Comentario al Evangelio – V Domingo del Tiempo Ordinario – ¿Cómo corresponder a una grandiosa vocación?

Publicado el 02/02/2016

 

EVANGELIO

 

En aquel tiempo, 1 la gente se agolpaba en torno a Jesús para oír la Palabra de Dios. Estando Él de pie junto al lago de Genesaret, 2 vio dos barcas que estaban en la orilla; los pescadores, que habían desembarcado, estaban lavando las redes. 3 Subiendo a una de las barcas, que era la de Simón, le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.

4 Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: “Rema mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca”. 5 Respondió Simón y dijo: “Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes”. 6 Y, puestos a la obra, hicieron una redada tan grande de peces que las redes comenzaban a reventarse. 7 Entonces hicieron señas a los compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Vinieron y llenaron las dos barcas, hasta el punto de que casi se hundían.

8 Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús diciendo: “Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador”. 9 Y es que el estupor se había apoderado de él y de los que estaban con él, por la redada de peces que habían recogido; 10 y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Y Jesús dijo a Simón: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres”. 11 Entonces sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron (Lc. 5, 1-11).

 


 

Comentario al Evangelio – V Domingo del Tiempo Ordinario – ¿Cómo corresponder a una grandiosa vocación?

 

El contraste entre la grandeza de la vocación cristiana y las limitaciones humanas hace que muchos se consideren incapaces de cumplir su propio llamado. La pedagogía divina nos transmite una enseñanza diferente

 


 

I – Dios nos protege y nos enseña

 

Es indiscutible la fuerza de expresividad que tiene el reino animal, sobre todo cuando en su análisis le proporciona al hombre pormenores que le recuerdan situaciones y pequeños episodios de la existencia humana. Estos encantos de la fauna, tan habituales en las zonas rurales, llaman la atención especialmente cuando se pone en evidencia uno de sus predicados más ricos y vigorosos: el instinto maternal. Éste no sólo se manifiesta en el celo por la alimentación y la protección de las crías, sino también en el cuidado de prepararlas para las vicisitudes de la vida.

 

Cuando transitamos por una de esas calles de tierra de una localidad rural es muy probable que nos topemos con esta escena tan típica: una gallina que cruza el camino seguida por uno de sus polluelos. Mientras el pollito intenta acompañar a su madre, no sin mucho esfuerzo —pues la desproporción entre ellos le obliga a dar varios pasos para recorrer la misma distancia que la gallina atraviesa en uno solo—, parece que ésta ignora las dificultades de su cría, debido a la velocidad de su desplazamiento. Pero, en realidad, la gallina está tan pendiente de su polluelo que al menor indicio de una amenaza reaccionará inmediata y enérgicamente, dispuesta a dar su vida si fuera necesario, para protegerlo del peligro.

 

Ahora bien, el instinto maternal —mucho más profundo en el género humano— es un pálido reflejo de los desvelos de Aquel que, además de ser el Creador, ha querido estrechar su relación con el hombre elevándolo a la condición de hijo, haciéndolo partícipe de su propia vida divina mediante la gracia, como exclama San Juan: “Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no lo conoció a Él” (1 Jn 3, 1).

 

Como verdadero Padre, el Altísimo no deja de proteger, amparar y traer hacia sí a todas las criaturas humanas, velando continuamente por ellas. Y, excediéndose de una manera infinita a los cuidados empleados por una madre cuando prepara a sus hijos para que enfrenten bien la vida, el divino Pedagogo guía a los hombres —a través de procesos tan distintos como lo son las almas— hacia la realización de esa vocación específica que su Sabiduría otorga a cada uno.

 

Desde esta perspectiva, pasemos ahora a considerar el Evangelio de este quinto domingo del Tiempo Ordinario.

