Comentario al Evangelio – II domingo de Tiempo Ordinario “Hemos encontrado al Mesías”
El desprendimiento con que el Bautista encaminó sus discípulos a Jesús; el inflamado celo de Andrés y de Juan cuando encuentran al Redentor; Simón Pedro, magnífico fruto de su apostolado… En el Evangelio de este domingo se encuentra el paradigma de la acción evangelizadora para todos los tiempos.
I – Todos estamos llamados a evangelizar
se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2, 4). Para eso creó Jesús la Iglesia, institución esencialmente misionera y apostólica, que, al paso de los siglos, fue cumpliendo in crescendo esa grandiosa misión. Él mismo nos dijo: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10).
El llamado al apostolado no es privilegio exclusivo de los religiosos. También se extiende a los laicos, como enseña el Concilio Vaticano II:
“El apostolado de los laicos, que nace de su propia vocación cristiana, jamás puede dejar de existir en la Iglesia. La Sagrada Escritura ofrece abundantes ejemplos de lo espontánea y fecunda que fue dicha actividad en los orígenes de la Iglesia.
“Pues bien, nuestros tiempos exigen a los laicos un celo no menor. Las circunstancias actuales reclaman de su parte un apostolado más fecundo y absolutamente más amplio. De hecho, el aumento de la población, el progreso de las ciencias y de la técnica, las relaciones más estrechas entre los hombres, no sólo dilataron inmensamente los campos de apostolado de los laicos –que en gran parte sólo se abren a ellos– como también dieron pie a problemas nuevos que requieren de su inteligente solicitud y esfuerzo.
“Ese apostolado se hace tanto más urgente si se considera la enorme autonomía adquirida por muchos sectores de la vida humana, a veces con algún desvío del orden ético y religioso, y con grave riesgo para la vida cristiana. Además, en numerosas regiones donde los sacerdotes son muy pocos, o, como sucede a veces, se hallan privados de la libertad para ejercer su ministerio, difícilmente la Iglesia podría estar presente y activa sin el concurso de los laicos.
“Señal de esta múltiple y urgente necesidad es la acción evidente del Espíritu Santo, que hoy concede a los laicos una conciencia cada vez mayor de sus propias responsabilidades y los incita al servicio de Cristo y de la Iglesia en todas partes” 1.
El Doctor Angélico no es menos incisivo que el Concilio Vaticano II en resaltar la responsabilidad de los laicos, especialmente en las situaciones de crisis de religiosidad: “Cuando la fe se halla en peligro, todos están obligados a propagarla entre los demás, sea instruyéndolos y confirmándolos, sea reprimiendo y contrarrestando los ataques de los enemigos” 2.
Pío XII ya condenaba en su época la inacción en el apostolado: “En su puesto, el Papa debe velar incesantemente, rezar, y con prodigalidad, a fin de que el lobo no termine por entrar al redil para para robar y dispersar el rebaño […]. Los colaboradores del Papa en el gobierno de la Iglesia hacen todo lo posible. Pero hoy eso no basta; todos los fieles de buena voluntad deben despertar del letargo y sentir su parte de responsabilidad en el éxito de esta empresa de salvación” 3.
En síntesis, cuando nuestra propia vida interior busca su perfección plena, exige que socorramos a cuantos estén al alcance de nuestra actividad apostólica, a fin de encaminarlos al seno de la Iglesia.
Esa magnífica obra evangelizadora tiene su paradigma en la Liturgia de hoy.
II – El apostolado de
35Al día siguiente, estaba Juan de nuevo allí con dos de sus discípulos. 36Mirando a Jesús que pasaba, dijo: «Este es el Cordero de Dios».
