Comentario al Evangelio – Domingo I de Cuaresma – Convertíos y creed en el evangelio – Parte II
Adecuar nuestros pensamientos, deseos, acciones y sentimientos conforme a Nuestro Señor Jesucristo es el único medio de corresponder dignamente al amor que Dios manifiesta por cada uno de nosotros.
La Cabeza obtiene la victoria para todo el Cuerpo
13a …siendo tentado por Satanás;
Cristo era Dios y como tal no fue al desierto con el objetivo de prepararse en la soledad para la lucha que estaba por llegar, sino para empezarla. Lejos de buscar refugio contra el mal, iniciaba su vida pública enfrentando y venciendo los ataques del enemigo.
Sin embargo, el demonio no tenía aún conciencia de la divinidad de Jesús. Juzgando que era pasible de pecar, quiso por todos los medios inducirle a cometer diversas faltas. ¿Habrá tentado al Hijo de Dios durante los cuarenta días y cuarenta noches, como parece deducirse de ese versículo de San Marcos y es la opinión de San Beda? ¿O habrá esperado hasta el final del ayuno para tentarle, como afirma Santo Tomás?
El problema no nos parece especialmente relevante ante el hecho de que el divino Maestro haya querido asumir sobre sí nuestras tentaciones para vencerlas.11 Con la derrota infligida al demonio en el desierto, Cristo —Cabeza del Cuerpo Místico— obtuvo la victoria para todos sus miembros, conforme lo afirma San Gregorio Magno: “No era indigno de nuestro Redentor querer ser tentado, Él que había venido para ser muerto; para que así venciese nuestras tentaciones con las suyas, lo mismo que aniquiló nuestra muerte con la propia”.12
“No nos dejes caer en la tentación”
Ahora bien, Santo Tomás piensa que no fue esa la única razón por la que Cristo quiso ser tentado; añade tres más: para que nadie, por muy santo que sea, se tenga por seguro e inmune a la tentación; para enseñarnos el modo de vencer las tentaciones; y para infundir en nosotros la confianza en su misericordia.13
Por eso, el Doctor Angélico nos dice: “Sobre este punto conviene notar que Cristo nos enseñó a pedir no que no seamos tentados, sino que no caigamos en la tentación. Porque si el hombre vence la tentación, merece premio”.14 Dios permite que el demonio actúe, deja que las malas inclinaciones de nuestra naturaleza caída nos atormenten, para que de esta manera podamos obtener méritos.
A este respecto, observa el P. Royo Marín: “Son innumerables las ventajas de la tentación vencida con la gracia y ayuda de Dios. Porque humilla a Satanás, hace resplandecer la gloria de Dios, purifica nuestra alma llenándonos de humildad, arrepentimiento y confianza en el auxilio divino; nos obliga a estar siempre vigilantes y alerta, a desconfiar de nosotros mismos, esperándolo todo de Dios; a mortificar nuestros gustos y caprichos; excita a la oración; aumenta nuestra experiencia, y nos hace más circunspectos y cautos en la lucha contra nuestros enemigos”.15
Del mismo modo que no se puede premiar a un corredor que ni siquiera se ha levantado de la cama, o a un intelectual que no escribió ni disertó sobre nada, en la vida espiritual pasa lo mismo: para recibir la recompensa en la eternidad tenemos que ser probados en esta vida.
Nada alegra más a nuestro enemigo que el desánimo
Por lo tanto, la tentación no nos debe entristecer, ya que representa la hora del heroísmo y de la alegría: es el momento de mostrar nuestro amor a Dios. ¡Cristo nos dio el ejemplo! En esos cuarenta días de oraciones y padecimientos en el desierto, conquistó las gracias necesarias para nuestra perseverancia, incluso las gracias específicas para que hagamos bien los ejercicios cuaresmales, preparatorios para la Pascua. Y aunque sucumbamos ante alguna tentación, Él nos da las fuerzas para levantarnos y continuar en el camino de la santificación.
Así pues, cuando llegue la tentación, no podemos tolerar desánimo alguno, porque el que resiste y el que ya ha vencido es Cristo, la Cabeza del Cuerpo Místico del cual somos miembros.
Cuando el demonio nos tienta, tiene por objetivo primordial quitarnos el ánimo, porque si lo consigue nos atrapará entre sus garras. El ánimo, por el contrario, nos mantiene en las manos de Dios y de la Santísima Virgen.