 

II – La pesca milagrosa

 

El encuentro del Señor con sus primeros discípulos, relatado por San Juan (cf. Jn 1, 35-42), es un antecedente importante para comprender el pasaje del Evangelio presentado por la liturgia de hoy. Al contrario de lo que ocurría en las escuelas rabínicas y griegas de la época, en las que los hombres ingresaban en ellas movidos por una decisión personal, fue Jesús mismo quien, con autoridad divina, escogió a sus seguidores diciendo: “No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido.” (Jn 15, 16). Este pequeño grupo, que lo acompañaba durante su ministerio preliminar, recibía las enseñanzas de Cristo y presenciaba sus milagros, empezando por el de las bodas de Caná, donde el Maestro “manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en Él” (Jn 2, 11).

 Sergio Hollmann

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"Ecce Agnus Dei", por Jost Haller – Museo Unterlinden, Colmar (Francia)

Sin embargo, los primeros seguidores del Mesías no fueron constituidos apóstoles desde el inicio. Ese ministerio les llevaría a estrechar lazos de unión con el Maestro, haciéndoles partícipe de su mismo poder, además les requeriría una dedicación integral a su vocación, así como abandonar a los suyos y las ocupaciones ajenas al servicio misionero. Antes de recibir esa llamada —a la que Jesús, con sublime pedagogía, les iba preparando paulatinamente— conciliaban el discipulado con las actividades profesionales, necesarias para su propia subsistencia y la de sus respectivas familias. Para Simón, Andrés y los dos hijos de Zebedeo —Santiago y Juan—, todos ellos pescadores, esto significaba muchas horas, a menudo nocturnas, en las ricas aguas pesqueras del lago de Genesaret.

 

Precisamente después de una de esas noches es cuando sucede el hecho descrito en el pasaje de San Lucas que hoy contemplamos.

 

Predicación a orillas del lago de Genesaret

 

En aquel tiempo, 1 la gente se agolpaba en torno a Jesús para oír la palabra de Dios. Estando Él de pie junto al lago de Genesaret,…

 

El marco geográfico donde está situado el lago de Genesaret nos permite considerarlo como una auténtica joya de la naturaleza. Mientras montañas sobrias y de contorno regular lo circundan por el este, elevaciones de perfil sinuoso y desigual forman una peculiar cordillera al oeste. Al contemplar la riqueza del paisaje divisamos, en dirección septentrional, el monte Hermón, con su cumbre cubierta de nieve durante gran parte del año. No obstante, a pesar de tanta belleza natural, las referencias al lago en el Antiguo Testamento son pocas,1 pues sólo adquirió fama después de haber sido escenario de numerosos episodios de la vida del Redentor, descritos en los Evangelios. El primero, en orden cronológico, es este relatado por San Lucas.

Sergio Hollmann

La Barca de la Iglesia

“La barca de la Iglesia” – Fresco de la Santa Cueva, Manresa (España)

Después de narrar diversos milagros y sermones de Jesús al comienzo de su vida pública en Galilea, el evangelista registra su retiro a un lugar desierto; pero la gente “llegando donde estaba, intentaban retenerlo para que no se separara de ellos” (cf. Lc 4, 42). Más que por sus prodigios y enseñanzas, el pueblo le seguía debido a la extraordinaria atracción que ejercía. El deseo de verlo, de oírlo y de estar cerca de Él hacía que la multitud de seguidores, reunidos a orillas del lago, se apretase alrededor del Señor, creando un clima poco apropiado para una predicación.

 

… 2 vio dos barcas que estaban en la orilla; los pescadores, que habían desembarcado, estaban lavando las redes.

 

En esa época el lago de Genesaret era el centro de una intensa actividad pesquera que constituía el principal medio de subsistencia de la población local. Como el ejercicio de esa profesión requería siempre una actuación conjunta, los pescadores se reunían en pequeñas cuadrillas y a menudo dos o más de estas corporaciones se asociaban. Con barca propia y bajo la dirección de un patrón, los grupos de consocios unían sus esfuerzos en la faena de cada jornada y compartían el producto final conseguido.

