EVANGELIO
Iba Jesús con sus discípulos a las aldeas de Cesarea de Filipo, y en el camino les preguntó: "¿Quién dicen los hombres que soy yo?". Ellos le dijeron: "Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros, que uno de los profetas". Él les preguntó: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?" Respondiendo Pedro, le dijo: "Tú eres el Cristo". Y les encargó que a nadie dijeran esto de él. Comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía padecer mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar a los tres días. Hablaba de esto abiertamente. Pedro, tomándole aparte, se puso a reprenderle. Pero él, volviéndose y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro, diciéndole: "¡Apártate de mí, Satanás, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres". Entonces Jesús, llamando a la multitud, junto con sus discípulos, les dijo: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Pues quien quiera salvar su vida, la perderá, y quien pierda su vida por mí y el Evangelio, ése la salvará" (Mc 8, 27-35). marchó de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Le presentan un sordomudo, y le ruegan imponga la mano sobreél. Él, apartándole de la gente, a solas, le metió sus dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua. Y, levantando los ojos al cielo, dio un gemido, y le dijo: ¡Effatá!, que quiere decir: ¡Ábrete! Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente. Jesús les mandó que a nadie se lo contaran. Pero cuanto más se lo prohibía, tanto más ellos lo publicaban. Y se maravillaban sobremanera y decían “Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.”(Mc 7,31-37)
|
XXIV Domingo del Tiempo Ordinario – ¿Salvar o perder la vida?
Preparando a los Apóstoles para lo que había de venir, Jesús les revela al mismo tiempo su divinidad y su próxima Pasión. Las reacciones de Pedro le valen la alabanza y el reproche del Señor, y el episodio termina con Jesús invitándonos a seguirlo: "Toma su cruz".
I – La senda elegida por Dios para la Redención
El orgullo de nuestra naturaleza caída empuja al hombre no pocas veces a pensar que es como Dios o a querer igualarse con Él.
Tal vez por esta razón, pero sobre todo por las limitaciones de nuestro estado de precariedad, si tuviéramos que imaginar un Salvador, éste tendría que ser glorioso, cumpliendo una misión que avanzaría de victoria en victoria, cada una coronada por un esplendoroso triunfo final. Así lo pensaron los hijos de Zebedeo y su madre: "Él le dijo: «¿Qué quieres?» Ella respondió: «Manda que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y otro a tu izquierda, en tu Reino»" (Mt 20, 21) "Ellos le respondieron: «Concédenos que nos sentemos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda»" (Mc 10, 36-37).
Esta mentalidad acompañó al pueblo elegido, incluso a los Apóstoles, hasta la venida del Espíritu Santo, tal como lo cuenta san Lucas en los Hechos de los Apóstoles: "Los que estaban reunidos le preguntaron: «Señor, ¿es en este momento cuando vas a restablecer el Reino de Israel?»" (Hch 1, 6). Jesús ya había declarado que regresaría al Padre, que su reino no era de este mundo, etc. Sin embargo, nada les satisfizo; las ansias de dominación no los abandonaban ni un solo instante. Fueron esas ideas fijas las que oscurecieron la fe del pueblo elegido, dificultando su adhesión a los dogmas de la Encarnación, Pasión y Muerte del Cordero de Dios.
De hecho, el gran misterio de un Hombre-Dios padeciente y moribundo, clavado a una cruz entre dos ladrones, abandonado por su pueblo, despreciado por todos y muy especialmente por las altas autoridades, sólo es admisible gracias a una fe vigorosa. Aun así, fue ésta la senda elegida por Dios para la Redención.
La gloria no estuvo ausente en la Pasión del Señor. Muy por el contrario, es imposible imaginársela más grande o, incluso, capaz de aumentar un solo grado por mínimo que sea. Pero no se la puede ver a través de un prisma meramente temporal; esta gloria sólo es comprensible a través de los miradores de la eternidad. Por cierto, si bien es verdad que nacemos en los calendarios de este mundo, nuestro destino post mortem no tiene límites, y en orden a éste debemos pautar nuestra existencia.
Este es el trasfondo sobre el cual se desarrolla la Liturgia del 24º domingo de Tiempo Ordinario.
