– EVANGELIO –
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta |
Comentario al Evangelio – XXV Domingo del Tiempo Ordinario – Señor justo,
pero siempre bondadoso
El combate a la envidia a través de la admiración por los
dones que la Providencia concede a los demás es el camino
seguro para el cumplimiento de la soberana voluntad de
Dios en nuestras vidas.
style=”color: #990000; border: 0px none; margin: 14px 0px; padding: 0px; font-family: ‘Trebuchet MS’,Georgia,Helvetica,sans-serif; font-size: 20px; font-weight: bold;”>I – UNA PARÁBOLA INUSUAL
Cuando analizamos por medio de criterios puramente humanos los acontecimientos que nos rodean solemos creer que las capacidades y dones que poseemos son de nuestra exclusiva propiedad, cuando, en realidad, sólo a Dios les pertenecen, porque nos vienen, en definitiva, de su poder infinito. Tal actitud nos lleva a pensar que estamos en el derecho de exigirle algo, incluso con relación al premio o al castigo eterno que su juicio nos reserva después de esta vida. En verdad, el Señor lo ha distribuido todo según la medida de su justicia y su misericordia, con elevadísimos criterios que nuestra pobre inteligencia no alcanza, pero que por el hecho de venir de Él, sabemos que son infinitamente perfectos.
En el Evangelio del vigesimoquinto domingo del Tiempo Ordinario, el divino Maestro se vale de una parábola peculiar a fin de ponernos ante esa perspectiva sobrenatural de gran importancia para nuestra santificación.
align=”justify” style=”color: #990000; border: 0px none; margin: 14px 0px; padding: 0px; font-family: ‘Trebuchet MS’,Georgia,Helvetica,sans-serif; font-size: 16px; font-weight: bold;”> Un señor celoso por su
propiedad
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: 1 “El Reino de los Cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. 2 Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña”.
El Señor elige la figura de un amo, dueño de una viña, para crear esta parábola. La llegada de la época en que las cepas se cubren de uvas exigía la contratación adicional de trabajadores para hacer la cosecha a tiempo. En Israel el día se dividía en doce horas, desde las seis de la mañana hasta las seis de la tarde, y la jornada laboral empezaba con los primeros rayos del sol. Por eso dicho propietario, como persona positiva y empeñada en el desarrollo de su heredad, salió cuando aún estaba oscuro, alrededor de las cinco y media de la mañana. Al encontrar obreros sentados en la plaza de la ciudad, quizá todavía somnolientos y a la espera de ser contratados para realizar algún servicio, los invitó a trabajar en sus tierras.
Normalmente el contrato era verbal y se acordaba una cantidad por el día completo. Para proteger a los jornaleros, por lo general gente de escasos recursos, la ley obligaba al patrón que les pagara antes de que el sol se pusiera. En esta ocasión, el dueño de la viña y los trabajadores convinieron como remuneración una moneda de plata, es decir, un denario.
align=”justify” style=”color: #990000; border: 0px none; margin: 14px 0px; padding: 0px; font-family: ‘Trebuchet MS’,Georgia,Helvetica,sans-serif; font-size: 16px; font-weight: bold;”> Una situación irreal
3 “Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo 4 y les dijo: ‘Id también vosotros a mi viña y os pagaré lo debido’. 5 Ellos fueron. Salió de nuevo hacia el mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo”.
La descripción de la primera escena era algo enteramente familiar para el público que escuchaba al divino Maestro. No obstante, a continuación presenta una situación insólita. El patrón vuelve a la plaza de la ciudad a las nueve de la mañana, al mediodía y a las tres de la tarde y contrata, en cada vez, algunos operarios más para la cosecha en su propiedad. Pero a éstos les ofrece genéricamente un pago justo. Ciertamente calcularían la cantidad que irían a recibir dividiendo el habitual denario por las horas de trabajo que cada uno acumularía. Circunstancia irreal, porque, de hecho, quien no era contratado a primera hora de la mañana se volvía a su casa o se quedaba vagando por las calles, pues ningún patrón le daría ya servicio alguno. La narración muestra que el objetivo del Señor era sorprender a sus interlocutores, al remarcar cómo el amo tenía completa libertad para hacer lo que bien entendiera con lo que le pertenecía.
align=”justify” style=”color: #990000; border: 0px none; margin: 14px 0px; padding: 0px; font-family: ‘Trebuchet MS’,Georgia,Helvetica,sans-serif; font-size: 16px; font-weight: bold;”> Llamados a la viña al caer la tarde
6 “Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: ‘¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?’. 7 Le respondieron: ‘Nadie nos ha contratado’. Él les dijo: ‘Id también vosotros a mi viña’ ”.
