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– EVANGELIO –
“1Entonces habló Jesús a la multitud y a sus discípulos, diciendo: «2En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. 3Haced, pues, y cumplid todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen. 4Atan cargas pesadas e insoportables y las echan sobre los hombros de los demás, mientras ellos no quieren moverlas ni siquiera con un dedo. 5Hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres: ensanchan sus fi lacterias y alargan los fl ecos del manto; 6quieren los primeros puestos en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, 7que los saluden en las plazas y ser llamados “rabí” (maestro) por la gente. 8Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar “rabí”, porque uno es vuestro Maestro y todos vosotros sois hermanos. 9Y a nadie llaméis “padre” en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. 10Ni os dejéis llamar “doctores”, porque uno solo es vuestro Doctor, Cristo. 11Que el mayor entre vosotros se haga vuestro servidor. 12Pues quien se exalta, será humillado, y quien se humille, será exaltado»” (Mt 23, 1-12).
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Comentario al Evangelio – XXXI Domingo del Tiempo Ordinario – La levadura farisaica
Así como la santidad contiene todas las virtudes, tal vez pueda decirse que el fariseísmo abarca todos los pecados. Para protegernos de la “levadura de los fariseos”, mal de todas las eras, Jesús los increpa de forma implacable, al punto de llamarlos “hijos del diablo”.
I – ODIO DE LOS FARISEOS CONTRA EL DIVINO MAESTRO
El demonio, ente de naturaleza angélica, fue creado por Dios en la verdad. En ella se conducía durante su estado de prueba, el que consistía en retribuir al Creador el ser, los dones y las cualidades recibidas, prestándole un justo culto de latría. Tal camino fue precisamente el que, a cierta altura, ese ángel de luz decidió abandonar por libre voluntad, internándose en las tinieblas de la muerte, el pecado y la mentira. Fue el primero en abrir camino a la ruptura con el orden del universo y, sobre todo, con el propio Dios, liderando la oposición al Supremo Legislador. Se rebeló y rechazó la invitación a ser luz en Dios, para ser mentira en sí mismo; por pura presunción quiso ser dios por sí solo, dejando de serlo por participación; prefirió la adoración de su naturaleza salida de la nada, para lograr con ello el eterno desprecio de Dios.
¡Ese es el diablo! Y los fariseos son sus hijos, según la voz infalible del Divino Maestro.
Antagonismo entre Jesús y los fariseos
Los Evangelios están atravesados de punta a cabo por una radical oposición entre Jesús y los fariseos. Antagonismo que se había iniciado ya con el Precursor, tan buscado por los judíos debido a su fama de santidad y profetismo; así trató Juan Bautista a los fariseos (como también a los saduceos), incluso antes de la aparición del Mesías: “Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira que se acerca? Dejad de decir en vuestro interior: ‘Tenemos por padre a Abraham’” (Mt 3, 7 y 9).
Jesús, por su parte, al declarar los parámetros, doctrinas y metas apostólicas de la actividad que desarrollaría, dejó patente la imposibilidad de un acercamiento o armonía con los fariseos. El sermón de las bienaventuranzas (1) coloca en un equilibrio claro y definido los principios ético-morales adoptados por Jesús, contrapuestos en su mayoría a los de los fariseos. Sería ingenuo pensar que el odio deicida de los fariseos contra nuestro Redentor fue causado por la envidia. Este vicio capital bien podrá haber contribuido como un componente más de la saña demoledora, pero el disenso tuvo por base dos concepciones diferentes, y hasta excluyentes, de carácter religioso-político.
