|
– EVANGELIO –
En aquel tiempo, 1 decía Jesús a sus discípulos: “Un hombre rico tenía un administrador, a quien acusaron ante él de derrochar sus bienes. 2 Entonces lo llamó y le dijo: ‘¿Qué es eso que estoy oyendo de ti? Dame cuenta de tu administración, porque en adelante no podrás seguir administrando’. 3 El administrador se puso a decir para sí: ‘¿Qué voy a hacer, pues mi señor me quita la administración? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. 4 Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa’. 5 Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero: 6 ‘¿Cuánto debes a mi amo?’. Este respondió: ‘Cien barriles de aceite’. Él le dijo: ‘Toma tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta’. 7 Luego dijo a otro: ‘Y tú, ¿cuánto debes?’. Él dijo: ‘Cien fanegas de trigo’. Le dice: ‘Toma tu recibo y escribe ochenta’. 8 Y el amo alabó al administrador injusto, porque había actuado con astucia. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz. 9 Y yo os digo: Ganaos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas. 10 El que es fiel en lo poco, también en lo mucho es fiel; el que es injusto en lo poco, también en lo mucho es injusto. 11 Pues, si no fuisteis fieles en la riqueza injusta, ¿quién os confiará la verdadera? 12 Si no fuisteis fieles en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará? 13 Ningún siervo puede servir a dos señores, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero” (Lc 16, 1-13).
|
Comentario al Evangelio – XXV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – El arte de hacer amistades para el Cielo Septiembre
Por medio de una parábola que causa perplejidad, el Señor nos enseña el modo más sabio de lidiar con los bienes que la Providencia ha puesto bajo nuestra administración en esta vida.
I – EL BUEN EJEMPLO DE UN MAL ADMINISTRADOR
El Evangelio de este domingo se centra en la conocida parábola del administrador infiel, la cual siempre ha llamado la atención de los Padres de la Iglesia, Doctores y comentaristas por la gran dificultad que presenta su interpretación. Incluso ha habido autores de peso que consideraron no sólo embarazoso, sino hasta imposible cogerle el sentido. De hecho, resulta algo completamente sui generis, porque el poner como ejemplo el negocio fraudulento realizado por un gestor, pareciera, a primera vista, que el Señor está elogiando su mala conducta.
Sin embargo, su comprensión, bastante diferente de esa impresión superficial, no es tan compleja cuando se medita desde una perspectiva adecuada. Ésta nos es ofrecida con mucha sabiduría por la liturgia de este vigesimoquinto domingo del Tiempo Ordinario, cuya Oración colecta dice: “Oh Dios, que has puesto la plenitud de la ley en el amor a ti y al prójimo, concédenos cumplir tus mandamientos para llegar así a la vida eterna”.1 Toda la ley se sintetiza en esos dos puntos, los cuales nos obtienen la bienaventuranza. En cambio, dicha felicidad se nos escapará si cedemos a la terrible tendencia existente en nuestra naturaleza de querer para nosotros no sólo lo que le pertenece a Dios, sino también lo que es de los demás.
El choque del egoísmo humano con el verdadero amor de Dios, presente en la faz de la tierra desde la expulsión de Adán y Eva del paraíso, estableció una lucha que durará hasta el fin del mundo. Ésa es la prueba por la que han de pasar todos los hombres concebidos en el pecado original, asunto que el Evangelio de esta liturgia trae a colación.
El peligro de acomodarse en una responsabilidad
En aquel tiempo, 1 Jesús decía a sus discípulos: “Un hombre rico tenía un administrador, a quien acusaron ante él de derrochar sus bienes. 2 Entonces lo llamó y le dijo: ‘¿Qué es eso que estoy oyendo de ti? Dame cuenta de tu administración, porque en adelante no podrás seguir administrando’ ”.
