III – ¿dónde encontrar el verdadero remedio contra el dolor?
Los pensamientos que la liturgia nos sugiere en esta ocasión encuentran la clave en uno de los versículos del salmo responsorial: “El Señor sostiene a los humildes” (Sal 146, 6). De hecho, a los humildes, aquellos que practican la templanza —virtud ajena a los orgullosos— y se someten a la corrección, a la mortificación y al dolor, tarde o temprano Dios los habrá de atender y amparar.
Cuando permitió que el demonio atormentase a Job, quería que este hombre justo creciese aún más en la templanza y, por tanto, en santidad, para colmarlo enseguida de méritos y otorgarle en mayor grado la participación en la vida divina. Entendemos entonces cómo las tribulaciones que nos afligen son, en el fondo, permitidas por Dios en vista de una razón superior. Él no puede ser causa de mal para nuestra alma; si actúa así es porque nos ama y desea darnos mucho más de lo que ya nos ha dado. Y porque es bueno, al mismo tiempo que consiente las adversidades, nos conforta, como lo subrayan algunos versículos más del salmo responsorial: “Alabad al Señor, que la música es buena […] Él sana los corazones destrozados, venda sus heridas” (Sal 146, 1.3).
Al inclinarse sobre la suegra de Pedro y curarle la fiebre, o al sanar a la multitud afligida por enfermedades y tormentos, el Señor no se proponía enseñarles que el dolor debe ser eliminado. Por el contrario, tanto lo consideraba un beneficio para el hombre que Él mismo abrazó la vía dolorosa y también la escogió para su Madre. En estos milagros —como en muchos otros obrados durante su vida pública— devolvió la salud para dejarles una lección a los Apóstoles, a los presentes y a los propios enfermos: la luz está en Él, la vida está en Él, la solución del dolor proviene de Él. Más adelante, en la inminencia de resucitar a Lázaro, dirá: “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn 11, 25).
Abracemos el dolor con la mirada fija en la cruz de Cristo
Hoy se nos invita a aceptar el dolor como una necesidad y a comprenderlo como un elemento fundamental para el equilibrio del alma, a fin de que ella no se apegue a las criaturas y pueda llegar a una plena unión con Dios. Si nos sentimos inclinados a pedirle que haga cesar algún dolor, recemos con confianza seguros de que seremos oídos; pero, si recibimos la inspiración de soportar con resignación la adversidad —sea una enfermedad, una prueba o una simple dificultad—, roguémosle que nos dé las fuerzas necesarias para vivirla con alegría, de la que Él mismo nos dio ejemplo, juntamente con su Santísima Madre. Sobre todo, no cedamos a la mala tristeza, esa que produce el desánimo, y mantengamos en el fondo del alma la determinación de cumplir la voluntad de Dios; entonces, sí, vendrá la paz.
En cierta ocasión, el que escribe estas líneas estaba esperando a que lo atendieran en la habitación de un hospital, porque su vida corría un grave riesgo, cuando llegó una mujer gritando y lamentándose, probablemente aquejada por una fuerte indisposición. Entonces le dijo: “Señora, piénselo un poco, ambos estamos sufriendo; pero ¿qué son nuestras amarguras en comparación con las de Nuestro Señor Jesucristo? Por amor a nosotros Él se dejó matar como un cordero y no soltó ni siquiera un gemido desde lo alto de la cruz. Hagámosle compañía en nuestra tribulación y ofrezcámosle nuestros dolores para consolarlo”. Ella cerró los ojos, contuvo las lágrimas y recuperó la calma. El recuerdo de los sufrimientos del Redentor a lo largo de la Pasión es un lenitivo extraordinario para nuestros dolores.
