EVANGELIO
21 Comenzó a decirles: «Hoy vuestros oídos han escuchado el cumplimiento de estas palabras ». 22 Y todos le rendían testimonio, y estaban admirados de las palabras llenas de gracia que salían de su boca. Y decían: «¿No es éste el hijo de José?» 23 Él les dijo: «Seguro que me diréis el refrán: Médico, cúrate a ti mismo; todo cuanto hemos oído que has hecho en Cafarnaún, hazlo aquí en tu patria». 24 Y añadió: «Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. 25 Pero les aseguro también que muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses, y hubo gran hambre en todo el país; 26 y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda de Sarepta de Sidón. 27 Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue purificado sino Naamán, el sirio». 28 Oyendo estas cosas, todos los que estaban en la sinagoga se llenaron de cólera, 29 y levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad, y le llevaron a una altura escarpada del monte sobre el cual se asentaba su ciudad, para despeñarle. 30 Pero él, pasando por medio de ellos, se marchó (Lc 4, 21-30).
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Comentario al Evangelio– Domingo 4º del Tiempo Ordinario – Vieron, pero no entendieron
Los que tuvieron la dicha incalculable de vivir más tiempo con Jesús –sus coterráneos de Nazaret– fueron los primeros en rechazarlo y en querer matarlo. ¿Por qué razón los profetas no son bienvenidos en su propia tierra?
I – La vida diaria de Jesús en Nazaret
“Ningún profeta es bien recibido en su tierra” (Lc 4, 24). Yendo a Nazaret, Jesús quiso recibir el “bautismo del rechazo”
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Sería ingenuidad, o cuando menos pobreza de sentido común, pensar que la vida oculta de Jesús transcurrió en completa soledad, encerrada entre cuatro paredes sin posibilidad del menor contacto con la sociedad de su entorno. No pudo haber sido así. La pérdida y hallazgo del Niño Jesús en el Templo, único episodio descrito en los Evangelios, nos brinda elementos como para presumir una relación normal con los adolescentes de Nazaret.
Las caravanas partían anualmente desde las regiones más variadas en busca de la ciudad de David para participar en las festividades en el interior del Templo. Las familias se desplazaban en grupos para apoyarse mejor entre sí. Además, los judíos, muy comunicativos y amantes de la conversación, encontraban ocasión para cultivar las amistades nacidas a lo largo del año o de los tiempos. Es probable que haya sido éste uno de los motivos por los cuales María y José no se percataron en seguida de la desaparición del Hijo de Dios. Los jóvenes, que a partir de los doce años acompañaban a sus respectivos padres, también se juntaban lejos de los adultos para sus propios juegos. Por eso, el Divino Joven pudo realizar su sueño de cuidar los intereses de su Padre Eterno con independencia total de cualquier otro lazo.
Posición de Jesús en la diminuta ciudad
Nazaret era una micro-ciudad de aquel tiempo, y como suele suceder en las poblaciones pequeñas todos se conocían. Aplicando los recursos de nuestra imaginación, podemos reconstruir la vida cotidiana de un Niño arquetípico que vive en una circunscripción territorial tan restringida. La oración jamás quedaría ausente de sus actividades, como tampoco descuidaría nunca las obligaciones puestas bajo su responsabilidad. Siempre que fuera posible iría, prontamente donde su padre, José, para ayudarlo en las labores de carpintería. Su influencia sobre los coterráneos debía ser la más penetrante, elevada y sobrenatural posible. Consejero insuperable, conciliaba todas las disputas, aplacaba las cóleras y venganzas, se ofrecía para rezar con éstos y aquellos a fin de obtener del Padre celestial sus pródigos favores. Todos lo admiraban con profundo respeto, y los padres lo tomaban como ejemplo para incentivar a sus hijos a ser buenos y corteses. “¿Qué dirá el hijo de José si sabe que te portas mal?”, o “Mira el enorme cariño que el hijo de José le tiene a sus padres; ¡así debes ser tú, hijo mío!” Seguramente exhortaciones como éstas eran frecuentes en el ámbito de algunas familias de la pequeña Nazaret.