Ególatras y aprovechadores, los fariseos rechazan a Dios
Los fariseos habían reducido la religión a una escrupulosa observancia de micro-preceptos, en detrimento de la práctica de la verdadera Ley: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del aneto y del comino, y descuidáis lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la lealtad! […] ¡Guías ciegos, que coláis el mosquito y os tragáis el camello!” (Mt 23, 23-24). Eso ocurría, entre otras razones, debido a la gran presunción en que se hallaban sumidos, como se advierte con facilidad en la parábola del fariseo y el publicano, elaborada por el Divino Maestro respecto de “algunos que confiaban mucho en sí mismos, teniéndose por justos, y despreciaban a los demás” (Lc 18, 9-14). La avaricia tampoco les era ajena. Para hacernos una idea aproximada de ese trasfondo de maldad, basta con recordar la parábola del administrador infiel, al final de la cual dice el Evangelista: “Los fariseos, que eran amigos del dinero, escuchaban todo esto y se mofaban de Jesús. Él les dijo: «Vosotros pretendéis pasar por justos delante de los hombres, pero Dios conoce vuestros corazones; porque lo que es apreciado entre los hombres, es abominable ante Dios»” (Lc 16, 14-15). Habiéndose constituido en el centro de sus propias preocupaciones, por ser ególatras y, por lo tanto, al haber dado las espaldas a Dios, abusaban de los poderes espirituales, aprovechándolos para atesorar bienes materiales.
Ese rechazo a Dios, tan recriminado por Jesús, constituye uno de los grandes pecados de los fariseos: “Sé que no tenéis en vosotros el amor de Dios. Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viene en su propio nombre, a ése le recibiréis” (Jn 5, 42-43). Y al no practicar el amor a Dios, tampoco lo practican con el prójimo: “Si hubieseis comprendido lo que significa: ‘Misericordia quiero, y no sacrificio’, no condenaríais a los inocentes” (Mt 12,7). La carencia de bondad farisaica se trasluce todavía más en la parábola del buen samaritano, en la cual el levita y el sacerdote son condenados por faltar a la misericordia con su hermano, mientras el samaritano es apuntado como modelo a imitar: “Anda y haz tú lo mismo” (Lc 10, 30-37).
Invectivas de Jesús
Las discusiones de Jesús con los fariseos fueron haciéndose cada vez más tensas e increpadoras, a lo largo de las cuales el Señor los descalifica en forma violenta, llamándolos hijos del diablo e imitadores de su padre, homicidas y ladrones, víboras, y varias veces hipócritas (2). Sobre este último calificativo y, más específicamente, sobre las recriminaciones transcritas en el capítulo 23 de Mateo, algunos exégetas llegan a clasificarlo como sermón de las ocho maldiciones, contrapuesto al de las ocho bienaventuranzas. Para estos exégetas, con un sermón abre Mateo, en su Evangelio, el relato de la vida pública de Jesús, y con el otro lo concluye.
A cada paso, Jesús los pone en contradicción consigo mismos en lo que a sus actitudes y doctrinas se refiere. Por cierto, siempre que Dios deja de ser el centro de las preocupaciones, pensamientos y acciones de alguien o de un grupo social, poco tardarán en aparecer las contradicciones; pues cuando falta la premisa mayor, comprometida queda la sustancia del silogismo. Sería demasiado extenso recordar uno a uno los triunfos de Jesús sobre los fariseos. Es suficiente traer a colación la curación de un hidrópico en día sábado, en residencia de un fariseo. Nuestro Señor los recrimina: “¿A quién de vosotros se le cae un hijo o un buey a un pozo en día de sábado y no lo saca al momento?” (Lc 14,5).
Actitudes de Jesús como ésas, tan categóricas y perentorias contra los fariseos, tienen todo fundamento, pues eran verdaderos lobos vestidos de pastores. No se cansaban de calumniar al Divino Maestro, profesándole una fuerte antipatía. Lo acusaban de estar poseído por el demonio, de rodearse con personas de mala vida, de quebrantar la ley del sábado, etc. Además, no ahorraban esfuerzos para deformar los hechos y palabras del Divino Maestro, como por ejemplo en la expulsión del demonio que hacía sordomudo a un pobre hombre, cuando lo calumniaron asegurando que había exorcizado y curado en virtud del poder de Belcebú (3).
