Comentario al Evangelio – II Domingo de Pascua – Creer, para después amar

Publicado el 04/21/2017

 

– EVANGELIO –

 

19 Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz a vosotros”.

 

20 Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.

 

21 Jesús repitió: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. 22 Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; 23 a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”.

 

24 Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. 25 Y los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor”. Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo”.

 

26 A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: “Paz a vosotros”.

 

27 Luego dijo a Tomás: “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente”.

 

28 Contestó Tomás: “¡Señor mío y Dios mío!” 29 Jesús le dijo: “¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto”.

 

30 Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. 31 Éstos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre (Jn 20, 19-31).

 


 

Comentario al Evangelio – II Domingo de Pascua – Creer, para después amar

 

De la incredulidad a un sublime acto de adoración, al constatar la Resurrección del Señor, las actitudes de Santo Tomás constituyen una valiosa instrucción en la fe para los hombres del siglo XXI.

 


 

I – la creencla en la resurrección, fundamento de la fe

 

La resurrección no era un tema fácil de tratar en la época de Jesús, como tampoco lo es hoy. De hecho, nos toca a fondo, porque nuestra vida sería otra y el mundo no se encontraría en la presente situación de desvarío en que está si considerásemos seriamente nuestro destino eterno.

 

En aquel tiempo existían escuelas griegas cuyos propugnadores, además de no creer en la resurrección, defendían la tesis de que el alma humana no era ni espiritual ni inmortal. El resultado era el materialismo absoluto. En Israel, los saduceos —partido constituido por personas de la clase más acomodada— se habían embebido en estas doctrinas filosóficas, como constatamos en su célebre discusión con Jesús a propósito de la hipotética mujer casada sucesivamente con siete hermanos. El Salvador los refutó de una forma bellísima, hasta el punto de causar admiración incluso en algunos escribas fariseos, los cuales sí que tenían fe en la resurrección(cf. Lc 20, 27-40).

 

Los Apóstoles no creyeron en la Resurrección de Jesús

 

Los seguidores del divino Maestro estaban más cerca de la doctrina farisaica, como se desprende de la respuesta dada por Santa Marta a Jesús a respecto de su hermano Lázaro: “Sé que resucitará en la resurrección en el último día” (Jn 11, 24). Sin embargo, no contemplaban la posibilidad de la inmediata Resurrección de Jesúsdespués de su Pasión y Muerte.

 

La aparición de Jesús a los Apóstoles

Museo dell’Opera del Duomo, Pisa (Italia)

Desde esa perspectiva es como debemos analizar el comportamiento de los Apóstoles relatado en el Evangelio del segundo domingo de Pascua. A esas alturas ya les había llegado la noticia de que Jesús había ido al encuentro de las Santas Mujeres (cf. Mt 28, 9-10; Mc 16, 9-11; Jn 20, 14-18) y de que se había dejado ver por San Pedro (cf. Lc 24, 34), así como también por dos discípulos camino de Emaús (cf. Lc 24, 13-33; Mc 16, 12-13); aun así se negaban a creerlo, hasta que el divino Redentor seles manifiesta abiertamente.

 

Verdadero Dios y verdadero hombre resucitado

 

19a Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús,se puso en medio…

 

Esta aparición se dio al final del mismo domingo de la Resurrección, primer día de la semana para los israelitas. El apóstol virgen —queofrece toda una serie de datos peculiares— destacael hecho de que las puertas estaban “cerradaspor miedo a los judíos”. En efecto, si éstoshabían crucificado al Maestro, los suyos sinduda también serían perseguidos. A pesar deeso, la idea de renegar de Él y huir, como habíanhecho los discípulos de Emaús, les provocabapánico. Así, puestos entre dos temores, elúnico medio que les quedaba era vivir ocultosen el Cenáculo, apoyándose los unos a los otrosen aquella peligrosa contingencia. La entradade Jesús traspasando las paredes con su cuerpoglorioso causó un verdadero estupor. Estabantodos a la mesa (cf. Mc 16, 14), que teníaforma de “U”, y Él se puso en medio, bien a la vista de todos.

