Comentario al Evangelio – XI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – La fuerza triunfante de la Iglesia

Publicado el 06/15/2018

 

 

– EVANGELIO –

 

Y decía: “El Reino de Dios viene a ser como un hombre que echa semilla sobre la tierra, y duerma o vele, noche y día, la semilla germina y crece sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma da el fruto: primero la hierba, después la espiga, y finalmente el grano maduro en la espiga.

 

Y cuando el fruto está a punto, en seguida mete la hoz, porque es la hora de la siega”. Y decía: “¿A qué asemejaremos el Reino de Dios o con qué parábola lo compararemos? Es como un grano de mostaza, que cuando se siembra en la tierra es la más pequeña de las semillas de la tierra; pero una vez sembrado, crece y se hace mayor que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes, que a su sombra pueden anidar las aves del cielo”. Con muchas parábolas semejantes les anunciaba la palabra, según podían comprenderla; y no les hablaba sin parábolas. Pero a sus discípulos les explicaba todo aparte. (Mc 4, 26-34).

 

 


 

Comentario al Evangelio – XI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – La fuerza triunfante de la Iglesia

 

El dinamismo existente en una semilla es un pálido símbolo de la íntima y perseverante actividad del Espíritu Santo. En consecuencia, la fuerza triunfante de aquella que fue llamada a ser el Reino de Dios cierto momento deberá conquistar el mundo.

 


 

I – El Maestro por excelencia

 

“Nadie habló jamás como este hombre” (Jn 7, 46). Ésa fue la respuesta de los alguaciles a los pontífices y fariseos cuando éstos, tras haberlos enviado para arrestar a Jesús, los interrogaron: “¿Por qué nos lo han traído?” (Jn 7, 45). A decir verdad, ¿qué maestro existió en la Historia a la altura del único y verdadero Maestro? Si Nuestro Señor es el Bien, la Verdad y la Belleza absolutas, ¿acaso no debería ser también la Pedagogía en esencia? No olvidemos que Él es Dios, segunda persona de la Santísima Trinidad, y por ende su pedagogía sólo puede ser sustancial.

1.jpg

"Jesús bendiciendo" –

Catedral de Barcelona (España)

Además, el alma de Jesús fue creada en la visión beatífica; por tanto poseía el conocimiento otorgado a quienes contemplan todo el orden de la creación en Dios mismo. Si no bastara con esto, recordemos que se le concedió la ciencia infusa en su más alto grado; y como añadidura a estas insuperables maravillas, estaba también el conocimiento experimental.

 

Ahora bien, todos estos tesoros convierten a quien los posee en el maestro por excelencia; así pues, Cristo Nuestro Señor enseñaba la verdad como nadie y con cualidades pedagógicas tan eminentes como persona alguna las tuvo desde Adán, ni las tendrá hasta el fin del mundo.

 

Por este motivo los mismos soldados que fueron a arrestarlo por mandato del Sanedrín se depararon con un arduo dilema: desobedecer las órdenes recibidas o verse obligados a proceder contra su propia conciencia.

 

De tal magnitud era la grandeza manifestada por Nuestro Señor Jesucristo en su enseñanza, que los soldados no pudieron sino preferir el riesgo de perder sus puestos o incluso ser encarcelados.

 

Así era la luz que irradiaban las predicaciones del Divino Maestro, abarcando inclusive a quienes estaban al servicio del mal en aquella circunstancia.

 

Simplicidad y eficacia del método

 

Al margen de cualquier otro motivo, debemos afirmar que Jesús, por ser el mejor de los maestros, sólo podría haber recurrido al más eficiente de los medios de enseñanza. Y por increíble que parezca, este Maestro eligió para educarnos tal vez el más sencillo de los métodos, libre de gongorismos y exageraciones. Sin floreos, sinuosidades ni hipérboles innecesarias, carente de los desequilibrios de retóricas malpensadas, su método redundaba en las más claras y beneficiosas explicaciones.

 

Aunque Jesús toma como base los hechos comunes y corrientes de la vida de aquel entonces, éstos nunca pierden actualidad y así permanecerán hasta el fin de los tiempos, puesto que en sus palabras se realiza el “Veritas Domini manet in æternum — La verdad del Señor permanece eternamente” (Sal 116, 2). La Verdad que Cristo enseñaba era Él mismo; por tanto, era eterna como Él, no sólo en lo que atañe a su origen sino también a su proyección en el tiempo, por los siglos de los siglos.

