Comentario al Evangelio – XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario – ¿Evitar el mal es suficiente para ganarse el Cielo?

Publicado el 11/17/2017

 

– EVANGELIO –

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: 14 “Un hombre, al irse de viaje al extranjero, llamó a sus siervos y los dejó al cargo de sus bienes: 15 a uno le dejó cinco talentos, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó. 16 El que recibió cinco talentos fue enseguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. 17 El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. 18 En cambio, el que recibió uno fue a hacer un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. 19 Al cabo de mucho tiempo viene el señor de aquellos siervos y se pone a ajustar las cuentas con ellos. 20 Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: ‘Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco'. 21 Su señor le dijo: ‘¡Bien, siervo bueno y fiel!; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra en el gozo de tu señor'. 22 Se acercó luego el que había recibido dos talentos y dijo: ‘Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos'. 23 Su señor le dijo: ‘¡Bien, siervo bueno y fiel!; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra en el gozo de tu señor'. 24 Se acercó también el que había recibido un talento y dijo: ‘Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces, 25 tuve miedo y fui a esconder mi talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo'. 26 El señor le respondió: ‘Eres un siervo negligente y holgazán. ¿Con que sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? 27 Pues debías haber puesto mi dinero en el banco, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses. 28 Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. 29 Porque al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. 30 Y a ese siervo inútil echadlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes'” (Mt 25, 14-30).

 


 

Comentario al Evangelio – XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario – ¿Evitar el mal es suficiente para ganarse el Cielo?

 

Cada uno de nosotros ha recibido de Dios una enorme cantidad de dones, tanto sobrenaturales como naturales, concedidos con miras al cumplimiento de nuestra vocación específica.

 


 

I – El pecado de omisión

 

Cuando tenemos la desgracia de violar la Ley de Dios por pensamiento, palabra u obra, por lo general, nuestra conciencia enseguida nos interpela. Al igual que ocurre con un niño que se sonroja cuando se le demuestra el mal que ha hecho, la sindéresis le indica inmediatamente a nuestra razón el principio moral transgredido, invitándonos al arrepentimiento.

 

Sin embargo, en el pecado de omisión este proceso interior no se desarrolla de un modo tan nítido y eficiente. Por eso nos resulta menos difícil percibir la malicia de una acción concreta que la responsabilidad por el incumplimiento, en ocasiones grave y prolongado, de deberes inherentes a nuestro estado, cargo, situación social o función. De hecho, ¿cuántas veces, al hacer examen de conciencia, consideramos sólo la necesidad de evitar el mal y olvidamos el imperativo de obrar el bien?

 

Para alertarnos contra este tipo de pecados —que, aun siendo en sí mismos menos graves que los de transgresión1, constituyen un punto oscuro de nuestra vida espiritual por la facilidad con que pasan inadvertidos— nos será de valiosa utilidad el Evangelio que nos propone la Liturgia para el XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario. Se trata de una parábola conocidísima, pero muy rica en significados, como veremos a continuación.

 

II – Un hombre distribuye sus bienes

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: 14a “Un hombre, al irse de viaje al extranjero”.

 

Como en la época de Jesús no existían los medios de transporte actuales el desplazarse a otro país exigía mucho tiempo. En un viaje “al extranjero” el recorrido no se calculaba por horas, como hoy, sino en meses e incluso en años. Por lo tanto, muy prolongada tuvo que ser la ausencia del hombre de la parábola.

 

¿Y quién era éste?

 

Los autores son unánimes en identificarlo como el mismo Jesús, que se va de la Tierra hacia el Cielo, en donde tomará posesión de su trono: “Este hombre padre de familia no cabe duda de que es Cristo”,2 afirma San Jerónimo. “¿Quién es este hombre que emprende un viaje —se pregunta San Gregorio Magno—, sino nuestro Redentor, que se fue al Cielo con la misma carne que había tomado?”.3

 

Dios nos da bienes de un valor inmenso

 

14b “llamó a sus siervos y los dejó al cargo de sus bienes”

 

Con estas palabras la parábola deja muy claro que los bienes que el señor distribuye antes del viaje le pertenecen. Los que los reciben, por tanto, no pueden usarlos de forma arbitraria, sino que deben administrarlos a favor de su propietario.

