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– EVANGELIO – Exhortación a la Vigilancia
«No temas, rebañito mío, porque vuestro Padre se ha complacido en daros el reino. Vended vuestros bienes y dadlos en limosna. Haceos bolsas que no se gastan, un tesoro inagotable en los cielos, adonde no llega el ladrón ni roe la polilla; porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. «Tened ceñidos vuestros cinturones y encendidas vuestras lámparas, y sed como criados que esperan a que su señor vuelva de la boda, para que, en cuanto llegue y llame, al instante le abran. Dichosos los siervos a quienes el señor al venir encuentre despiertos: yo os aseguro que se ceñirá la cintura, los hará ponerse a la mesa y los servirá de uno en uno. Ya llegue a la segunda vigilia, ya a la tercera, dichosos ellos si los encuentra así. Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora iba a venir el ladrón, no dejaría que le horadasen su casa. También vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre.». Dijo Pedro: «Señor, ¿dices esta parábola para nosotros o para todos?». Respondió el Señor: «¿Quién es, pues, el administrador fiel y prudente a quien el señor pondrá al frente de su servidumbre para darles a su tiempo su ración conveniente? Dichoso aquel siervo a quien su señor, al llegar, encuentre haciéndolo así. De verdad os digo que le pondrá al frente de toda su hacienda. Pero si aquel siervo se dice en su corazón: “Mi señor tarda en venir”, y se pone a golpear a los criados y a las criadas, a comer y a beber y a emborracharse, vendrá el señor de aquel siervo el día que no espera y en el momento que no sabe, y le mandará azotar y le pondrá entre los infieles. Ese siervo que, conociendo la voluntad de su señor, no ha preparado nada ni ha obrado conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes; pero el que sin saberlo hace cosas dignas de azotes, recibirá pocos. A quien mucho se le ha dado, mucho se le reclamará; y a quien se le confió mucho, más se le pedirá» (Lucas 12, 32-48).
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Comentario al Evangelio – XIX Domingo del Tiempo Ordinario – ¿Basta rezar?
Un cofre sin cerradura no sirve para nada. Así también, un alma sin vigilancia queda a merced del enemigo. Por eso Jesús insiste tanto en esta virtud , que siempre debe complementar la auténtica piedad.
I – Virtud de la Vigilancia
“Velad y orad, para que no caigáis en tentación” (Mt 26, 41), dijo el Señor a los tres apóstoles que lo acompañaban más de cerca en oración, en el Huerto de los Olivos, la noche en que iba a ser entregado. Por más que el espíritu esté listo, la carne es débil, afirmó en seguida.
Y de hecho, la Historia otorga realismo a esta afirmación de Jesús: no pocas almas pierden fácilmente el fervor y caen en la tibieza, a veces incluso en pecados graves, por puro descuido. A tal punto no nos basta solamente la oración, que la recomendación del Salvador empieza por la vigilancia, porque así como en una fortaleza que tenga una brecha descuidada en su muralla facilitará que el enemigo penetre por ella, de la misma forma el demonio acecha los lados más débiles de nuestra alma para atacarnos y derrotarnos.
Por eso nos advierte san Pedro: “Sed sobrios y velad. Vuestro adversario, el Diablo, ronda como león rugiente, buscando a quién devorar” (1 Ped 5, 8).
Relación con la prudencia
Esa vigilancia tiene sus raíces en la virtud cardenal de la prudencia. “La prudencia no se oculta, sino que vela con una admirable diligencia. Tal miedo tiene de ser sorprendido por los secretos ardides de los malvados” 1.
Santo Tomás de Aquino deja claro que, si la prudencia es virtud rectora de la vida moral y espiritual del hommiebre, como lo es también de la exterior y humana, está claro que la vigilancia adquiere un lugar importante en nuestra vida espiritual y moral 2.
Con la práctica de esta virtud vamos al encuentro del celo que Dios tiene por nuestra perseverancia, para lo cual envía sus ángeles “para que te guarden en todos tus caminos” (Sal 90, 11); “vela sobre nosotros, incansable y cuidadoso, aquel singular ojo avizor de la clemencia divina” 3.