 

Además las metáforas empleadas por el Divino Maestro son útiles como elementos históricos, para reconstruir la vida tal como era en esos tiempos.

 

Un tema fundamental: el Reino de Dios

 

La preocupación de Nuestro Señor Jesucristo no se centraba en formar a grandes literatos ni genios científicos, ni siquiera artistas excepcionales.

 

Su empeño esencial era dejar muy clara la doctrina que fundamentaba el Reino de Dios, el cual está constituido esencialmente por la propia Iglesia Católica y Apostólica; un Reino militante aquí en la tierra, unido a un Reino padeciente y a otro riquísimo y triunfal.

 

Las parábolas de Nuestro Señor Jesucristo tenían, pues, un objetivo esencial además de otros secundarios.

 

Prácticamente todas ellas giraban en torno a un tema fundamental: el Reino de Dios. Eso mismo afirma el Papa Benedicto XVI: “El tema central del Evangelio es: ‘el Reino de Dios está cerca'. […] De hecho, este anuncio representa el centro de la palabra y de la actividad de Jesús”. 1

 

La Iglesia se identifica con el Reino de Dios

 

Es común que los comentaristas y estudiosos consideren el fenómeno que se verifica con los fundadores: si luego de su muerte la obra se mantiene tal como estaba durante su vida, o conoce un desarrollo todavía más grande, es una señal muy significativa de la existencia de un auténtico soplo del Espíritu Santo sobre su persona y su acción. En este caso, se tratará de un manifiesto deseo de la Providencia Divina por promover la consolidación y expansión de aquella obra.

 

Ahora bien, ninguna institución tuvo tanto éxito a lo largo de los milenios, y todavía más en el futuro, como la Iglesia Católica Apostólica Romana.

 

¿Existirá en la Creación algo que sirva de analogía perfecta a este grandioso fenómeno? La vitalidad contenida en la semilla y en el grano de mostaza, objetos de la predicación del Señor que recoge el Evangelio de este domingo, serán insuficientes para eso, máxime cuando consideramos los triunfos que la Santa Iglesia deberá obtener hasta el día del Juicio Final.

 

El dinamismo potencial que existe en una semilla no podrá equipararse nunca —salvo como pálido símbolo de la realidad— con la íntima, enérgica y perseverante acción del Espíritu Santo sobre los fieles. No hay obstáculo que impida la fuerza triunfante de la Iglesia, puesto que ella se identifica con el Reino de Dios y, por eso, en un momento dado habrá de conquistar el mundo entero.

 

Ciertos períodos de la Historia ya han registrado este hecho; pero mucho más lo harán cuando, por voluntad de Dios, todos conozcan la esplendorosa realización de las palabras de Nuestro Señor Jesucristo: “Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt 16, 18). En esta ocasión se reconocerá una vez más la patente divinidad de su Fundador.

 

II – Parábola de la Semilla

 

En el Evangelio del 11º domingo del Tiempo Ordinario, Jesús propone dos parábolas para mostrar el milagroso desarrollo de su Iglesia y la gran eficacia de la palabra de Dios que, depositada en las almas, germina y crece por sí sola, produciendo abundante fruto.

3.jpg

El grano maduro en la espiga

simboliza la caridad, porque la

caridad es la plenitud de la ley

La primera de ellas, muy breve, sólo consta en el Evangelio de San Marcos, siendo omitida por San Mateo y San Lucas; su sentido, sin embargo, es profundo y está lleno de riqueza.

 

Y decía: “El Reino de Dios viene a ser como un hombre que echa semilla sobre la tierra”.

 

En la avalada opinión de los Santos Padres, asumida y comentada por Maldonado, el Reino de Dios en esencia es la Iglesia. La semilla es interpretada como la predicación de la Palabra de Dios. A su vez, la tierra representa a los oyentes, con una pequeña diferencia respecto a la parábola del sembrador, narrada poco antes: que aquí sólo se contempla a los buenos oyentes, los que ponen en práctica la enseñanza evangélica y rinden una considerable cosecha.

 

Por fin, el hombre que arroja la semilla es el propio Cristo, venido al mundo “a dar testimonio de la verdad” (Jn 18, 37) como lo dirá Él mismo delante de Pilatos. No obstante, dada la íntima unión de Nuestro Señor Jesucristo con sus ministros y con todos cuantos por el Bautismo se convierten en hijos de Dios, el hombre de la parábola representa también a quienes, en nombre de Jesús, se dedican al anuncio del Evangelio. 2

 

Eficacia de la palabra de Dios

 

“Y duerma o vele, noche y día, la semilla germina y crece sin que él sepa cómo”.