La síntesis del presente Evangelio se concentra en dos extremos armónicos. Por un lado, los Apóstoles reciben la revelación de la divinidad de Jesús y, por otro, de la Pasión del Señor. Como anexos a ese cuadro enormemente paradójico están la reacción de Pedro y la declaración final de Jesús sobre la condición para seguirlo: "Tome su cruz".
II – “Tú eres el Cristo”
Los hechos ocurren a camino de Cesarea de Filipo. La ciudad se había llamado antes Paneion, ya que durante un largo período sus habitantes rindieron culto al dios Pan en una gruta natural allá existente. Filipo, hijo de Herodes el Grande, empleó todos sus esfuerzos para reconstruirla, ampliándola y embelleciéndola, y para caer en gracia frente al emperador Tiberio César, cambió su nombre por Cesarea de Filipo.
San Agustín, haciendo una aproximación entre el relato de Marcos y el de Lucas (9, 18), opina que Jesús, después de rezar, retirado aparte, comenzó a interrogar a los Apóstoles. Este episodio muestra el empeño del Divino Maestro por preparar los fundamentos de su Iglesia. Ya había desarrollado ampliamente su acción entre el público, y a esa altura se hacía necesario dejar bien establecidos los elementos que dieran continuidad a su obra salvadora.
Para el mundo, Jesús era un gran héroe
27 Iba Jesús con sus discípulos a las aldeas de Cesarea de Filipo, y en el camino les preguntó: "¿Quién dicen los hombres que soy yo?" 28 Ellos le dijeron: "Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros, que uno de los profetas".
En este diálogo comprobaremos una vez más la gran incoherencia del espíritu humano. En aquella era histórica, los hombres llegaban a rendir culto divino con toda facilidad al emperador romano. Así, en aquella misma ciudad que había sido obsequiada al padre de Filipo, Herodes el Grande, se construyó de inmediato, junto al "santuario" dedicado al dios Pan, un fastuoso templo de mármol para dar culto al emperador. Alguien podría objetar que no nació ese plan –ni menos su realización– del seno del judaísmo; pero, ¿cuántos dioses fueron creados por el pueblo elegido en su pasado? El mismo efod fabricado y utilizado por Gedeón (cf. Jue 8, 24-27) pasó a convertirse en objeto de culto de latría y, por lo mismo, en causa de castigos. Es decir, los judíos caían con la mayor facilidad en el mimetismo idolátrico con los pueblos paganos. Como contrapartida, cuando se trató del Dios verdadero hecho Hombre, practicando una seguidilla de incontables milagros comprobatorios de su omnipotencia, no se levantó una opinión unánime de que había aparecido el Mesías esperado por los Patriarcas y Profetas, y previsto en las Escrituras. Si bien unos pocos lo reconocieron, la mayoría prefería admitir toda clase de quimeras y exageraciones, antes que adherir a un Mesías cuya imagen no se condecía con los dictámenes erróneos y antojadizos de cada cual.
Jesús les dirige la pregunta en el último año de su vida pública. La demostración de Quién era él, mediante hechos concretos, había llegado a ser suficientemente rotunda. Los mismos demonios lo habían proclamado el "Santo de Dios" (Mc 1, 24), el "Hijo de Dios" (Mc 3, 11) o el "Hijo de Dios Altísimo" (Lc 8, 28).
El Bautista se había declarado indigno de desatar la correa de sus sandalias debido a su inferioridad (Mc 1, 7), pero los labios del pueblo no pronunciaron el título de Mesías. Es el resultado de la triste inclinación del espíritu humano hacia el error cuando pierde la inocencia; fácilmente sigue el camino opuesto a las verdades propias a la salvación. Para la opinión pública no es fácil reconocer como auténticos y dignos de crédito los valores reales, sobre todo si contradicen tendencias razonadas opuestas a la moral.
A pesar de ello, las suposiciones enunciadas por los apóstoles indican que se daba a Jesús la categoría de los grandes héroes de la historia judía, llegando a considerarlo un precursor del Mesías.
La respuesta de Pedro
29 Él les preguntó: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?" Respondiendo Pedro, le dijo: "Tú eres el Cristo".