 

La palabra del Señor es eficaz

 

19b …y les dijo: “Paz a vosotros”. 20 Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.

 

Se diría que ése era un saludo habitual…Cuando nosotros saludamos a alguien con unsimple “Buenas tardes”, tan sólo estamos exteriorizandoun deseo que probablemente no severificará. La palabra de Jesús, por el contrario,es creadora, omnipotente, transforma, tienefuerza de ley y vitalidad para producir aquelloque dice. Por eso, la expresión “Paz a vosotros”no debe ser considerada como algo platónico,distante. De hecho, acababa con la agitacióne infundía la paz en el alma de los Apóstoles.¿Qué paz? La “tranquilidad del orden”.1 Todoslos movimientos internos del espíritu humanose equilibran y se ordenan en función de CristoJesús, porque todo depende de Él, todo confluyeen Él, todo proviene de Él.

 

Ahora bien, es importante destacar que aSanta María Magdalena le bastó oír la voz delMaestro llamándola “María” (Jn 20, 16) parareconocer su Resurrección, mientras que losApóstoles sólo creyeron después de tocar lasllagas de Jesús, como se concluye del relatode San Lucas: “Mirad mis manos y mis pies:soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta deque un espíritu no tiene carne y huesos, comoveis que yo tengo” (Lc 24, 39). Todos fuerona comprobarlo y, entonces, “se llenaronde alegría”…

 

Un poder divino dado a los hombres

 

21 Jesús repitió: “Paz a vosotros. Comoel Padre me ha enviado, así también osenvío yo”. 22 Y, dicho esto, sopló sobreellos y les dijo: “Recibid el EspírituSanto; 23 a quienes les perdonéis lospecados, les quedan perdonados; aquienes se los retengáis, les quedanretenidos”.

 

El divino Maestro quiere que los que le siguenasuman la tarea de anunciar el Evangelio,como Él había sido enviado por el Padre. LosApóstoles, sin embargo, verdaderamente amedrentadosy fuertemente impresionados por ladramática situación por la que estaban pasando,tenían necesidad de una nueva infusión de serenidady confianza, a fin de volverse aptos pararealizar su altísima misión. De manera que aunquela primera oferta de paz de suyo fuese suficiente,el Señor repitió: “Paz a vosotros”.

 

Infundida la paz, les da una autoridad extraordinariacon este soplo creador. En él descubrimosun bonito paralelismo con el soplo delPadre al comunicarle la vida humana a Adán,aumentada con la participación en la naturalezadivina, con todos los dones del Espíritu Santo y las virtudes infusas, y, más aún, con los donespreternaturales —integridad, inmortalidad, impasibilidad,dominio sobre los animales y cienciainfusa o sabiduría insigne—, que elevaban alhombre a un grado sublime.

 

De manera análoga, al decir “Recibid el EspírituSanto”, Jesús insufló en los discípulos unanueva vida, la vida sacerdotal, transfiriéndolesun poder divino: el de perdonar o retener los pecados.Cuando bajaron a un paralítico por unaabertura en el techo de una casa para ser curadopor el Salvador, estando Él en Cafarnaún, recordemoslo que le dijo antes de devolverle la salud:“Hijo, tus pecados te son perdonados” (Mc 2, 5).Y los fariseos presentes quedaron indignadosporque ese derecho pertenece exclusivamente aDios. Siendo el ofendido, sólo a Él le correspondeperdonar. “Lo que Jesús da a sus Apóstoleses, pues, algo sobrenatural que debe ser atribuidoa la acción del Espíritu Santo, representadoen el Antiguo Testamento, sobretodo, como vivificador[…]. En efecto, este poder […] es el deperdonar los pecados, así como el de retenerlos.Se trata del poder ya dado a Pedro y a los Apóstoles(cf. Mt 16, 19; 18, 18), que aquí es renovadoexpresamente, con la insuflación del Espíritu,que lo confiere en carácter definitivo. Se entiendebien la alusión al Espíritu Santo: perdonar lospecados es dar la vida espiritual”.2

