Comentario al Evangelio – Misa del día de Navidad – ¡Paz! ¿Dónde está?

Publicado el 12/23/2016

Navidad

Los primeros cristianos de la historia fueron los pastores de Belén. Dios los eligió para que fueran los primeros en adorar al Salvador, por tener fe y ser obedientes a la voz de la gracia.

 

Y sucedió que cuando los ángeles, dejándoles, se fueron al cielo, los pastores se decían unos a otros: «Vayamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado.» 16 Y fueron a toda prisa, y encontraron a María, a José y al niño acostado en el pesebre. 17 Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel niño; 18 y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían. 19 María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón. 20 Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho (Lc 2, 15-20).

 


 

I – Las consecuencias del pecado original

 

Al leer el Génesis, causa tristeza la historia del primer pecado del hombre, sobre todo al reparar que ahí surgió la fuente de la paulatina brutalidad esparcida sobre la Tierra. Al comienzo, el equilibrio moral de nuestros primeros padres, Adán y Eva, era vigorosamente fuerte y sólido, ya que “fueron constituidos en un estado «de santidad y de justicia original» […] El hombre estaba íntegro y ordenado en todo su ser por estar libre de la triple concupiscencia, que lo somete a los placeres de los sentidos, a la apetencia de los bienes terrenos y a la afirmación de sí contra los imperativos de la razón” 1. Para romper esta barrera y arrojar la humanidad a un maremágnum de desórdenes no hizo falta, de hecho, más que un solo pecado: el original.

 

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“Desde este primer pecado, una verdadera invasión de pecado inunda el mundo: el fratricidio cometido por Caín en Abel; la corrupción universal, a raíz del pecado” 2. Por eso el mal se difundió a todas partes con creciente voracidad, hasta confirmar lo que escribía el poeta romano Plautus, cuando menciona las relaciones entre los seres humanos en la sociedad de su tiempo: “Homo homini lupus” 3.

 

El hombre no tardó mucho en reemplazar al Dios verdadero —su compañero de conversación y paseo en las tardes del Paraíso— con falsos dioses, ídolos materiales, sin vida. No le faltaba fundamento a Horacio cuando ridiculizó esta apostasía con la voz de uno de tales dioses, Príapo (dios de la masculinidad y la fertilidad): 

“Hace un tiempo yo era el tronco de una higuera, leño inútil, cuando el artesano, preguntándose qué haría de mí, si una banca o Príapo, prefirió que me convirtiera en el dios” 4.

 

Los hombres quieren hacerse adorar

 

La idolatría no solamente reclamó para sí figuras materiales, sino que prolongó el delirio hasta el endiosamiento de ciertas personalidades. Gobernantes sin cuenta se hicieron adorar por sus súbditos; el título Augusto, otorgado por el Senado romano al emperador Octavio, muestra el desequilibrio espiritual de aquella época.

 

Mención aparte merece la “proskynesis” (besar el suelo de parte de los súbditos, ante el soberano). Alejandro Magno ofreció un ejemplo clamoroso en este sentido, puesto que “con la ‘proskynesis' […] exigía el reconocimiento de que oficialmente, en su calidad de rey […] no era ya un hombre sino un dios. En otras palabras, cuando Alejandro exigió que griegos y macedonios se postraran a sus pies y besaran el polvo frente a él, quería que lo reconocieran como dios” 5.

 

Por detrás de estas prácticas se encontraba, evidentemente, la idolatría al propio Satanás, denunciada por san Pablo en su primera Carta a los Corintios. “Fijaos en Israel según la carne. Los que comen de las víctimas ¿no están acaso en comunión con el altar? ¿Qué digo, pues? ¿Que las carnes sacrificadas a los ídolos son algo o que los ídolos son algo? Antes bien, digo que los gentiles ofrecen sus sacrifi quiero que entréis en comunión con los demonios. No podéis beber de la copa del Señor y de la copa de los demonios.

 

No podéis participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios” (1 Cor 10, 18-2).

 

Infame humillación a las mujeres

 

Como no podía dejar de suceder, semejantes cultos iban acompañados con depravaciones abyectas, por ejemplo la “prostitución sagrada” perpetrada al interior de templos babilónicos y asirios, de acuerdo al relato de Heródoto 6. La misma costumbre era usual en los templos de Afrodita, en Grecia, de Venus, en Roma, y de Astarté, en Siria.