Desde los albores de la humanidad hasta el final de la Historia los negocios siempre han existido y seguirán existiendo, y, vinculados a ellos, el delirio de la avaricia, la tendencia a la posesión desmedida y la tentación de apropiarse de lo que le pertenece a otro…, males de todas las épocas, fruto del pecado original. En el primer versículo de este Evangelio, con su divino método didáctico, el Señor nos introduce enseguida en una escena muy viva, en la cual ese problema universal se hace manifiesto.
En la administración de los bienes de una persona rica, cierto gestor no andaba por buen camino: estaba dilapidando la fortuna ajena depositada en sus manos. Es de suponer que al haber sido perezoso toda su vida y no serle exigido sus servicios, éstos los cumplía con relajación y despilfarraba de modo inconsciente el dinero de su señor. Confiado en que nada le pasaría, se había acomodado en el cargo sin imaginar que la importancia de las consecuencias de sus actos podría llevarlo a perder su puesto. De hecho, cuando alguien se establece irresponsablemente en determinada función acaba conduciéndola de acuerdo a sus propios caprichos.
El dueño de los bienes había sido advertido de esa situación, tal vez por alguien movido por odio o envidia hacia ese mal administrador. Ante la gravedad de las acusaciones y en la perspectiva de verse arruinado, el señor se alarmó y decidió tomar medidas, ordenándole a dicho gestor que ya no cuidase más de su patrimonio, que se lo entregase todo y se marchase.
El perezoso se yergue como un león
3 “El administrador se puso a decir para sí: ‘¿Qué voy a hacer, pues mi señor me quita la administración? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. 4 Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa’ ”.
El administrador injusto, despedido de antemano sin derecho a recurso, percibió que sería privado de todas las ventajas inherentes a su condición. Ya era tarde y sólo le quedaba rendir cuentas. No obstante, como todo perezoso cuyas veleidades son puestas en jaque, se convirtió en un león para defenderse. En efecto, quien posee el vicio de la pereza lo practica en relación con Dios y con sus propias obligaciones, pero no en lo referente a sus intereses, porque al quitar al Señor del centro se pone él mismo en su lugar, como otro dios.
Habiéndose consumado la pérdida de la administración, el gestor no sabía qué le iba a suceder. Al tener cierta edad, o quizá por indolencia, le faltaban las fuerzas necesarias para trabajar con sus propios brazos, lo que le dificultaba ser aceptado por otro como empleado en un cargo similar. En fin, siguiendo las vías normales caería en la miseria, en la contingencia de pedir limosnas, cosa que no aceptaría a causa de su orgullo. Por consiguiente, se encontraba necesitado del amparo de alguien que se compadeciera de él y lo sustentara. Para ello, ¿qué tendría que hacer? Precisaba de amigos que le devolvieran ocasionales beneficios que hubieran recibido antes…
La solución: hacer amigos
5 “Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero: 6 ‘¿Cuánto debes a mi amo?’. Este respondió: ‘Cien barriles de aceite’. Él le dijo: ‘Toma tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta’. 7 Luego dijo a otro: ‘Y tú, ¿cuánto debes?’. Él dijo: ‘Cien fanegas de trigo’. Le dice: ‘Toma tu recibo y escribe ochenta’ ”.
La administración financiera en aquel tiempo le daba gran libertad de acción al gestor, que se convertía, por decirlo así, en propietario del dinero, del cual solamente rendiría cuentas más tarde, devolviéndolo con las ganancias a su legítimo dueño. Por lo tanto, el protagonista de la parábola podía disponer del dinero como quisiera.
Cuando ese pésimo individuo se vio ante la inminencia de caer en la mendicidad, se aprovechó de que aún tenía en sus manos el gobierno de aquellos bienes para adoptar una actitud que le fuera favorable, a pesar de ser injusta, puesto que el patrón saldría lesionado. Muy astutamente entabló amistades valiéndose del dinero de su amo: al hacer los cálculos con los deudores, pues todo estaba registrado, rebajó considerablemente sus deudas.