¿Por qué Jesús les hace esa pregunta?
Nunca por simple curiosidad, porque como Verbo Eterno él lo sabía todo ab initio. Dejar en evidencia ante los ojos de los apóstoles la ridiculez de los conceptos generales acerca suyo conllevaba una enorme ventaja, como subraya san Juan Crisóstomo 1, puesto que los obligaba a desprenderse del mundo y remontar el vuelo hacia las más altas esferas del pensamiento: hacia la visión sobrenatural. Máxime cuando a Jesús le quedaban pocos meses para formarlos antes de subir al Padre, y era de importancia fundamental dejarles muy clara noción sobre Quién los había transformado en pescadores de hombres. Por eso pregunta a los apóstoles: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?"
Pedro responderá en nombre propio y no de todos, como pretenden ciertos autores. Este detalle quedará patente a través de los demás Evangelios. Marcos omite algunos detalles importantes, como el elogio hecho por Jesús a la declaración de Pedro antes de establecerlo como piedra fundamental de su Iglesia (cf. Mt 16, 17-19).
Quien comenta con precisión este pasaje es el cardenal Goma: "Pedro previene las respuestas de los demás, quizás porque los vio vacilantes en su juicio sobre Jesús. Es la gracia de Dios la que ilumina su mente; y su natural impetuoso, ayudado de la misma gracia, le hace ser el primero en la confesión; ya otra vez había sido él solo quien había hablado altamente de Jesús (Jn 6, 69-70): 'Respondió Simón Pedro, y dijo…'
"La definición que de Jesús da Pedro es llena, precisa, enérgica: 'Tú eres el Cristo', el Mesías en persona, prometido a los judíos y ardientemente por ellos esperado. Mas: Tú eres el hijo de Dios, no en el sentido de una relación moral de santidad o por una filiación adoptiva, como así eran llamados los santos, sino el Hijo único de Dios según la naturaleza divina, la segunda persona de la Santísima Trinidad. Si el Apóstol no lo hubiese entendido así, no hubiese necesitado una especial revelación de Dios. Lo que imprecisamente han insinuado los Apóstoles en otras ocasiones (Mt 14, 33; Jn 1, 49), lo afirma Pedro en forma clara y rotunda. Y el Padre de Jesús es Dios vivo: vivo porque es vida esencial que esencialmente engendra de toda la eternidad un Hijo vivo; vivo por oposición a las divinidades muertas del paganismo" 2.
Jesús prohíbe divulgar que es el Mesías
30 Y les encargó que a nadie dijeron esto de él.
Después de la bellísima proclamación de fe realizada por Pedro, los tres primeros Evangelios registran una formal y categórica prohibición de Jesús a los Apóstoles para no contarle nada a nadie. Esta prohibición no era la primera. Con cierta frecuencia se la imponía también a ciertos enfermos o posesos curados por Él.
De una parte, no había llegado hasta entonces el momento de divulgar revelaciones que el público todavía no estaba suficientemente preparado para comprender. Los errores acerca de la figura del Mesías eran sustanciales y demasiado naturalistas. Por mucho menos el pueblo había querido proclamarlo rey (cf. Jn 6, 15) con todas las graves e inconvenientes consecuencias políticas de semejante acto. En tal caso, ¿no sería arrestado y muerto tal vez por los propios romanos? Además, bien podría suceder que los fariseos y el sanedrín aprovecharan la circunstancia para anticipar la ejecución de su plan deicida.
Los propios Apóstoles sólo estuvieron preparados para predicar con total eficacia sobre Cristo, Dios y Hombre verdadero, después que el Espíritu Santo bajó sobre ellos. Antes, sus equívocos sobre el mesianismo eran iguales a los del pueblo y, por eso mismo, muy probablemente, su apostolado presentaría la figura de Jesús en forma defectuosa. Así pues, como el misterio de la Encarnación es, por su misma sustancia, tan insuperablemente alto, sólo el propio Verbo de Dios podría predicarlo con la debidadignidad. Según decretos eternos, la divinidad de Jesús debía llevar como sello la Preciosa Sangre del Hijo de Dios.
