Comentario al Evangelio – XVII Domingo del Tiempo Ordinario – ¡El poder de la oración insistente!

Publicado el 07/22/2016

 

– EVANGELIO –

 

1 Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos”. 2 Él les dijo: “Cuando oréis decid: ‘Padre, santificado sea tu nombre, venga tu Reino, 3 danos cada día nuestro pan del mañana, 4 perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo, y no nos dejes caer en la tentación’”. 5 Y les dijo: “Si alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche para decirle: ‘Amigo, préstame tres panes, 6 pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle’. 7 Y, desde dentro, el otro le responde: ‘No me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos’. 8 Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite. 9 Pues así os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; 10 porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre. 11 ¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? 12 ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? 13 Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?” (Lc 11, 1-13).

 


 

Comentario al Evangelio – XVII Domingo del Tiempo Ordinario ¡El poder de la oración insistente!

 

En este domingo, con una belleza literaria insuperable, Jesús no solamente nos enseña a rezar bien, sino que nos indica los medios para que nuestra oración sea infalible, incentivándonos a una confianza sin límites en sus palabras divinas.

 


 

I — La oración de Jesús

 

Jesús, como hombre, ora al Padre

 

Las oraciones de Jesús al Padre son un gran misterio y un divino ejemplo. ¿Cómo explicar la actitud del Hombre-Dios, haciendo al Padre tantos pedidos, si Él mismo es omnipotente y, sobre todo, si Ellos son iguales entre sí? ¿No parece contradictorio que Dios pida ayuda a Dios para sí mismo? ¿No sería más propio que Él realizase directamente sus anhelos en vez de orar?

 

Estas y muchas otras dudas se disiparán si meditamos sobre lo que dice el Santo Patriarca Hesiquio de Jerusalén. Este autor afirma que, desde toda la eternidad, el Hijo deseaba poder dirigirse al Padre como inferior, pero le era imposible, pues, como nos explica la teología basándose en la Revelación, las Personas de la Santísima Trinidad son iguales entre sí. Por otro lado, el Padre también deseaba dar algo al Hijo, pero ¿cómo lo haría, si son idénticos?

 

María resolvió esa cuestión con su fiat, permitiendo que el Hijo se hiciera Hombre. Por medio de su naturaleza humana, Jesús elevaba su mente a Dios y manifestaba los deseos de su Sagrado Corazón, pidiendo que fuesen realizados. En otras palabras, Jesús nunca rezó como Dios —no tendría sentido, por cierto, que así procediese— sino que siempre lo hizo como Hombre, pues sabía que ciertas gracias sólo serían concedidas si Él las pidiese, por eso “Él se retiraba a los lugares solitarios, donde oraba” (Lc 5, 16).

 

Ejemplo insuperable de oración

 

Jesús nos dio un ejemplo insuperable al realizar su propio consejo: “Oportet semper orare et non deficere— Importa orar siempre sin desfallecer” (Lc 18, 1). Es necesario rezar tanto como respirar y, por lo tanto, en ningún momento perder el aliento o el ánimo. La oración unida a la de Jesús y hecha por su intercesión es infalible: “En verdad, en verdad os digo: lo que pidáis al Padre, os lo dará en mi nombre” (Jn 16, 23).

 

Si es así, ¿nuestra oración puede ser siempre incondicionada? No. Los bienes temporales deben pedirse sujetos a la voluntad de Dios y en la medida en que sean útiles para nuestra salvación. Nuestro Señor también nos dio el ejemplo a ese respecto al rogar: “Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz; sin embargo, no se haga como yo quiero, sino como quieras tú” (Mt 26, 39). En diversas ocasiones, Él había anunciado su propia muerte e incluso la forma de suplicio que sufriría y también tenía claro que su pedido no sería atendido. Sin embargo, con antelación quiso exteriorizar ese anhelo para dejarnos claro que es legítimo expresar nuestro dolor, manifestando el deseo de que termine, pero siempre en conformidad con la voluntad de Dios.

 

La oración infalible de Jesús sacerdote

 

¿Hay oraciones que deben ser incondicionales?

 

Sí. Las gracias claramente necesarias para nuestra salvación no pueden ser pedidas de manera condicional. Nuestro Señor también nos dio el ejemplo de esta forma de rezar. Sus oraciones proferidas de forma absoluta jamás dejaron de ser atendidas, según explica Santo Tomás de Aquino. Por ejemplo, al rezar por Pedro: “Pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos” (Lc 22, 32). Fue por los frutos de esa oración de Jesús que Pedro perseveró, se santificó y llegó hasta su hermosísimo martirio. Ciertamente, por esa misma causa, el Sucesor de Pedro confirma a todos los fieles en la fe.