En esa atmósfera crecía el Niño, contento al sentir en sí el florecimiento de su sociabilidad. Tan grande es la fuerza de este instinto, que uno de los mayores sufrimientos para cualquiera consiste en verse repudiado por todos y en especial por los más cercanos. De donde se entiende el doloroso abatimiento de Jesús al verse rechazado por sus conocidos de Nazaret.
II – Visita de Jesús a su ciudad
Esta visita de Jesús a Nazaret, por así decir oficial y más o menos prolongada, la relatan Mateo (13, 54-58) y Marcos (6, 1-6) casi al final del segundo año de vida pública del Salvador, al contrario de Lucas, que la adelanta. Según la opinión de buenos comentaristas, Lucas prefirió proceder así por razones literarias, pero reconoce que la fama de Jesús se había extendido a toda Galilea y que enseñaba en las sinagogas (Lc 4, 14-15). Vale la pena mencionar que algunos autores de peso conjeturan acerca de viajes anteriores de Jesús a la localidad; pero esta visita a que nos referimos, aparte de su rango oficial, llegaba en circunstancias especiales. Mientras más chico el lugar, más fuerte el regionalismo. Las noticias del gran éxito de las predicaciones y milagros obrados por el nuevo profeta, surgido de la pequeña Nazaret, despertaba la euforia de la población, que veía a un coterráneo suyo como figura destacada en Israel. Por fin, un nazareno demostraba la gran valía de la pequeña ciudad, no sólo en Galilea sino en toda la nación.
La afabilidad de Jesús y su sabiduría cautivaban a sus oyentes: ¿Será el Mesías?
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Actitud contradictoria de
los conciudadanos
Por otro lado, esos sentimientos de ufanía llegaban impregnados de resentimiento (así son las contradicciones del amor propio): ¿por qué tanto prodigio manifestado en Cafarnaún y no en Nazaret? La impresión de discriminación les brotaba de una autoestima desequilibrada; no podían entender las razones por las que Jesús, habiéndose beneficiado de la localidad para educarse, crecer y vivir, la abandonara para dar a otros lo mejor de sus frutos.
Cuando el amor no es puro, paciente ni servicial, sino que busca sólo su propio interés, guarda rencor y se irrita (ver la segunda lectura del día: 1 Cor 13, 1-13). Produce, además, un tipo de ceguera incurable mientras no se extirpe el egoísmo. “Allí más que en sitio alguno quisiera Jesús derramar sus divinos favores” 1, pero era indispensable la virtud fundamental de la humildad para que los habitantes de Nazaret fueran objeto de los múltiples dones del profeta taumaturgo.
El “bautismo” del rechazo
Si Jesús sabía desde la eternidad que “ningún profeta es bien recibido en su tierra” (v. 24), ¿por qué entonces quiso regresar a la aldea de su juventud? Porque además del bautismo penitencial de Juan buscaba otro, el del rechazo… Esa es la terrible tragedia del verdadero apóstol: ir donde los suyos, y que éstos no le reciban (cf. Jn 1, 11).
Se trata de uno de los más dolorosos estigmas, compañero inseparable de tantos santos a lo largo de los siglos, sean del pasado o sean del futuro hasta la venida de Enoc y Elías al final de los tiempos. La Santa Iglesia, fundada por Cristo, se enriquece con los méritos de quienes son despreciados por amor a la justicia: “Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Mt 5, 10). En Nazaret, con el ejemplo divino de Jesús, encuentran consuelo y sustento.
Debemos tener muy en cuenta estas consideraciones antes de acompañar al Salvador en sus pasos por la aldea de Nazaret, sobre todo aquel sábado cuando se hallaba en la sinagoga. Será fácil comprender que su regreso no fue apoteósico, pese a existir alguna expectación en el pueblo.
Jesús en la sinagoga de Nazaret
Comenzó a decirles: «Hoy vuestros oídos han escuchado el cumplimiento de estas palabras».