En el fondo, estaba cometiendo un robo y un fraude, dilapidando de nuevo la fortuna de su señor. Pero como era el administrador, los deudores ni siquiera sospechaban del perjuicio que estaba ocasionando y, naturalmente, se volvían muy amigos.
Podemos imaginar cómo el Señor, al describir el procedimiento de ese gestor, cautivaba la atención de los hijos del pueblo elegido que lo escuchaban, puesto que en esa época habían caído en una gran obsesión por las finanzas. Sin duda, tan sólo de ponerse en el lugar del patrón o del administrador debían experimentar, simultáneamente, un verdadero asombro por el enorme daño del primero y una disimulada admiración por la habilidad financiera del segundo. ¿Cuál sería la intención del Maestro con aquella peculiar narración?
Elogio no al fraude, sino a la astucia
8 “Y el amo alabó al administrador injusto, porque había actuado con astucia. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz”.
Son las palabras de este versículo las que han creado tantas dificultades a los intérpretes de la parábola a lo largo de los siglos. A simple vista, se diría que Jesús elogia un pecado. Esto no es real, en absoluto, porque Él nunca podría exaltar una ofensa contra su divina ley. El elogio pronunciado por sus labios sagrados no va dirigido ni al fraude, ni al robo, ni a la deshonestidad cometida por el administrador.
El cambista y su mujer, por Marinus van Reymerswale Museo del Prado, Madrid
|
Cuando el señor se entera de las maniobras de su gestor, lo elogia a pesar de su ilegítimo proceder. Luego ¿robar es prudencia? No. El amo vio bien que llevara a cabo un excelente acto de diplomacia utilizando las deudas para encontrar un empleo digno en el momento en que estaba siendo despedido. Es decir, al sacudirse la pereza, se movió como no lo había hecho hasta entonces; no por amor a Dios, es verdad, sino por amor a su propia piel. Su objetivo no era conseguir dinero para sí mismo, sino reclutar amistades, y lo logró con innegable éxito. Esta habilidad es la que el señor elogió, indicando colateralmente, por cierto, cómo el arte de la diplomacia está por encima de los artificios del mundo de las finanzas…
Nuestro Señor Jesucristo creó esta situación del administrador deshonesto aunque astuto, que supo usar el dinero con la finalidad de hacer amistades para el futuro, para demostrar lo ágiles que son los hijos de las tinieblas en sus intereses y sacar de ahí las consecuencias que veremos a continuación.
De hecho, los hijos de las tinieblas saben aplicar reglas inteligentes, propias a obtener lo que desean, porque tienen una capacidad poco común para alcanzar el éxito en sus negocios. Subrayemos que el Señor no elogia los actos que ellos practican, sino su sagacidad. Nosotros que somos hijos de la luz en una sociedad a menudo hostil deberíamos superar esas cualidades del mal, dentro de la observancia de la Ley de Dios, pues no puede ser que los hijos de las tinieblas excedan en cualquier terreno a los verdaderos seguidores de Jesucristo. Así, empleemos la astucia del administrador en el trato y la convivencia con los demás y, sobre todo, para que alcancemos el éxito en nuestro gran negocio, llamado salvación eterna; tratemos de conquistar los mejores sitios en el Cielo para estar más cerca de Dios, unidos con Él y puestos en su perpetua adoración.
En definitiva, el anhelo manifestado por el Señor en esta ocasión es que el bien tenga la capacidad de difusión que, por desgracia, el mal ha presentado a lo largo de toda la Historia. Esta es la filosofía del Evangelio de hoy.
II – PELIGROS Y VENTAJAS DEL “DINERO DE INIQUIDAD”
Después de la importantísima enseñanza a propósito de la sagacidad que han de tener los hijos de la luz, el divino Maestro, en continuidad con el tema de la parábola, pasa a tratar uno de los problemas centrales de la vida espiritual: el uso de los bienes recibidos de la Providencia, y más concretamente de aquel que se encuentra entre los que más alejan a las personas de los caminos de Dios, el dinero.