De otra parte, si aquella revelación hubiera sido pública, la fe del pueblo, presumiblemente débil, no resistiría la fortísima prueba de la Pasión, tal como les sucedió a los Apóstoles. Predicar la divinidad de un Hombre que dentro de poco sería crucificado entre dos ladrones no parecía tarea fácil.
III – Jesús prepara los Apóstoles para la Pasión
31 Comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía padecer mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar a los tres días.
En rigor, no era la primera vez que Jesús trataba sobre su futura Pasión. Ya se había referido a ella de manera implícita anteriormente (por ejemplo Mt 9, 15 y 12, 40; Jn 2, 19-21 y 3, 14), pero no con tanta claridad como ahora. Sobre todo, porque todos estaban bajo la fuerte impresión de una figura de Mesías triunfal y político, era indispensable una franqueza total. El momento no podía ser más propicio, ya que el corazón de cada uno de ellos estaba impregnado con la consideración de la divinidad del Mesías. Sin embargo, esta revelación debe haber sido sorprendente, y eso mismo representaba una excelente ocasión para introducirlos al panorama de su muerte. La divinidad de Nuestro Señor permanecería como un fuerte recuerdo en el fondo de sus almas, pese a estar en la apariencia, más que invisible, destruida. Precisamente el hecho de haberla previsto con lujo de detalles, como consta en el presente versículo, servía de auxilio a la virtud de la fe y ahuyentaba cualquier asomo de escándalo. Se comprende que san Pablo enseñe que sin la Resurrección, vana sería nuestra fe (1 Cor 15, 14).
Los primeros en meditar la Pasión
Los Apóstoles fueron también muy privilegiados a este respecto. Solamente ellos y la Santísima Virgen pudieron meditar sobre las ignominias y tormentos que atravesaría el Salvador antes aun de que se verificaran. Fueron los primeros invitados a sacar provecho de las grandezas de la misericordia divina, de un Dios que se encarna y muere por amor a cada uno de nosotros. ¡Cuánto consuelo, gracias y fuerzas ponía a su alcance a partir de esta revelación!
Alianza entre justicia y misericordia
Jesús afirma la necesidad de su muerte, que sería injustamente impuesta por el sanedrín. El Padre, por designios inimaginables, había determinado desde la eternidad la alianza entre la justicia más severa y la misericordia más afectuosa. Para salvarnos, no vaciló en darnos a su propio Hijo y, no obstante, al considerar los derechos de su justicia, le exigió a ese Hijo bienamado la peor de las muertes.
Nuestro Señor sufre como Hijo del Hombre, y por ser Hijo de Dios, nos salva con la ofrenda de sus tormentos. Su humanidad está hipostáticamente unida a la naturaleza divina, y por eso su Pasión posee un mérito infinito. Jesús, a partir de las dos naturalezas unidas en una persona divina, repara la desobediencia de nuestros primeros padres, así como los pecados de toda la humanidad. Es la cabeza y el primogénito de los hombres, y por la fuerza de su Preciosa Sangre, acaba por constituir una nueva generación de rescatados y regenerados. Ese es el más sutil trasfondo de la propuesta que Jesús hace a los Apóstoles al revelarles su muerte, como más tarde dirá san Pablo: "El primer hombre, salido de la tierra, es terreno; el segundo hombre viene del Cielo" (1 Cor 15, 47). Les resultaba indispensable renunciar al viejo Adán, originado del barro, para entregarse al Nuevo Adán, bajado del Cielo.
El amor no se contenta con poco. Ahora bien, el amor de Jesús es infinito, y por ello quiere la plenitud de su entrega a los dolores, al rechazo de las más altas autoridades eclesiásticas, a la muerte y a la sepultura. ¿Qué mayores pruebas podrían darse de amor a Dios y a la humanidad caída?
Por fin, he aquí una revelación que anula cualquier posibilidad de escándalo procedente de la crucifixión: "Y resucitar a los tres días". Es la prenda de nuestra misma resurrección. La muerte, límite máximo del poder del mundo, es su término implacable; pero el poder de Jesús es eterno, y luego de sufrir y morir por Él, resucitaremos para reinar eternamente con Él.
