis como Dios” (Gén 3, 5). Con el pecado la vida divina se extinguió en su alma; si hubiese correspondido al mandato del Señor habría recibido un incremento de felicidad, mantenido el estado de gracia y conseguido un notable progreso en la vida espiritual. Por tanto, lo que el tentador finge que quería darle fue precisamente lo que le robó. Al Señor le ofrece el servicio de los ángeles y todos los tesoros de la tierra, cosas que era incapaz de concederle; cosas, sin embargo, que le habían sido entregadas a Jesús hecho hombre junto con la realeza sobre toda la humanidad y sobre el orden de la Creación, por haber vencido a Satanás y haber abrazado los tormentos del Calvario. He aquí un principio que debe marcar constantemente el rumbo de nuestra vida hasta la hora de la muerte: nunca podemos dialogar con el demonio, criatura maldita que siempre nos quita lo que promete. Tenemos que atajar todo tipo de conversación con él desde el primer instante, con el apoyo de la Palabra de Dios, a imitación de Jesucristo, nuestro Señor.

 

III – El valor de las tentaciones

 

En la segunda lectura (Rom 5, 12.17-19) San Pablo sintetiza la enseñanza de la liturgia de este primer domingo de Cuaresma: “lo mismo que por un hombre entró el pecado en el mundo, […] por la obediencia de uno solo, todos serán constituidos justos” (5, 12.19). Su afirmación deja patente cómo toda gracia, fuerza y poder fueron franqueados al género humano por la fidelidad de Cristo, modelo supremo en el combate a las tentaciones.

 

Hay enfermos que tienen una especie de complejo al ver a personas sanas, a quienes a menudo les gustaría transmitirles sus enfermedades para aliviar su instinto de sociabilidad herido, por sentirse diferentes o inferiores. Así también actúa Satanás. Cuando cayó en el infierno por haberse rebelado contra Dios, empezó a detestar a los que luchan por obtener la salvación, pues son enemigos suyo y adoradores de quien él odia. De modo que el demonio lo que quiere es nuestra perdición, permanece al acecho y “como león rugiente, ronda buscando a quien devorar” (1 Pe 5, 8), listo para empujarnos hacia el precipicio y lanzarnos en la misma infelicidad eterna en la cual se arrojó.

 

La tentación es un beneficio

 

Dios le permite que nos tiente, con vistas a nuestro beneficio, para darnos la oportunidad de adquirir fuerzas, experiencia y sagacidad en la lucha contra él y, derrotado, otorgarnos el premio de no haber cedido. Pero si tenemos la desgracia de sucumbir no nos olvidemos del salmo responsorial (cf. Sal 50, 3a), que reza: “Misericordia, Dios mío, por tu bondad”. Estas palabras del rey David, el perfecto arrepentido, recuerdan cómo, siempre que reconozcamos nuestro pecado con verdadera contrición y deseo de nunca recaer en la falta cometida, nuestras culpas serán borradas. Cuando nos apegamos al Señor y a la misericordia de la Virgen María, recibimos el consuelo de ser perdonados.

 

Es lo que ocurrió con Adán y Eva. A medida que fueron comprobando las consecuencias de la falta cometida, se dieron cuenta de que no había valido la pena haber comido del fruto prohibido y, sin duda, lloraron su crimen. Cuántas veces algo semejante pasa con nosotros cuando, después de haber recorrido un buen trecho de la vida, miramos atrás y verificamos que no ha compensado pecar. En esas horas el recuerdo de nuestras caídas servirá para ilustrar y fortalecer las actitudes del presente, ayudándonos a tomar decisiones muy firmes y acertadas.

 

Las tentaciones nos obtienen, sobre todo, méritos para la eternidad. Tanto el santo como el pecador son tentados, y a menudo más el primero que el segundo, a juzgar por la manera atroz con que Satanás embistió contra el Señor. La gran diferencia entre ambos es que uno rechaza las solicitaciones y el otro se rinde ante ellas. Luego, ser tentado no es un desastre, al contrario, puede ser incluso una buena señal. Es necesario que por nuestra parte no consintamos y, para ello, apoyémonos en el auxilio divino, pues sería una insensatez que concibamos nuestras cualidades como el factor esencial en la lucha contra el demonio, el mundo y la carne.

 

Nuestra fuerza está en la gracia

 

Ante la tentación debemos creer en la fuerza de Jesucristo, nuestro Señor, y no en las nuestras. En el desierto el diablo quiso convencerlo de lo poderoso, capaz y apto que Él era para estar en el centro de los acontecimientos. Lo mismo hace con nosotros al incitarnos, por el orgullo, a que nos olvidemos de la gracia y la vida interior, imprescindibles para resistir. De ahí la absoluta necesidad de acercarnos a los sacramentos con tanta frecuencia como sea posible; de “orar siempre, sin desfallecer” (Lc 18, 1); de recurrir a la mediación de la Virgen y a la intercesión de los santos; de tener puesta, en fin, a lo largo de todo el día, nuestra primera atención en lo sobrenatural, como San Pablo: “mi vida de ahora en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Gál 2, 20). Así conseguiremos fuerzas para enfrentar todos los problemas, pues quien es negligente en su vida interior pierde el principal instrumento de combate. El Apóstol, confiado en la ayuda divina, no se sentía intimidado por ninguna adversidad: “¿Quién nos separará del amor de Cristo?, ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?; como está escrito: ‘Por tu causa nos degüellan cada día, nos tratan como a ovejas de matanza’. Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a Aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rom 8, 35-39).

 

Si un niño recién bautizado tiene más poder que todos los infiernos reunidos, ¡nada han de temer los que poseen la vida divina! Cuando el enemigo nos asalta, unámonos aún más al Señor, animados por la lección de este comienzo de la Cuaresma: para vencer todas las tentaciones es indispensable contar con la gracia divina.

 


 

1 SAN AGUSTÍN. Enarratio in psalmum LX, n.º 3. In: Obras. Madrid: BAC, 1965, v. XX, p. 519.

2 Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. I, q. 102, a. 4.

3 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conferencia. São Paulo, 21/9/1985.

4 SAN JERÓNIMO. Comentario a Mateo. L. I (1, 1-10, 42), c. 4, n.º 21. In: Obras Completas. Comentario a Mateo y otros escritos. Madrid: BAC, 2002, v. II, p. 39.

5 Cf. CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. Convertíos y creed en el Evangelio. In: Heraldos del Evangelio. Madrid. N.º 103 (Febrero, 2012); pp. 10-17; Los beneficios de las tentaciones. In: Heraldos del Evangelio. Madrid. N.º 43 (Febrero, 2007); pp. 10- 17; Comentario al Evangelio del I Domingo de Cuaresma – Ciclos B y C, en los Volúmenes

III y V, respectivamente, de la colección Lo inédito sobre los Evangelios.

6 Cf. WILLAM, Franz Michel. A vida de Jesus no país e no povo de Israel. Petrópolis: Vozes, 1939, p. 85.

7 Cf. MALDONADO, SJ, Juan de. Comentario a los Cuatro Evangelios. Evangelio de San Mateo. Madrid: BAC, 1950, v. I, pp. 213-214.

8 AUTOR DESCONOCIDO. Opus imperfectum in Matthæum. Homilía V, c. 4, n.º 5: MG 56, 665.

9 SAN JERÓNIMO, op. cit, p. 41.

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