 

¿Cuál era la fuente “vocacional” de esas “sacerdotisas”? Basta recorrer los números 181 y 182 del conocido “Código de Hammurabi” (aprox. 1793 a 1750 a. C.) tan celebrado por algunos historiadores, para conocer la reglamentación que debían acatar los padres en la donación de sus hijas a los templos. Heródoto refiere además que en Babilonia todas las mujeres nativas, sin excepción, debían pasar al menos una vez en sus vidas por esa infame humillación en el templo de Melita 7.

 

Esta horrorosa costumbre era rigurosamente observada también en la isla de Chipre. Lo mismo se daba en Fenicia entre los adoradores de Baal; en Frigia con el culto a Cibeles y Atis; sin olvidar el Olimpo, a cuyos dioses se atribuían no pocos robos, parricidios, raptos, incestos, infanticidios, etc.

 

Horrores en el trato a los niños

 

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Si se daba un trato injusto y brutal a las mujeres, no era mejor el que recibían los niños. Heródoto informa de horrores cometidos en esta materia, como la pedofilia que Grecia permitía legalmente a los tutores de niños, una práctica imitada luego en Persia 8. Un famoso historiador francés describe cómo se consideraba a los niños nacidos con defectos: “El Estado tenía derecho a no tolerar que sus ciudadanos fueran deformes o malformados, por lo cual ordenaba al padre cuyo hijo naciera en tal situación, que le diera muerte. Esa ley estaba presente en los antiguos códigos de Esparta y de Roma” 9.

 

Falta de amor en la familia

 

En cuanto a la situación familiar “los adulterios y divorcios estaban en la orden del día; había mujeres que se habían casado veinte veces” 10. Esto desembocaba en un trato social despótico e injusto. “La falta de amor en la familia condujo a la inhumanidad con los esclavos, pobres y trabajadores” 11.

 

Las tinieblas del pecado invadían todos los pueblos

 

Si pretendiéramos profundizar los recuerdos del ambiente social y moral de los últimos tiempos de la Antigüedad, sería un cuento de nunca acabar. Para lograr una síntesis de este período histórico basta pasear la mirada por el primer capítulo de la Carta a los Romanos: “Dios los entregó también a pasiones vergonzosas […] los entregó a su mente depravada para que hicieran lo que no se debe. Están llenos de toda clase de injusticia, iniquidad, ambición y maldad; colmados de envidia, crímenes, peleas, engaños, depravación, difamaciones. Son detractores, enemigos de Dios, insolentes, arrogantes, vanidosos, hábiles para el mal, rebeldes con sus padres, insensatos, desleales, insensibles, despiadados” (Rom 1, 26.28-31).

 

Era la terrible noche que cubría a la humanidad de entonces, como un negro manto de tragedia, sufrimiento y dolor, fruto del pecado original. Eran escasos los que en el mismo pueblo elegido se libraban del influjo de ambición de los fariseos hipócritas, que iban al Templo por pura vanagloria y exhibicionismo, a la busca de honores. Las tinieblas del pecado cubrían a todos los pueblos y el dominio de Satanás se extendía a la tierra entera.

 

¿Cómo reparar tanto horror? ¿Cómo restablecer de alguna forma el antiguo orden y abrir de nuevo las puertas del Cielo? En un caos generalizado sobre la faz de la tierra, ¿dónde hallar criaturas humanas que dieran a Dios una alabanza pura e inocente?

 

II – El Niño que cambió la Historia

 

Ingresemos a cierta gruta y veremos en ella un Niño adorado por su Madre santísima y san José, reunidos en familia, ofreciendo más gloria a Dios que toda la humanidad idólatra, e incluso más que los ángeles del Cielo en su totalidad.

 

Aquel Divino Niño, al nacer en un sencillo pesebre, reparaba los delirios de gloria egoísta que los pecadores buscaban ansiosamente. Se encarnaba para cumplir la voluntad del Padre y darnos con ello un perfectísimo ejemplo de vida. Ningún pensamiento, deseo, palabra o acción surgidos de su alma divinamente santa tendrá otro fin que no sea glorificar al Padre, a quien todo lo consagró desde el primer momento.

 

No muchos siglos después de esa primera Navidad, los altares de los falsos dioses serán arrasados, los ídolos destruidos, los templos paganos demolidos –o convertidos en santuarios– y los mismos demonios, silenciados. Sí, el Niño nacido en la gruta revertirá el trabajo realizado durante milenios por Satanás, y la Roma pagana será la sede del Cristianismo; transformada en la Ciudad Eterna, se establecerá en ella una cátedra infalible de la moral y la verdad hasta el fin de los tiempos, sobre la roca firme.