Furia de los fariseos
Dicha oposición, soterrada al principio, fue haciéndose cada vez más clara, categórica y pública, al punto de producir una discrepancia en la opinión general del pueblo judío. Por un lado, la mayoría se preguntaba si acaso Jesús no era el Mesías, considerando imposible que alguno fuera capaz de realizar más milagros que él (4). Por otra parte, el creciente murmullo empujó a los fariseos a apoyar a los príncipes de los sacerdotes cuando éstos decretaron la prisión del Salvador. Entre tanto, los propios guardias afirmaron: “Jamás hombre alguno habló como éste” y no quisieron apresarlo (Jn 7,46).
Si el odio de los fariseos contra Jesús se manifiesta tan radical al fin del séptimo capítulo del Evangelio de san Juan, el octavo termina con tintas aún más cargadas: “Entonces tomaron piedras para tirárselas; pero Jesús se ocultó y salió del Templo” (Jn 8, 59). Al capítulo siguiente, después de la cura de un ciego, los fariseos enfurecidos arrojan a este último de la sinagoga en medio de insultos, acusándolo de ser discípulo de Jesús. El capítulo 10 nos describe una nueva intentona frustrada de arrestar al Divino Maestro. El ápice de semejante cólera se verifica después de la resurrección de Lázaro: “Desde aquel día tomaron la resolución de matarle” (Jn 11, 53).
Se diría que con crucificar a Jesús estarían satisfechos. No fue el caso. Los príncipes de los sacerdotes y los fariseos exigieron a Pilato una vigilancia estricta junto a la tumba, a fin de evitar el robo del cuerpo de Jesús, y enseguida sellaron la piedra del sepulcro, dejando a dos guardias en el lugar.
A grandes rasgos, esta es la realidad del odio de los fariseos contra el Divino Maestro, indispensable de tener en cuenta para apreciar bien el Evangelio de hoy.
I I – COMENTARIO AL EVANGELIO
1 Entonces habló Jesús a la multitud y a sus discípulos, diciendo:
Desde su mitad, el capítulo veintidós (vv. 1-46) describe una exposición doctrinal realizada por Jesús, que maravilló a cuantos lo escuchaban al responder algunas preguntas de saduceos y fariseos. Por eso este primer versículo comienza con la palabra “entonces”.
Todo parece indicar que los escribas y fariseos, junto con callar, se retiraron del entorno de Jesús, que entonces habla abiertamente sobre la conducta de ambos grupos, a fin de enseñar a los discípulos y a las multitudes.
2 En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos.
La cátedra de Moisés era el símbolo de la autoridad religioso-doctrinal que estaba en manos de los doctores de la Ley, también llamados “escribas”, muy afamados por ser los maestros oficiales para explicar las Escrituras. La mayoría pertenecía al grupo de los fariseos; o sea, la enseñanza se hallaba prácticamente concentrada bajo su dominio. Sin embargo, no podemos olvidar con cuánta insistencia afirma san Juan Crisóstomo que la cátedra no hace al sacerdote, sino al contrario.
3 Haced, pues, y cumplid todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen.
Orígenes resalta que Jesús busca salvaguardar desde un comienzo la autoridad legítimamente constituida, para, acto seguido, alertar a todos que no deben imitar a los escribas en su proceder. Y concluye: “¿Qué más deplorable a un doctor cuyos discípulos se salvan por no seguir sus ejemplos, y se condenan cuando lo imitan?” (5).
4 Atan cargas pesadas e insoportables y las echan sobre los hombros de los demás, mientras ellos no quieren moverlas ni siquiera con un dedo.
Hay múltiples comentarios sobre este versículo por parte de los exégetas. Los fariseos crearon tradiciones que lejos de elevar el espíritu, lo sobrecargaban con escrúpulos. Muy al contrario del trato farisaico, es preciso ser benigno con los demás y riguroso consigo mismo.
