Comentario al Evangelio – IV domingo de Cuaresma – Parte I

Publicado el 03/11/2015

Jesús aprovechó la visita de Nicodemo para fortalecer la fe de ese nuevo y secreto discípulo (pintura de John La Forge, Smithsonian Art Museum, Wahington, EE.UU.)

 

– EVANGELIO –

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es preciso que sea levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por él vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo Unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es juzgado; el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo Unigénito de Dios. En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Todo el que obra el mal aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. Pero el que obra la verdad viene a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios (Jn 3, 14-21).

 


 

Comentario al Evangelio – IV domingo de Cuaresma – La conversación
nocturna – Parte I

 

 

Recibiendo afablemente a un potencial discípulo, Jesús, el primer evangelizador de la Historia, lo prepara con cuidado y tiento didáctico para hacerlo capaz de creer en su divinidad.

 


 

I – Jesús fortalece la fe de un discreto discípulo

 

Ánimos divididos ante la figura de Jesús

 

El presente Evangelio es la parte final de la conversación nocturna entre Jesús y Nicodemo. Antes de tal encuentro, el Señor había realizado el milagro de las bodas de Caná y expulsado a los mercaderes del Templo. Crecía el número de los convertidos, una vez que todos comprobaban la grandiosidad de Jesús “al ver los milagros que hacía” (Jn 2, 23). Pero la fe de aquellos admiradores no era todo lo íntegra que debería, porque las esperanzas del pueblo judío se volcaban a un Mesías politizado, cargado de dones humanos según el concepto mundano de la época. Por eso “Jesús no se fiaba de ellos” (Jn 2, 24). Aun si algunos discernían los aspectos sobrenaturales de Jesús, les faltaba la proporcionada abnegación y entrega para seguirlo incondicionalmente.

 

Con todo, por parte del pueblo simple, la nota dominante era la franca simpatía.

 

Nicodemo sólo ve en Jesús a un gran hombre auxiliado por el poder de Dios

No ocurría lo mismo con las autoridades religiosas. Surgía frente a ellos un profeta predicando una doctrina nueva, llena de potencia, que sacudía la estructura de los principios religiosos aprendidos en una escuela de larga tradición. A esa dificultad se unía otra de gravedad: la expulsión de los mercaderes del Templo. Por esta causa, los ánimos mostraban una fuerte susceptibilidad y la figura de Jesús, además de crear en ellos un tormentoso problema de conciencia, les hacía sangrar a cada paso las mal cicatrizadas heridas del rencor.

 

La discreta fidelidad de Nicodemo

 

Del interior de ese marco socio-psico-religioso surge la figura de Nicodemo. Según san Juan, se trata de un fariseo, príncipe de los judíos, que temiendo comprometer su reputación entre sus compañeros buscó encontrar a Jesús de manera oculta.

 

De hecho, era tanta la saña e indignación de los fariseos contra el Divino Maestro, que si Nicodemo no procediera así sufriría terribles persecuciones. Los Evangelios son ricos en pormenores al respecto, pero bastaría con recordar la frase de los fariseos cuando se indignaron con los agentes que deberían haber arrestado a Jesús: “¿Acaso ha creído en él algún magistrado o algún fariseo? Pero esta gente, que ignora la Ley, son unos malditos” (Jn 7, 48-49). Es la razón por la que Nicodemo, como José de Arimatea, aunque siempre fiel, guardó una gran discreción hasta el final 1. Aun así, es de notar la imperfección de la fe de Nicodemo en el Hombre-Dios; lo llama Maestro a causa de sus milagros, pero sólo ve en él a un gran hombre auxiliado por el poder de Dios.

 

El Redentor aprovechó la ocasión de su visita para ilustrar y fortalecer la fe de su nuevo y secreto discípulo 2, preparándolo para aceptar su divinidad, haciéndolo conocer algo sobre el Bautismo y la Encarnación, y terminando por declararle el último propósito de su venida a esta tierra: la salvación de los hombres a través de su muerte, y muerte de cruz. Es la temática de la Liturgia de hoy.

 

II – La serpiente de bronce, símbolo del Hijo del hombre

 

Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es preciso que sea levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por él vida eterna.