El Inocente, Aquel cuya naturaleza humana está unida a la naturaleza divina en la Persona del Verbo, llegó a exclamar antes de expirar: “Eli, Eli lammá sabactani —que quiere decir: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Mt 27, 46). Misteriosamente —algo que nuestra razón no puede alcanzar—, padeció en su alma ese sentimiento de abandono, “por la carencia de toda clase de alegría y consuelo con que mitigar las amargas penas y la tristeza de la pasión”.12 ¿Por qué? Porque el Padre quería para Él toda la gloria.
El camino que Dios trazó para María Santísima, la Mater Dolorosa —criatura purísima, sin mancha alguna de pecado original—, fue también el del dolor, como ya afirmamos. Al presentar al Niño Jesús en el templo, Ella oyó de los labios de Simeón una profecía según la cual una espada traspasaría su alma (cf. Lc 2, 35); poco después, al tener que huir con el divino Infante a Egipto y, más tarde, al perderlo durante tres días en Jerusalén, sus angustias se fueron prolongando hasta culminar en el Calvario. E incluso después de las alegrías de la Resurrección, aún permaneció quince años aquí en la tierra en la ausencia de su Hijo… Sufrimiento continuo, que hizo de Ella la Corredentora, pues, mientras para todos nosotros el consuelo en medio de las aflicciones consiste en considerar a Cristo en la cruz, para Ella —según afirma acertadamente San Alfonso María de Ligorio13—, la contemplación de la Pasión no le traía ningún alivio, por haber sido ésta la propia fuente de sus dolores.
Pidamos a Nuestro Señor Jesucristo, que todos los días se inmola de forma incruenta en el Santo Sacrificio del Altar que, por intermedio de María Santísima, derrame torrentes de gracias sobre nosotros, a fin de que nos convenzamos de los beneficios del dolor y, así, lo enfrentemos con elevación de espíritu y con los ojos
Jesús, fuente de la templanza – Parte I
– 1 Cf. PÍO XI. Miserentissimus Redemptor, n.º 5; LYONNARD, SJ, Jean. El apostolado del sufrimiento o las víctimas voluntarias para las necesidades actuales de la Iglesia. Madrid: Viuda e Hijo de Aguado, 1887, p. 7.. – – 3 CCE 1435. – 4 SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. II-II, q. 141, a. 2; a. 3. – 5 SAN AMBROSIO. Tratado sobre el Evangelio de San Lucas. L. IV, n.º 63. In: Obras. Madrid: BAC, 1966, v. I, p. 221. – 6 SAN JERÓNIMO. Tratado sobre el Evangelio de San Marcos. Homilía II (1, 13-31). In: Obras Completas. Obras Homiléticas. Madrid: BAC, 1999, v. I, p. 849. – 7 SAN RÁBANO MAURO. Commentariorum in Matthæum. L. III, c. 8: ML 107, 861. – 8 Cf. WILLAM, Franz Michel. A vida de Jesus no país e no povo de Israel. Petrópolis: Vozes, 1939, p. 134. – 9 Cf. TUYA, OP, Manuel de. Biblia Comentada. Evangelios. Madrid: BAC, 1964, v. V, p. 635; LAGRANGE, OP, Marie-Joseph. Évangile selon Saint Marc. 5.ª ed. París: Lecoffre; J. Gabalda, 1929, p. 26. – 10 Cf. PETITOT, OP, L. H. La vida integral de Santo Tomás de Aquino. Buenos Aires: Cepa, 1941, p. 147; GOMÁ Y TOMÁS, Isidro. Santo Tomás de Aquino: época, personalidad, espíritu. Barcelona: Rafael Casulleras, 1924, p. 79. – 11 Cf. JOYAU, OP, Charles-Anatole. Saint Thomas d’Aquin. Tournai: Desclée; Lefebvre et Cie, 1886,pp. 162-163. – 12 SUÁREZ, SJ, Francisco. Disp. 38, sec. 2, n.º 5. In: Misterios de la Vida de Cristo. Madrid: BAC, 1950, v. II, p. 154. – 13 Cf. SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO. Las Glorias de María. |
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