 

Dios creó las cosas materiales de forma que el hombre, al analizar su simbología, pudiera elevarse hasta los más altos páramos de la Creación.

 

Así, el dinamismo que existe en los vegetales es una hermosa imagen de la acción de Dios en las almas, muchas veces silenciosa e imperceptible, como afirma San Gregorio Magno: “La semilla germina y crece sin él darse cuenta, porque, aunque todavía no puede advertir su crecimiento, la virtud, una vez concebida, camina a la perfección, y de suyo la tierra fructifica, porque, con la gracia, el alma del hombre se levanta espontáneamente a la perfección del bien obrar”. 3

 

No olvidemos que, como escribe Maldonado, “el fin de toda la parábola es demostrar la gran eficacia de la palabra de Dios, la cual con sólo caer en tierra, como decía en la parábola anterior, aunque no se haga más, luego crece por sí misma, crece y lleva fruto”. 4

 

Más adelante, el docto jesuita concluye: “Al proponer Cristo esta parábola parece que se propuso no sólo enseñar la gran fuerza innata de la palabra de Dios para germinar por sí misma, sino también quitar a los apóstoles toda ocasión futura de vanagloria” 5. Lo que equivale a decir con palabras del Apóstol: “Ni el que planta ni el que riega es algo, sino Dios, que da el crecimiento” (1 Cor 3, 7).

 

Necesidad de nuestra libre cooperación

4.jpg

“Ni el que planta ni el que riega

es algo, sino Dios, que da el

crecimiento” (1 Cor 3, 7)

La fuerza latente en una semilla para hacer germinar la planta es imagen del vigor propio de la gracia y de los carismas cuando actúan en el alma humana. Pero para que esta semilla nazca y dé fruto hace falta nuestra libre cooperación.

 

Sobre esto afirma el cardenal Gomá: “Esta tierra, dice el Crisóstomo, es nuestra libre voluntad: porque no todo lo hace el Señor en la obra de nuestra salvación, sino que la confía a nuestra libertad, a fin de que la obra sea espontánea.

 

Es verdad que sin Dios nada podemos hacer en el orden sobrenatural, pero también es cierto que Dios no nos salvará sin nuestra libre cooperación. El fruto de la vida eterna es de la semilla y de la tierra, de Dios y del hombre”. 6

 

De manera análoga, los predicadores no pueden despreocuparse de los fieles en quienes sembraron: “Mas dirá alguno: ‘¿Por ventura quiso Cristo enseñar que pueden despreocuparse los predicadores del Evangelio una vez que han echado la semilla de la palabra de Dios? De ninguna manera; antes hay que exhortar, animar y confirmar una y otra vez a los que han oído la palabra de Dios, para que conserven lo que ya tienen, no sea que reciba otro su recompensa o arrebate el diablo la semilla”. 7

 

Es interesante notar, finalmente, el asunto planteado por Maldonado sobre la aparente ausencia del sembrador principal, que simboliza a Cristo.

 

“Podría dudar el lector cómo se puede entender de Cristo esta parte de la parábola, pues siendo Él el sembrador principal de la palabra de Dios, si después de sembrada no hiciera nada más en el ánimo de los oyentes (regándolos con su gracia, etc.), jamás germinaría la palabra divina ni llevaría fruto.

 

Se cumple en Él, de algún modo, que es uno mismo el que como hombre siembra y como Dios hace fructificar: en cuanto hombre, siembra, al modo como sembraron luego los apóstoles; en cuanto Dios, hace crecer con su gracia, como si regase el alma con lluvia continua”. 8

 

Las etapas de la vida espiritual

 

“La tierra por sí misma da el fruto: primero la hierba, después la espiga, y finalmente el grano maduro en la espiga.”

 

El paulatino crecimiento de la planta se demuestra también rico en simbolismo. Tras un lento germinar el tallo emerge de la tierra, tierno y débil al principio, pero ya en busca del sol. Va creciendo poco a poco y brota una espiga, en la cual se forman los granos, fruto anhelado por el sembrador.

 

Algunos autores como San Beda y San Gregorio Magno interpretan esta parte de la parábola como una alusión a las varias etapas de la vida espiritual.

 

El alma, a semejanza del trigo recién brotado, cuando se abre a la vocación se siente ávida de enseñanza y doctrina, maravillándose ante todo lo que la encamina al Cielo.