 

Antes de resucitar a Lázaro, “Jesús levantó los ojos a lo alto y dijo: ‘Padre, te doy gracias por haberme escuchado. Ya sabía yo que tú siempre me escuchas…” (Jn 11, 41-42). Es una pequeña muestra del infalible poder de la oración de Jesús. Alegrémonos, pues sobre esto Santo Tomás de Aquino nos enseña lo siguiente: “Proviniendo de la caridad la oración por los demás, los Santos que están en el Cielo tanto más oran por los viadores a quienes pueden ayudar con sus oraciones, cuanto más perfecta es su caridad; y sus oraciones son tanto más eficaces cuanto mayor es su unión con Dios. […] Tal es también razón por la que se dice de Cristo (Heb 7, 25): El cual se acerca por sí mismo a Dios para rogar por nosotros”. Jesús es Sacerdote eternamente y, la principal función del ministerio sacerdotal es interceder ante Dios por el pueblo que le fue confiado; y así como en el Cielo los Santos, los Ángeles y la propia Virgen Santísima piden a Dios la aplicación de los méritos de la Pasión de Jesús en beneficio de las almas, también Cristo continúa rezando por nosotros. Jesús, en cuerpo y alma salva “perfectamente a los que por Él se llegan a Dios” (Hb 7, 25). ¡Qué gran esperanza y consuelo para nosotros!

 

Esta introducción nos ayudará a comprender mejor el Evangelio de hoy.

 

II — El padre nuestro

 

1 Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos”.

 

Como afirma San Cirilo, Jesús demuestra que la oración le es propia, y así nos enseña cómo realizarla con toda piedad y atención, sin pereza ninguna. Entre los discípulos de Jesús estaban algunos que habían seguido también a Juan. En esta narración de San Lucas se percibe el gran valor que ellos atribuían a las acciones del Maestro, reforzado por el comportamiento semejante del Precursor al respecto. Fundamental es el papel del ejemplo. De la admiración a uno y a otro nació en el alma de los discípulos el deseo de bien rezar. ¡Cuán grande es la responsabilidad de aquellos que enseñan! Más eficaz se convierte la palabra salida de los labios de quien es modelo vivo de su propia didáctica, pues no basta saber explicitar, sobre todo es preciso ser.

 

2 Él les dijo: “Cuando oréis decid: ‘Padre, santificado sea tu nombre, venga tu Reino…’”

 

San Mateo nos transmite una forma más extensa de esta Oración Dominical (cf. Mt 6, 9-13), creando para algunos autores un problema de criterio: ¿serían dos maneras diferentes de rezarla o sólo una? Para algunos, la original es la de Lucas y, en este caso, Mateo la habría ampliado. Para otros, es al contrario: Lucas había juzgado mejor sintetizarla. Cada uno puede analizarlo como quiera, es comprensible que, por su carácter pedagógico, muy probablemente Jesús la haya repetido varias veces, sobre todo porque quería dejarnos un modelo perfecto de oración.

 

Aunque no haya ningún inconveniente en que usemos largas oraciones, Jesús quiso concedernos una fórmula breve y universal que en el comienzo ya contiene una alabanza a Dios que ayuda a aproximarse a Él a quien reza y torna más solícita la atención a las peticiones que serán formuladas. Por la introducción de la Oración Dominical nos es fácil percibir de qué manera Dios también es sensible a una “diplomacia” religiosa. Desear la santificación del nombre de Dios, no es sino querer que todos los hombres lo conozcan, adoren y sirvan con perfección. Y aquí se trata de un nombre que está sobre todos los nombres: “Padre”.

 

Debemos observar la diferencia del significado de la palabra Padre en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. Hasta entonces, la referencia de la paternidad de Dios era un tanto metafórica; se lo consideraba como el Creador y se realzaba su providencia en favor del pueblo judío. A partir de la Encarnación, ese término se revistió de una realidad profundísima, ya sea por la naturaleza humana de Jesús, ya por la divina. Y también en lo que respecta a nosotros los bautizados, ya que, como afirma San Juan, somos hijos de Dios, “pues ¡lo somos!” (I Jn 3, 1). Por eso Nuestro Señor usaba la expresión “mi Padre” —en esta oración, solamente “Padre” en la versión de San Lucas, o “Padre nuestro”, según San Mateo— en relación a la verdadera paternidad de Dios y a la filiación divina de todos los bautizados. Y el mismo Jesús nos advirtió: “Ni llaméis a nadie padre vuestro en la Tierra, porque uno solo es vuestro Padre: el del Cielo” (Mt 23, 9).

