II DOMINGO DE CUARESMA – ¡Escuchadlo! Parte II

Publicado el 02/28/2015

 

– EVANGELIO –

 

En aquel tiempo, 2 Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, subió aparte con ellos solos a un monte alto, y se transfiguró delante de ellos. 3 Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. 4 Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. 5 Entonces Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: “Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. 6 No sabía qué decir, pues estaban asustados. 7 Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: “Éste es mi Hijo, el amado; escuchadlo”. 8 De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. 9 Cuando bajaban del monte, les ordenó que no contasen a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. 10 Esto se les quedó grabado y discutían qué quería decir aquello de resucitar de entre los muertos (Mc 9, 2-10).

 


 

 

COMENTARIO AL EVANGELIO – II DOMINGO DE CUARESMA – ¡Escuchadlo! Parte II

 

Los apóstoles, endurecidos por una falsa concepción de la misión de Jesús, no oyeron su voz. Seamos vigilantes para que jamás nos suceda lo mismo.

 


 

III – Ofrezcamos en holocausto
aquello que nos aleja de Dios

 

El sacrificio de Isaac – Iglesia de San Nicolás, Markdorf (Alemania)

 

aquello que nos aleja de Dios Ante las enseñanzas de esta liturgia, no podemos olvidar que el amor manifestado por el Padre hacia nosotros en la mactatio —inmolación— de su Hijo merece reciprocidad. Dios espera de cada uno de nosotros este sacrificio: desapego de aquello que nos desvía del rumbo cierto, o de cualquier aprensión que amarre nuestro corazón a algo que no sea Él, y docilidad en lo tocante a su voluntad. Una vez que nos ha llamado a la santidad, nos quiere por entero y que estemos constantemente con el cuchillo alzado como Abrahán. Si Abrahán estuvo dispuesto a entregar a Isaac, ¿cómo no vamos a estar nosotros listos para ofrecer aquello que constituye un obstáculo para la salvación y para nuestra relación perfecta con el Señor? ¡Qué provechoso sería para nosotros si nos afirmáramos en un propósito ardoroso de poner sobre la leña cada uno de nuestros caprichos, bajar el cuchillo sobre ellos y, en seguida, prenderles fuego, inmolándolos en holocausto a Dios! De esta manera, como Abrahán, nos volveríamos libres de cualquier aprecio desordenado a las criaturas.

 

Es común que oigamos elogios a la fe del santo patriarca, que realmente es digna de toda alabanza; pero tal vez más bella aún sea su obediencia, reflejada en la de su hijo Isaac. “La obediencia —afirma San Ignacio de Loyola— es un holocausto, en el cual el hombre todo entero, sin dividir nada de sí, se ofrece en el fuego de caridad a su Criador y Señor […]; es una resignación entera de sí mismo, por la cual se desposee de sí todo, por ser poseído y gobernado de la Divina Providencia”.8 La obediencia practicada con esa radicalidad nos obtiene la realización de las promesas, porque Dios aseguró a Abrahán: “Juro por mí mismo, oráculo del Señor: por haber hecho esto, por no haberte reservado tu hijo, tu hijo único, te colmaré de bendiciones y multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa. Tus descendientes conquistarán las puertas de sus enemigos. Todas las naciones de la tierra se bendecirán con tu descendencia, porque has escuchado mi voz” (Gn 22, 16‑18). Qué consuelo sería poder oír la voz de Dios diciéndonos: “Una vez que recusaste todos tus apegos, los quemaste y pusiste en un altar en sacrificio, te bendigo, porque tú me obedeciste”. La obediencia pertenece a las virtudes que más agradan a Dios; no aquella que se basa en exterioridades, sino la que nace en el fondo del corazón, como fue la de Abrahán: ésa es la auténtica obediencia.

 

Una vez más, en la segunda lectura, San Pablo nos anima a que asumamos esa postura, por tener un intercesor en el Cielo: “Cristo Jesús, que murió, más todavía, resucitó y está a la derecha de Dios” (Rm 8, 34). Abrahán no contaba con Jesucristo junto al Padre para que pidiese por él, ni siquiera a María. En cuanto a nosotros, en una situación muy superior a la del patriarca, tenemos la intercesión de un Abogado absoluto y de una Medianera de impetración omnipotente, lo que basta para llenarnos de confianza. No nos olvidemos, además, que “noblesse oblige” —nobleza obliga. Dotados de tantos privilegios, debemos corresponder más que él.

 

En el Evangelio, la voz del Padre nos exhorta: “Escuchadlo”. Acordémonos entonces que Jesús enseñó: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga” (Lc 9, 23). Esta cruz no es pesada, todo lo contrario, alivia los pesos de nuestra conciencia. Significa obedecer a la voluntad de Dios. El segundo domingo de la Cuaresma nos estimula a tener delante de los ojos aquello que alimenta nuestra fe, aumenta nuestra capacidad de sufrir y nos proporciona alegría en medio de todos los tormentos.

 

 

 

Convertíos y creed en el evangelio – Parte II


 

1 Para otros comentarios a respecto de este tema, véase: CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. ¿Cómo será la felicidad eterna? In: Heraldos del Evangelio. Madrid. N.º 55 (Febrero, 2008); pp. 10-17; Comentarios al Evangelio del II Domingo de Cuaresma – Ciclos A y C, en los volúmenes I y V, respectivamente, de la colección Lo inédito sobre los Evangelios; A Transfiguração do Senhor e nossa santificação. In: Arautos do Evangelho. São Paulo. N.º 8 (Agosto, 2002); pp. 5-10; Comentarios al Evangelio de la Fiesta de la Transfiguración del Señor – Ciclos A, B y C, en el volumen VII, también de la colección Lo inédito sobre los Evangelios.

2 Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. I, q. 25, a. 3, ad 2.

3 Cf. Ídem, III, q. 45, a. 2; a. 1, ad 3; q. 28, a. 2, ad 3.

4 BOSSUET, Jacques‑Bénigne. Ier Sermon pour le II Dimanche de Carême. In: OEuvres choisies. Versalles: Lebel, 1822, v. VI, p. 283.

5 SAN CIRILO DE ALEJANDRÍA. ¿Por qué Cristo es uno? 2.ª ed. Madrid: Ciudad Nueva, 1998, p. 135.

6 SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO. Práctica del amor a Jesucristo. In: Obras Ascéticas. Madrid: BAC, 1952, t. I, p. 365.

7 Ídem, ibídem.

8 SAN IGNACIO DE LOYOLA. Carta 83. A los Padres y Hermanos de Portugal. In: Obras Completas. Madrid: BAC, 1952, p. 838.

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