 

San Cirilo de Alejandría hace una aproximación entre el Bautismo, anteriormente enunciado por Jesús, y la figura de la serpiente de bronce. Segúnél, puede que Nicodemo no haya captado el significado de los aspectos sobrenaturales de este sacramento, lo que decidió al Maestro a recordarle este episodio tan conocido por todo el pueblo israelita, a fortiori por un fariseo como su visitante.

 

El episodio del Antiguo Testamento

 

Entre las múltiples imágenes de la Redención del género humano, ninguna supera ésta: una serpiente sin veneno para curar los males producidos por picaduras de serpientes (vidriera de la Catedral de Colonia, Alemania)

Partiendo del monte Hor en dirección al Mar Rojo, el pueblo judío se había rebelado contra Moisés, e incluso contra Dios, debido al cansancio, el hastío y la carencia de pan, agua y otro alimento que no fuera el maná. Como castigo, Dios envió serpientes cuya picadura producía inflamación, fiebre y por fin la muerte. De ahí su nombre: “serpientes abrasadoras”. Imploraron entonces los judíos la mediación de Moisés ante Dios. Éste no eliminó el mal, pero les entregó un remedio: todo el que fuera atacado por el mortífero animal se curaría inmediatamente al mirar una serpiente de bronce que, por mandato divino, el profeta había fijado sobre un asta 3.

 

Este objeto fue tomado por el pueblo como símbolo de la curación que Dios les concedía.

 

Nicodemo debía conocer la interpretación exacta de dicho milagro, tal como figura en el Libro de la Sabiduría: “Tuvieron una señal de salud […]; y el que se volvía a mirarla no era curado por lo que veía, sino por ti, Salvador de todos” (16, 6-7).

 

Imagen de la Redención

 

La didáctica de Jesús es divina. Conforme a los comentaristas, entre las múltiples imágenes de la Redención del género humano ninguna supera a ésta: una serpiente sin veneno para curar los males producidos por picaduras de serpientes. San Pablo afirma: “Así pues, como por el delito de uno solo llegó la condenación a todos, así también por la justicia de uno solo llega a todos la justificación de la vida” (Rom 5, 18). “Pues del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo” (1 Cor 15, 22).

 

¿Por qué se usó el bronce como material de la serpiente salvadora? Las opiniones varían, y preferimos la de Eutimio: por representar a Cristo, la serpiente no debería ser de sustancia frágil, para establecer así una diferencia patente entre nuestra carne sujeta al pecado y la del Redentor, fuerte e invulnerable a la mínima sombra de imperfección.

 

“Atraeré a todos hacia mí”

 

El Hijo del hombre debería ser levantado tal como la serpiente de bronce de Moisés. El primer significado de la comparación salta a la mente como sinónimo de glorificación, y Nicodemo ciertamente lo entendió así, puesto que no pidió las explicaciones que más tarde sí demandaría la multitud: “¿Cómo dices tú que es preciso que el Hijo del hombre sea levantado?” (Jn 12, 34). El acento de gloria vibra claramente en la voz venida del cielo:“Le he glorificado y de nuevo le glorificaré” (Jn 12, 28), sobre la cual comenta Jesús: “Y yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12, 32). O sea, todos los pueblos, judíos y paganos, lo reconocerían como el Salvador.

 

Las esperanzas del pueblo judío se volcaban a un Mesías politizado, cargado de dones mundanos

Prefigura de la Crucifixión

 

Sin embargo, también está figurada la crucifixión, como resaltan todos los comentaristas, por ejemplo san Agustín:

 

“¿Qué significa la serpiente levantada? La muerte del Señor en la cruz. La muerte que procede de la serpiente quedó representada en la imagen de la serpiente. La mordedura mortal de la serpiente representa la muerte vital del Señor. Mírase a la serpiente a fin de que la serpiente no mate: ¿qué significa esto? Se mira a la muerte, al Señor muerto, para que la muerte no mate. Pero, ¿a la muerte de quién? A la muerte de la Vida, por así decir. […] ¿No es Cristo la Vida? Y aun así fue suspendido en la cruz. […] Pero la muerte murió en la muerte de Cristo, porque la Vida muerta mató a la muerte.

 

“Así como los que miraban la serpiente de bronce no morían con las mordeduras de las serpientes, así los que miran con fe a la muerte de Cristo son curados de las mordeduras de los pecados. Pero aquéllos se libraban de la muerte en lo referido a la vida temporal, mientras éstos tienen la vida eterna. Tal es la diferencia entre la figura y la realidad: la figura daba la vida temporal, y la realidad concede la vida eterna” 4.