Antes del texto seleccionado para este domingo por la liturgia, san Lucas relata la actuación del Divino Maestro en la sinagoga de Nazaret ese mismo sábado. Después de las oraciones y la lectura de un pasaje de la Torá, Jesús fue invitado a comentar un trecho de uno de los profetas, y habiendo aceptado, le entregaron el rollo de Isaías. Al abrirlo, ya en el estrado, se deparó con los anuncios mesiánicos (61, 1 y ss.). De las palabras de Jesús, el Evangelio sólo recoge esta frase (v. 21), pero es evidente que su discurso fue mucho más extenso y rico en doctrina, como afirma el versículo siguiente: “Y todos le rendían testimonio, y estaban admirados de las palabras llenas de gracia que salían de su boca”. Nada se sabe acerca de su contenido, salvo por revelaciones privadas, pero es fácil imaginar cuán patentes se volverían las profecías formuladas tantos siglos antes; además, la voz de Jesús, su porte, sus gestos y actitudes debían traslucir la grandeza de su misión redentora. En una armoniosa conjugación de extremos opuestos, con una ternura insuperable y una autoridad llena de señorío, deshizo por algunos instantes los más sólidos prejuicios de la platea a su respecto. Frente a ellos estaba el Varón predicho en las Escrituras, el suave y dulce Salvador. El Gran Milagro de Dios se realizaba en aquella sinagoga, y era mucho mayor que los efectuados en Cafarnaún.
Jesús insinúa el mesianismo
Sin embargo, no podemos pensar que Jesús haya hecho una revelación totalmente explícita de su mesianismo; en tal caso, las reacciones de los nazarenos, movidos por sentimientos de envidia, serían fáciles de prever, y más aún si consideramos que conocían sus orígenes familiares y ocupaciones laborales anteriores. Pero el objetivo del Señor, como enseña Maldonado, era el siguiente:
El misionero o el profeta siempre será blanco de críticas
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“El intento de Cristo era enseñarles que Él era el verdadero Mesías, tan esperado por ellos. Y a este efecto les muestra que Él es aquel de quien había hablado el profeta; en lo cual parece que hay como una reprensión implícita, como si dijera: ¿Cómo es que esperáis con tanto deseo al Mesías y, teniéndolo ante los ojos, no lo queréis recibir? ¿A qué buscarlo en los profetas, si no queréis entender los mismos profetas, que se os leen, ni sus profecías, que se cumplen a vuestra vista?” 2.
Todos podían recoger
los beneficios
Fillion, con su gran capacidad exegética y ciertos rasgos literarios, nos hace revivir la escena:
“Leído este pasaje reposada y claramente, volvió Jesús a enrollar el pergamino, y se lo entregó al sacristán. Sentóse después en la silla del lector, indicando de este modo que se disponía a hablar para explicar el texto sagrado. Solemne era el momento, y san Lucas lo da a entender admirablemente, mostrándonos fijas en Jesús las miradas de todos. Sus oyentes, impresionados de antemano, preguntábanse qué iría a decir sobre texto tan notable aquel joven cuya reputación de predicador y taumaturgo les había llegado, primero de Jerusalén y después de Cafarnaún, si bien hasta entonces sólo se había mostrado en la pequeña aldea debajo de las apariencias de un modesto y pacífico artesano. ¡Con qué elocuencia y con qué piedad no debió de comentar este magnífico tema! ¡Cuán grato nos fuera conocer todo su discurso! Pero el evangelista no nos ha conservado más que su cortísimo exordio: ‘Hoy vuestros oídos han escuchado el cumplimiento de estas palabras’. Lo cual significaba: Yo mismo soy el Mesías redentor y consolador anunciado por Isaías. Estaba, pues, abierto ‘el año favorable del Señor, y todos podían recoger sobreabundantes beneficios’ ” 3.
Estupor de los
coterráneos de Jesús
Y todos le rendían testimonio, y estaban admirados de las palabras llenas de gracia que salían de su boca. Y decían: «¿No es éste el hijo de José?»