 

El milagro del paralítico – Biblioteca del monasterio

de Yuso, San Millán de la Cogolla (España)

Por tanto, al administrar el sacramento de laPenitencia, en el momento en que el sacerdote,trazando una cruz, pronuncia la fórmula “Yo teabsuelvo de tus pecados en el nombre del Padrey del Hijo y del Espíritu Santo”, es ese mismo soplode Jesucristo que se prolonga para restituiral alma del penitente la vida divina perdida porel pecado mortal. Ni la totalidad de los sacrificiosde la Antigua Ley, sumados y multiplicadospor sí mismos, serían capaces de perdonar tansólo una falta venial. Ni siquiera a María Santísima,con todos sus méritos, le sería posible. Heaquí la maravilla de la condición sacerdotal.

 

II – los contrastes deun espíritu positivo

 

Todo indica que Santo Tomás era un hombrede espíritu ceñudo y convencido de sus propiasopiniones, y a la vez muy positivo y categórico.Cuando el Señor decidió retornar a Judea, paraatender a Lázaro que estaba enfermo, losApóstoles protestaron, conscientes del riesgoal que se exponía el Maestro al acercarsea Jerusalén. Y fue Santo Tomás quien afirmó:“Vamos también nosotros y muramoscon Él” (Jn 11, 16).

 

En otras circunstancias Tomás se habíamostrado cauto y objetivo, queriendo conocerlas pruebas. Por ejemplo, al anunciar Jesús:“cuando vaya y os prepare un lugar, volveréy os llevaré conmigo, para que donde estoyyo estéis también vosotros. Y adonde yo voy,ya sabéis el camino” (Jn 14, 3-4), enseguidale pregunta: “Señor, no sabemos adónde vas,¿cómo podemos saber el camino?” (Jn 14, 5).Ahora bien, estas reacciones son útiles, porquesi no hubiese personas que, como Tomás,tuviesen falta de intuición y necesitasen apelarprincipalmente al discurso de la razón, muchosprincipios quedarían sin aclaración. Si enaquella ocasión Tomás no hubiese planteadoel problema, el divino Maestro tal vez no hubierahecho tan sublime revelación: “Yo soy elcamino y la verdad y la vida. Nadie va al Padresino por mí” (Jn 14, 6). De esta forma, tuvoun papel importantísimo en el Colegio Apostólico,pidiendo una explicación racional de aquello que sólo se admite por la fe. Con ello contribuíaa establecer las bases sobre las que se erguiríamás tarde el edificio de la teología.

 

Sin pruebas, Santo Tomás no cree

 

24 Tomás, uno de los Doce, llamado elMellizo, no estaba con ellos cuando vinoJesús. 25 Y los otros discípulos le decían:“Hemos visto al Señor”. Pero élles contestó: “Si no veo en sus manosla señal de los clavos, si no meto el dedoen el agujero de los clavos y no meto lamano en su costado, no lo creo”.

 

Ausente del Cenáculo, Tomás no asistió a laprimera aparición de Jesús a los discípulos. Sinduda, éstos intentaron persuadirlo de la veracidadde lo ocurrido. En vano. Habiendo huido ydejado al divino Redentor solo, su testimonio,a los ojos de Tomás, no se revestía de suficienteautoridad y permanecía escéptico —como, porcierto, lo estuvieron los otros Apóstoles antesde tocar al Señor—, exigiendo como condición para creer las mismas pruebas que les habían sidodadas a ellos. Tomás pasó a la Historia comoel incrédulo, pero, en realidad, como vimos anteriormente,los demás también lo fueron.

 

Testigo cualificado de la Resurrección

 

26 A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos.Llegó Jesús, estando cerradas las puertas,se puso en medio y dijo: “Paz a vosotros”.27 Luego dijo a Tomás: “Traetu dedo, aquí tienes mis manos; trae tumano y métela en mi costado; y no seasincrédulo, sino creyente”.