Celo por la salvación del alma propia
Dios creó todas las cosas perfectas y buenas, sin que el mal pueda proceder de él. Los ángeles que se rebelaron inmediatamente al principio de la creación y fueron arrojados al infierno por san Miguel, fueron los introductores del mal ya en el Paraíso Terrenal, y buscan hasta hoy hacerlo penetrar en lo íntimo de las almas. “El que combate a Israel no duerme ni dormita. Todo el intento, todo el afán de las milicias espirituales en su guerra contra nosotros, es conducirnos y meternos en su camino, para que les sigamos y nos lleven al desastroso fin que a ellos está destinado” 4.
San Pedro duerme en el Huerto de los Olivos: le hizo falta, sobre todo, vigilancia
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Ésta es una de las razones por las que debemos cuidar nuestras almas en cualquier circunstancia de nuestra existencia, ya sea en la serena clausura de un convento contemplativo, ya en la más intensa de las actividades en el mundo.
Por eso, el consejo dejado en herencia por nuestra Doctora, santa Teresita del Niño Jesús: “Os entregáis con exceso a las cosas que hacéis; vuestros quehaceres os preocupan demasiado. Yo leí hace tiempo que los israelitas construían los muros de Jerusalén trabajando con una mano, mientras que con la otra tenían su espada. He ahí la imagen de lo que tenemos que hacer: no trabajar más que con una mano; la otra, para defender nuestra alma de los peligros que pueden impedir la unión con Dios” 5.
Los tratados de vida espiritual insisten sobre un punto de suma importancia: evitar la ociosidad. “Era un adagio de los padres del desierto decir: ‘Que el demonio te halle siempre ocupado’, y cuentan que, al quejarse san Antonio de que no podía estar continuamente en oración, recibió respuesta del cielo que le decía: ‘Cuando no puedas orar, trabaja’” 6.
El pasaje del Evangelio para este 19º domingo de Tiempo Ordinario, tomando como base tres parábolas propuestas por Jesús, se circunscribe a consideraciones sobre la virtud de la vigilancia. La exhortación contenida en estos versículos de Lucas también se la puede encontrar en Mateo y Marcos. Estos dos últimos la ponen al final del “discurso escatológico” mientras que Lucas, tal vez para acentuar el carácter moral de la misma, la ubica en una secuencia diferente.
II – Exhortaciones de Jesús a los discípulos
«32 No temas, rebañito mío, porque vuestro Padre se ha complacido en daros el reino.»
Justo después de la parábola del rico insensato (vs. 16-21), Lucas encadena una serie de consejos del Divino Maestro sobre la necesidad de primero –y sobre todo– buscar el reino de Dios y su justicia, porque al obrar así, el resto se nos dará por añadidura. Pero dada la fuerza de nuestra concupiscencia, los sentidos dificultan la práctica de estos consejos, por más sabios que sean. La doctrina convence, pero “la carne es débil”. El temor se concentra justamente en este punto: ¿cómo abandonarnos en manos de la Divina Providencia? De ahí el énfasis de este “no temas”.
El “rebañito” de los elegidos
Además, les confiere el título de “rebañito”, figura que con cierta frecuencia encontramos al recorrer las páginas del Antiguo Testamento, dado el carácter pastoril de la sociedad en ese extenso período histórico. Sobre el por qué de este título dado a los discípulos, se multiplican las conjeturas entre los autores. Teofilacto comenta: “El Señor llama pequeña grey a los que quieren hacerse discípulos suyos, ya porque en esta vida aparecen pequeños los santos en virtud de su pobreza voluntaria, ya porque son aventajados por la multitud de ángeles que nos son incomparablemente superiores” 7.
Beda analiza el referido título bajo otro prisma: “También llama el Señor pequeña grey a los escogidos, ya comparándolos con el mayor número de réprobos, o más bien por su amor a la humildad” 8.
En realidad, la Iglesia naciente era de minúsculo porte, número y fuerza. No pasaba más allá de un granito de mostaza . Esos pocos no deberían temer que les faltara lo necesario para su subsistencia ya que el Padre, por efecto de su amor gratuito, les había concedido su reino. ¡Y qué Reino! Él es el mismo Dios y Soberano Señor, todopoderoso y absoluto, que no conoce obstáculo capaz de impedir la determinación de sus voluntades.