 

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“Parábola de los Talentos” –

Iglesia Reformada en la calle

Victoria, Newport 

(País de Gales)

Fillion hace hincapié en el hecho de que no se trata de empleados asalariados, sino de siervos, que estaban “estrictamente obligados, a este título, a velar por los intereses de su amo”.4 Y para fundamentar este importante aspecto de la parábola el célebre exegeta francés recuerda el fuerte sentido posesivo de la expresión griega “ì δ?ους δο?λους ”, que es traducida por San Jerónimo en la Vulgata como “sus siervos”.5

 

Representan a todos los cristianos, destacando nuestra dependencia en relación con el Creador. Somos siervos de Dios e incluso la más alta de las criaturas, María Santísima, puede decir con propiedad: “He aquí la esclava del Señor” (Lc 1, 38).

 

A este respecto comenta San Alfonso de Ligorio: “De todos los bienes que hemos recibido de Dios, de naturaleza, de fortuna o de gracia, ninguno nos pertenece en propiedad, de modo que podamos disponer de ellos a nuestro gusto, pues solamente somos sus administradores. De aquí que estemos obligados a emplearlos todos según la voluntad de Dios, dueño soberano de todas las cosas. Por eso también en el día de la muerte hemos de rendir estrecha cuenta al juez Jesucristo”.6

 

15 “A uno le dejó cinco talentos, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó”.

 

El talento ( τ?λαντον ) era una medida de peso usada en la Antigüedad. Tiene su origen en Babilonia y fue ampliamente difundido en Oriente Próximo durante los tres siglos anteriores a Jesús. Correspondía a la cantidad de agua que se necesitaba para llenar un ánfora. No obstante, su valor variaba mucho según el tiempo y el lugar: desde los casi 60 kg del talento pesado babilónico hasta los 26 kg del talento ático.

 

Éste último también se usaba como unidad monetaria que equivalía a 6.000 dracmas de plata. Por lo tanto, aunque la cantidad entregada a cada siervo no se pueda determinar con exactitud —ni esto sea relevante a efectos de nuestro comentario—, podemos estimar que recibieron respectivamente 130, 52 y 26 kg de plata para que los administraran.

 

Se trata de una cuantía nada pequeña que tiene por objetivo representar el elevado valor de los dones y cualidades concedidos a cada uno de nosotros para que sean adecuadamente utilizados a lo largo de la vida.

 

Diferentes actitudes ante el valor recibido

 

16 “El que recibió cinco talentos fue enseguida a negociar con ellos y ganó otros cinco”.

 

El primer siervo se fue “enseguida”, dice el texto evangélico. Su actitud nos muestra la necesidad de no perder el tiempo en el cumplimiento de la misión que nos ha sido confiada.

 

Las acciones relativas a la gloria de Dios no admiten paradas ni retrasos: hay que estar constantemente procurando obtener rendimientos de los talentos recibidos.

 

Este siervo fue “a negociar con ellos” y le consiguió a su señor un cien por cien de lucro.

 

Esto significa que cuando utilizamos los dones de Dios para su mayor gloria y expansión de su Reino Él los hace crecer. Pues nuestros predicados son susceptibles de aumentar, tanto en cantidad como en calidad.

 

17 “El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos”.

 

Igual sucedió con el segundo siervo: porque “hizo lo mismo” que el primero, duplicó la cantidad recibida.

 

18 “En cambio, el que recibió uno fue a hacer un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor”.

 

Sin embargo, el tercero ni siquiera se tomó la molestia de invertir para provecho de su señor el único talento que le dieron, sino que trató de devolver exactamente lo que había recibido. No quiso tomarse el trabajo de hacer rendir bienes que no le pertenecían, pues sólo estaba interesado en su propio beneficio.

 

A cada cual según su capacidad

 

Antes de entrar en el análisis de la segunda parte de la parábola, recordemos que nadie ha sido creado por casualidad. Muy al contrario, Dios, en su infinita sabiduría, tiene un designio específico para cada uno de nosotros, de manera que todo hombre puede considerarse como hijo único de Dios. Es decir, todo ser humano es irrepetible, lo que hace exclusivo su llamado y su misión.