Si el cuadro presentado en el versículo anterior ya era inusual, el Señor crea una nueva escena prácticamente imposible de suceder. El mismo amo que salió en diversas etapas de la jornada para contratar trabajadores aparece de nuevo en la plaza cuando falta sólo una hora para la puesta del sol. En ella se encontraban unos hombres que habían estado el día entero desocupados. A pesar de que ya casi no había tiempo para hacer algo en la viña, les da empleo.
Una vez más, el Señor imagina, de propósito, una circunstancia que escapaba a las costumbres de la época para causar extrañeza en sus oyentes y, al mismo tiempo, hacer más comprensible la realidad sobrenatural hacia la cual deseaba llamarles su atención.
align=”justify” style=”color: #990000; border: 0px none; margin: 14px 0px; padding: 0px; font-family: ‘Trebuchet MS’,Georgia,Helvetica,sans-serif; font-size: 16px; font-weight: bold;”> Generosidad con los trabajadores de la última hora
8 “Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz: ‘Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros’. 9 Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno”.
Finalmente, la jornada concluyó y llegaba el momento del pago. Ahora bien, recordemos que el propietario había convenido una moneda de plata con los que fueron contratados a las seis de la mañana, mientras que a todos los demás les había prometido que les pagaría lo que fuera justo. Para la entrega del sueldo llamó en primer lugar a los que trabajaron solamente una hora. No violaba ninguna regla, pues, dueño de esos salarios, podía ir pagando en el orden que le apeteciera. Con todo, el hecho produjo naturalmente cierta vacilación en los demás, que se convirtió en expectativa cuando, contentísimos, los operarios de la undécima hora recibieron como pago el mismo jornal de un denario que el patrón había ajustado con los que habían estado trabajando desde el amanecer.
align=”justify” style=”color: #990000; border: 0px none; margin: 14px 0px; padding: 0px; font-family: ‘Trebuchet MS’,Georgia,Helvetica,sans-serif; font-size: 16px; font-weight: bold;”> Los primeros también recibieron una moneda
10 “Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. 11 Al recibirlo se pusieron a protestar contra el amo: 12 ‘Estos últimos han trabajado solo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno’ ”.
De forma casi espontánea, el grupo de los que habían sido contratados primero empeza ron a hacer cuentas: si quienes habían trabajado una hora ganaron una moneda de plata, ellos recibirían por lo menos diez. ¡Qué hombre tan generoso era ese patrón!
Sin embargo, para decepción suya cuando fueron llamados, el propietario tan sólo les entregó la cantidad acordada al inicio del día. La reclamación fue inmediata, porque se sintieron rebajados al recibir, después de las fatigas de una larga jornada, la misma remuneración que aquellos que habían trabajado una hora.
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13 “Él replicó a uno de ellos: ‘Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? 14 Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. 15 ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?’ ”.
La respuesta del dueño de la viña fue muy clara en cuanto a la justicia de su proceder y se dirigió solamente a uno de los trabajadores, tal vez por ser el que había atizado la inconformidad de los demás. Al fin y al cabo, les había pagado la jornada convenida aún de madrugada. Por lo demás, le correspondía utilizar sus propias posesiones como bien entendiera, sin tener que darles explicaciones o rendir cuentas con ellos, máxime cuando lo hacía valiéndose de su generosidad para con los otros. Considerada de este modo, ¿dónde se hallaba la injusticia de su conducta? Habiendo sido magnánimo con los jornaleros de la undécima hora y pagado a los primeros lo acordado, la alegría debía ser de ambas partes.
Por el contrario, ante tal acto de bondad aquellos hombres adoptaron una actitud de envidia completamente errada. Y, por tanto, nadie de los presentes tuvo el valor de decirle al patrón que estaba equivocado.
align=”justify” style=”color: #990000; border: 0px none; margin: 14px 0px; padding: 0px; font-family: ‘Trebuchet MS’,Georgia,Helvetica,sans-serif; font-size: 16px; font-weight: bold;”> Preparando a los Apóstoles para aceptar la voluntad de Dios
El Evangelio no lo dice explícitamente, pero da a entender que, ante esta inusitada parábola, los discípulos de Jesús se condolieron con los operarios que, según su mentalidad un tanto comercial, habrían sido tratados con injusticia por parte del propietario de la viña, y se quedaron preocupados con el sentido de esta enseñanza del Maestro. ¿Cuál sería su significado?
Nos encontramos en el capítulo veinte del Evangelio de San Mateo y se acerca la Pasión del Señor, el cual ya está de camino a Jerusalén. Tras narrar esa parábola, el Redentor anuncia por tercera vez su Muerte y Resurrección (cf. Mt 20, 17-19) y, a continuación, la madre de Santiago y San Juan, postrada ante Él, le pide los lugares a su derecha y a su izquierda para sus dos hijos, en el reino que Él instauraría (cf. Mt 20, 20-23). Tal comportamiento produjo una acalorada discusión entre los Apóstoles, no por rectitud, sino porque todos anhelaban puestos similares en ese reino humano que esperaban (cf. Mt 20, 24).