No se trata de un reino terrenal: “Mi reino no es de este mundo” (Jn 18, 36) dijo Jesús a Pilatos. Si fuera un reino en cualquier lugar de la tierra, estaríamos ansiosos de recibirlo cuanto antes y emprenderíamos todos los esfuerzos para poseerlo. Este reino es eterno y celestial. Por eso es indispensable que este “rebañito” demuestre su plena reciprocidad con Padre tan dadivoso. Jesús nos da la garantía de su palabra absoluta: “Manifiesta por qué no deben temer, añadiendo: ‘Porque agradó a vuestro Padre’, etc. Como diciendo: ‘¿Como aquél que concede gracias tan extraordinarias, dejará de tener clemencia con vosotros? Aun cuando aquí sea pequeña esta grey (por su naturaleza, su número y su gloria), sin embargo la bondad del Padre ha dispensado a este pequeño rebaño la suerte de los espíritus celestiales; esto es, el reino de los cielos” 9.
Maldonado hace un bello comentario a la segunda parte de este versículo: “Cada palabra de éstas tiene especial sentido y dulzura. Dice ‘agradó’, con lo cual se muestra la particular benevolencia y liberalidad de Dios para con ellos; dice ‘a vuestro Padre’ llamando a Dios, padre de ellos, que como tal no puede olvidarse de sus hijos (Is. 49, 15); añade ‘daros a vosotros’ como a hijos y herederos suyos; ‘el reino’, o sea el celestial y eterno, no el terreno y temporal” 10.
“Vended vuestros bienes”, un consejo de Jesús
«33 Vended vuestros bienes y dadlos en limosna. Haceos bolsas que no se gastan, un tesoro inagotable en los cielos, adonde no llega el ladrón ni roe la polilla; 34 porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.»
Al principio del cristianismo era común que los primeros fieles siguieran este consejo a pie juntillas, y todavía se pueden encontrar hoy algunos casos en esta línea. En su esencia, incide sobre dos puntos:
Mientras los Apóstoles dormían, los enemigos de Jesús tramaban su muerte
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– En primer lugar, nuestra propiedad no la constituyen solamente los bienes materiales o riquezas sino también toda suerte de posibles apegos: ciencia, erudición, amistad, comodidades, placeres lícitos (y más intensamente los ilícitos cuando nos entregamos a ellos), etc. Mientras más desprendido esté nuestro corazón de los objetos terrenales, sean del espíritu o de la materia, tanto más gozaremos la felicidad en el tiempo e inconmensurablemente más en la eternidad.
– Un segundo punto dice respecto a la obligación, positiva o no, de vender lo que se posee y darlo como limosna. A propósito, podríamos hacer junto a Maldonado la siguiente pregunta: “Pero ¿cómo es que manda aquí Cristo a todos en general vender cuanto tienen y darlo a los pobres, siendo así que en otro lugar (Mt. 19, 21) lo aconseja sólo a los que quieran ser perfectos? No es difícil la respuesta: o bien habla aquí a solas con los discípulos, los cuales querían ser perfectos, o si es con todos los cristianos, se refiere a la disposición de ánimo, como dicen los teólogos. Porque, si bien no es necesario a todos vender cuanto tengan, sí lo es tener como cristianos tal disposición de ánimo que, si fuese menester, vendan todos sus bienes por no perder a Cristo” 11.
Dar en la tierra para recibir en el Cielo
Diremos aquí una palabra sobre los beneficios recibidos por quien da limosna. De por sí gana más el que da que el que recibe: “Mayor felicidad hay en dar que en recibir” (Hch 20, 35). “No hay pecado que no pueda borrar la limosna, que es remedio contra toda llaga. Pero la limosna no se hace sólo con dinero, sino también por las obras; como cuando alguno protege a otro, cuando un médico cura, o cuando un sabio aconseja” 12.
Por eso, nuestra riqueza distribuida a los necesitados en esta tierra es un tesoro inagotable en el Cielo. Las virtudes practicadas ante Dios para darle culto y alabanza, las buenas obras, los consejos dados a otro, la enseñanza, la oración por los afligidos y necesitados, así como dar limosnas, constituyen un tesoro en el Cielo. En esta categoría se include yen: la invocación a los santos, la confianza en su intercesión, la frecuencia de los sacramentos, al igual que todo acto de piedad y cualquier obra santa.
Poner el corazón en los tesoros eternos
Por las costumbres de la época, la bolsa para monedas era de uso común a hombres y mujeres. Se trataba de piezas include género que, aunque reforzadas, podían llegar a gastarse con el tiempo o ser dañadas por la polilla, arriesgando su contenido. La situación era mucho peor cuando la habilidad de algún ladrón hacía desaparecer esas bolsas de su lugar habitual, para ya no volver más.