Pedro reprende a Jesús…
32 Hablaba de esto abiertamente. Pedro, tomándole aparte, se puso a reprenderle.
Hay todo un abanico de interpretaciones para este episodio, desde las de autores calvinistas de mal espíritu, como refiere Maldonado, hasta las de santos y doctores. Para entenderlo bien debemos tomar en cuenta la falta de conocimiento de los Apóstoles sobre la Pasión de Jesús. De hecho, inmediatamente después de proclamar la filiación divina de Jesús, no era nada fácil para Pedro tener que admitir la necesidad de su condena y muerte, por mucho que se hablara de resurrección. Aunque en esta escena no haya hablado Pedro realmente, sino Simón el hijo de Jonás, no puede negarse que lo haya hecho con una enorme manifestación de cariño. Los buenos autores resaltan el carácter afectuoso del gesto de Pedro. San Jerónimo, por ejemplo, apunta a esa circunstancia, mostrando que Pedro pudo equivocarse "en el sentido" pero no en el afecto 3. Siguiendo la misma línea, Beda explica: "Dijo esto movido por su afecto y buen deseo, como si quisiera decir: Eso no puede ser, y mis oídos se resisten a oír que el Hijo de Dios ha de ser muerto" 4.
Jesús amonesta a Pedro
33 Pero él, volviéndose y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro, diciéndole: "¡Apártate de mí, Satanás, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres".
El propio dramatismo empleado por el Divino Maestro en esta reprimenda resulta didáctico, porque así conformó mejor la mentalidad de los Apóstoles a un mesianismo redentor a través del dolor. Es la opinión de san Juan Crisóstomo: "¿Cómo es, pues, que gozando de una revelación de Dios, cayó tan pronto san Pedro y perdió su estabilidad? Pero diremos que no es de admirar ignorase esto, no habiendo recibido revelación sobre la pasión. Sabía por revelación que Cristo era Hijo de Dios vivo; pero aún no le había sido revelado el misterio de la Cruz y de la resurrección. Para manifestar, pues, que convenía que Él llegase a la pasión, increpó a Pedro" 5.
¿Y por qué Jesús llama a Pedro "Satanás"? Responde Fray Manuel de Tuya, O.P.: "Naturalmente, no es que Pedro lo sea ni que Satanás le influya (Jn 13, 2), sino que su proposición era digna de la misión de Satanás: que era deshacer su auténtica obra mesiánica, y que ya lo había intentado en las «tentaciones» del desierto. Por eso, la proposición de Pedro a Jesús, que surge recia de afecto, es para él «escándalo» (Mt): tropiezo, obstáculo, pues, de seguirla, se boicoteaba la obra mesiánica del Padre: el mesianismo espiritual de muerte de cruz. Pedro, con ello, no miraba «a las cosas de Dios, sino a las de los hombres» (Mt-Mc)" 6.
IV – Las condiciones para seguir a Cristo
34 Entonces Jesús, llamando a la multitud, junto con sus discípulos, les dijo: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. 35 Pues quien quiera salvar su vida, la perderá, y quien pierda su vida por mí y el Evangelio, ése la salvará".
Una afirmación tan categórica como ésta exige de nuestra parte un especial análisis y degustación, ya que además la repite el resto de los Evangelios (cf. Mt 10, 38-39; Lc 17, 33; Jn 12, 25). Aquí están las condiciones para que seamos verdaderos discípulos de Cristo.
1. "Si alguno quiere…" – Depende de nuestra libre voluntad. Esperar una gracia que realice en nosotros la plenitud de nuestra salvación sin la menor cooperación de nuestra voluntad es confundir Redención con Creación, o vida eterna con vida natural. Esta invitación debe recibir evidentemente nuestra respuesta afirmativa, y es indispensable que sea fervorosa, pertinaz y continua. Dicho de otra forma, no podemos olvidar ni un solo segundo esta determinación.
