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– EVANGELIO –
En aquel tiempo, 15 se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. 16 Le enviaron algunos discípulos suyos, con unos herodianos, y le dijeron: “Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad, sin que te importe nadie, porque no te fijas en apariencias. 17 Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o no?”. 18 Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: “Hipócritas, ¿por qué me tentáis? 19 Enseñadme la moneda del impuesto”. Le presentaron un denario. 20 Él les preguntó: “¿De quién son esta imagen y esta inscripción?”. 21 Le respondieron: “Del César”. Entonces les replicó: “Pues dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22, 15-21).
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Comentario al Evangelio – XXIX Domingo del Tiempo Ordinario – Dar al César, ¡pero sobre todo a Dios!
Al silenciar a los que fundamentaban su visión del mundo sobre una falsa verdad, el divino Maestro nos enseña el perfecto equilibrio entre nuestro fin último y la legítima solicitud por lo que es contingente.
I – El choque entre la verdad absotuta y las falsas verdades
En lo más hondo del alma humana existe una arraigada aspiración puesta por Dios, a modo de instinto, que la orienta constantemente en la búsqueda de la verdad.
No obstante, tras la falta cometida por nuestros primeros padres, dicha búsqueda no está exenta de dificultades, pues el pecado original privó a nuestra frágil naturaleza del don de integridad que el Creador le había concedido para dotarla de perfecto equilibrio. Por esta razón, una vez establecida en nosotros la lucha entre una ley superior y una inferior, en general vence la segunda.
Esto ocurre, principalmente, en relación con el orgullo, terrible pecado capital que se halla en la raíz de todas las ofensas a Dios y tiene como una de sus peores consecuencias la negación de la verdad. Cuando una persona no adhiere plenamente a lo que el Señor le pide en su Ley y prefiere seguir el desarreglo de sus propias pasiones, siente la necesidad de crear una “verdad” que justifique sus malas acciones. Y le será más fácil aceptar los fallos de las seudoverdades elaboradas de esta manera que admitir la verdad como tal. ¿Por qué?
Cuando la verdad es expuesta en su totalidad y de forma convincente, el individuo se ve obligado a hacer una elección, la cual muchas veces le exige que abandone sus desviaciones. Molesto, se llena de odio y procura un medio de sofocar el bien que le ha sido dado contemplar.
Esta realidad se verificó en la Historia, de forma arquetípica, absoluta e imponente, con nuestro Señor Jesucristo, la Verdad encarnada. No siempre se presentó en su esplendor, sino oculto bajo la carne humana mortal, porque si hubiera aparecido tal como es, en la gloria de la divinidad, cesaría el estado de prueba de sus circunstantes, que ante la evidencia ya no tendrían posibilidad de elegir. Sin embargo, incluso en la debilidad de nuestra naturaleza, manifestó en varias ocasiones que Él era “la Verdad” (Jn 14, 6), al igual que cuando les dijo: “Ego sum — Yo soy”, a los soldados que trataban de prenderlo. Éstos retrocedieron y cayeron a tierra” (Jn 18, 6), pues no podían negar el poder y la grandeza de Aquel a quien buscaban como malhechor.
En sentido opuesto, los fariseos habían constituido, bajo la capa de religiosidad, una doctrina sobre la verdad completamente adaptada a sus conveniencias. El inevitable choque entre la Verdad absoluta y la seudoverdad fue en aumento, hasta suscitar en esos malos israelitas el deseo irrefrenable de destruir al Salvador.
II – La táctica de los hipócritas
El Evangelio del vigesimonoveno domingo del Tiempo Ordinario narra un episodio muy significativo con respecto a ese embate. El Señor se encontraba en su última estancia en Jerusalén, en vísperas de su dolorosa Pasión, y acababa de pronunciar tres parábolas que dejaban en mal lugar a los maestros de la ley y a los fariseos.
La primera de ellas describía la actitud de dos hermanos que fueron llamados por su padre a trabajar en la viña de la familia (cf. Mt 21, 28- 32). El que había sido convocado antes se negó, pero después se arrepintió y fue al campo. El segundo joven, aunque había asentido, terminó no yendo. El divino Maestro compara la conducta del primero a la postura adoptada por los pecadores ante la invitación a la conversión que el Precursor les lanzó, en contraposición al comportamiento de los fariseos que, afirmados en una observancia meramente externa de la Ley mosaica, rechazaban, empero, cualquier movimiento de arrepentimiento de sus múltiples faltas.