 

Cuando Dios distribuye sus dones, a unos les da más y a otros menos, pero no “por largueza o por mezquindad”,7 sino de acuerdo con las capacidades de los que los reciben y en función de su respectiva vocación.

 

Así, cada cual tiene, en su medida, dones naturales y sobrenaturales que desarrollar. Debe servirse de ellos para su propio provecho y el de los demás, pero siempre buscando la mayor gloria del Creador y la salvación de las almas.

 

“Pongamos a contribución, para aprovechamiento de nuestro prójimo, dinero, fervor, dirección, todo, en fin, cuanto tenemos. Porque talento vale aquí tanto como la facultad misma que cada uno tiene, ora en gobierno, riqueza, doctrina o cualquier otra cosa semejante. Que nadie, pues, diga: ‘Yo no tengo más que un talento y no puedo hacer nada'. No. Con un solo talento puedes también ser glorioso”, enseña San Juan Crisóstomo.8

 

III – La hora de la rendición de cuentas

 

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“Con un solo talento puedes

también ser glorioso”, enseña

San Juan Crisóstomo.

“San Juan Crisóstomo”

Catedral de Cuenca (Ecuador)

19 “Al cabo de mucho tiempo viene el señor de aquellos siervos y se pone a ajustar las cuentas con ellos”.

 

El texto evangélico hace hincapié en que el señor regresó “al cabo de mucho tiempo”, subrayando así el carácter escatológico de la parábola. Y la expresión “se pone a ajustar las cuentas” significa el juicio particular y después el Juicio Final, durante los cuales Jesucristo nos pedirá explicaciones de los talentos y dones que nos ha ido dando a lo largo de nuestra existencia terrena.

 

“Entra en el gozo de tu señor”

 

20 “Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: ‘Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco'”.

 

El primero de los siervos en ajustar las cuentas con su señor le presenta un rendimiento máximo porque, como hemos visto, se esforzó diligentemente con la intención de aumentar el capital recibido, haciendo todo lo que estaba a su alcance. La respuesta de su señor estará a la altura de su dedicación.

 

21 “Su señor le dijo: ‘¡Bien, siervo bueno y fiel!; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra en el gozo de tu señor'”.

 

Empieza llamándole “siervo”, recordando que todos somos contingentes y estamos en la absoluta dependencia de Dios: “Sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15, 5). Pero inmediatamente después lo califica de “bueno y fiel”, porque actuó sin egoísmo, procurando el mayor lucro para su señor.

 

No obstante, causa cierta sorpresa el hecho de que el señor le elogie por haber sido “fiel en lo poco”, cuando le había dado cinco talentos de plata, es decir, una auténtica fortuna. Aunque todo se aclara al aplicar la parábola a la vida sobrenatural: lo que recibimos en la Tierra es insignificante comparándolo con lo que tendremos en el Cielo.

 

En la frase “te daré un cargo importante” está comprendida la participación de los hombres en el gobierno del universo, desde el Cielo. San Ambrosio afirma que: “Del mismo modo que los ángeles gobiernan, así gobernarán también los que merezcan la vida de los ángeles”.9 Y a propósito de recurrir a intermediarios en el actuar divino enseña Santo Tomás: “Mayor perfección es si una cosa, además de ser buena en sí misma, puede ser causa de bondad para otra. […] Y, por eso, de tal modo Dios gobierna a las cosas, que hace a unas ser causas de otras en la gobernación”.10

 

En cuanto a la expresión “entra en el gozo de tu señor” comenta San Juan de Ávila, a quien Su Santidad Benedicto XVI desea declarar en breve doctor de la Iglesia: “¿Qué gozo es ése?

 

El mismo gozo de Dios. ‘Alégrate, siervo de Dios, que has sido fiel; entra en el gozo de tu Señor a gozar de lo que goza Él, a vivir de los que vive Él, a ser un espíritu con Él y a ser Dios por participación”.11

 

Participar en la felicidad de la Santísima Trinidad sin límites, viendo a Dios cara a cara y amándole como Él se ama, guardadas las debidas proporciones, es el premio reservado a aquellos que hicieron rendir los talentos recibidos.