9 “Y yo os digo: Ganaos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas”.
El Señor emplea en este versículo una expresión que hiere no sólo a los oídos contemporáneos, sino también a los de todos los tiempos: “dinero de iniquidad”. ¿Los recursos pecuniarios se merecen, de manera absoluta, dicho adjetivo? ¿Qué tenía en mente cuando hablaba así? Consideremos esa faceta de su infinita sabiduría bajo dos aspectos.
En primer lugar, Jesús utiliza esa figura como símbolo de todos los recursos que recibimos de la Divina Providencia para cuidado nuestro. No únicamente el dinero, sino también las demás dádivas: bienes sobrenaturales, como la gracia, las virtudes y los dones infundidos en el Bautismo; bienes espirituales como las facultades de nuestra alma, inteligencia, sensibilidad, memoria, voluntad, imaginación; bienes de cultura, nuestro cuerpo, nuestra salud, bienes materiales, el tiempo y tantos otros. Al igual que el gestor de la parábola, también hemos sido llamados a administrarlos por un Señor poseedor de riquezas infinitas, el mismo Dios. Ahora bien, como el justo peca siete veces al día (cf. Pr 24, 16), acabamos por utilizarlos de forma injusta. ¿Cuándo sucede esto?
Jesús instruye a sus discípulos – Cartuja de San Martín, Nápoles (Italia)
|
En realidad todo nos lo ha dado Dios, pues todos los seres vienen de Él, son criaturas suyas y, por tanto, le pertenecen. Hasta tal punto que, si diera una cabezada un solo segundo, la obra de la Creación desaparecería, porque Él es quien la sustenta constantemente. De manera que no podemos usar esos bienes como cosa propia, sino aplicándolos a su servicio.
Ahora bien, a partir del momento que nos creemos dueños absolutos de cualquiera de esas mercedes y las utilizamos no para el beneficio de Dios y del prójimo, sino con la intención de satisfacer nuestro interés y egoísmo, pasan a ser símbolo perfecto de lo que el Señor llama en esta parábola de “dinero de iniquidad”.
También el dinero pertenece a Dios
Además de ese significado alegórico, el Señor se refiere al dinero en sí. Éste, por increíble que parezca, también pertenece a Dios. Está, no obstante, entre las cosas a las que el hombre con más facilidad se apega y señorea, juzgándose dios, lo que no es legítimo. Desde un pobre mendigo hasta el mayor de los nababes, si no es virtuoso, al recibir una moneda se apropiará de ella. El que actúa así le roba a Dios y, por eso, el dinero es calificado por el Salvador con el título de inicuo. Era justo cuando salió de las manos de Dios y continuaría siéndolo si fuera usado como Nuestro Señor Jesucristo y la Santísima Virgen lo hacían… es decir, depositándolo en las manos de un Santo.
El dinero solamente nos ha sido dado para que lo administremos. En cuanto criaturas y a semejanza de gestores fieles, debemos utilizarlo para la gloria del Creador, que es su dueño. Por consiguiente, todo uso que no sea para beneficio de las almas, la difusión del Reino de Dios o el propio sustento, pero en función de Él, se vuelve injusto.
Hacer amistades que rindan intereses eternos
A continuación, el Señor concluye la parábola mostrando la necesidad de “hacer amigos” con ese mismo “dinero de iniquidad”. Esto supone una bellísima aplicación de la sagacidad de los hijos de las tinieblas, antes mencionada, en el terreno del bien y de la virtud. ¿Cómo se entiende esta recomendación del Salvador? Todos los bienes referidos más arriba, entre ellos el dinero, no sirven para que sean atesorados… Por el contrario, debemos tener la astucia de “aplicarlos” de tal forma que beneficiemos a los demás y, con ello, reclutaremos buenas amistades. ¿Quiénes son tales amigos?