 

Ocho días después, Jesús “se puso en medio”de ellos por segunda vez y le mandó a Tomás quepusiera el dedo en sus llagas, diciéndole: “no seasincrédulo, sino creyente”. Es interesante notarque el Señor no lo acusa de ser incrédulo, sinoque le advierte de que no llegue a serlo, a partirde ese momento en el que le ofrecía el argumentoconcreto y la demostración cabal de su Resurrección.Para ser fiel era indispensable tener fe,y Cristo lo invitaba a crecer en esta virtud. Bienaventurado Tomás, porque para poseeresta fe acabó recibiendo la insignegracia de tocar el costado delSalvador. Como comenta San GregorioMagno, “no sucedió esto alacaso, sino que fue disposición dela divina Providencia; pues la divinaMisericordia obró de modo tanadmirable para que, tocando aqueldiscípulo incrédulo las heridas de suMaestro, sanase en nosotros las llagasde nuestra incredulidad. De maneraque la incredulidad de Tomásha sido más provechosa para nuestrafe que la fe de los discípulos creyentes,porque, decidiéndose aquela palpar para creer, nuestra almase afirma en la fe, desechando todaduda”.3 Cuán útil fue su gesto paranuestra alma apocada, porque sirvió de signo auténticode la Resurrección del Señor.

 

Entrega completa, reacción del alma recta

 

28 Contestó Tomás: “¡Señor mío y Dios mío!”

 

La correspondencia a esta gracia está certificadapor el hecho de que Tomás reconoció la divinidadde Jesús como ningún otro apóstol. Todostuvieron la misma comprobación, pero sureacción fue más enérgica, osada y radical. Alanunciarle la Resurrección a Tomás, los Apóstolesno afirmaron: “Jesús es realmente Dios”.Pero Santo Tomás sí lo declaró.

 

La duda de Santo Tomás – Biblioteca del monasterio de

Yuso, San Millán de la Cogolla (España)

Si es verdad que no confió en el testimonio delos discípulos, es patente que cuando el Señor loinstó a poner el dedo en las marcas de los clavos,creyó y atribuyó a Jesucristo hombre, que se presentabaante él resucitado, el título debido únicamenteal Creador en el Antiguo Testamento:Dios y Señor. Por lo tanto, creyó en la divinidadde Cristo, aunque tocase solamente su humanidad.4 Al mismo tiempo, al proclamar “Señormío”, se entregaba como esclavo, abandonándosepor completo en las manos de Jesús. De sufe robusta brotó, en aquel instante, ese acto deamor. Era un alma recta, inocente y dispuesta adarse por entero. “¡Oh maravillosa perspicaciala de este hombre! Toca a un hombre, y lo llamaDios: tocó una cosa, y creyó otra. Aunque hubieraescrito mil códices, no hubiese sido de tantoprovecho para la Iglesia. ¡Con qué claridad, conqué precisión, con qué ingenuidad llama Dios aCristo!”,5 exclama Santo Tomás de Villanueva.

 

Cabe recoger aquí una lección para nuestra vidaespiritual. Nosotros, con frecuencia, somos loopuesto a Santo Tomás: creemos en los hombresy hasta en nosotros mismos, pero no en Dios. Setrata de crecer en la fe en Dios y pasar a las obras,porque la fe sin las obras está muerta (cf. St 2, 17).

 

La bienaventuranza que nos corresponde

 

29 Jesús le dijo: “¿Porque me has vistohas creído? Bienaventurados los quecrean sin haber visto”.

 

Estas últimas palabras del divino Maestro aSanto Tomás constituyen la bienaventuranza detodos los que vendrían después y no tendrían laoportunidad de tocar aquellas santas llagas. Osea, se aplican enteramente a nosotros.