El reputado P. Manuel de Tuya, o.p., se inclina por la opinión según la cual los hechos que narran los versículos anteriores sucedieron en otro viaje realizado por Jesús: “La segunda parte, con reacciones totalmente opuestas, debe de corresponder a otra estancia posterior de Cristo en Nazaret. Ya había corrido mucho su fama de taumaturgo, y hasta se debió hablar pensando en su mesianismo. Esto es lo que hace extrañarse a la gente nazaretana que le escuchaba en la sinagoga. Le reconocía sabiduría y prodigios. Pero ¿de dónde le venían, puesto que ellos conocían a sus padres y familiares? Acaso flotase ya en ellos no sólo la extrañeza aldeana de no concebir a uno de los suyos superior a ellos, sino que latiesen rumores de su mesianismo. Como el Mesías debería ser de origen desconocido, no podía conciliarse con el conocimiento que ellos tenían de sus padres” 4.
Sabemos por las Escrituras, y también por historiadores de ese tiempo como Flavio Josefo y Filón, que el pueblo judío apreciaba mucho la oratoria, sobre todo si era sacra; a lo largo de su historia había oído a grandes y elocuentes oradores. Por ahí se advierte el gran efecto de las palabras de Jesús, impregnadas de suavidad y elegancia por su modo divino, afable y docto de hablar, acrecentando el interés de sus oyentes de forma amena, como lo subraya Maldonado 5.
Cuando Lucas comenta la admiración de los judíos, deja entrever que reconocían el carácter superior a la mera naturaleza humana que había en las palabras de Jesús, como acentúa san Cirilo: “Él atraía sobre sí las miradas de todos, estupefactos al ver que conocía las Escrituras sin haberlas estudiado. Pero como los judíos acostumbraban decir que las profecías referentes al Mesías se cumplían en alguno de sus jefes o reyes, o en algunos de los santos profetas, el Señor previene la manifestación de esa costumbre” 6. Y san Juan Crisóstomo comenta: “Él les expone una doctrina no menos admirable que sus milagros; las palabras del Salvador estaban acompañadas por una inefable gracia divina que encantaba a todos sus oyentes” 7.
Reacción repetida a lo
largo de los siglos
“¿No es éste el hijo del carpintero?” Así reaccionarán los mundanos de todos los tiempos frente a Dios hecho hombre. Vivir en pro de un último fin que se cumple exclusivamente en esta tierra lleva a ligerezas peligrosas y arriesgadas en lo que atañe a la salvación. El velado horizonte de los nazarenos no superaba los estrechos límites de su aldea. La admiración despertada con la oratoria del Divino Maestro se centraba en la forma, sin penetrar el fondo. Si sus palabras estaban “llenas de gracia”, sólo podían confirmar la fama de sus milagros y hacían de su origen familiar algo secundario. ¿Acaso David no era hijo del campesino Jesé? Y Moisés, el salvado de las aguas, ¿tuvo ancestros comparables a la misión que le fue encomendada?
Bien dice San Juan Crisóstomo sobre este pasaje: “Esos insensatos, aunque admiraban el poder de su palabra, desprecian su persona a causa del que tenían por padre suyo” 8. A su vez, san Cirilo comenta: “Pero el hecho de ser hijo de José, como ellos pensaban, ¿le impide ser venerable y admirable? ¿No habían visto los milagros divinos, a Satanás vencido y a numerosos enfermos curados de sus enfermedades?” 9.
Incredulidad de los nazarenos
Él les dijo: «Seguro que me diréis el refrán: Médico, cúrate a ti mismo; todo cuanto hemos oído que has hecho en Cafarnaún, hazlo aquí en tu patria».
Jesús resume los sentimientos de los judíos presentes en la sinagoga con un proverbio muy común por entonces, incluso entre griegos y romanos, que se aplicaba a los que trataban de dar al resto los remedios que necesitaban ellos mismos. Según Maldonado, la raíz de esa actitud espiritual estaba en la falta de fe y en la ambición; cuando de milagros se trataba, no creían en el poder de Jesús, pero al mismo tiempo anhelaban que su ciudad tuviera más gloria que las demás. Sabemos por medio de los evangelistas que la virtud de la fe tiene importancia fundamental para la realización de los milagros, como explica san Mateo: “Y no hizo allí muchos milagros, a causa de su falta de fe” (Mt 13, 58). Por eso el Divino Maestro interpretó el trasfondo de sus pensamientos con el adagio popular, como si dijeran: “Oímos decir que curaste a muchos en Cafarnaúm; cúrate también a ti mismo, vale decir, haz lo mismo en tu ciudad, donde fuiste concebido y criado” 10.