La segunda parábola trataba sobre los labradores homicidas (cf. Mt 21, 33-45). Habiendo sido contratados para trabajar y cuidar una viña, matan a los criados del amo e incluso al hijo de éste. El evangelista subraya que los sumos sacerdotes y los fariseos entendieron muy bien que esa imagen se refería a su dureza de corazón y la de sus antepasados a lo largo de la historia de la salvación, frente a las advertencias divinas pronunciadas por la boca de los profetas. Lo que les llevaría a asesinar al Hijo de Dios hecho hombre.
Finalmente, la tercera metáfora presentaba el banquete de bodas del hijo de un rey (cf. Mt 22, 2-14), al que los convidados de más nivel, pero maleducados, no comparecieron; entonces los criados reales fueron enviados a los caminos en busca de “todos los que encontraran”, para que participaran en la fiesta. Con esta figura, el Señor hacía referencia nuevamente al cambio de horizontes que traía la Redención y el rechazo de aquellos falsos pastores a su venida.
Un plan para sorprender a Jesús
En aquel tiempo, 15 se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. 16a Le enviaron algunos discípulos suyos,…
Los fariseos comprendieron perfectamente la censura que les era dirigida y se enfurecieron. Conversando entre sí, tramaron un plan… Estaban bien delineadas qué medidas tomarían contra Jesús.
Uno de los aspectos de la estratagema consistía en enviar a sus discípulos, previamente instruidos, para que le hicieran determinadas preguntas al Señor. De hecho, sería humillante para ellos mandar a un rabino ya formado, porque eso significaría una declaración de ignorancia, al reconocer los suyos que no habían aprendido las lecciones sobre la materia en cuestión o que éstas no habían sido estudiadas en la escuela que frecuentaban. Además, quedaría patente que iban con malas intenciones, puesto que una persona instruida jamás plantearía un problema doctrinal de ese género a alguien considerado inferior. Al enviar a unos discípulos, es decir, estudiantes aún no acreditados para la enseñanza por carecer de formación completa, creían que evitarían tales inconvenientes.
Coligación contra el bien de dos corrientes erróneas y opuestas
16b …con unos herodianos,..
La peculiaridad de dicho plan era que los fariseos se hicieron acompañar por algunos del partido de Herodes, sus enemigos viscerales. De este modo querían darle al Señor la idea de que discutían sobre algún cuestión y que no sabían muy bien cómo resolverlo.
Fariseos y herodianos conspiran contra Jesús, por James Tissot – Museo de Brooklyn, Nueva York
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En efecto, las tesis de los herodianos causaban gran indignación entre los fariseos, y ambas facciones se guardaban un odio mortal. Éstos habían constituido una doctrina sobre la verdad según la cual lo más importante que había en la sociedad era la organización espiritual. Por eso les tenían declarada la guerra a aquellos, pues defendían la sujeción de la religión y de sus jefes al poder civil, al ser el hombre el que debiera gobernar al hombre.
Por consiguiente, en aquellos tiempos ya había una fuerte disputa entre ambas esferas. Por un lado, el poder eclesiástico representado por fariseos, legistas, sacerdotes y sus príncipes, así como por los saduceos, aunque desde una perspectiva más mundanizada. Por otro, el poder político, encarnado en los herodianos.
Entonces, si existía una oposición tan radical entre las dos sectas, ¿cómo se unían ahora con un mismo objetivo, es decir, dejar al Señor en un callejón sin salida? Por increíble que pueda parecer, los fariseos querían trasladar la polémica del terreno religioso al político. Tras salir estrepitosamente derrotados de todas las controversias con el divino Maestro, se dieron cuenta de que su situación era la peor posible, pues se había hecho manifiesto a los ojos del pueblo que habían adherido a una mentalidad errada y rechazado el verdadero camino de la salvación, representado por Jesucristo. Creían que Él al escapar del conflicto espiritual, poco experimentado en el ámbito político, no sabría cómo proceder en un debate de esa índole.
Cuando esto ocurriera, allí estaban los herodianos para servir de testigos y denunciar ante la autoridad civil cualquier lapsus al respecto. A continuación sería convocado a juicio que, teniendo en cuenta las arbitrariedades de esa época, bien podría concluir en una ejecución capital.