5 Hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres: ensanchan sus filacterias y alargan los flecos del manto.
San Juan Crisóstomo hace un muy severo comentario de este versículo: “El demonio se esfuerza por corromper el ministerio de los sacerdotes, establecido para incentivar la santidad, tratando de volver malo lo que es tan bueno. […]
Apartemos este mal del clero y todo tendrá un resultado perfecto; de aquí se deduce cuán difícil es el arrepentimiento de los sacerdotes que pe can” (6). Tras esa consideración, prosigue demostrando la razón más profunda por la cual los fariseos no aceptaron a Nuestro Señor: sólo les interesaba su propia gloria terrenal. Así, san Juan Crisóstomo quiere subrayar la condenación completa de las vanidosas intenciones de los actos de los fariseos.
El uso de filacterias venía de una orden que Dios entregó mediante Moisés, y que decía: “Llevarás los preceptos en tu mano, y los tendrás siempre a la vista”. El sentido de tal imposición, según comenta san Jerónimo, es el siguiente: “Que mis preceptos estén en tu mano, y los cumplirás con las obras; que estén delante de tus ojos, para que día y noche medites en ellos”.
Con todo –agrega el santo Doctor– los fariseos se contentaban con llevar en la frente un pergamino en el que estaba escrito el Decálogo, una especie de corona que tenían siempre ante sus ojos. El otro precepto transmitido por Moisés era el de llevar flecos de jacintos en las cuatro puntas de sus mantos, como señal distintiva del pueblo de Israel. Pero, supersticiosos como eran, queriendo llamar la atención del resto y apeteciendo las ventajas que podían obtener de las mujeres, usaban flecos de gran tamaño donde ataban agudas espinas, de modo que al andar y al sentarse recibieran pinchazos. Así –concluye san Jerónimo– los fariseos más parecían estantes donde guardar libros, en vez de conservar los preceptos de Dios en sus corazones. (7)
6 Quieren los primeros puestos en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas,
Jesús ama y desea la existencia de una jerarquía, ya sea en la esfera civil como en la eclesiástica. Por ende, su crítica no se dirige a ella, sino al gusto vanidoso y carente de amor a Dios por buscar buenas posiciones. En el fondo, condena el mundanismo, defecto característico de los que hacen de los bienes de esta tierra el propósito final de sus acciones.
7 que los saluden en las plazas y ser llamados “rabí” (maestro) por la gente.
Nuevamente, Jesús no condena los saludos públicos, ni siquiera el título de “maestro”, sino el vicio de querer ocupar el centro de la atención general. Jesús denunciaba también la presunción en el modo de rezar del fariseo, como en la parábola narrada por Lucas (8), donde lo hace figurar al lado del publicano.
8 Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar “rabí”, porque uno es vuestro Maestro y todos vosotros sois hermanos.
Un solo Hombre podría decir de sí: “Yo soy la Verdad”, porque sólo Él es Dios. Si cualquier otro enseña, lo hace por participación. Ahora bien, los escribas y fariseos se tenían por fuente de toda verdad. Además, se adoraban a sí mismos, creyéndose gestores de otros en el camino de la perfección, según el erróneo concepto de autoestima que los embebía. Nuestra procedencia espiritual, en cambio, es única: tenemos un solo Padre y por eso todos somos hermanos. De ahí que Jesús añada:
9 Y a nadie llaméis “padre” en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. 10 Ni os dejéis llamar “doctores”, porque uno solo es vuestro Doctor, Cristo. 11 Que el mayor entre vosotros se haga vuestro servidor.
A esa virtud nos llama el Eclesiástico: “Cuanto más grande seas, más debes humillarte, y hallarás gracia ante el Señor” (Eclo 3,18). Los santos ofrecen maravillosos ejemplos de dicha virtud, y por eso logran conciliar magistralmente una humildad extraordinaria con su extremo opuesto, la magnanimidad. Siguen el consejo de Santiago: “Humillaos ante el Señor y él os ensalzará” (Sant 4, 10).