 

Los Apóstoles, Santa María Magdalena,Santa Marta, San Lázaro y muchos otros convivieroncon Jesús resucitado y pudieron contemplarloen carne y hueso, andando y conversando.Por consiguiente, para creer en Él eranecesario un esfuerzo mínimo. ¿Tenían mérito?Sí, porque la divinidad permanecía oculta.Sin embargo, más mérito adquirimos nosotroscuando, pronunciadas las palabras de la Consagración,contemplamos las especies eucarísticasy, a pesar de que éstas continúan con la aparienciade pan y de vino, la fe, la esperanza y la caridadnos aseguran que el pan y el vino cedieronel lugar al Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesús. Entonces, nos arrodillamos y lo adoramos.Así pues, a este título, nuestra bienaventuranzaes superior a la de ellos.

 

Maravillas que sóloen la eternidad conoceremos

 

30 Muchos otros signos, que no están escritosen este libro, hizo Jesús a la vistade los discípulos.

 

¡Cuántas maravillas de la existencia terrenade Jesucristo se conservaron en el silencio!¿Cómo fue su familiaridad con la Santísima Virgeny San José en su vida privada a lo largo detreinta años, de la que nada se sabe, a no ser supérdida y hallazgo en el Templo, a sus 12 años?¿Quién podrá decirlo? Es evidente que no vivíaenclaustrado, sino en sociedad y en contactocon la opinión pública —a tal punto que lollamaban el “hijo del carpintero” (Mt 13, 55)— ,y debió de relacionarse con otros jóvenes. Pensemos,además, en los días que pasó en Betaniacon Marta, María Magdalena y Lázaro, y enlos momentos de intimidad con los Apóstoles…Y también en los numerosos milagros que, conformeenuncia el evangelista en este versículo,ocurrieron después de su Resurrección. Son historiasque conoceremos en el Cielo, si tenemosla gracia de ir a él, por los merecimientos de supreciosísima Sangre y de las lágrimas de María.Allí oiremos de los labios de Ella detalles magníficos“que no están escritos” en ningún libro.

 

Jesucristo es el Hijo de Dios hecho hombre

 

31 Éstos han sido escritos para que creáisque Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios,y para que, creyendo, tengáis vida en sunombre.

 

Cristo resucitado con la Virgen y los discípulos –

Catedral de Valencia (España)

Terminando con estas palabras, el evangelistaindica cuál fue su objetivo al relatar tan extraordinarioepisodio: “para que creáis que Jesús esel Mesías, el Hijo de Dios”. Cuando escribió suEvangelio, San Juan estaba en medio de una polémicacon los gnósticos, que contestaban la divinidaddel Señor, y su preocupación era la de liquidaresa herejía, perjudicial para la expansiónde la Iglesia. Para los partidarios de tales erroresexistía una distinción entre Jesús y Cristo: Jesúsera puramente un hombre a quien ese Cristo—para ellos una especie de mediador entre Diosy el mundo— había asumido el día de su Bautismo, sin que, no obstante, se convirtiese en Dios.Que el Señor era hombre, todos lo admitían,porque lo veían. ¿Pero cómo creer que tambiénera Dios? Si fuera solamente Dios, sería inclusomás fácil de tolerar… Luego la gran dificultadconsistía en aceptar la unión hipostática, esto es,que en Él hubiera la naturaleza humana íntegra—sin personalidad humana— unida hipostáticamentea la naturaleza divina íntegra, en la segundaPersona de la Santísima Trinidad.

 

En la segunda lectura de este domingo(1 Jn 5, 1-6) San Juan manifiesta de forma másacentuada dicho misterio, en el fragmento escogidode su Primera Carta: “Todo el que cree queJesús es el Cristo ha nacido de Dios” (5, 1). Porlo tanto, la vida de la gracia depende de la feen la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo y nodel mero conocimiento.

 

III – Cultivemos nuestra fe

 

En efecto, según los gnósticos de la época, paraalcanzar la salvación bastaba el conocimientopleno —gnosis— de ciertos secretos referentes alorigen del universo y a la liberación del alma humana.Quien lograse ese grado de conocimientosería perfecto y estaría dispensado de las buenasobras. O sea, la doctrina gnóstica implicabala negación de la moral. Parafraseando la famosamáxima de San Agustín —“Dilige, et quod visfac” 6—, esa doctrina bien podría resumirse en estaspalabras: “Conoce y haz lo que quieras”.