 

22 “Se acercó luego el que había recibido dos talentos y dijo: ‘Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos'. 23 Su señor le dijo: ‘¡Bien, siervo bueno y fiel!; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra en el gozo de tu señor'”.

 

Lo mismo ocurrió con el siervo que mostró igual empeño con relación a los bienes, aunque menores, que se le entregó para su administración, porque Dios premia a cada cual según el uso que hace de los dones recibidos.

 

La terrible situación del siervo infiel

 

24 “Se acercó también el que había recibido un talento y dijo: ‘Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces, 25 tuve miedo y fui a esconder mi talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo'”.

 

En cuanto al tercer siervo, ¡qué terrible es su situación! Al llegar la hora de rendir cuentas percibe que se había dejado llevar por el egoísmo y por la falta de celo. En lugar de utilizar los dones para la gloria de Dios y salvación de las almas, tan sólo pensó en su propia conveniencia.

 

Ahora bien, cuando Dios nos concede ciertas cualidades, quiere que sean usadas en beneficio de los demás, como lo advierte San Pedro: “Como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios, poned al servicio de los demás el carisma que cada uno ha recibido” (1 P 4, 10).

 

Después de todo, ¿la Ley no se resume en el amor a Dios y al prójimo como a sí mismo? Como el bien es eminentemente difusivo, el siervo negligente debería haber exclamado con San Pablo: “¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!” (1 Co 9, 16).

 

Sobre la necesidad de proceder así, explica un moralista contemporáneo que: “El creyente deja de ser fiel, no solamente en la medida en que reniega de su fe, sino en tanto se esfuerza por hacerla fructificar. […] Es una ley, no de ‘moral', sino de la vida. […] Toda fecundidad implica salida de uno mismo, salida que es riesgo y donación.12 En síntesis, afirma San Agustín: “Toda la culpa del siervo desaprobado y tan duramente sancionado reducíase a esto: no quiso dar. Guardó íntegro lo recibido; mas el Señor quería sus intereses; porque Dios es avaro en punto a nuestra salvación”.13

 

Miedo y rebeldía al ser descubierto

 

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“Y a ese siervo inútil echadlo fuera, a las

tinieblas; allí será el llanto y

el rechinar de dientes”.

"El infierno” – Basílica Catedral de San

Jorge, Ferrara (Italia).

nte el buen ejemplo de los dos siervos anteriormente llamados, el que recibió un talento ciertamente se dio cuenta de su mal procedimiento. Podría haber reconocido su culpa y pedido perdón, pero la parábola, como hemos visto, representa el momento del Juicio, cuando ya no hay más tiempo para hacer rendir los talentos recibidos. Qualis vita, finis ita : el individuo será juzgado por lo que ha hecho y por lo que ha dejado de hacer.

 

Cuando debería haber trabajado en favor de su amo, el siervo se engañó pensando que no regresaría nunca; o entonces creyó que sería posible encontrar un buen pretexto en el momento de rendirle cuentas; o hizo otro tipo de racionalización para justificar su indolencia. Ahora tiene “miedo” al ver la imposibilidad de ocultar su negligencia.

 

En vez de reconocer que se equivocó, se rebela contra su señor, acusándole de injusto: “Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces”. Es lo que siempre pasa cuando el individuo, por culpa propia, no hace rendir los talentos confiados a él: busca falsas razones para justificar el mal realizado. Porque el ser humano es un monolito de lógica.14

 

En ocasiones como ésta, afirma el moralista citado más arriba, “se le imputa a Dios la injusticia que existe en el mundo y se le hace responsable de ese mal, cuando, en realidad, es la ineficacia del hombre la que ha engrendado tanta miseria que se levanta insultante contra el plan de Dios”.15

 

Temeraria insolencia, porque Dios conoce perfectamente nuestro interior. Ante Él es inútil cualquier racionalización. En el Juicio no habrá cómo engañarlo. La vida del pecador se presentará sin atenuantes, tal como hubiera transcurrido a los ojos de Aquel por quien debería haber hecho rendir los talentos recibidos. Eso es lo que demuestran los versículos siguientes.