El hombre, por la fuerza de su propia naturaleza, no puede dejar de buscar la felicidad, ya sea en este mundo, ya sea en la eternidad, donde él coloque el objetivo de sus geneanhelos. Abandonado a las inclinaciones de su concupiscencia, se entregará a la voluptuosidad de la materia y en ella pondrá su corazón.
El ejemplo de María
María, dentro de nuestra naturaleza, elevó su alma virginal para engrandecer al Señor y convertirlo en su tesoro. De su fidelidad nació una nueva raza que san Luis Mª Grignion de Montfort denomina “la raza de la Virgen”, raza que constituye el talón de la Soberana Señora, llamada a aplastar la cabeza de la serpiente. Ella nos enseña a hacer de esta tierra una escuela preparatoria para el Cielo, pues aquí los tesoros perecen, son viles, a menudo nos degradan, afligen y empobrecen. La muerte los arranca de nuestras manos sin apelación.
María buscó exclusivamente los tesoros celestiales “Anunciación”, vitral de la Catedral de Notre-Dame, París
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Con los tesoros del Cielo sucede al revés: nos ennoblecen, consuelan y aseguran una feliz eternidad. La muerte misma nos entrega la posesión irreversible de estos bienes.
III – “Tened ceñidos vuestros cinturones y encendidas vuestras lámparas”
35 «Tened ceñidos vuestros cinturones y encendidas vuestras lámparas, 36 y sed como criados que esperan a que su señor vuelva de la boda, para que, en cuanto llegue y llame, al instante le abran. 37 Dichosos los siervos a quienes el señor al venir encuentre despiertos: yo os aseguro que se ceñirá la cintura, los hará ponerse a la mesa y los servirá de uno en uno. 38 Ya llegue a la segunda vigilia, ya a la tercera, dichosos ellos si los encuentra así.»
Sin una ilación muy precisa, san Lucas reproduce enseguida dos parábolas afines en cuanto a su sustancia. La primera de ellas está contenida en estos cuatro versículos. Ambas están precedidas por una incisiva recomendación del Divino Maestro: la necesidad de mantener ceñida la cintura y de conservar encendidas las lámparas.
Simbolismo del acto de ceñirse y de las lámparas encendidas
Las propias Escrituras Sagradas (cf. Ex 12,11; 17,13) describen cómo los hebreos –y los orientales en general– utilizaban un cíngulo atado a la cintura para recoger un poco sus largas túnicas, y de esta forma poder caminar con más desembarazo o facilitar también el servicio de la mesa.
Pero el conocimiento de estas costumbres induce más a perplejidad que a una perfecta comprensión del significado del simbolismo de las figuras empleadas por el Salvador en este pasaje: ¿Por qué los servidores deben colocarse en situación de viaje cuando solamente esperan el regreso del dueño de casa? Además, ¿cuál es la razón de disponerse a servir la mesa cuando el señor llegaría satisfecho por haber comido en la fiesta?
Tales dificultades quedan completamente superadas por la real explicación de las minucias de las costumbres orientales de aquellos tiempos. Como ya vimos anteriormente, ellos utilizaban túnicas bastante holgadas que llegaban a los pies. Para caminar y para el servicio era indispensable recoger las extremidades de la vestimenta, reteniéndola y acortando su extensión mediante un cíngulo bien ajustado a la cintura.
A su vez, los cinturones ceñidos hacían parte de la buena compostura y educación, sobre todo para recibir o servir a alguien de superior categoría. Dentro de la propia casa se podía estar a gusto en la intimidad familiar, sin usar turbante, sandalias ni tampoco el cinturón. Andar descalzo, descubierto y sobre todo con la ropa suelta era la nota típica de intimidad, despreocupación y hasta de cierto relajamiento. Pero justamente ésa es la nota inconveniente de ostentar frente al señor que llega de la fiesta.