 

Los pastores son invitados por los ángeles

 

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Pero los ángeles, ¿dónde encontrarían hombres dignos de ser invitados a adorar al Niño? En la propia Belén, la cuna de Jesé (1 Sam 16,1) y de su hijo David, el humilde y joven pastor “rubio, de bellos ojos” (1 Sam 16, 12). Los ángeles eligieron en los páramos de esas regiones a los destinatarios del gran anuncio, gente que compartía la misma condición social del Rey Profeta: los pastores de ovejas. Así pues, el Niño Dios recién nacido tuvo como adoradores a dos cortesanos de la sangre más noble –María y José–, a pastores de condición de Belén.

 

Su tenor de vida no se encuadraba en las minuciosas prácticas y abluciones religiosas de los ritos farisaicos. Los terrenos que ocupaban no recibían suficiente irrigación, y por eso no los acompañaba un aseo escrupuloso. Además tomaban su instrucción directamente de la naturaleza, que no les enseñaba a usar vasijas, a elegir alimentos puros, etc.

 

Formaban, pues, una comunidad al margen de la sociedad, que vivía del pasto y en el pasto; por tanto, un pueblo de la tierra, completamente despreciado por los fariseos. Estaban excluidos de los procedimientos normales de los tribunales, y sus testimonios en los juicios eran considerados como de nula validez. Paradójicamente, los excluidos de los litigios farisaicos son convidados ahora por los ángeles del Juez Supremo para integrar la corte de un príncipe heredero del trono de David.

 

III – La adoración de los pastores

 

15 Y sucedió que cuando los ángeles, dejándoles, se fueron al cielo, los pastores se decían unos a otros: «Vayamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado.»

 

La flexibilidad del alma de aquellos pastores era completa, sumisa y llena de prontitud. El ángel les dijo que no tuvieran miedo (Cf. Lc 2,10), y el relato de Lucas no deja indicios de que hayan sufrido sobresaltos a lo largo del contacto con los puros espíritus.

 

Ahora bien, la Historia enseña que los judíos se atemorizaban mucho con las apariciones angelicales, dando por cierto que la muerte sería lo siguiente en venir (Cf. Jue 6, 22-23; Jue 13, 20-22; Tob 12, 16-17). Muy por el contrario, los pastores, pese a ser hombres de poquísima instrucción, intuyeron rápidamente que por fin había nacido el Mesías.

 

Ignorando las amplias y profundas explicaciones doctrinales de los fariseos, conocían en cambio, como todo judío, la promesa hecha por Dios y anunciada por los profetas a los antiguos acerca de la futura aparición de un Salvador. Quizás fuera su tema de conversación durante las noches de pastoreo. Solamente ha quedado una síntesis de las palabras del ángel a los pastores, pero no será exagerado pensar que el espíritu celestial les aclaró el lugar y el camino para llegar a la gruta, máxime cuando les indicó los signos distintivos: “Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc 2, 12).

 

Las grutas de la región debían ser muy familiares para ellos, porque era donde se refugiaban de la intemperie. Tampoco se puede descartar que hubiera antecedentes de partos ocurridos en circunstancias análogas a las de Navidad. Lo cierto es que en ningún momento cruzó por sus mentes la menor duda y por eso comentaban entre sí, con mucha alegría, el suceso relatado por el ángel, para llegar a una resoluta conclusión y emprender el camino rumbo a lo que “el Señor nos ha manifestado” (v. 15).

 

Recibieron con fervor la buena noticia

 

16 Y fueron a toda prisa, y encontraron a María, a José y al niño acostado en el pesebre.

 

El amor no admite demoras. La prisa de los pastores prueba el gran fervor con que recibieron la buena noticia. Como eran ajenos a la maraña conceptual de los fariseos, no se despertó la menor objeción en sus almas ante la realidad del Mesías que se les manifestaba delante de todos. Treinta y pocos años más tarde, la doctrina ciega de los escribas y fariseos se uniría a las concepciones de saduceos y herodianos –sin omitir al propio Sanedrín– para oponerse al criterio y al sentido sobrenatural de los pobres de espíritu, y así, con odio visceral, emplear cualquier recurso con tal de condenar al “salvador, que es el Cristo Señor” , nacido en la ciudad de David (v. 11).