Jesús responde al satírico refrán con otro:
Y añadió: «Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra».
En latín se dice: assueta vilescunt. Y de hecho, donde no impera el amor a Dios, la familiaridad redunda casi siempre en desprecio: “De ahí que quien ha vivido en la intimidad de otro, aunque sea éste un gran profeta– ya lo supo Jeremías bien a costa suya [Jer 11, 21; 12, 6]–, sea por lo común menos idóneo y esté menos dispuesto para reconocer sus buenas cualidades” 11.
“Si no tengo caridad…”
Aquí se inserta magistralmente el más célebre de los himnos sobre la caridad, recortado por la liturgia de hoy a guisa de segunda lectura (1 Cor 13, 1-13). “Si no tengo caridad”, repite tres veces san Pablo en este texto, proclamando que sin ella no le servirían de nada todas las ciencias y virtudes. El verdadero amor “no busca su interés […]. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta.”
El trasfondo de la ambición de los nazarenos estaba arraigado en un amor profundamente egoísta, muy bien explicado por el famoso P. Badet:
“No hay caridad perfecta sin abnegación perfecta. No existe el amor puro sin la ausencia completa de todo pensamiento personal. El que anda buscándose, peca contra el amor. Todo giro sobre sí mismo es un acto egoísta que, en consecuencia, contraría la esencia de este sentimiento, la cual consiste en olvidarse, perderse, desaparecer ante los propios ojos, mientras que el objeto amado se vuelve todo. Quien ama perfectamente no hace exigencias, no formula deseos, no pone condiciones, no pide ningún favor. Si alguna voluntad le ha restado al alma desprendida de sí misma, es la de conformarse en todo con la voluntad del Amado; lo hace dueño de todo, y su abandono es absoluto, gozoso. Así será también su recompensa: el alma que ama a Dios con esta pureza ocupa el primer lugar en su reino, porque para sí misma ella es la última. […] Mientras más pequeña se hace, tanto más la engrandece Dios; mientras menos piensa en sus propios intereses, tanto más Dios la provee magníficamente. ¡Si se olvida de sí misma en el amor, el Amado no la olvidará!” 12.
Condiciones para que se
produzcan los milagros
«Pero les aseguro también que muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses, y hubo gran hambre en todo el país; y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda de Sarepta de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue purificado sino Naamán, el sirio».
Las Escrituras siempre fueron tenidas como la Palabra misma de Dios, y en ese tiempo aún más que ahora. Jesús, por medio de los dos ejemplos –el de Elías (1 Re 17, 8-24) y el de Eliseo (2 Re 5, 1-14)–, declara que no hubo lugar donde fuera menos bienvenido que la aldea en que había pasado casi treinta años de su existencia. Junto a ello, expone más claramente la razón por la cual no realizó ahí muchos milagros: padecían la misma incredulidad que sus ancestros. Los milagros de Jesús no son privilegio de raza ni parentesco, y tampoco se obtienen por medio de la imposición o la fuerza; para conseguirlos, son necesarias mucha humildad y mucha fe.
Jesús entre los doctores del Templo: una de las primeras manifestaciones públicas de su mesianismo
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Causa del odio contra
los profetas
Oyendo estas cosas, todos los que estaban en la sinagoga se llenaron de cólera,
Los Evangelios no acostumbran usar exageraciones didácticas. Cuando Lucas dice “todos”, significa la ausencia de defensores y la unanimidad de los furibundos. El que no hubiera allí ningún amigo que se uniera al Salvador y le sirviera de escudo, prueba una vez más la fuerza y poder del dinamismo del mal. Si hubo algún admirador en esa ocasión, mantuvo tímidamente la reserva y, como les suele pasar a los buenos en circunstancias análogas, temió comprometerse. Pidamos para jamás ser como uno de esos cobardes.
Y levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad, y le llevaron a una altura escarpada del monte sobre el cual se asentaba su ciudad, para despeñarle.