 

En el episodio que aquí se narra, las dos embarcaciones —una de Simón y la otra de Zebedeo— habían vuelto tras una noche de inútiles intentos. Al estado de decepción generalizada en la que se encontraban los pescadores se sumaban las incomodidades de otros factores humanos como el cansancio de una noche en claro y la necesidad de limpiar las redes, tarea indispensable después de la pesca, hubiera sido ésta exitosa o no.

 

Según la cuidadosa pedagogía del divino Maestro, los pescadores, exhaustos y sintiéndose fracasados, se encontraban de este modo en óptimas condiciones para recibir la misión que les había sido reservada.

 

La barca, símbolo de la Iglesia

 

3 Subiendo a una de las barcas, que era la de Simón, le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.

 

Como todos los actos del Señor, la elección de la barca posee un profundo significado. Los comentaristas son unánimes al respecto: con este gesto, Cristo quería indicar la prominente posición de Simón en el colegio apostólico que sería constituido en breve, y la barca simbolizaba la Iglesia, que nacía. “Desde la barca de la Iglesia, Jesús, personalmente o por Pedro, Vicario suyo, adoctrina al mundo. ‘Donde está Pedro, allí está la Iglesia’. Esto nos revela la medida de la adhesión que debemos profesar a la Cátedra de Pedro”,2 explica el cardenal Gomá y Tomás.

 

Por otra parte, hay un pequeño detalle que llama nuestra atención: ¿se había subido Jesús a la barca estando ésta en la arena —por lo tanto, sin mojarse los pies— o tuvo que dar algunos pasos dentro del agua para llegar a la embarcación? Tanto en una hipótesis como en otra, la arena se benefició al ser pisada por el mismo Dios hecho hombre. ¿Sucedió igual con el agua? Es una de las muchas curiosidades provocadas por las sucintas narraciones evangélicas…

 

Aprovechando la pendiente natural de la playa, donde el público se apiñaba, el Maestro le pidió a Simón que se retirase un poco de la orilla, formándose así un original anfiteatro. Es digna de admiración la poética escena: mientras la embarcación se balanceaba lentamente a merced de las olas, el Creador del Cielo y de la Tierra, Dios encarnado, instruía a la multitud.

 

“Rema mar adentro”

 

4 Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: “Rema mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca”.

 

Al ordenar remar “mar adentro”, el Redentor señalaba la osadía que debería caracterizar las metas de esos pescadores a partir de entonces, preparándolos para una acción más amplia que los limitados horizontes lacustres en los que trabajaban: el plan divino de la salvación de los hombres. En otras palabras, el Señor estaba pidiendo corazones generosos.

 

Ahora bien, Simón era un pescador veterano y la experiencia le decía que no existía la mínima posibilidad de pescar algo la mañana siguiente a una noche de trabajo infructuoso. Por consiguiente, tenía razones de peso y excusas suficientes para no cumplir la orden de Jesús y podría haber argumentado, alegando sus conocimientos, que era inconveniente, e incluso inútil, lanzar las redes. Sin embargo, obró de manera diferente.

 

5 Respondió Simón y dijo: “Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes”.

 

Lejos de ser una manifestación de falta de fe, la explicación dada por Simón —en un tono de voz lleno de deferencia, suponemos— ratifica su confianza en la palabra del Maestro. Procediendo de modo coherente, practica un acto de obediencia perfecta, pues, aun conociendo su oficio, no sigue su propio juicio y cumple inmediatamente la orden recibida. Esa fe y esa docilidad a la determinación divina, atributos imprescindibles de un auténtico apóstol, eran la respuesta que Jesús esperaba para realizar el milagro.

La Pesca Milagrosa

“La pesca milagrosa”, detalle del Vitral de los Apóstolos, Catedral 

de Santa María, Chartres (Francia)

Pesca prodigiosa

 

6 Y, puestos a la obra, hicieron una redada tan grande de peces que las redes comenzaban a reventarse. 7 Entonces hicieron señas a los compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Vinieron y llenaron las dos barcas, hasta el punto de que casi se hundían.