 

Argüido con sus propias palabras

 

26 “El señor le respondió: ‘Eres un siervo negligente y holgazán. ¿Con que sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? 27 Pues debías haber puesto mi dinero en el banco, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses'”.

 

La respuesta del amo es categórica. Además de reprender la holgazanería de su siervo, hace que se vuelva contra él el pretexto sofístico presentado. Si, de hecho, conocía la presumida severidad de su señor, ¿por qué no actuó en consecuencia sacando por lo menos el lucro que los intereses bancarios le habrían dado? O sea, si al recibir esos dones los hubiese puesto a disposición de otros, al menos hubiera conseguido algunos rendimientos.

 

A este respecto comenta San Gregorio Magno: “Con sus mismas palabras es argüido el siervo, cuando dice el Señor: ‘Siego donde no siembro y recojo donde no esparcí'. Que es como si dijese: Si según tu juicio exijo lo que no he dado, ¿con cuánta mayor razón exigiré de ti lo que te di para lucrar?”.16

 

Nuevos beneficios para el que obró bien

 

28 ‘Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. 29 Porque al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene'.

 

Es sorprendente la primera parte del veredicto pronunciado por el amo: retirarle al siervo infiel el talento y dárselo al que ya tenía diez. Los dones que Dios nos otorga, incluso los naturales, si no son debidamente ejercitados, tienden a marchitarse.

 

Algo similar vemos que ocurre en el cuerpo humano: cuando un miembro fracturado es inmovilizado, sus músculos se vuelven flácidos en el período de inacción. De la misma forma, los predicados morales o intelectuales que no se usan se debilitan y caminan hacia la desaparición.

 

Así dice San Jerónimo: “Muchos, aunque son sabios por naturaleza y tienen agudeza de ingenio, si han sido negligentes y por desidia han corrompido su bondad natural, […] pierden la bondad natural y ven cómo pasa a otros el premio que se les había prometido”. 17

 

La indolencia del “siervo negligente y holgazán” se transformará en nuevas ventajas para el que supo aplicar bien sus talentos. Los dones dejados de lado revierten en los más generosos.

 

Es un hermoso aspecto de esta parábola: lo que es rechazado o mal usado, Dios lo recoge y se lo da a otros para que lo hagan rendir.

 

Ahora bien, si así ocurre con los bienes materiales o espirituales, aúnes más válido ese principio en el campo de las realidades sobrenaturales: ante el egoísmo, Dios retrae sus gracias y el alma se vuelve estéril.

 

Condenación eterna del siervo inútil

 

30 ‘Y a ese siervo inútil echadlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes'”.

 

Última y triste consecuencia del pecado: desprovisto de su talento, el “siervo inútil” es condenado al infierno, donde servirá no a su señor, sino a Satanás.

 

¿Un castigo tan grande sólo por no haber utilizado los talentos recibidos? Sí, porque “los pecados de omisión que acompañan con frecuencia a una vida moralmente ‘honrada', van directamente contra el plan bíblico sobre el hombre, dado que Dios le ha confiado la perfección de su obra: continuarla y completarla”.18

 

El objetivo de esta parábola es justamente mostrar de forma viva y atrayente la obligación que tenemos de utilizar los dones que Dios nos ha concedido para su gloria y para la salvación de las almas, así como el castigo destinado a aquellos que obran de esa manera.

 

Por eso, San Gregorio Magno advierte: “El que no tiene caridad pierde todo el bien que posee, es privado del talento que había recibido, y según las palabras del mismo Dios, es arrojado en las tinieblas exteriores”.19

 

IV – ¡Progresar siempre!

 

En la parábola falta la figura de la Madre del

Señor, la cual nos ayudará a rendir al máximo

los talentos recibidos.

“María Auxiliadora” – Basílica de María Auxiliadora, Turín (Italia).

De esta forma, la Liturgia de este domingo nos recuerda una verdad esencial: el progreso en la vida espiritual no es una opción, sino una obligación; hemos de devolverle a Dios mucho más de lo que nos ha confiado para que lo hagamos rendir. Tanto más que Él nos asiste a cada paso con su gracia, ayudándonos a que cumplamos bien esa misión.