5.jpg

Esta semilla, aunque diminuta, posee una

admirable potencia vegetativa

Sin embargo, todavía no se ha formado en ella la raíz necesaria para dar firmeza a los buenos propósitos; solamente después de haber enfrentado valerosamente las tempestades y los vientos de las probaciones se volverá apta para producir el fruto agradable de las buenas obras.

 

San Jerónimo, por su parte, se basa en este pasaje para sintetizar así las tres edades de la vida interior: “ ‘Primero la hierba', esto es, el temor, porque el principio de la sabiduría es el temor de Dios (Sal 110, 10). ‘Después la espiga', es decir, la penitencia que llora; ‘y, por último, el grano maduro en la espiga', o la caridad, porque la caridad es la plenitud de la ley (Rom 13, 10)”. 9

 

Las dos venidas de Cristo

 

“Y cuando el fruto está a punto, en seguida mete la hoz, porque es la hora de la siega”.

 

En este versículo el propietario de la plantación entra nuevamente en escena. En realidad no se había ausentado, sino que seguía velando por los granos que sembró, como apunta Maldonado: “No deja de ayudar Cristo al campo ya sembrado, o sea a nosotros; antes nos defiende con su gracia, no se lleve Satanás la semilla de la palabra de Dios que hemos concebido”. 10

 

No obstante, sólo en dos momentos de la Historia se vuelve patente y manifiesta la presencia del Dueño de la Mies: la primera vez para sembrar el trigo del Evangelio, cuando vino a salvar y no a condenar (Jn 3, 17); la segunda, “cuando venga en su gloria el Hijo del hombre” (Mt 25, 31) para juzgar a los vivos y los muertos; entonces Él meterá su hoz afilada sobre el campo de la tierra, y ésta será segada (Ap 14, 14 y ss.).

 

III – Parábola del grano de mostaza

 

Si en la parábola de la semilla quiso resaltar Jesús el dinamismo intrínseco de la Palabra de Dios, alimentada por la gracia, en la del grano de mostaza se pone de relieve su gran poder transformador.

 

Sobre esto comenta el Padre Manuel de Tuya: “La comparación se establece entre ‘lo más pequeño' que viene a hacerse ‘lo más grande'. De igual modo sucedería con el reino: en los comienzos es mínimo, son pocas personas las que se le unen, pero vendría a ser muy grande, tanto que cabrán en él multitudes”. 11

 

Y el Cardenal Gomá añade: “El objetivo de la parábola es demostrar la fuerza expansiva de la semilla del Reino de Dios que trajo al mundo Jesús. Si de esta semilla sólo se salva una parte, según la primera parábola, y aun ésta se verá mezclada con mala semilla, según la parábola de la cizaña: ¿qué va a quedar del reino de Dios? Con esta parábola quita Jesús todo temor: la fuerza de la semilla es inmensa, y vencerá todos los obstáculos, aunque parezca pequeña”. 12

 

Un diminuto grano de admirable potencia vegetativa

 

“Y decía: ¿A qué asemejaremos el Reino de Dios o con qué parábola lo compararemos? Es como un grano de mostaza, que cuando se siembra en la tierra es la más pequeña de las semillas de la tierra”.

 

Jesús se vale de una imagen agrícola muy común en Israel y en todo el Oriente. La pequeñez del grano de mostaza era proverbial entre los judíos, y el Divino Maestro no lo eligió en vano como figura del Reino de Dios, para hacer así todavía más expresivo el ejemplo propuesto.

 

Esta semilla, aunque diminuta, posee una admirable potencia vegetativa.

6.jpg

Jesús presagiaba la victoria de su doctrina

incluso entre los más poderosos. Los genios,

los filósofos, los sabios, renunciando a la vanidad

de su ciencia, vendrían a reposar a la sombra

de la palabra del Evangelio, la única que

ilumina y apacigua la conciencia

En las huertas de Palestina, como explica Fillion, se la cultivaba con frecuencia por sus propiedades medicinales, y el Talmud describe sus plantas, verdaderos árboles que alcanzaban a veces los tres metros de altura y podían soportar el peso de un hombre, sin peligro de romper sus ramas. 13

 

El simbolismo del grano de mostaza es interpretado de distintas formas por los comentaristas. Para el Cardenal Gomá “representa a Jesús, que el Padre envió al campo del mundo en figura de siervo, ‘oprobio de los hombres y desprecio de la plebe' (Sal 21, 7)”. 14

 

En el mismo sentido se pronuncia San Pedro Crisólogo: “Cristo es el reino que, como grano de mostaza plantado en el huerto de un cuerpo virginal, creció por todo el orbe en el árbol de la cruz, y fue tan grande el sabor de su fruto que se consumió con la pasión, para que todo viviente guste y se alimente con su contacto”. 15

 

Y San Ambrosio agrega: “El mismo Señor es también un grano de mostaza.