 

Afirma San Gregorio Niceno que como resultado de la pesca “se logró tanta cantidad de peces, cuanta quiso el Señor del mar y de la tierra”. 3 Además de representar la mies abundante —para la cual, ya prevenía a los futuros Apóstoles que los operarios serían pocos…— Cristo también les muestra la importancia de la armonía y del auxilio mutuo. Sin la colaboración de los compañeros de la segunda barca, les habría sido imposible sacar del agua tal cantidad de peces, al igual que para la evangelización del mundo sería necesaria la unión de fuerzas de los Apóstoles, a fin de llevar por el camino de la salvación a todas las almas que la Providencia les confiaría.

 

La abundancia de peces es otra marca de la insuperable didáctica utilizada por Jesús: peritos en el arte de la pesca, los discípulos concluyeron enseguida que lo sucedido no era naturalmente explicable. El Maestro ya había realizado un milagro en una criatura inanimada cuando en las bodas de Caná convirtió el agua en vino, y ahora, demostrando por primera vez su poder sobre la naturaleza animal, les hace comprender que dominaba de modo absoluto todos los seres. De esta forma, antes de convocar a los discípulos a que le siguieran sin reservas, Jesús quiso manifestar su poder sobre la Creación a través de esta generosa pesca, para convencerlos de que Él les proveería siempre en cualquier necesidad material de la vida misionera, facilitándoles la renuncia a las preocupaciones terrenas.

 

Sin embargo, el objetivo más importante de Jesús era que Simón comprendiese —y junto con él, los demás discípulos— que “si en toda la noche no había cogido nada, era inútil todo su esfuerzo sin Cristo, como lo son todos nuestros trabajos humanos sin la gracia divina”,4 explica Maldonado. El Salvador quería dejar consignado cómo la misión de salvar a las almas será continuamente una pesca milagrosa, en la que el apóstol figura como mero instrumento. Su habilidad y diligencia no le servirán de nada si no son movidas por la voz de Aquel que dijo de sí mismo: “Sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15, 5).

 

La humildad, condición para corresponder al llamamiento divino

 

8 “Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús diciendo: “Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador”. 9 Y es que el estupor se había apoderado de él y de los que estaban con él, por la redada de peces que habían recogido; 10a y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.

 

Aunque Pedro ya había presenciado otros milagros —incluso la curación de su suegra (cf. Lc 4, 38-39)—, de hecho se quedó impresionado con lo que había ocurrido. Y éste es otro aspecto de la pedagogía usada por el Redentor: adaptar el llamamiento divino al modo de ser y a las aptitudes de cada persona. “Era el milagro que hacía falta para convencer a un pescador, como era Simón Pedro”,5 comenta el P. Cantalamessa. Por este motivo San Lucas nombra a Santiago y a Juan, entre otros pescadores, para registrar que lo sucedido les había tocado a fondo en el alma, pues, a pesar de haber presenciado en otras ocasiones varios prodigios del Maestro, “les pasaba lo mismo”.

 

Poco antes de regresar a Galilea, Jesús actuó de manera semejante junto al pozo de Jacob, cuando le ofreció a la samaritana el agua que le saciaría para siempre (cf. Jn 4, 1-42). Esto llamó enseguida la atención de la mujer: “Señor dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla.” (Jn 4, 15) y, abriendo su alma a la acción de la gracia, tras ese encuentro se hizo seguidora de Jesús, consiguiendo que muchos samaritanos creyeran en Él (cf. Jn 4, 39).

 

En el caso de Pedro, éste sólo en ese momento logró entender en profundidad la infinita diferencia que lo separaba de Cristo, cuya grandeza aquella descomunal pesca en particular lo ponía de manifiesto ante sus ojos de pescador.