 

Nuestra gratitud debe ser proporcional; por tanto, tiene que ser mayor en relación con los dones sobrenaturales, ¡porque lo que recibimos de gracias es incalculable! Una sola Comunión, por ejemplo, sería suficiente para justificar la vida entera de un hombre. Podría pasarla toda preparándose para, al final, recibir una vez en su corazón a Jesús sacramentado; y después decirle en la acción de gracias: Nunc dimittis servum tuum (Lc 2, 29). Puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque ha acogido al mismo Cristo en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en las Especies Eucarísticas. Porque la Luz que vino a iluminar las naciones ha penetrado en mi alma asumiéndola y santificándola.

 

Y, sin embargo, la Sagrada Eucaristía está continuamente a nuestra disposición, para colmarnos de favores espirituales extraordinarios…

 

Todos tenemos capacidades y dones y la consecuente obligación de desarrollarlos a favor del prójimo, de hacer apostolado con nuestros semejantes, de manera que ellos también puedan participar en esos beneficios que recibimos gratuitamente de Dios. De lo contrario, tomaremos el triste camino del tercer siervo.

 

Se trata entonces de sacrificar nuestros intereses personales y hacer el bien a los hermanos, no poniéndonos nunca en el centro de las atenciones, que deben dirigirse únicamente a Dios, al que todo le pertenece.

 

En realidad, el verdadero Señor, que nos va a pedir cuentas el día del Juicio, ese Señor no se ha ido de viaje, sino que está siempre entre nosotros y nos acompaña a cada paso camino de la eternidad, ayudándonos en todas nuestras necesidades.

 

No obstante, si nuestra conciencia —al meditar esta parábola— nos acusa de algo, acordémonos que en ella está faltando una figura: la Madre del Señor. Ella siempre está a nuestro lado, acompañándonos y abogando por nuestra causa ante su divino Hijo. Pidamos, pues, a esta afectuosa Madre que nos consiga, en cualquier situación en la que nos encontremos, una abrumadora prodigalidad de gracias, de modo que hagamos rendir al máximo los talentos recibidos.

  


 

1 Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica , II-II, q. 79, a. 4, Resp.

2 SAN JERÓNIMO. Commentariorum in Evangelium Matthæi, l. 4.

3 SAN GREGORIO MAGNO. Homiliarum in Evangelia. l. 1, h. 9, c. 1.

4 FILLION, Louis-Claude. La Sainte Bible commentée. París: Letouzey et Ané, 1912, t. VII, p. 164.

5 Cf. Ídem, ibídem.

6 SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO. Obras Ascéticas. Madrid: BAC, 1956, v. II, p. 642.

7 SAN JERÓNIMO, op. cit., ibídem.

8 SAN JUAN CRISÓSTOMO. Homilía 73, c. 2. En: Homilías sobre el Evangelio de San Mateo. Madrid: BAC, 1956, v. II, pp. 558-559.

9 SAN AMBROSIO. Expositio Evangelii Secundum Lucam. l. VIII, c. 96.

10 SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica , I, q. 103, a. 6, Resp.

11 SAN JUAN DE ÁVILA. Obras Completas. Madrid: BAC, 1953, v. II, p. 289.

12 FERNÁNDEZ, Aurelio. Teología Moral. Burgos: Aldecoa, 1992, v. I, p. 249.

13 SAN AGUSTÍN. Sermo 94.

14 “Todo pecado, efectivamente, supone un gran error en el entendimiento, sin el cual sería psicológicamente imposible. […] Es psicológicamente imposible que la voluntad se lance a la posesión de un objeto si el entendimiento no se lo presenta como un bien” (ROYO MARÍN, OP, Antonio. Teología moral para seglares. 7ª ed. Madrid: BAC, 1996, v. I, p. 232).

15 FERNÁNDEZ, op. cit., p. 250.

16 SAN GREGORIO MAGNO, op. cit., c. 3.

17 SAN JERÓNIMO, op. cit., ibídem.

18 FERNÁNDEZ, op. cit., p. 250.

19 SAN GREGORIO MAGNO, op. cit., c. 6.

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