El negocio del que habla el Señor es extratemporal… En primer lugar, su objetivo era el de que comprendiéramos la importancia de “conquistar” la amistad de Dios mismo. Pero no solamente ésta: también la de todos los que nos pueden ayudar a alcanzar nuestro fin último, la eterna bienaventuranza.
El administrador se ganó el afecto de aquellos a los que les había perdonado parte de la deuda e incluso la admiración del dueño de la fortuna. También las actitudes que adoptamos en beneficio del prójimo por amor a Dios, utilizando los dones que la Providencia nos ha dado o incluso el “dinero de iniquidad”, el Señor las calcula y tomará en consideración. Asimismo, los ángeles de la guarda de las personas favorecidas y los demás ángeles y bienaventurados que se encuentran en la visión beatífica, se complacen con ese procedimiento y nos miran con simpatía y benevolencia. Se crea una amistad fuerte, que nos será de bastante auxilio en el momento en que comparezcamos ante el divino Juez, es decir, “cuando nos falte” nuestro dinero, porque al morir ya no tendremos medio de usarlo, ni siquiera para el bien. En cambio, ellos nos pueden devolver el “dinero” invertido, ¡con excelentes intereses!
Cabe considerar un bonito principio dado por el Señor cuando dice ganaos amigos para que: “os reciban en las moradas eternas”. Esto significa que las amistades celestiales irán a pleitear ante Dios la salvación de quien así empleó el dinero injusto. Por consiguiente, existe una mediación de afecto en el Cielo, pues según afirma Santo Tomás de Aquino,2 la proximidad de Aquel que todo lo tiene confiere una mayor posibilidad de intercesión, igual que en un reino, cuanto más cerca del rey está el intermediario, con más facilidad obtiene lo que necesita para su protegidos.
Habrá valido la pena, en consecuencia, hacer esa pléyade de amigos ofreciéndoles durante la vida “barriles de aceite” y “fanegas de trigo”, porque ellos nos devolverán con creces el empeño que tuvimos por el bien en esta tierra. Ese es exactamente el sentido del proverbio: “Presta al Señor quien se apiada del pobre” (Pr 19, 17).
Es necesario tomar los bienes de este mundo y actuar con la diplomacia del administrador, sin nunca, claro está, apartarse del camino de la moral. Dedicándonos al apostolado que nos granjea amigos en el Cielo, en la hora en que lo precisemos tendremos allí a quien nos auxilie, interceda por nosotros y nos consiga gracias especiales. Luego es ventajoso hacer buen negocio en el terreno de lo sobrenatural, estrechando este tipo de amistad.
Por el contrario, cuán terrible es la situación del que no procede así… El día que muera de nada le aprovechará tener en el banco cualquier cantidad acumulada únicamente para su propio interés. Si se presenta delante del juicio de Dios en pecado mortal, ese dinero estará ardiendo a la espera de su alma, que será condenada eternamente.
El día a día prepara las grandes ocasiones
10 “El que es fiel en lo poco, también en lo mucho es fiel; el que es injusto en lo poco, también en lo mucho es injusto. 11 Pues, si no fuisteis fieles en la riqueza injusta, ¿quién os confiará la verdadera?”.
¿Qué es “lo poco” a lo que alude el Señor en este versículo? Son las pequeñas cosas que tenemos a mano aquí en la tierra, desde los dones más elevados hasta lo que es meramente material, y que ya hemos considerado al analizar la expresión “dinero de iniquidad”. A todo esto somos susceptibles de apego y debemos tratarlos teniendo en vista el verdadero bien: el estado de gracia, la vigilancia contra las tentaciones, la santidad y el mundo sobrenatural. Las cosas de esta vida nada son comparadas con estas que nos conducen a la visión beatífica, a la eterna convivencia con Dios.
Si somos fieles en la administración de lo poco, observando en su uso la ley de amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos, lo seremos también en los grandes momentos. En sentido opuesto, si somos infieles, no tendremos calidad de alma para administrar las gracias de mayor importancia. Tiene que existir entera paridad entre ambas gestiones.