 

Ahora bien, por mucho esfuerzo que el ser humanohaga, en sí mismo no tiene capacidad paraentender las cosas divinas, alcanzar las alturasde lo sobrenatural, abarcar el plano de la fe. Paraeso es indispensable el auxilio de Dios, que conjugala inteligencia —perfeccionada por la fe—y la voluntad fortalecida por la gracia. Por ejemplo,la divinidad de Cristo y su Resurrección soninexplicables desde el punto de vista intelectual,pero aceptadas a causa de la fe, don gratuito deDios infundido en el alma con el Bautismo.

 

La fe crece con la práctica del amor

 

La fe, virtud susceptible de aumento y de disminución,es la puerta por donde entran las demásvirtudes. ¿Cómo se da esto? El conocer— aunque sea en la penumbra— lo que es deDios despierta en el alma el amor y la adhesiónal magnífico panorama desvelado por la fe.7 Noobstante, es la caridad la que nos hace amar a Dios con una apertura de alma adecuada a suelevación. Así pues, la caridad es, en sí, superiora la fe. ¿Por qué? Porque la caridad nos hacevolar hasta Dios y dilata nuestra alma para poderamarlo como Él se ama, en la proporción decriatura a Creador, mientras que la fe nos trae aDios hasta nosotros.8 Si nos limitamos a entender,sin amor, la fe pierde su savia y su vitalidad,y muere. De manera que es necesario comprendery, ya en ese mismo acto, amar.

 

Todavía en la segunda lectura —al combatirlos desvíos de los gnósticos, quienes afirmabanque era un absurdo el cumplimiento de lospreceptos de la Ley—, San Juan nos da otra importantelección: “en esto consiste el amor deDios: en que guardemos sus mandamientos.Y sus mandamientos no son pesados, pues todolo que ha nacido de Dios vence al mundo. Ylo que ha conseguido la victoria sobre el mundoes nuestra fe” (1 Jn 5, 3-4). No nos olvidemosde que guardar los Mandamientos de laLey de Dios contando solamente con la fuerzade nuestra naturaleza es imposible, pero si nosapoyamos en la gracia vencemos al mundo, aldemonio y a la carne. Y para obtener las graciasnecesarias se nos exige tener una vida interiorintensa: hacer mucha oración y recibir los sacramentoscon frecuencia, sobre todo la Eucaristía.

 

De este modo, la liturgia del segundo domingode Pascua nos proporciona elementos excelentespara practicar las tres principales virtudes, aquellasque nos relacionan directamente con Dios:la fe, la esperanza y la caridad. Agradezcamos aCristo, nuestro Señor, la inestimable bienaventuranzade creer sin ver y pidámosle el continuo crecimientoen esa fe

 


 

1 SAN AGUSTÍN. De Civitate Dei. L. XIX, c. 13, n.º 1. In: Obras. Madrid: BAC, 1958, v. XVIXVII, p. 1398. 2 LAGRANGE, OP, Marie-Joseph. Évangile selon Saint Jean. 5.ª ed. París: Lecoffre; J. Gabalda, 1936, p. 515. 3 SAN GREGORIO MAGNO. Homiliæ in Evangelia. L. II, hom. 6 [XXVI], n.º 7. In: Obras. Madrid: BAC, 1958, p. 665. 4 Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. II-II, q. 1, a. 4, ad 1. 5 SANTO TOMÁS DE VILLANUEVA. Concio 169. Dominica in Octava Paschæ, n.º 1. In: Obras Completas. Madrid: BAC, 2012, v. IV, p. 175. 6 SAN AGUSTÍN. In Epistolam Ioannis ad Parthos tractatus decem. Tractatus VII, n.º 8. In: Obras. Madrid: BAC, 1959, v. XVIII, p. 304. 7 Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO, op. cit., q. 4, a. 7.8 Cf. Ídem, q. 23, a. 6, ad 1.

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