 

Le vino entonces un inmediato reconocimiento de sus propias carencias y se dio cuenta, al sentirse analizado por la mirada de Jesús, de lo mucho que Él conocía por entero su alma, así como sus faltas. Compenetrado de su condición de pecador, se postró ante el hombre-Dios y le pidió que se apartara de él. No pensó que tal expresión de humildad era el último precedente de la misión que lo acercaría al Salvador de manera definitiva.

 

Pescador de hombres

 

10b Y Jesús dijo a Simón: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres”.

 

El Maestro, relacionando por primera vez el milagro con la llamada divina, tranquiliza a Pedro, como si le dijese: “No te espantes, mas antes goza y cree que para mayor pesca estás ordenado en mi eterna providencia. Otra nave y otras redes te serán dadas, porque hasta ahora pescabas con tus redes peces, mas después de este tiempo, aunque no lejano, prenderás y pescarás hombres por tus palabras, trayéndolos por sana doctrina a la carrera de la salud”.6

 

Conviene tener en cuenta que, al asociar el concepto de pesca al apostolado, Jesús también le dejaba entrever a Pedro cómo “este penoso oficio había sido excelente escuela para prepararse a ser dignos discípulos del Mesías. En él habían aprendido la paciencia y el animoso trabajar”,7 observa Fillion. En efecto, así como para conseguir peces no temían los peligros de la noche y demás contratiempos de su profesión, audaces también habrían de ser como misioneros, arriesgándose a los lances más intrépidos de evangelización. Por otra parte, en la pesca apostólica —cuyas redes no dejan “que perezcan los que han cogido, sino que los conservan y los traen desde los abismos a la luz”—, 8 no debían desanimarse nunca, incluso después de haber puesto mucho empeño y no haber logrado nada, y saber esperar el momento apropiado de la acción de la gracia en las almas, que no depende de los esfuerzos del apóstol, sino de la voluntad de Dios.

 

Es importante destacar que el Señor no había confirmado ni negado la condición de pecador de Pedro, con el objetivo de mostrarle que Dios jamás concede una vocación en función de las virtudes o los defectos de los hombres, conocidos por Él desde toda la eternidad. El llamamiento resulta de un designio de su infinita misericordia. Jesús no se atiene a la consideración de las debilidades de Pedro, pues así como no constituyeron un impedimento para su elección como Príncipe de los Apóstoles, tampoco lo serían para la realización de tal misión.

 

El principal fruto de la pesca

 

11 Entonces sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.

 

La mayor parte de los comentaristas reúnen en un solo episodio los relatos de los sinópticos sobre la vocación de los apóstoles mencionados antes, considerando la invitación del Maestro —contenida en la resumida narración de San Mateo y de San Marcos— como habiendo sido hecha inmediatamente después de que los pescadores habían vuelto con las barcas: “Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres.” (Mt 4, 19; Mc 1, 17). Los dos primeros evangelistas lo registran como una orden oficial dada a Pedro y Andrés y, a continuación, a Santiago y Juan, y que, según San Lucas, había sido prenunciada, en medio de las aguas, como siendo la misión de Pedro: “No temas. Desde ahora serás pescador de hombres” (Lc 5, 10).

 

“Jesús, con su gracia, da eficacia al llamamiento; su voz es oída sin demora ni réplica: Y al punto, produciendo en sus almas un total desapego a todo —allegados, relaciones, posesiones—, ‘dejándolo todo’, y sintiendo una atracción invencible a Jesús, ‘lo siguieron’, sin cuidar a donde iban”. La conquista de los futuros Apóstoles fue el principal fruto de la pesca milagrosa, lo que confirma la plena eficacia de la didáctica del divino Pescador.