“Lo que alegra al enemigo no son tanto nuestras faltas como el abatimiento y la pérdida de confianza en la misericordia divina que nos producen”.16 Por eso, San Francisco de Sales nos advierte: “La desconfianza que tenéis en vos misma es buena, siempre que sirva de base a vuestra confianza en Dios; pero si os llevase al desánimo, a la inquietud, a la pena y a la melancolía, os suplico que la arrojéis de vos como la mayor de las tentaciones, y nunca permitáis que vuestro espíritu discuta o replique a favor de la inquietud o del abatimiento del corazón al que os sentís inclinada”.17
Las fieras del desierto y los animales del Paraíso
13b vivía con las fieras…
Basándose en los Padres de la Iglesia, comentaristas como Fillion o Maldonado, o incluso el mismo Santo Tomás, consideran que San Marcos hizo esa afirmación para subrayar, con la vivacidad propia del discípulo de San Pedro, el carácter salvaje de la región donde Jesús se retiró, y acentuar la completa soledad en la que Él pasó esos cuarenta días y cuarenta noches.18 San Juan Crisóstomo comenta que San Marcos habría dicho esto “para mostrar cuál era el desierto. No había en él camino para los hombres, y estaba lleno de animales feroces”.19 Aunque estas palabras también pueden ser analizadas en un sentido más profundo.
En aquel tiempo, no faltaban en las inmediaciones del Jordán hienas, chacales, leopardos o jabalíes, según informa, entre otros, el mencionado Fillion.20 Ahora bien, si en el Paraíso todos los animales obedecían enteramente a Adán, en aquel desierto se abalanzaban sobre los hombres, atemorizándolos y obligándoles a huir.
¿Habría querido el divino Maestro soportar esa flaqueza más de la humanidad caída? Si quiso experimentar el temor provocado por la presencia de las fieras, es seguro que lo venció de manera grandiosa, obteniéndonos así más fuerzas aún para superar las adversidades, dramas y complicaciones que la vida nos presenta.
Servido como Dios por ministerio angélico
13c … los ángeles lo servían.
La presencia de los ángeles también es misteriosa y llena de significado.
¿Se habrían alejado de su Señor hasta el final de las tentaciones, como lleva a creer el relato de los otros sinópticos? ¿O habrían permanecido sirviéndole y sustentando su vida terrena durante esos cuarenta días y cuarenta noches en las que no comió ni bebió nada?
Nada nos impide, en nuestra opinión, imaginar a la Corte Celestial descendiendo hasta el desierto y regresando al Cielo durante ese período, a fin de asistir a la naturaleza humana de su Creador. Al contrario, a eso invita el comentario de San Beda, reproducido por Santo Tomás en la Catena Áurea: “Es de considerar también que Cristo mora entre las fieras como hombre, y que es servido por ministerio angélico como Dios”.21
“Convertíos y creed en el Evangelio”
14 Después de que Juan fue entregado, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios; 15 decía: “Se ha cumplido el tiempo y está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio”.
Tras esta sublime preparación, en el reloj de la Historia, todo estaba listo para la aparición del Salvador en el escenario de la vida pública de Israel. Concluido su retiro, y vencidas las tentaciones, se entregará ardorosamente al cumplimiento de su misión. Tan sólo faltaba la señal que la Sabiduría divina había dispuesto para el comienzo de la predicación de la Buena Nueva: la prisión de Juan el Bautista.
Con ésta se inicia el ocaso del Antiguo Testamento. Pero sin dar tiempo a que la noche llegue, raya la aurora de una nueva era, más radiante, iluminada por el verdadero Sol de la Salvación. “Se ha cumplido el tiempo y está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio”. Con estas palabras abre el divino Maestro su predicación, evocando los términos en los que el Precursor había anunciado su llegada (cf. Mt 3, 1-2).
En la Liturgia de este domingo la Iglesia quiere transmitirnos un mensaje: Dios nos ama y desea perdonarnos. Está dispuesto a reconciliarse con nosotros, a hacer con nosotros una alianza inquebrantable. Pero es necesario reavivar la fe y cambiar de vida, como nos exhorta Jesús: “Convertíos y creed en el Evangelio”.
III – ¿Cómo corresponder a ese amor?
Con respecto a esta conversión, es menester que nos resguardemos de un peligroso error.
En nuestra vida espiritual, muchas veces nos falta la compenetración de la necesidad de que tenemos que ser santos. A menudo lo que tratamos de ser es sencillamente correctos, olvidándonos del pedido del Concilio Vaticano II tantas veces repetido: “El divino Maestro y Modelo de toda perfección, el Señor Jesús, predicó a todos y cada uno de sus discípulos, cualquiera que fuese su condición, la santidad de vida, de la que Él es iniciador y consumador: ‘Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto’ (Mt 5, 48)”.22
“En gravísimo error están —enseña San Alfonso Mª. de Ligorio— quienes sostienen que Dios no exige que todos seamos santos, ya que San Pablo afirma: ‘Ésta es la voluntad de Dios, vuestra santificación’ (1 Ts 4, 3). Dios quiere que todos seamos santos, y cada uno según su estado, el religioso como religioso, el seglar como seglar, el sacerdote como sacerdote, el casado como casado, el mercader como mercader, el soldado como soldado, y así de los demás estados y condiciones”.23
Progresar en el amor y en el conocimiento
Para el cumplimiento de esta obligación, la Iglesia nos orienta maternalmente a través de la Liturgia de este domingo. La Oración del día ya nos indica en cierto modo el camino: “Concédenos, Dios todopoderoso, que las prácticas anuales propias de la Cuaresma, nos ayuden a progresar en el conocimiento de Cristo y a llevar una vida más cristiana”.