San Juan Bautista –valeroso ejemplo de apóstol desprendido– jamás permitió que se introdujera en su gran alma el menor residuo de los celos de sus seguidores, sobre todo con relación a Jesús. Y aun siendo pariente cercano del Salvador, afirmaba: “No soy digno de desatar la correa de su sandalia” (Jn 1, 27). Una fuerte expresión para ese tiempo, pues cabía a los siervos lavar los pies de los visitantes de alta condición, quitándoles el calzado. Asumía de esta forma el lugar de un esclavo frente a Aquel sucesor suyo. Esa era una de las razones de su capacidad para conmover las almas e incentivarlas a la penitencia rumbo a la “metanoia” (cambio de mentalidad); su humildad arquetípica, tan nítida en la autenticidad de su predicación, confería a la persona del Precursor un carácter de insuperable confiabilidad. Hay aquí otra cualidad esencial del verdadero apóstol: la modestia.
Poco antes había declarado: “Este es de quien yo dije…” (Jn 1, 30). La afirmación indica claramente que Jesús debía ser la sustancia de su predicación. Tal vez ésa haya sido una de las principales razones para hacerlo elegir un terreno menos arriesgado donde desarrollar su apostolado. Lejos de Jerusalén y, por lo mismo, del radio de acción de escribas y fariseos, podía referirse libremente al que llegaría a ser verdadera “piedra de escándalo”. La médula de su palabra era “el Cordero de Dios” en que depositaba la plenitud de su fe.
Evangelizador desprendido y atrayente
El Evangelista describe al Bautista con ricos y hermosos colores, confirmando la huella agradable e indeleble dejada en su alma por su primer maestro. Además, con arte y pocas palabras, retrata la enorme perplejidad que levantaban sus discursos. ¿Qué escuela o cuáles maestros lo habían formado para enseñar con tanta seguridad? Sacerdotes y levitas de Jerusalén, enviados por los judíos curiosos, inquirían: ¿quién es ese que bautiza diciendo no ser el Cristo, ni Elías y ni siquiera el profeta? Todos –ya los instruidos y formados, ya las simples personas del pueblo– percibían en Juan al hombre inspirado por Dios. Su aura de profecía, misterio y santidad crecía cada día, encantando a las multitudes e infundiendo temor y envidia a los grandes.
Su preocupación única, en su total desprendimiento, era la de preparar los caminos del Señor, congregando en torno de sí a algunos discípulos para luego entregarlos al Cordero de Dios. Otro ejemplo para nosotros, especialmente bajo este prisma, porque así debemos proceder en nuestro apostolado, llevando las vocaciones al seno de la Iglesia, a la vida eclesial.
De estos episodios emerge una más de las cualidades del Bautista, si bien poco resaltada: la de un apóstol por antonomasia. Su atractivo era irresistible, haciendo difícil la despedida. Eso explica la permanencia de los dos discípulos, encandilados con las palabras y la figura del maestro, a pesar que el día terminaba. Ellos, por otra parte, no tenían idea de la extraordinaria gracia que los aguardaba. La Providencia Divina jamás deja sin premio a los verdaderos devotos. Un día más o un día menos, les paga con superabundancia. La constancia, el amor y el entusiasmo de ambos discípulos les harían merecer la gracia de ser los primeros llamados al discipulado de Jesucristo.
“Este es el Cordero de Dios”
Sobre el inicio del Evangelio de hoy, dice el P. Andrés Fernández Truyols S.J.:
“Y al otro día, mientras el Bautista estaba en compañía de dos de sus discípulos, Juan y Andrés, y viendo pasar de nuevo a Jesús, repitió esa misma profunda y dulcísima declaración de la víspera: ‘Este es el Cordero de Dios’.
“Los dos discípulos, al oír –quizá por segunda vez– esa sentencia de los labios de su maestro, pronunciada con tanto amor y certeza, iluminados sin duda y movidos por la gracia interior que el propio Cordero de Dios les comunicaba, se despiden del que había sido su maestro hasta entonces y se disponen a seguir a Jesús.