2. "… niéguese a sí mismo…" – El origen de todos los pecados se halla en el amor desordenado a nosotros mismos, en detrimento de la verdadera caridad. Y el mejor remedio para esta terrible enfermedad es la renuncia a nosotros mismos para encontrarnos en Dios. Su primer grado consiste en el horror al pecado mortal, prefiriendo morir a consentir en esa aversión a Dios. El segundo dice respecto al pecado venial consciente y deliberado. El tercero incide sobre las imperfecciones y el amor propio, tan ladino que se inmiscuye hasta en la práctica de las virtudes. Cuando se progresa en este último grado se aumenta nuestra libertad interior, así como el gozo de la paz y de consolaciones. Quien vive en oposición a estos tres grados no entendió la grandeza de tal invitación o la rechazó conscientemente.
3. "… tome su cruz…" – ¡Hay cruces y cruces! Las extraordinarias se presentan frente a nosotros en épocas de persecución religiosa. Son los suplicios y la propia muerte. Debemos enfrentarlos tal como lo hicieron Jesús y todos los mártires, sin renegar jamás de nuestra fe.
Habrá otras que son comunes a todos los tiempos. Una buena parte no son buscadas sino indeseadas, como por ejemplo las enfermedades, las debilidades de la ancianidad, los rigores del clima, etc. Hay otras que son oriundas del azar: los fracasos financieros, las desgracias, los contratiempos, la pobreza, la incomprensión y el odio gratuito por parte de los demás, persecuciones, injusticias. A veces, serán los efectos de nuestro propio carácter, temperamento, inclinaciones, etc.
¡Qué numerosas son las cruces que surgen a lo largo de nuestra vida!… No podemos evitarlas; al contrario, tenemos la obligación de cargarlas. Y la experiencia muestra que se vuelven más pesadas a nuestros hombros cuando las llevamos entre lloriqueos y lamentos, o peor aún si nos rebelamos contra ellas. Además, en estos casos disminuimos o hasta perdemos los correspondientes méritos.
Por fin, también están las cruces libremente elegidas. Seguir el camino del matrimonio, de una comunidad religiosa o hasta del mundo significa comprender y querer todos los sufrimientos aparejados a cada situación. El cumplimiento cabal de cada exigencia en el respectivo estado de vida, el sometimiento de las pasiones, el freno de los caprichos, la privación de tales o cuales comodidades, etc., constituyen un campo florido de cruces, inherentes al camino elegido por deliberación propia. Eso sin contar la aridez, el tedio o el malestar que de cuando en cuando nos asaltan a lo largo del camino que recorremos, y sin vuelta atrás. Pero si nuestra decisión es consciente, y sobre todo si se origina en un soplo del Espíritu Santo, jamás debemos arrepentirnos. Todo lo contrario: llenémonos de ánimo y hasta de entusiasmo, dando pasos firmes rumbo a la meta final de nuestra salvación.
4. "… y sígame" – Si empleáramos nuestro mejor esfuerzo y practicáramos los sacrificios más grandes para cargar nuestra cruz, pero en un camino distinto al que trazó Jesús, no bastaría. Es preciso abrazar la propia cruz "por Él y en Él". En la contemplación de los dolores de la Pasión de Cristo encontraremos las energías para cargar nuestra propia cruz.
En cuanto a perder o salvar la vida, comenta el Rvdo. P. Andrés Fernández Truyols, S.J.: "Lo que el Maestro quiere grabar en el corazón de sus oyentes es que se ha de estar dispuesto a pasar por todo, aun la misma muerte, con tal de salvar el alma; que de nada aprovecha al hombre ganar todo el mundo si al fin y al cabo viene a perder su alma, es decir, no logra su eterna salvación" 7.
1 Cf. Hom. 54 in Mt. in Obras Completas, BAC, Madrid, 1956, v. II p. 137.
2 Cardenal Isidro Goma y Tomás, El Evangelio Explicado, Ed. Acervo, Barcelona, 1967, v. II pp. 36-37.
3 Cf. ML, 26, 103.
4 Apud santo Tomás de Aquino, Catena Aurea in Mc.
5 Hom. 55 in Mt 3, 22-23 (apud Aquino, Catena Aurea in Mc.).
6 Fray Manuel de Tuya, O.P., Biblia Comentada, BAC, Madrid, 1964, vol. II p. 385.
7 Rvdo. P. Andrés Fernández Truyols, S.J., Vida de Nuestro Señor Jesucristo, BAC, Madrid, 1954, vol. III p. 369.