En efecto, necesitamos “progresar en el conocimiento de Cristo”, porque siendo Dios y Hombre verdadero es el arquetipo de todo el universo, conforme lo afirma San Pablo: “En Él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles” (Col 1, 16).
¿Pero basta con conocer? No. Bien dice San Juan de la Cruz: “En la tarde seréis examinados por el amor”.24 La más profunda comprensión de la doctrina nos debe servir, sobre todo, para aumentar en nosotros la caridad, de forma que al conocer mejor la adorable Persona de Jesús, tengamos mayores posibilidades de “corresponder a su amor”.
Dios espera nuestra conversión
Sin embargo, no obtendremos nada de eso sin el auxilio de la gracia. El hombre por sí mismo no tiene fuerzas para adecuar establemente sus pensamientos, deseos, acciones y sentimiento conforme a Jesús. Para que sea efectiva la conversión a la que el Señor nos invita mediante la Liturgia de este domingo, es indispensable que juntemos las manos para rezar y decir, con el profeta: “Conviérteme y yo me convertiré, porque tú, Señor, eres mi Dios” (Jr 31, 18b).
El deseo nuestro de cambiar de vida en este período de penitencia cuaresmal debe estar, por lo tanto, impregnado de mucha confianza. El triunfo de Cristo en el desierto obtuvo gracias superabundantes para que todo su Cuerpo Místico venciera las tentaciones del demonio. Nuestra fortaleza está en Jesús y, mientras no nos separemos de la Cabeza, Satanás no podrá nada contra nosotros.
Pero, si al hacer examen de conciencia, encontramos una falta aquí, otra allá, no desesperemos. “Porque también Cristo sufrió su pasión, de una vez para siempre, por los pecados, el justo por los injustos, para conduciros a Dios” (I Pd 3, 18). Conquistó la victoria sobre nuestras faltas de una vez por todas. Basta que reconozcamos nuestra miseria y pidamos perdón.
¿Cómo retribuir tanta bondad?
Roguemos ardientemente a María Santísima la gracia de una auténtica conversión, es decir, la comprensión entusiasmada y admirativa del inefable amor de su divino Hijo por cada uno de nosotros, para que nos conduzca a seguir una vida santa, camino del Cielo.
Convertíos y creed en el evangelio – Parte I
13 Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO, op. cit., III, q. 41 a. 1, resp.
14 SANTO TOMÁS DE AQUINO. In Orationem Dominicam, art. 6. 15 ROYO MARÍN, OP, Antonio. Nada te turbe, nada te espante. 3ª ed. Madrid: Palabra, 1982, pp. 56-57. 16 TISSOT, Joseph. A arte de aproveitar as próprias faltas. São Paulo: Quadrante, 1925, pp. 38-39. 17 SAN FRANCISCO DE SALES. Oeuvres Complètes. Lettres spirituelles. 2ª ed. París: Louis Vivès, 1862, t. XI, pp. 425-426. 18 FILLION, Louis-Claude. La Sainte Bible commentée. París: Letouzey et Ané, 1912, t. VII, p. 195. MALDONADO, SJ, Juan de. Comentarios a los cuatro Evangelios – San Marcos y San Lucas. Madrid: BAC, v. II, 1951, p. 41. SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica, III, q. 41, a. 3, ad. 2. 19 SAN JUAN CRISÓSTOMO, apud SANTO TOMÁS DE AQUINO. Catena Áurea – Expositio in Marcum. c. 1, l. 5. 20 Cf. FILLION, op. cit., ibídem. 21 SAN BEDA, apud SANTO TOMÁS DE AQUINO. Catena Áurea – Expositio in Marcum. c. 1, l. 5. 22 CONCILIO VATICANO II, Lumen gentium, núm. 40. 23 SAN ALFONSO MARÍA DE LIGÓRIO. Obras Ascéticas. Madrid: BAC, 1952, v. I, p. 392. 24 SAN JUAN DE LA CRUZ. Vida y obras de San Juan de la Cruz. Madrid: |
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