Comentan los santos doctores que en este pasaje, Jesús no sólo condena el deseo egoísta de ocupar los primeros puestos, sino que anima a buscar los últimos lugares. San Remigio dice sobre el mismo asunto: “Todo el que se exalta por sus propios méritos, será humillado frente a Dios; pero el que se exalta en virtud de los beneficios que recibió de Dios, será exaltado frente a Él” (9). Tal como dice el último versículo del Evangelio de hoy:
12 Pues quien se exalta será humillado, y quien se humille, será exaltado»” (Mt 23, 1-12).
Ejemplo insuperable de todo esto lo ofrece el propio Cristo, que pudo afirmar de sí: “Yo no busco mi gloria”(Jn 8,50). “Si yo me glorifico a mí mismo, mi gloria no vale nada; es mi Padre quien me glorifica, de quien vosotros decís:‘Él es nuestro Dios’ ” (Jn 8,54).
I I I – EL FARISEÍSMO: MAL DE TODAS LAS ERAS
El comienzo del capítulo 23 de san Mateo es un mero preámbulo de la grande y grave condena que se extiende por los versículos sucesivos. Para quien no vivió aquellos días, se despierta una interrogante: ¿por qué tanta incompatibilidad entre Jesús y los fariseos? Además, llama poderosamente la atención que los Evangelistas dedicaran buenos trechos de sus narraciones a esa contienda, aun cuando la síntesis era la norma para la escritura de entonces. La historia y la experiencia enseñan que un partido político-religioso está destinado a desaparecer con el tiempo; por lo tanto, el fariseísmo tenía sus días contados. Lo cual no hace más que acentuar la pregunta: ¿por qué semejante implacabilidad entre ambas partes?
Las páginas de muchos libros serían insuficientes para responder minuciosamente el asunto. Por ahora basta afirmar que el fariseísmo es un mal de todas las eras. Jesús, el Divino Profeta, pudo distinguir cuán funesta sería la presencia activa y dinámica de la levadura farisaica entre sus fieles bautizados. Hablamos de “levadura” porque, si bien el fariseo clásico de hace dos mil años no existe ya, Jesús nos aconseja: “Abrid los ojos y guardaos de la levadura de los fariseos y saduceos” (Mt 16,6). Dijo esto dirigiéndose a los apóstoles, para prevenirlos del riesgo de ese peligroso contagio.
Si se trata de un mal de todas las eras, surge otra pregunta: ¿cómo se caracteriza la levadura farisaica en nuestros días? Actualmente, ¿habrá católicos que demuestran una aguda y escrupulosa conciencia para un Mandamiento determinado, y por otra parte, un gran relativismo en materias más graves? (10) ¿Existirán hoy los que fácilmente se escandalizan con banalidades y a continuación emiten un juicio temerario y malicioso, descuidando “la justicia, la misericordia y la lealtad”? (Mt 23,23) ¿Estarán los que muestran desprecio hacia los demás, como si fueran peores que ellos mismos? (11) ¿Habrá el mismo mundanismo de otrora, tan vituperado por el Divino Maestro? (12)
¡Cuántas otras preguntas podríamos hacer para analizar mejor nuestro actual momento histórico, y saber así dónde se concentra la levadura farisaica!
En síntesis, el fariseísmo podría definirse como la suma de todos los pecados. Pues, así como la santidad es la verdad y contiene todas las virtudes, la mentira y el vacío farisaicos encierran todos los vicios, y llevan hasta ellos.
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1 ) Cf Mt caps. 5, 6 e 7.
2 ) Cf Jo 8,44; 10,10; Mt 12,34; e Mt 23.
3 ) Cf Lc 11, 14-24; 11, 15; 14, 3-5; 15, 2; Jo 8, 52; 10, 20.
4 ) Cf Jo 7, 31.
5) Apud Catena Áurea, in Mt.
6 ) Idem
7 ) Cf Catena Áurea, in Mt
8) Cf Lc 18, 9-14.
9) Apud Catena Áurea, in Mt.
10) Los que “cuelan el mosquito y se tragan el camello” (Mt 23,24).
11) Parábola del fariseo y el publicano (Lc 18,9-14); y la pecadora arrepentida (Lc 7, 36-50).
12) Cf Mt 23, 6-7.