 

En la gruta, en ese mismo instante, estaban presentes el Padre Eterno y el Divino Espíritu Santo, quienes veían en ese Niño tierno, delicado y al mismo tiempo grandioso, la realización de un plan ideado desde la eternidad: “Tú eres mi Hijo muy amado, en ti tengo puesta toda mi predilección” (Cf. Mc 1,11 y Lc 3, 22). María Santísima, a través de sus altísimos dones, penetraba también de modo incomparable en los misterios del Nacimiento. José la seguía muy de cerca. Abismados ambos ante la humildad sin medida de un Dios que se hacía hombre, a diferencia de los demonios, se concentraban en adorar al Divino Infante.

 

Recibieron un don de fe flexible y obediente

 

Ahí llegan ahora los pastores con simplicidad y pobreza, atraídos y amados por Dios debido al espíritu de obediencia y por ser contemplativos. Dios no los prefería por su pobreza material, porque había pobres en situación todavía más precaria y número más grande; además, no hay que olvidar que dicha condición social no era la de los Reyes Magos, que paralelamente venían en camino para adorar al Divino Niño.

 

De otro lado, también sería erróneo tomar el portentoso milagro de la aparición de los ángeles. Durante la noche como el factor determinante que hizo creer a esos hombres toscos y tal vez incultos. Milagros más grandes y abundantes llegaría a realizar ese Niño durante su vida pública, y sin embargo muchos judíos no creyeron. El factor decisivo fue que se les concedió un especial don de fe.

 

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La teología enseña la existencia de una fe que cabría denominar como puramente intelectual: la persona cree en Dios pero llega a odiarlo y temerlo, como sucede con demonios y condenados. También están los que creen pero no traducen su fe en obras. Los hechos, tal y como los cuenta Lucas, llevan a concluir que los pastores poseían una fe flexible y obediente, llevando a la práctica todas sus creencias. Sin perder tiempo, sometieron su entendimiento y voluntad al anuncio recibido desde lo sobrenatural.

 

Esa noche, frente al Pesebre, encontramos a los primeros cristianos adorando a Cristo, el Absoluto abnegado, despojado de las manifestaciones de gloria que merecía. Los pastores, capaces como eran de adorarlo en el pesebre, no tendrían dificultad de hacerlo también en el Calvario, tal como María lo realizó de modo tan sublime.

 

También nosotros tenemos nuestro Pesebre en los días actuales. El mismo Hijo Unigénito de Dios, reclinado sobre las pajas al interior de la gruta de Belén, está presente bajo las Especies Eucarísticas. ¿Acaso nos movemos “apresuradamente” a la busca del Salvador, como hicieron los pastores?

 

Proclamaron las maravillas que habían presenciado

 

17 Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel niño.

 

El bien, de por sí, es eminentemente difusivo, y por eso los pastores pasaron de adoradores a heraldos de las maravillas que habían contemplado, precediendo por mucho a los apóstoles y al propio Precursor, san Juan Bautista, en sus misiones.

 

Por la misma razón, esa inolvidable Navidad hará cantar el corazón de los predicadores, santos y doctores: “Nos reunimos a presenciar el anonadamiento del Verbo y gozar el piadoso espectáculo de ver a Dios que desciende para elevarnos, que se rebaja para hacernos crecer, que se empobrece para repartirnos sus tesoros” 12, afirma Bossuet.

 

También san Buenaventura proclama las maravillas de la gracia realizadas en Navidad: “Para curar, Dios tuvo que unirse a la naturaleza humana, sin excepción de ninguna parte, porque estaba toda enferma. Se dice que se ‘encarnó' por ser la carne lo que la humillación de Dios” 13.

 

Y Sto. Tomás explica así el nacimiento de Quien es eterno: “Puede decirse que Cristo nació dos veces, de acuerdo con sus dos nacimientos. Como se dice que corre dos veces el que corre en dos tiempos, de modo semejante puede decirse que nace dos veces el que nace una vez en la eternidad y otra en el tiempo, porque entre la eternidad y el tiempo hay mayor diferencia que la que media entre dos tiempos, aunque una y otro signifiquen medidas de duración” 14.

 

18 Y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían.

 

Después que la Virgen Santísima fuera la primera anunciadora de la Buena Noticia frente a su prima santa Isabel, vemos moverse ahora a los pastores para proclamar las maravillas de las que fueron testigo.

 

La aparición del ángel y su mensaje, la multitud de los otros puros espíritus entonando cantos celestiales, la comprobación de la realidad de los hechos en la gruta, donde hallaron a María, José y el Niño, debieron ser acontecimientos que arrebataron a todos cuantos los conocieron. Más aún cuando, probablemente, los pastores estarían llenos por el soplo del Espíritu Santo e iluminados en su misión.