 

Él estaba lejos de cualquier clase de falta, pero, al igual que en el ejemplo del grano de mostaza, el pueblo, por no conocerlo, no tuvo contacto con Él. Y prefirió ser triturado, con el fin de que pudiéramos decir: ‘Nosotros somos delante de Dios el buen olor de Cristo' (2 Cor 2, 15)”. 16

 

Triturado, el grano esparce su fuerza

 

“Pero una vez sembrado, crece y se hace mayor que todas las hortalizas…”

 

El grano de mostaza es también un símbolo de la predicación evangélica y de la propia Iglesia, iniciada por Jesucristo y continuada por los discípulos, en Judea primero y después en el mundo entero.

 

¿Quién creería que ese puñado de hombres simples que seguían a Jesús bastaría para que la nueva doctrina enseñada por el Maestro fuera conocida, amada y practicada en toda la tierra? Sólo una osadía divina sería capaz de concebir este plan e infundir en las almas de sus seguidores el valor para llevarlo a cabo.

 

La Iglesia nacería tal como la semilla, que se rompe para dar lugar al árbol. Cristo les profetizó a sus discípulos dificultades, sufrimiento y persecución.

 

Afirma San Ambrosio: “No hay duda de que el grano de mostaza es algo vil y pequeñísimo, y solamente cuando se le tritura es cuando esparce su fuerza. También la fe parece al principio algo simple, pero, una vez puesta a prueba por la adversidad, expande la gracia de su valor, hasta tal punto que con su perfume embriaga a todos los que oyen o leen algo sobre ella”. 17

 

Un autor francés del siglo XVIII apunta con literaria belleza la necesidad que toda alma tiene de sufrir: “Este grano no tiene fuerza mientras permanece intacto, pero cuando se lo muele o aplasta adquiere una viva y picante acidez. He ahí un hermoso símbolo del cristiano en esta vida: cuando no tiene nada que sufrir suele carecer de fuerza y de vigor; pero cuando es perseguido, oprimido, pisoteado, cuando sufre, cuando queda reducido a polvo, ahí entonces su fe se hace más viva, su amor más ardoroso, su corazón más inflamado con el fuego del Espíritu Santo, en el cual se ha abrasado. Esto es lo que le da nuevo vigor”. 18

 

El árbol de la Iglesia, reposo de los sabios

 

“…y echa ramas tan grandes, que a su sombra pueden anidar las aves del cielo”.

 

Al colocar este hermoso detalle como término de la parábola, Jesús presagiaba la victoria de su doctrina incluso entre los más poderosos. Los genios, los filósofos, los sabios, renunciando a la vanidad de su ciencia, vendrían a reposar a la sombra de la palabra del Evangelio, la única que ilumina y apacigua la conciencia.

 

Teofilacto escribe sobre esto: “Pequeñísima es, es verdad, la palabra de la fe: Cree en Dios, y serás salvo; pero, predicada en la tierra, de tal modo se ha dilatado y aumentado, que las aves del cielo, esto es, los hombres contemplativos y de verdadero entendimiento, habitaban a su sombra. ¡Cuántos sabios, abandonando la sabiduría de los gentiles, han encontrado su reposo en el Evangelio anunciado!” 19

 

Y el Cardenal remata pintorescamente: “Son golosas las aves de la semilla de este arbusto, y se posan en sus ramas para comerla. Representan esas avecillas a las gentes de todo el mundo que vienen a posarse en el árbol de la Iglesia, para recibir sus beneficios”. 20

 

IV – “Buscad las cosas de arriba”

 

“Con muchas parábolas semejantes les anunciaba la palabra, según podían comprenderla; y no les hablaba sin parábolas. Pero a sus discípulos les explicaba todo aparte”.

 

Dios respeta lo que ha creado; así,habiendo dado libertad al hombre, no la quebranta para imponerle sus designios. Muy al contrario, siempre le permite dar adhesión al bien, sin coacción de ninguna clase. Claro está que si el hombre rehúsa el camino del bien y opta por el del mal, pierde su libertad. Dios procede así para poder premiarlo con sus dones y beneficios.