En esta escena vemos la realización de un principio infalible: siempre que se trata de destruir al Bien, todos los malos, por muy contrarios que sean entre sí, dejan a un lado sus supuestas diferencias y se unen.
La falsedad del mal
16c …y le dijeron: “Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad, sin que te importe nadie, porque no te fijas en apariencias”.
Llamar al Señor de “Maestro” y decir que juzgaba por encima de cualquier apariencia, comportaba en reconocerlo externamente como Aquel que enseña, con lo que declaraban que estaban allí para aprender… Querían, pues, mostrar que eran sumisos y recurrían a Jesús al haber visto cómo transmitía la doctrina verdadera y no huía de ninguna indagación, incluso embarazosa.
De hecho, el Señor es la Verdad y, por tanto, la Integridad en relación con lo que afirma. Ahora bien, viniendo de fariseos hipócritas, todo aquello no dejaba de ser más que una falsedad. Esa actitud había sido recomendada por los rabinos y consistía en una mera captatio benevolentiæ, es decir, tan sólo anhelaban conquistar la buena voluntad del Maestro para que después, completamente lisonjeado y ablandado, se dispusiera con más facilidad a responder a cualquier cuestión.
Una pregunta capciosa
17 “Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o no?”.
Si había algo que dejaba a los fariseos indignados con la dominación del Imperio romano era, precisamente, el pago de impuestos. Desde finales de la época de los Macabeos, varias décadas antes, los judíos eran sufragáneos de los romanos, los cuales les daban protección militar y respetaban sus costumbres y autoridades religiosas, pero a cambio les cobraban un tributo, que venía a sumarse al tradicional impuesto religioso pagado al Templo.
Los fariseos aprovechaban esta situación, como tantas veces ocurrió a lo largo de la Historia, para indisponer al pueblo contra el gobierno extranjero. Las discusiones eran interminables, y concluían con diversos argumentos, de lo más categóricos, a propósito de la ilicitud de pagar tasas al Imperio, ya que el César era un emperador pagano, sin vínculo alguno con el Dios verdadero. En consecuencia, pagar el impuesto era casi como ofrecer una víctima en alabanza a un ídolo. Sin embargo, esto no se comentaba públicamente, porque constituiría un acto de rebelión contra el poder civil establecido. Por su parte, los herodianos, bien relacionados con el dominador romano, sustentaban la tesis opuesta.
Al ser interrogado de esa forma, el Señor se veía obligado a opinar sobre el asunto delante de todos. Si declaraba que no había que pagar el impuesto, caería en la actitud pública que los fariseos evitaban; enseguida saldrían de allí los herodianos y lo denunciarían ante las autoridades políticas como reo de sublevación, un crimen de lesa majestad que lo conduciría a la muerte. ¿Quién sabe si ya no habían dado orden, en el caso de que respondiera como esperaban, para que lo arrestaran inmediatamente?
Si, por el contrario, afirmaba que el impuesto debía pagarse sólo al César, las autoridades judaicas, en manos de los fariseos, lo acusarían de enemigo de la Ley y lo calumniarían ante el pueblo como blasfemo y traidor de la nación.
Anverso y reverso de un áureo de Tiberio (moneda romana de la época de Jesucristo)
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El Señor se hallaba, aparentemente, en una difícil situación. Opinara una cosa u otra su obra sería destruida, pues, fuera por una razón política o religiosa, moriría antes de completar su vida pública.
Maldad de parte de sus adversarios, que ya no soportaban más el esplendor de la Verdad, Dios hecho hombre, y una lección para nosotros: a partir del momento en que, como católicos, empezamos a manifestar la fuerza y el fulgor de nuestro Señor Jesucristo, los “fariseos” se unen a “Herodes” para perseguirnos… Se hace necesario, pues, imitar el espíritu sagaz del que el Verbo encarnado nos da ejemplo en esta ocasión.
El Señor los conocía desde toda la eternidad
18 Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: “Hipócritas, ¿por qué me tentáis?”.
Con respecto al conocimiento experimental, puramente humano, San Mateo declara que el Señor percibió en aquella circunstancia “su mala voluntad”. Es verdad, pero Él ya la conocía desde toda la eternidad y también desde el instante en que, creada su alma e infundida en el cuerpo, se encontró en la visión beatífica.