En cuanto a la figura de las lámparas, se hace fácil su comprensión si nos reportamos a la parábola de las vírgenes prudentes y las vírgenes necias (cf. Mt 25, 1-13). “Cuando viene el amo de noche, suelen los criados ir delante de él con la antorcha encendida en la mano. Y así quiere Cristo que hagamos también nosotros. Las antorchas encendidas no significan otra cosa sino que hemos de tener todas las cosas arregladas para recibir a Cristo cuando viniere al juicio, de modo que no nos quede nada por arreglar en aquella sazón. ¿Qué puede parecer más sencillo que, mientras el amo llama a la puerta, encender la luz necesaria? Pues aun esto quiere el Señor que esté ya hecho antes de que venga. Pues, además de que no esperaría mientras el otro enciende la antorcha, resultaría esta espera indecorosa e impropia de la dignidad del amo” 13.
La llegada del Señor
En seguida (v. 36) empieza la primera parábola propiamente dicha. En sus detalles se percibe que sobrepasa la realidad. Se trata de una alegoría, pues para recibir al señor no haría falta que toda la servidumbre estuviera despierta. Tanto más cuando se sabe siempre la hora de partida a una fiesta pero no la de regreso, que además tampoco suele ser temprana.
Jesús entrega a Pedro las llaves para administrar fielmente la Iglesia “Cristo entrega las llaves a San Pedro”, G. Reni, Museo del Louvre, París
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En las relaciones humanas normales no sucedería nunca un hecho como el que describen los versículos más arriba. Ningún señor le exigiría a sus siervos –ni siquiera en aquellos tiempos– que esperaran despiertos su regreso de una fiesta. Cuando mucho el portero, y eso se comprende. Además, encontrándolos a todos despiertos, después de un saludo determinaría que se fueran a dormir, pero jamás los pondría a servir la mesa, sobre todo a horas tan avanzadas.
Ante esa pluralidad de hechos insólitos, se discierne claramente que tales excesos sólo pueden verificarse en el plano sobrenatural de la gracia de Dios: “El significado verdadero y completo es que si, cuando llegue Cristo, nos encuentra, vigilantes y preparados con obras buenas, en el cielo nos hará como señores, porque comeremos y beberemos como tales en la mesa de su reino” 14. (P. Juan de Maldonado, S. I., op. cit. – pág. 603).
La insistencia sobre una posible segunda o tercera venida del señor evidentemente busca reforzar la gran necesidad de estar vigilantes.
Necesidad de la vigilancia
«39 Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora iba a venir el ladrón, no dejaría que le horadasen su casa.»
Este versículo no ofrece ninguna dificultad de interpretación, porque todo ladrón busca una ocasión fácil para su acción y quiere pasar inadvertido. Ante esta prerrogativa el dueño de la casa, conociendo la hora en que sucedería el robo, estaría aguardando para impedirlo. Así también nosotros, imbuidos con la certeza de que el Juez Supremo ha de venir, pero desconociendo el momento, debemos estar vigilando ininterrumpidamente para que su llegada no nos tome por sorpresa.
«40 También vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre.»
Los servidores vigilantes nos proporcionan el conocimiento del premio inmerecido que nos espera si procedemos tal como ellos, amando al Señor sin límites, y si en razón de dicho amor guardamos su palabra y observamos sus mandamientos. Al regresar al Salvador, él nos servirá. Por otro lado, el maestro vigilante nos incita a ser cuidadosos para evi tar nuestro encuentro con el Señor en una circunstancia desfavorable, por falta de vigilancia. Son dos consejos armónicos y fundamentales.
El Señor vendrá. Es absolutamente segura su venida. Por eso: “Vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre”. Por tanto, podrá ser un día inesperado; a una edad en que no había nada que temer, cuando se multiplicaban grandes proyectos de, quizá, placeres, logros, negocios…
Nada mejor para obtener una incansable, robusta y continua vigilancia que recurrir a la Madre de Misericordia. Y si incluso así llegamos a fallar, ella nos obtendrá el perdón de nuestras miserias.
IV – La parábola del administrador fiel
Jesús será el Supremo Juez que pedirá cuentas a cada uno según su responsabilidad “Jesús bendiciendo” Pórtico de la Catedral de Barcelona
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En los versículos finales (41-48), respondiendo a una pregunta de Pedro que deseaba saber si la parábola era para ellos o para todos, el Divino Maestro elabora otra más para la generalidad: la del “administrador fiel y prudente”. Se hace patente el carácter universal de su enseñanza, y por ende, se aplica a cualquiera de nosotros. Basta considerar con atención la incertidumbre sobre la hora de nuestra muerte para caer en cuenta de la enorme importancia que tiene la virtud de la vigilancia.