La altura desde la cual querían precipitarle, según el P. Andrés Fernández Truyols, s.j., “es un gran peñasco que se ve junto a la iglesia de los maronitas, más arriba de la de los griegos católicos; forma parte del monte Djebel es-Sikh, y al mismo tiempo se hallaba en las afueras de la ciudad” 13.
Es importante que retengamos este gesto criminal de prender a Jesús con la sanguinaria intención de arrojarlo desde aquella altura. Beda comenta muy apropiadamente: “Son peores los judíos siendo discípulos que el diablo siendo maestro. Porque éste dijo: ‘Arrójate al abismo’, pero aquéllos intentaron arrojarlo de hecho” 14.
Sería una buena oportunidad para preguntarles por cuál de los beneficios recibidos querían matar al Salvador. Si Jesús no tuviera naturaleza divina, habría probado un poco del odio satánico que más tarde se manifestará en su contra a lo largo de la Pasión.
¿Por qué son tratados así los profetas?
“El misionero o profeta será siempre objeto de críticas desde dentro y desde fuera. Así Cristo, así Pablo, etc. El profeta pertenece a la Iglesia de su tiempo y, por otra parte, se debe al mundo que va a evangelizar. Esta doble pertenencia representa el punto de partida hacia un amor sin fronteras. Pero se trata de una posición muy incómoda. No obstante, el profeta podrá realizar una penetración insospechada en el fondo de las cosas. Los contrastes le purifican y le hacen cada vez más semejante a Jesucristo crucificado.
“El profeta es un mensajero, un intérprete de la palabra divina. La ha recibido de Dios y es más poderosa que el mismo profeta; no podrá callar. Cristo fue el mayor de los profetas; y por el bautismo todos participamos de su don profético. Profeta actualmente es el que juzga el presente y el futuro a la luz de Dios y que se siente enviado por Dios para recordar a los hombres sus deberes religiosos, sociales, familiares, civiles. Y lo hace llevado de celo ardiente por la causa de Dios y de amor compasivo para con los hombres. El profeta debe denunciar la opresión, la injusticia, el egoísmo, las guerras, la pornografía, etc. Deberá exhortar y alentar” 15.
Pero él, pasando por medio de ellos, se marchó.
El relato de san Lucas nos permite comprender que Jesús sufrió la Pasión por libre y espontánea voluntad, tal como observan Beda y otros autores. Cuando así lo quiere, se libra de los verdugos no sólo con maestría sino también con grandeza. Aquí hace brillar su divinidad; en el Calvario, su resignada misericordia.
“Hubo un verdadero milagro, un milagro de orden moral, que consistía en la victoria obtenida por la voluntad de Jesús sobre la de sus enemigos, reduciéndolos a la impotencia. A esta categoría de prodigios perteneció también la expulsión de los vendedores del templo” 16.
¡Ahí está! El milagro impuesto por los nazarenos se les concedió en superabundancia, pero no lo supieron interpretar.
1 L. C. Fillion, Vida de Nuestro Señor Jesucristo, Ed. Voluntad, Madrid, 1925, t. II, v. I, p. 280.
2 Juan de Maldonado, s.j., Comentarios a los Cuatro Evangelios– in Lucam, BAC, Madrid.
3 L. C. Fillion, op. cit., pp. 283-284.
4 Biblia Comentada, BAC, Madrid, 1964, v. II, p. 793.
5 Id. ib.
6 Sto. Tomás de Aquino, Catena Aurea in Lucam.
7 Id. ib
8 Id. ib
9 Id. ib
10 Id. ib
11 Fillion, op.cit., p. 286.
12 Jesus et les Femmes dans l’Evangile, Gabriel Beauchesne, París, 1908, pp. 178-179.
13 Vida de Nuestro Señor Jesucristo, BAC, Madrid, 1954, p. 327.
14 Sto. Tomás de Aquino, op. cit.
15 P. José Salguero, o.p., Guiones Bíblicos para Homilías Dominicales, EDIBESA, Madrid, 2001, p. 647.
16 Fillion, op. cit., p. 287.