Aquellos fariseos no se encontraban frente a un hombre corriente, sino ante alguien con personalidad divina. Por ser la segunda Persona de la Santísima Trinidad, conocía el desarrollo de la Historia desde siempre. Además, en cuanto hombre poseía la ciencia infusa, conocimiento de todas las cosas revelado por Dios. Nada había oculto para Él, y por eso exclamó: “¡Hipócritas!”. Aunque exteriormente hicieran elogiosas afirmaciones, en su interior pretendían tenderle una trampa, con el objetivo de matarlo.
Humillados por sus propias palabras
19 “Enseñadme la moneda del impuesto”. Le presentaron un denario. 20 Él les preguntó: “¿De quién son esta imagen y esta inscripción?”. 21a Le respondieron: “Del César”.
El impuesto del Imperio debía ser pagado con dinero romano, lo que obligaba a los judíos a cambiar la moneda local por la extranjera. Con los israelitas que venían de fuera para adorar a Dios en Jerusalén ocurría lo contrario: tenían que hacer el cambio por el numerario del Templo, ya que el impuesto religioso no podía ser satisfecho con dinero pagano.
Ahora bien, al pedirles que le enseñaran la moneda del impuesto, el Señor provocó una inmensa inseguridad en sus interlocutores, porque no sabían cuál de ellas presentarle. De hecho, Él no había especificado a qué impuesto se refería: si al tributo defendido por los herodianos o al único que consentían en pagar los fariseos. Al final, el que los comandaba por detrás ciertamente les sopló que le entregaran la moneda romana. Jesús la levantó, con la misma actitud que adoptaría si le hubieran dado dinero judío, y entonces les pidió que dijeran de quién eran “esta imagen y esta inscripción”, acuñada en ella. Figuraba grabada la efigie del emperador reinante ceñido con laureles, probablemente Tiberio u otro anterior. En la primera hipótesis, la leyenda de la moneda sería: “Tiberio César, hijo del divino Augusto”. Al hecho de la dominación extranjera se unía la divinización del emperador… ¡era la herejía de las herejías!
Ante la evidencia, los aprendices del rabino respondieron sin dudarlo: “Del César”. Inteligentes, sacaron todas las consecuencias de sus palabras y, humillados, percibieron que el tiro les había salido por la culata…
Dios quiere la existencia de la autoridad civil
21b Entonces les replicó: “Pues dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.
A la vista de esta magnífica conclusión, aquellos novatos permanecieron callados… Una situación tan complicada, según los criterios de los que tentaban al Señor, fue desmontada con extraordinaria maestría por Aquel que es la Sabiduría eterna y encarnada. La simple circulación de esa moneda entre el pueblo implicaba reconocer la supremacía del poder romano sobre la nación israelita, y eso, en sí mismo, siempre que no se mandara pecar, no perjudicaba en nada a la verdadera religión, al ser un poder legítimamente constituido.
Con esa afirmación, Jesús enseñaba que la autoridad civil también es querida por Dios. Son necesarios el gobierno efectivo, el poder legislativo y el brazo coercitivo de la justicia. Es lo que le dirá pocos días después a Pilato, cuando éste invoca su mando: “No tendrías ninguna autoridad sobre mí si no te la hubieran dado de lo alto” (Jn 19, 11). Y el mismo principio figura en las epístolas de San Pablo, especialmente en la Carta a los Romanos: “Que todos se sometan a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no provenga de Dios y las que hay han sido constituidas por Dios. De modo que quien se opone a la autoridad resiste a la disposición de Dios; y los que le resisten atraen la condena sobre sí” (Rom 13, 1-2). El poder civil, por tanto, debe ser respetado, porque es imagen de Dios, y obedecido en aquello que no implique pecado, pues en ese caso actuaría contra sí mismo y extrapolaría sus atribuciones.
La armonía cristiana de las dos esferas
Aquí también está comprendida otra doctrina muy importante: si la esfera religiosa existe para llevar a los hombres a alcanzar su finalidad última, que es Dios, la sociedad temporal se propone cuidar de los asuntos relativos al bienestar humano y al buen desarrollo de los intereses públicos, con vistas a que todos, en su conjunto e individualmente, puedan lograr con facilidad su fin, valiéndose para ello de leyes justas.