 

Sin embargo, el Bautismo no sólo imprime en nuestras almas el carácter de cristianos y nos hace verdaderamente hijos de Dios por la gracia, sino que también nos introduce en el Reino de Dios, cuya plena participación, con cuerpo y alma gloriosos, se dará después del Juicio Final: “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo” (Mt 25, 34). De esta manera, lo que era metáfora en el Antiguo Testamento se hizo realidad con la Redención.

 

3 “‘…danos cada día nuestro pan del mañana…’”

 

Muchos autores del pasado, en especial los Padres de la Iglesia, consideraban esta petición relativa a la Eucaristía; sin embargo, hoy en día, sin negar esa interpretación, se admite que se dirige más especialmente a la obtención del alimento material.

 

4 “‘…perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo, y no nos dejes caer en la tentación’”.

 

San Juan Crisóstomo, comentando este versículo, nos coloca ante una realidad indiscutible: “Conociendo nosotros esto, debemos dar gracias a nuestros deudores; porque son para nosotros (si sabemos conocerlo así) la causa de nuestro mayor perdón. Además, dando poco alcanzamos mucho; porque nosotros tenemos muchas y grandes deudas con Dios y estaríamos perdidos si nos pidiese una pequeña parte de ellas”.

 

Sobre las tentaciones, expone Orígenes: “Dios no quiere imponer el bien, quiere seres libres […] En algo la tentación es buena. Todos, menos Dios, ignoran lo que nuestra alma ha recibido de Dios, incluso nosotros. Pero la tentación lo manifiesta para enseñarnos a conocernos, y así, descubrirnos nuestra miseria, y obligarnos a dar gracias por los bienes que la tentación nos ha manifestado”.

 

III — El amigo inoportuno

 

Retrocedamos dos mil años en la Historia, y analicemos de cerca una caravana que avanza por el desierto sobre asnos o camellos, en pleno día de un verano tórrido. Polvo, sed, calor y cansancio son los compañeros de cada paso, haciendo muy penoso el traslado. Esta era una de las razones por las cuales los orientales cuando viajaban muchas veces preferían las expediciones nocturnas, invirtiendo el período del sueño.

 

Por el contrario, el invierno ofrece condiciones más agradables para los viajes diurnos: el sol calienta suavemente, el desgaste físico es menor y la necesidad de agua no es tan frecuente. La parábola de hoy tiene lugar en una noche de verano.

 

En aquellos tiempos las costumbres eran mucho más sencillas que en nuestros días. Sin previo aviso, un amigo podía presentarse a la puerta a cualquier hora del día o de la noche. Si el visitante llegaba a la hora de dormir, bastaba extender una estera en un rincón de la sala para que el huésped se quedara muy contento. Si tenía hambre, sobre todo si no había cenado, eran suficientes algunos panes con aceite de oliva y especias para alegrarlo y satisfacer su apetito.

 

Las casas no eran grandes ni con muchas habitaciones. Por lo general, toda la familia dormía en la sala, cuya puerta daba acceso directamente a la calle. No imaginemos un conjunto de camas, sino de esteras o alfombras extendidas en el suelo, con colchas ligeras. Por lo tanto algunos golpes en la puerta, aunque fuesen suaves, fácilmente despertaban a quien dormía junto a ella.

 

Es en este marco que debemos asistir a la escena narrada por el Salvador.

 

5 Y les dijo: “Si alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche para decirle: ‘Amigo, préstame tres panes, 6 pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle’”.

 

Jesús siempre se apoya en hechos comunes y frecuentes de la vida cotidiana para hacer entender a sus oyentes las profundas verdades de la fe. Por lo tanto, el caso narrado en los versículos 5 a 8, probablemente ya había sucedido con varios de los presentes.

 

Debido a la organicidad del modo de ser de aquella civilización, las personas buscaban aprovechar la luz del día para sus quehaceres y dedicaban al descanso las horas que iban desde el ocaso hasta el nacer del sol. Alrededor de las nueve de la noche, el silencio penetraba en todos los hogares, llegando al auge en el período entre la medianoche y las tres de la madrugada. El “amigo” de esa parábola llega justamente a la hora más inoportuna: es muy tarde para acostarse y terriblemente temprano para levantarse. Sin embargo, el mayor inconveniente de este hecho era que no había sobrado pan en la despensa del anfitrión y a esas alturas ya no era posible matar a un animal y ponerlo a la brasa… La única solución era recurrir a las reservas del vecino.