12 “Si no fuisteis fieles en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará?”.
Para concluir este importante pensamiento, el Señor subraya que, por amor a Él, debemos amar a los demás como nos amamos a nosotros mismos. En realidad, todo lo que existe es de Dios y del prójimo, en el sentido de que debe concurrir para su bien. Ahora, si no actuamos así, ¿cómo recibiremos lo que nos compete al final de nuestra existencia terrena?
El Dios verdadero y el dios dinero
13 “Ningún siervo puede servir a dos señores, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero”.
El último versículo de este Evangelio contiene el fondo de la enseñanza que el Señor ha querido transmitir. Existen dos dioses antagónicos: el Dios verdadero con “D” mayúscula, y otro “dios” con “d” minúscula, el dinero, símbolo y punto de concentración de un ídolo, que es la propia persona, y de la religión llamada egolatría.
De hecho, sólo hay dos leyes en la faz de la tierra: 3 la ley del amor de Dios llevado hasta el olvido de sí mismo, y la ley del egoísmo llevado hasta el olvido de Dios. No existe una tercera. Y tampoco es posible caer en la idolatría a sí mismo y luego querer adorar al Dios verdadero. O se está en un lado o en el otro, como dice taxativamente el Señor: “¡Ningún siervo puede!”.
Detalle del Juicio final – Catedral de Amiens (Francia)
|
Esto es así porque tenemos una capacidad limitada de amar. Cuando ésta es aplicada con apego a cualquier criatura, difícilmente le daremos solamente una porción de nuestro amor, sino que acabaremos derramando sobre ella todo nuestro amor por completo, como un pretexto para adorarnos a nosotros mismos. Nada sobrará para amar a Dios… Como mucho, quedará un seudo amor hecho de interés.
Ahora bien, entre esos dos amores posee mayor dinamismo el amor propio, al paso que tal atributo rarísimamente adorna el amor a Dios. Así, el Señor nos invita en el Evangelio de hoy a revertir esta triste constante en la Historia y asumir análogo dinamismo. Para ello, nos da como ejemplo nada menos que la virulencia del mal.
III – ¡NEGOCIOS SOBRENATURALES!
Sabemos que los negocios de la tierra, cuando son bien hechos, rinden intereses y beneficios. Pero estos, en la mejor de las hipótesis, pueden ser de utilidad meramente material y sólo hasta la hora de la muerte. En cambio los negocios sobrenaturales producen lucro fijo por toda la eternidad, y no están sujetos a las fluctuaciones de las operaciones financieras de aquí abajo.
He aquí el mejor negocio: atesorar en el Cielo, sin preocuparnos con los bienes de esta vida, a no ser para aplicarlos a favor del rico Señor que nos lo dio para administrarlos.
En el momento de nuestro juicio, cuando sean colocadas sobre un plato de la balanza todas nuestras miserias y temamos una sentencia de condenación, tendremos a quien venga en nuestro auxilio diciéndole al Señor: “Este es nuestro amigo. Hizo amistad con nosotros con el ‘dinero de iniquidad’, porque lo aplicó constantemente para mayor gloria tuya”. Por tanto, es un buen negocio entregarse por entero al servicio de Dios, en el empeño de alabarlo, santificar nuestras almas y salvar a los demás. ¡Sepamos hacer negocios sobrenaturales!
1 XXV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. Oración colecta. In: MISAL ROMANO. Texto unificado en lengua española. Edición típica aprobada por la Conferencia Episcopal Española y confirmada por la Congregación para el Culto Divino. 17.ª ed. San Adrián del Besós (Barcelona): Coeditores Litúrgicos, 2001, p. 388.
2 Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. II-II, q. 83, a. 11.
3 Cf. SAN AGUSTÍN. De Civitate Dei. L. XIV, c. 28.