Obligaciones de quien tiene autoridad sobre otros
Al hacer uso de la imagen del administrador, Cristo busca representar a los que tienen alguna autoridad o poder sobre otros. La aplicación recaía directamente sobre Pedro y los apóstoles, que recibirían de sus manos la institución de la Iglesia, y también abarcaría a padres, tutores, etc.
En estos versículos el prisma sigue siendo el de la vigilancia, pero ahora con otra nota característica: la de la prudente fidelidad. La primerísima obligación del administrador es la de no apropiarse de ninguno de los bienes confiados por su señor, y por esto mismo no perseguir su propio placer, su gloria ni su voluntad, sino el puro interés de su señor. En segundo lugar debe ser prudente, distinguiendo con buen criterio de jerarquía la forma de distribuir los trabajos en proporción a los talentos y fuerzas de cada uno. Además, deberá proveer las necesidades de todos, ofreciéndoles los medios, instrucciones, sustento, etc., para el desempeño de las funciones respectivas.
Procediendo con este amor a la perfección, la autoridad, al encontrarse con su señor, además de la bienaventuranza, recibirá la administración de todas sus posesiones.
El castigo del administrador infiel
En cuanto al administrador infiel, también con trazos irreales, el Divino Maestro busca delinear la principal causa de sus delitos: olvidar que tiene un señor y que éste volverá, o también, convencerse de que su amo no volverá tan temprano. De ahí los malos tratos, la injusticia, el abandono a la gula y a los desórdenes. Éste también será sorprendido por el señor y castigado con la separación eterna…
A continuación, trata de la proporcionalidad de los castigos, mostrando cómo, por justicia, “a quien mucho se le ha dado, mucho se le reclamará” (v. 48). Es aquí donde se concentra especialmente la respuesta ofrecida por el Maestro a San Pedro, cuya sustancia a casi todos los santos hace temer y temblar. ¡Cuántos entre ellos buscaron una vida penitencial al considerar estas palabras divinas!
Comenta el cardenal Gomá acerca de este pasaje: “Como no hay igualdad de premios en la otra vida, así tampoco la hay de castigos, dice San Basilio. Todos serán condenados a las llamas los que las hayan merecido, pero unos las sufrirán más intensas que otros; todos serán roídos por el gusano inextinguible; mas éste será más fuerte o más remiso. Por eso, dice Teofilacto, los sabios y doctores, que debieron obrar según su doctrina, y sacar de ella incremento para los demás, serán con más rigor atormentados. Debiera este pensamiento hacernos temblar, si Dios nos ha favorecido con dones de privilegio en el conocimiento de su voluntad, o nos ha concedido gracias extraordinarias, o nos ha conferido poderes para hacer conocer a los demás su voluntad” 15.
Que esta liturgia de hoy nos convenza a fondo de la gran necesidad de ser diligentes en la preparación de nuestro encuentro con el Señor, el que podrá darse en el momento menos esperado. Que usemos bien nuestro tiempo, palabras y actos. En síntesis, que seamos siempre santos.
1 S. Agustín: De moribus Ecclesiae, c. 24.
2 S. Tomás de Aquino: Suma Teológica II – II q. 47 a.9 3 S. Bernardo: Serm. 11 sobre el Salmo 90, § 1.
4 S. Bernardo, íbidem.
5 S. Teresita de Lisieux: Consejos y recuerdos N. 37
6 P. Alonso Rodríguez: Ejercicio de perfección y virtudes cristianas, p. 2ª tr. 4 c. 18.
7 Apud S. Tomás de Aquino in Catena Aurea – In Lc.
8 Op. cit. ibid.
9 S. Cirilo de Jerusalén, apud S. Tomás de Aquino, Catena Aurea.
10 P. Juan de Maldonado, s.j. Comentarios a los cuatro Evangelios, BAC, Madrid, 1951, V. II, pp. 597-598.
11 Idem ibidem, pp. 597-598.
12 S. Juan Crisóstomo: In Matthaeum ex homil. 26.
13 Maldonado, op. cit. pág. 600.
14 Idem ibidem, p. 603.
15 Isidro Gomá y Tomás: El Evangelio explicado, Ediciones Acervo, Barcelona, 1967, vol. II, pág. 194.