 

Toda la aldea se encontraba sumergida en un profundo sueño, pero inmediatamente después de los primeros golpes, el dueño de la casa se despierta y, sin moverse de su estera, oye el pedido. Se trataba de ceder tres panes a quien estaba en la puerta. Sobre el porqué de ser tres, los autores admiten varias hipótesis, buscando atribuir sentidos simbólicos a este número. En realidad, según las costumbres de la época, tres panes eran, por su tamaño, la comida normal de un adulto.

 

7 “Y, desde dentro, el otro le responde: ‘No me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos’”.

 

La situación descrita causa aflicción. No se sabe de quién se debe tener más lástima, si del anfitrión o del padre de familia. Reportándonos a las costumbres de aquel entonces, no cabe duda de que este último estaba en una situación más difícil, pues todos los miembros de su familia se encontraban acostados en los respectivos lechos, y para llegar a la despensa, sin luz eléctrica, él tendría que despertar a cada uno, o tal vez pisar sobre éste o aquel… Por lo tanto, todos tendrían que levantarse. Ahora bien, con ese diálogo en alta voz, ya no debía haber nadie durmiendo. Sólo faltaba, un poco de buena voluntad a los vecinos ya despiertos. De parte de éstos, se trataba de un caso típico de una mezcla de pereza y egoísmo, característica, por cierto, de todas las épocas. Entretanto, resulta clarísimo por la parábola que, a pesar de su mala voluntad, el padre de familia acabó por levantarse, dispuesto a entregar todos los panes, debido a la inoportuna insistencia del vecino.

 

8 “Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite”.

 

Jesús quiere convencernos de la importancia de la perseverancia en la oración. Además, nos enseña que no debemos tener timidez o temor en nuestros pedidos a Dios. Evidentemente, en las relaciones humanas, deben ser observadas siempre las reglas de etiqueta y de buena educación. Sin embargo, al conversar con Dios no podemos tener el menor retraimiento. En este caso, las normas de educación son contraproducentes, pues Dios quiere que nos dirijamos a Él con osadía; Él desea ser importunado por nosotros y hará por nosotros muchísimo más de lo que hizo el padre de familia por su vecino.

 

De hecho, Dios jamás se cansa y no puede ser incomodado, no duerme y no hace esfuerzos para despertarse, está con las puertas siempre abiertas para atendernos, dispuesto a oírnos durante las veinticuatro horas del día. Nunca se irrita, por el contrario, se alegra con nuestra insistencia. Cuando nuestra persistencia llegue al máximo grado de inoportunidad, entonces habremos triunfado en nuestra oración.

 

9 “Pues así os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; 10porque quien pide recibe,

quien busca halla, y al que llama se le abre”.

 

Las metáforas contenidas en estos versículos confirman nuestra fe en el grande e infalible poder de la oración. Son el resumen de una ley sobrenatural, síntesis de la infinita misericordia del Sagrado Corazón de Jesús, e infunden en nuestras almas una seguridad impregnada de luz, de serenidad y de paz.

 

11 “¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? 12 ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? 13 Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?”

 

Si los padres en esta tierra de exilio, a pesar de ser imperfectos, jamás desean el mal para sus hijos y siempre procuran darles lo mejor, cuánto más lo hará Dios, el Bien en esencia, en el trato con aquellos a quienes creó.

 

IV — Conclusión

 

La Liturgia de hoy condensa en pocos versículos un verdadero tratado sobre la oración. Debemos rezar siempre. Si Dios nos atiende inmediatamente, debemos saber agradecerle con alegría y regocijarnos por su infinita benevolencia paternal. Si sucede lo contrario, no podemos desanimarnos jamás, pues el viajero obtuvo sin tardanza y sin dificultad el alimento y el hospedaje que necesitaba debido a la amistad de su anfitrión; y este consiguió, por su inoportuna insistencia, los panes indispensables para atender a su huésped.

 

Ciertamente uno y otro hubieran sido atendidos de una manera excelente, de haber recurrido a María, Madre de Misericordia, Mediadora de todas las gracias.

 


 

1) Cf. JOURDAIN, Zéphyr-Clément. Somme des grandeurs de Marie. Paris: Walzer, 1900, t.I, p.56-57.

2) Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. III, q.21, a.4.

3) Idem, II-II, q. 83, a. 11.

4) Cf. SAN CIRILO, apud SANTO TOMÁS DE AQUINO. Catena Aurea. In Lucam, c.XI, v.14.

5) SAN JUAN CRISÓSTOMO, apud SANTO TOMÁS DE AQUINO, Catena Aurea, op. cit.

6) ORÍGENES. De Oratione, XXIX, n.15.17: MG 11, 541.;

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