“El Bautista no opone la menor resistencia; por el contrario, los estimula a ir detrás del nuevo Maestro. ‘Juan era el amigo del Esposo. No buscaba su propia gloria, sino que daba testimonio de la Verdad. Por eso no quería retener a sus discípulos consigo, impidiéndoles seguir al Señor; por el contrario, él mismo les señala al que debían seguir’ (San Agustín, Tratado 7 sobre san Juan)” 4.
Según Maldonado, el Bautista tenía los ojos clavados en Jesús al estar “lleno de admiración y de religioso asombro”. Queda patente que Jesús paseaba. ¿Adónde iba? Algunos Padres se inclinan a pensar que Jesús estaba en busca de san Juan Bautista. Sin embargo, Maldonado no sigue esa opinión; cree que el Salvador estaría distrayéndose o caminando en otra dirección, y por eso “se dejó ver por Juan para que diera un nuevo testimonio sobre él” 5.
San Juan Crisóstomo resalta otros importantes detalles de este episodio: “Como muchos no prestaban atención en lo que san Juan decía desde el comienzo, trata de llamar su atención por segunda vez, y por eso dice: ‘Al día siguiente, Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus discípulos’.
“Pero, ¿por qué el Bautista no recorría toda Judea y predicaba por todas partes sobre el Salvador, en vez de permanecer solamente en las cercanías del río Jordán, esperando ahí su llegada para darlo a conocer? Porque quería que eso se hiciera evidente por los propios milagros de Jesús. Además, proceder de tal modo fue causa de mayor edificación: Juan Bautista sólo hizo saltar una pequeña chispa y enseguida se levantó un gran incendio. Si hubiera dicho esas palabras recorriendo las aldeas y ciudades, todas estas cosas parecerían suceder a consecuencia de un plan humano, y su alabanza sonaría sospechosa: por la misma razón los profetas y los apóstoles hablaron de Jesucristo en su ausencia, pero el Bautista en su presencia física; los demás, sin embargo, hablaron de Cristo luego de su Ascensión.”
San Juan Crisóstomo finaliza con este comentario: “Para dejar constancia de que no manifestaba a Jesús sólo por la voz, sino que lo designaba también con los ojos, añade: ‘Mirando a Jesús que pasaba, dijo: Este es el Cordero de Dios’” 6.
“Es preciso que él crezca y que yo disminuya”
Fray Manuel de Tuya OP comenta con acierto que este trecho del Evangelio apunta a una continuación de la misión del Bautista, la de anunciar la llegada del Mesías y dar testimonio de él. Tal como había procedido antes frente a las multitudes y al propio Sanedrín, lo hace ahora frente a sus dos discípulos: “No los retendrá, sino que los orientará rumbo a Cristo. Deshará su ‘círculo’ para hacer crecer el de Cristo. Es el tema de este pasaje: ‘Es preciso que él crezca y que yo disminuya’ (Jn 3, 30)” 7.
El famoso Fillion toma el mismo trecho bajo otro ángulo y afirma que la exclamación de san Juan, “este es el Cordero de Dios”, fue suficiente para producir en los dos discípulos una súbita reacción de encanto8. Ya Maldonado se muestra favorable a la idea de que el Precursor estimaba que sus dos discípulos estaban listos para seguir al Mesías9.
1) Decreto Apostolicam Actuositatem, nº 1. 2) Suma Teológica II-II, q. 3, a. 2, ad 2. 3) Discurso a los Hombres de la Acción Católica Italiana, 12/10/1952. 4) Vida de Nuestro Señor Jesucristo, BAC, 1954, p. 141. 5) Comentarios a los cuatro Evangelios, BAC, 1954, v. III, p. 125. 6) Apud Catena Aurea, Comentarios al Evangelio de san Juan, cap. I, vv. 35-36. 7) Biblia Comentada, BAC, 1964, v. II, p. 985 y 986. 8) Cfr. Vida de Nuestro Señor Jesucristo, L.-CL. Fillion, Editorial Voluntad, 1925, Tomo II, v. I, P. 173. 9) Op. cit., idem.
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