7.jpg

En la contemplación de los reflejos hermosos, no hay nada más benéfico

para nosotros que elevar nuestra mirada hacia quien es la causa eficiente,

formal y final de todo el Universo

Esta es una de las razones esenciales que llevaron a Nuestro Señor Jesucristo a enseñar mediante parábolas en vez de utilizar un lenguaje directo y coercitivo. Frente a la parábola, fácilmente alguno podrá darle una interpretación distinta de la real, y con eso no se vuelve tan condenable como lo sería rechazando de manera tajante una invitación de Dios. La parábola es el mejor de los medios para permitir el uso meritorio de la libertad que Él concedió al hombre.

 

Por eso Nuestro Señor les hablaba a todos a través de metáforas, y en la intimidad socorría la inteligencia de los Apóstoles, explicándoles el significado más profundo de todo cuanto había dicho. Así los Apóstoles, robustecidos con la gracia creada por Él e infundida en el fondo de sus almas, tenían más posibilidades de aceptar virtuosamente todas las invitaciones que Cristo hacía de manera muy genérica e insinuada a la opinión pública que lo escuchaba.

 

Quien analizara ambas parábolas bajo un punto de vista meramente humano, sin subir hasta su más alto significado, limitaría su capacidad de relacionarse con Dios y estaría más preocupado con las cosas “de abajo” que con las “de arriba” (Jn 8, 23). Por tanto, quedaría al margen del consejo entregado por San Pablo: “Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; pensad en las cosas de arriba, no en las de la tierra” (Col 3, 1-2).

 

Muchas veces, contemplar un hermoso edificio proyectado en las plácidas aguas de un lago, podrá fascinar a quien fije su atención en él.

 

Pero este deslumbramiento se basa en que la figura es un reflejo de algo real; si por absurdo sólo existiera aquella proyección, no causaría el menor encanto porque el hombre tendría noción clara de que al mover las aguas, aquella belleza se desvanecería.

 

Sin embargo, tratándose de una realidad reflejada en las aguas, éstas pueden ser agitadas sin que el original proyectado en ellas sufra nada, ya que seguirá existiendo inalterado.

 

El mismo papel cumplen los símbolos a los que recurre Jesús para instruir a sus oyentes, ya se trate de las semillas o del sembrador; por más que dejaren de existir, su Creador es eterno y nada podrá modificarlo. Por eso, en la contemplación de los reflejos hermosos, no hay nada más benéfico para nosotros que elevar nuestra mirada hacia quien es la causa eficiente, formal y final de todo el Universo.²

 

 

1 BENEDICTO XVI – Gesù di Nazaret, Roma: Rizzoli, 2007, pág. 70. 

2 MALDONADO, SJ, P. Juan de – Comentarios a los cuatro Evangelios – II: Evangelios de San Marcos y San Lucas. Madrid: BAC, 1950, pág. 98. 

3 Obras de San Gregorio. Madrid: BAC, 1958, pág. 416. 

4 MALDONADO, SJ, P. Juan de – Op. cit., pág. 98. 

5 Ídem, pág. 101 

6 GOMÁ Y TOMÁS, Cardenal D. Isidro – El Evangelio Explicado. Barcelona: Rafael Casulleras, 1930, vol. 2, pág. 274. 

7 MALDONADO, SJ – Op. cit., pág. 100. 

8 Ídem, pág. 101. 

9 Apud AQUINO, Sto. Tomás de – Catena Aurea. 

10 MALDONADO, SJ, P. Juan de – Op. cit., pág. 99. 

11 TUYA, OP, Manuel de – Biblia Comentada. Madrid: BAC, 1964, vol. 2, pág. 654. 

12 GOMÁ Y TOMÁS. Op. cit., pp. 276- 277. 

13 FILLION, Louis Claude – Vida de Nuestro Señor Jesucristo. Madrid: Rialp, 2000, vol. 2, pág. 188. 

14 GOMÁ Y TOMÁS. Op. cit., pág. 277. 

15 Apud ODEN, Thomas C. y HALL, Christopher A. – La Biblia comentada por los Padres de la Iglesia. Madrid: Ciudad Nueva, 2006, vol. 2, pág. 117. 

16 Ídem, ibídem. 

17 Ídem, ibídem. 

18 Epitres et Evangiles avec des explications – París: Jean Mariette, 1727, vol. 1, pág. 246. 

19 Apud AQUINO, Santo Tomás de – Catena Áurea. 

20 GOMÁ Y TOMÁS. Op. cit., pág. 277.

Deje sus comentarios

Los Caballeros de la Virgen

“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos. Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas. Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.

version mobile ->