 

III – Un llamamiento para todos los siglos

 

El eco del encargo confiado a los Apóstoles a orillas del lago de Genesaret repercute a lo largo de los siglos y llega también hasta nosotros, convocándonos a la misión de trabajar para la gloria de Dios y de la Iglesia, ya seamos clérigos, religiosos o seglares. Como católicos, debemos buscar la edificación de una sociedad conforme a los preceptos evangélicos y, por consiguiente, es responsabilidad nuestra atraer a las almas dispersas en ese agitado mar del mundo moderno y llevarlas a la barca de Pedro.

 

Gustavo Kralj

Nuestro Señor enseñando

"Nuestro Señor enseñando a los Apóstolos" – Museo de

San Isaac, San Petersburgo (Rusia)

Sin embargo, no serán pocas las dificultades que habrá para ejercer tan alta tarea, sobre todo cuando tropezamos con nuestras propias carencias y defectos. Ante esta desproporción, avanzar y echar las redes se presenta como algo imposible. ¿Qué necesitamos para corresponder a una misión tan superior a nuestras capacidades? El mismo Maestro es quien nos responde, mediante la pluma de San Pablo: “Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad” (2 Co 12, 9).

 

Por lo tanto, cuanto más nos sintamos incapaces de cumplir la vocación a la cual Dios nos llama, mayor debe ser nuestra confianza en el poder de la voz que nos convoca. Al ver una actitud de humildad llena de fe es cuando el Señor obra la pesca milagrosa, dejando patente que los buenos resultados no dependen de las cualidades ni de los esfuerzos humanos. Confunde a los poderosos de este mundo y conduce a los débiles a la realización de obras grandiosas (cf. 1 Co 1, 27).

 

A ejemplo de Pedro, seamos generosos y confiados, pues también en nuestras vidas Cristo ha aparecido mandándonos: "Duc in altum! ¡Os quiero como instrumentos para renovar la faz de la tierra! ¡No tengáis miedo, pues Yo mismo os daré las fuerzas para alcanzar un glorioso resultado!".

 


 

1 En el Antiguo Testamento, las referencias al lago de Genesaret aparecen como “mar de Kineret” (cf. Nm 34, 11; Js 12, 3; 13, 27). Entre los evangelistas, sólo San Lucas lo registra como “lago de Genesaret”. San Mateo y San Marcos lo llaman “mar de Galilea” (cf. Mt 4, 18; 15, 29; Mc 1, 16; 7, 31). Más tarde, Herodes le dio el nombre de “lago de Tiberíades”, para lisonjear al emperador Tiberio, y es así como lo denomina San Juan en su Evangelio (cf. Jn 6, 1; 21, 1).

2 GOMÁ Y TOMÁS, Isidro. El Evangelio explicado. Años primero y segundo de la vida pública de Jesús. Barcelona: Balmes, 1930, v. II, p. 80.

3 SAN GREGORIO NICENO apud SANTO TOMÁS DE AQUINO. Catena Aurea. In Lucam, c. V, vv. 5-7; 8-11.

4 MALDONADO, SJ, Juan de. Comentarios a los Cuatro Evangelios. Evangelios de San Marcos y San Lucas. Madrid: BAC, 1951, v. II, p. 478.

5 CANTALAMESSA, OFMCap, Raniero. Echad las redes. Reflexiones sobre los Evangelios. Ciclo C. Valencia: Edicep, 2003, p. 196.

6 GARCÍA MATEO, SJ, Rogelio. El misterio de la vida de Cristo en los ejercicios ignacianos y en el “Vita Christi” Cartujano, de Ludolf von Sachsen. Antología de Textos. Madrid: BAC, 2002, p. 103.

7 FILLION, Louis-Claude. Vida de Nuestro Señor Jesucristo. Vida pública. Madrid: Rialp, 2000, v. II, p. 23.

8 SAN AMBROSIO. Tratado sobre el Evangelio de San Lucas. L. IV, n.º 72. In: Obras. Madrid: BAC, 1966, v. I, p. 227.

9 GOMÁ Y TOMÁS, op. cit., p. 78.

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