Tomados por tan distorsionada perspectiva, la enseñanza contenida en la parábola de los jornaleros de última hora era muy útil para ayudarlos a comprender cómo todo depende de la voluntad de Dios, la cual ha de ser respetada.
align=”justify” style=”color: #990000; border: 0px none; margin: 14px 0px; padding: 0px; font-family: ‘Trebuchet MS’,Georgia,Helvetica,sans-serif; font-size: 16px; font-weight: bold;”>Una enseñanza para todos los tiempos
16 “Así, los últimos serán primeros y los primeros, últimos”.
En sentido contrario a lo que muy probablemente esperaban los Apóstoles, el Señor concluye su enseñanza con una afirmación sui géneris, pero que nos indica la explicación sobrenatural de la parábola.
El pago realizado por el dueño de la viña es una metáfora de la distribución de los dones hecha por Dios con toda liberalidad, según su voluntad e independiente de nuestro esfuerzo. Sin embargo, con respecto a ninguno de los jornaleros está dicho que no trabajara suficientemente. Todos procedieron como debían y ganaron el mismo salario. Esto significa que los que trabajan de manera conveniente en la viña del Señor recibirán el Cielo, donde verán a Dios cara a cara. Pero todo depende de los méritos de Jesucristo, que distribuye como quiere, de forma que pueda dar a los últimos más de lo que da a los primeros. Dueño absoluto de todas las cosas, nunca llevará a cabo ninguna injusticia.
style=”color: #990000; border: 0px none; margin: 14px 0px; padding: 0px; font-family: ‘Trebuchet MS’,Georgia,Helvetica,sans-serif; font-size: 20px; font-weight: bold;”> II – ¡SIRVAMOS AL VERDADERO SEÑOR DE LA VIÑA!
La parábola de los jornaleros de la viña tiene un mensaje especial para cada uno de nosotros, porque muestra con mucha claridad dos mentalidades: una, la de los que están preocupados con el verdadero Señor de la viña; otra, la de los que sólo se preocupan consigo mismos. Como los trabajadores de la parábola, somos también jornaleros, es decir, hemos sido llamados por Dios a ejercer una misión. En cualquier hora del día que hayamos sido convocados, debemos trabajar como ellos lo hicieron, practicando los Mandamientos y evitando a toda costa el pecado.
No obstante, nos equivocaríamos completamente si imaginamos que el Cielo se obtiene estrictamente por la diligencia personal. Si Dios, de hecho, recompensa incluso la labor realizada en la última hora en su viña, lo hace con entera gratuidad y mucho más de lo que lo merecido. En el Reino de los Cielos se entra no porque se haya trabajado más o menos, sino por una dádiva misericordiosa de la Providencia, pues ni todos los esfuerzos humanos sumados lograrían conquistar tal premio. Como bien afirma San Agustín,1 cuando Dios premia nuestros méritos, corona sus propios dones.
align=”justify” style=”color: #990000; border: 0px none; margin: 14px 0px; padding: 0px; font-family: ‘Trebuchet MS’,Georgia,Helvetica,sans-serif; font-size: 16px; font-weight: bold;”> Los derechos de Dios están por encima de cualquier otra cosa
Por consiguiente, la enseñanza del divino Maestro gira en torno a los derechos de Dios y la necesidad de que esté en el centro de todo, correspondiéndonos a nosotros el adaptarnos enteramente a su santísima voluntad. Todo depende del Señor, pues es Él quien paga, quien premia, quien da… y sería absurdo que le queramos imponer un criterio humano.
De nuestra parte, eso exige la exención de cualquier rastro de envidia. Debemos llenarnos de admiración y alegría por todos los beneficios que Dios hace a los demás, aunque no nos lo haga a nosotros. La actitud contraria es, en el fondo, una rebelión contra la bondad del Creador. En efecto, en el origen de toda revolución se halla una insumisión a los designios divinos, y quien envidia a otro por lo que ha recibido, introduce en su alma, por orgullo, una grave raíz de desobediencia.
Seamos, por tanto, flexibles en las manos de Dios, procurando seguir en todo su santísima voluntad y cumplir siempre sus santísimos designios. Y conservemos, en lo más hondo de nuestras almas, la convicción de que seremos juzgados por lo que practicamos a partir del momento en que el Señor nos convoca para trabajar en su viña. Si hacemos todo lo que está a nuestro alcance, obtendremos el premio celestial por su misericordia; pero no nos olvidemos de que, aun cuando la parábola no lo diga, también existe un castigo eterno para los que trabajan contra el Señor de la viña.
Que la maternal intercesión de María Santísima jamás permita nuestro alejamiento de los caminos de Dios y nos alcance, no por nuestros méritos, sino por su bondad, recibir el inmerecido salario de la vida eterna.
1 Cf. SAN AGUSTÍN. De gratia et libero arbitrio, c. VI, n.º 15.