Por consiguiente, no hay disensión entre los dos poderes, ya que ambos, uno de forma inmediata y el otro de forma mediata, persiguen el mismo objetivo. Las palabras de Jesús indican que las dos esferas deben ser armónicas, sin sugerir para nada que siguen distintas direcciones. Las luchas libradas en la Historia al respecto tuvieron lugar porque se ignoró las valiosas enseñanzas del Evangelio y de las cartas de San Pablo, clarísimas para los primeros cristianos. No es otro el pensamiento del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, manifestado de modo magistral en un discurso pronunciado ante centenares de miles de católicos, en la década de 1940:
“A las orillas del Jordán como las del Nilo, a la sombra de las columnas clásicas de Atenas como en los esplendores de la gran metrópoli de Cartago, en el auge del poder de la Edad Media como en las luchas tormentosas contra los proto- totalitarismos josefista o pombalino, siempre que asambleas como esta se han reunido, la Iglesia le repite al poder temporal con una constancia y una uniformidad impresionante, el mismo mensaje de paz y alianza, que para sí reserva solamente el reino de lo espiritual, celosa de respetar la plena soberanía del poder temporal en todos los demás terrenos, pidiendo de él únicamente que ajuste sus actividades a los preceptos evangélicos, es decir, a los principios que constituyen el fundamento de la civilización cristiana católica”.1
Por cierto, esta armonía la encontramos reflejada en los otros textos de la liturgia de este domingo. En la primera lectura (Is 45, 1.4-6), vemos cómo el Todopoderoso utiliza a Ciro, emperador de los persas a quien llama “su ungido”, para que sea instrumento suyo a fin de realizar su designio de reconstruir el Templo de Jerusalén. Dios se sirve del poder temporal pagano para mostrar que Él es el único Señor. Esto prueba cómo elige a los que quiere para conducir su obra, y la gobierna con entera sabiduría y potestad. Por otra parte, en la segunda lectura (1 Tes 1, 1-5), San Pablo se dirige a la Iglesia de Tesalónica como jefe de la sociedad espiritual en aquel lugar, en cuyas manos trasparece aún más la acción y el poder de Dios.
De manera que querer separar la sociedad temporal de la espiritual, so pretexto de que tienen fines completamente diferentes y a veces incluso opuestos, no está de acuerdo con la voluntad de Dios. Y todo debe conjugarse con su Ley.
III – Si damos a Dios lo que es suyo, el resto vendrá por añadidura
La liturgia de este domingo tiene todavía una oportuna aplicación para nuestra vida espiritual, porque la misma relación entre el poder civil y el poder religioso descrita en las lecturas se refleja en nuestra existencia.
En la convivencia familiar, padre y madre representan el poder del Altísimo y, por tanto, deben ser obedecidos, hasta el punto de que hay un mandamiento del Decálogo que vela por esa obe- La Sagrada Familia – Iglesia de Santa Eulalia, Burdeos (Francia) diencia. A los hijos les corresponde acatar sus decisiones, a no ser que exijan el pecado, lo que significaría volverse contra la propia autoridad confiada a ellos. Tal como conviene dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, en la familia se les debe dar a los padres lo que es de los padres y a Dios lo que es de Dios.
Luego es necesario que la educación de los hijos sea conducida en función del Señor, basada en una formación moral buena y estable, que los encamine rumbo a la plenitud de la santidad. Al mismo tiempo, el cumplimiento de ese fin primordial impone que ciertas necesidades materiales sean atendidas. En estos casos, es menester dar al César lo que es del César, siempre en conformidad con la ley divina. Sin embargo, ha de tenerse el cuidado de que la vida no consista sólo en el César, porque él es secundario y contingente en relación con el Creador. La esencia está en “dar a Dios lo que es de Dios”.
He aquí la invitación de la liturgia de hoy: mantener un equilibrio perfecto entre lo que, en nuestras vidas, pertenece a Dios y lo que corresponde a los cuidados de nuestra naturaleza, sin sobreponer nunca estos a lo que es más importante. Actuando así, estaremos buscando el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás nos será dado por añadidura (cf. Mt 6, 33).
1 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Saudação às autoridades civis e militares. In: Legionário. São Paulo. Año XVI. N.º 525 (7/9/1942); p. 2.