 

Jesús prepara las mentalidades para aceptar el dogma

 

Queda una palabra que decir sobre la expresión “Hijo del hombre”, que aparece 82 veces a lo largo de los Evangelios, casi siempre salida de los adorables labios de Jesús y, además, aplicada exclusivamente a él. El Antiguo Testamento usa la misma expresión, ya refiriéndose a un simple hombre, ya a un ser sobrenatural superior al hombre común 5.

 

En Cristo encontramos la misteriosa unión de dos naturalezas – la divina y la humana– en una sola Persona. Era indispensable ir preparando las mentalidades para la aceptación, basada en la fe, de tan altísimo dogma. Hoy, después de dos milenios, con toda la tradición y el gran desarrollo doctrinal de la Teología, disponemos de más facilidad para aceptar esa fundamental verdad revelada. En aquellos tiempos, por el contrario, la cultura religiosa pronosticaba una figura mesiánica muy diferente. El Mesías debería ser un gran condestable de nacionalidad judaica, que daría a su pueblo la supremacía sobre todas las demás naciones, liberándolo de cualquier carga, sumisión o tributo. Sobre todo en un momento como aquél, en que los judíos se hallaban subyugados política y tributariamente por el Imperio Romano, el término “Mesías” lanzado al aire ponía en movimiento una dinámica cadena de sentimientos nacionalistas.

 

¿Cómo emplear entonces un lenguaje humano para atraer las inteligencias a la aceptación de uno de los más altos dogmas de nuestra fe? Decirse simplemente “Hijo de Dios” no resolvería el problema y hasta podría causar al pueblo judío, tradicionalmente creyente en un solo Dios, una enorme perplejidad: ¡admitir la existencia de un Dios-Hombre! Y, en efecto, fue lo que más tarde sucedió: “Los judíos murmuraban de él, porque había dicho: ‘Yo soy el pan que ha bajado del cielo’. Y decían: ‘¿No eséste Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: He bajado del cielo?’” (Jn 6, 41-42).

 

Por eso, resulta muy sabio el empleo de la expresión “Hijo del hombre”, que permitía al oyente situarse a cualquier altura de su grado de fe. Si se trataba de un simple naturalista, su opinión acerca de Jesús sería meramente humana, sin discernir su divinidad, y la expresión lo dejaría tranquilo. Si por el contrario se tratase de un gran místico, la naturaleza divina haría lucir sus reflejos en la humanidad de Jesús, y, en tal caso, la referida expresión sonaría más como una muestra de la humildad del Señor. Por cierto, esa es una constante encontrada en no pocas páginas de la Hagiografía: vemos a los santos valiéndose de un lenguaje no del todo explícito ni tajante, a fin de evitar la turbación de sus oyentes y muchas veces hasta de sus mismos discípulos.

 

Queda en evidencia toda la delicadeza empleada por Jesús en su conversación con Nicodemo, usando la figura de la serpiente levantada en el desierto por Moisés y acercándola metafóricamente a la del Hijo del hombre, “para que todo el que crea tenga por él vida eterna”. Con eso, el buen fariseo quedaba listo para aceptar la afirmación del versículo inmediato.

 

La conversación nocturna – Parte II

 


 

1 Cfr. Jn 19, 39.

2 Cfr. Jn 3, 2-13.

3 Cfr. Núm 21, 4-9.

4 Comentarios de san Agustín al

Evangelio de san Juan.

5 Cfr. por ejemplo Dan 7, 13 y ss.;

Ez cap. 2 y 3; Is 51, 12.

6 Cfr. cap. 6 del Evangelio de san

Juan.

7 Cfr. Jn 3, 5-8.

8 P. Juan de Maldonado SJ, Comentarios

a los cuatro Evangelios,

BAC, Madrid, 1954, vol. III, p.

207.

9 Cfr. cap. 8 de la Epístola a los Romanos.

10 Cfr. Jn 3, 2.

11 Apud Santo Tomás de Aquino,

Catena Áurea.

12 Ibidem.

13 El verbo de Dios, pp. 326-327.

14 Maldonado, Op. cit. p. 211.

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