 

María meditaba todo esto en su corazón

 

19 María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón.

 

Veamos el comentario de Maldonado con respecto a la afirmación que hace Lucas en este versículo: “Observaba, sí, como creo, todas las cosas, no como si desconociera el misterio encerrado en ellas, sino viendo con gozo cómo se confirmaba con nuevos prodigios y por el testimonio de aquellos pastores, lo que ella había conocido antes por el ángel Gabriel. Esto es lo que significa, cuando el evangelista dice: las meditaba en su corazón; de esto se trata, comparaba estas cosas con las que las habían precedido, veía la coincidencia de todas para, como dice Eutimio, confirmar la fe en este misterio. […] “Según san Beda, María comparaba las cosas que sucedían con las palabras de las profecías antiguas:

 

‘Como leía las Sagradas Escrituras y conocía muy bien a los profetas, meditaba consigo misma lo que iba ocurriendo respecto del Señor y lo que leía acerca de Él en los profetas; y comparando ambas cosas veía su admirable coincidencia, con una luz comparable a la de los mismos querubines

.

Había dicho Gabriel: Concebirás y darás a luz un hijo. Y antes había predicho Isaías: Una virgen concebirá y dará a luz un hijo. Miqueas había profetizado (4,8) que el Señor vendría a la hija de Sión, en la Torre del Rebaño, y entonces volvería el imperio de antaño. Y dicen ahora los pastores que habían visto frente a ellos las milicias de la ciudad celeste, en la Torre del Rebaño, cantando la llegada del Mesías. María había leído (Is 1,3) que el buey conoció a su dueño y el burro el pesebre de su señor; y veía al Hijo de Dios sollozando en el pesebre, venido para salvar a los hombres y animales. Y en todas y cada una de estas cosas comparaba lo que había leído con lo que veía y escuchaba'.

 

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“Dice en su corazón para indicar que guardó todo en su interior, sin descubrirlo a nadie. Ejemplo admirable de humildad y modestia virginal, como nota san Ambrosio: ‘Aprendamos la castidad de la Virgen en todas las cosas, la cual, no menos recatada en sus labios que en su carne, meditaba en su corazón estos misterios divinos'. Lo mismo comentó san Bernardo” 15.

 

Acogida maternal

 

20 Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho.

 

La Santísima Virgen los recibió con afecto y bondad maternales. No podía ser de otro modo. Si los ángeles consentían en mostrarse frente a ellos, María no dejaría de coronar con su toque de Reina y Madre la misión de sus súbditos celestiales, acentuando en el alma de aquellos hombres sencillos pero llenos de fe, las gracias que Dios les había concedido.

 

Habían de regresar al cuidado de sus respectivos rebaños, pero todo hace pensar que no fue cosa fácil cumplir de inmediato con los deberes de su oficio. La manifestación piadosa de su alegría deja percibir las gracias superabundantes y místicas que se habían apoderado de ellos.

 

IV – Consideraciones Finales

 

Los ángeles cantan y proclaman la institución del Reino de Cristo que nace en la gruta de Belén. La manifestación de ese reino consti tuye la gloria reparadora y los que lo dan a conocer lo glorifican, así como al propio Dios y Sumo Bien. El adorable Niño nació para que el Padre fuera conocido por los hombres y así recibiera de parte suya la debida gloria: “Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar” (Cf. Jn 17,4).

 

Bajo cierto punto de vista, también ahí, con el nacimiento de su Fundador, nace la Santa Iglesia, como dice san Ambrosio: “Ved los orígenes de la Iglesia naciente” 16. Una nueva luz brilló sobre la tierra: “El pueblo que habitaba en tinieblas ha visto una gran luz; a los que habitaban en paraje de sombras de muerte una luz les ha amanecido” (Cf. Mt 4,16). El mundo de hoy, ¿vivirá bajo el influjo de esa gracia, o habrá dado vuelta la espalda a ese beneficio incalculable que obtuvo la maternal mediación de María? Infelizmente, la segunda conjetura parece ser la más probable. En tal caso, ¿la humanidad encontrará la tan anhelada, necesaria y pregonada paz? Jamás, de no buscarla donde realmente se encuentra: “Despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz” (Rom 13,12).

 

(Revista Heraldos del Evangelio, Dic/2007, n. 72, pag. 10 a 17)

 

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