Las campanas son uno de los tesoros que viven dentro de la Esposa Mística de Cristo. Tienen un simbolismo especial que nos indica que la voz del Redentor aún resuena y cruza los siglos.
Nada más pintoresco que las pequeñas callejuelas que recorren la vieja y vivaz Italia. Subiendo y bajando entre bosques, viñedos y olivares, atravesando caseríos, con sus características iglesitas, nuestro automóvil llegó a una pequeña ciudad de piedra construida sobre una colina, llamada Agnone, en la región de Molise, en el Abruzzo, próxima al mar Adriático.

El Arzobispo, Mons. Ettore di Filippo, nos invitó a presenciar una singular ceremonia, que parecía inimaginable en el siglo XXI, de un contenido religioso, cultural y sociológico que simboliza los mejores lados de un pueblo, de sí tan prodigioso, como es el italiano.
Se trataba de una colata, la fundición de dos grandes campanas destinadas a la torre medieval de la Abadía de Santa María in Monte Santo, recientemente restaurada. Habíamos llegado a la más famosa fundición de campanas de Italia, y quizás, del mundo: la Pontificia Fondaria Marinelli.
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El lugar es sencillo y espacioso, en nada parecido con una industria moderna. Allí se fabrican, desde el siglo X, campanas para el mundo entero. Todo es hecho a mano, de acuerdo a técnicas medievales, y sus dueños, de la familia Marinelli, pertenecen a una “dinastía” que dirige las labores desde el siglo XIV. En el museo de la Fundición se puede observar un cuadro genealógico de los miembros de la familia que a ella dedicó su existencia.
Fuimos recibidos por los actuales propietarios, el Dr. Pasquale Marinelli y sus dos sobrinos, Armando y Pasquale Marinelli Jr., dos jóvenes con un porte y vitalidad que dan la sensación de poder continuar la estirpe por otros 700 años…

El museo, creado recientemente, es uno de los pocos en el mundo que recoge campanas con la historia de su fabricación, desde el año 1.000 hasta nuestros días. No piense el lector en un frío museo formado por alguna entidad pública o por algún millonario aficionado. El visitante puede observar también instrumentos, ilustraciones y documentos que reúnen la historia viva de la Fundición. Se trata de la mayor y mejor colección de campanas del mundo.
Los dueños nos acompañaron en la visita al museo y a las oficinas. Ellos mismos trabajan en familia, ayudados por una docena de artesanos de la región, descendientes a su vez de otros artesanos. Todos se esfuerzan y viven imbuidos de la importancia de su labor; hablan con pasión y profundo espíritu religioso de su noble oficio.
Sus campanas se destinan primordialmente a catedrales, santuarios, iglesias y monasterios, pero también se encomiendan para edificios públicos y grandes conmemoraciones históricas de índole civil.
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Cada campana constituye una obra de arte, con su propia forma y su propia decoración. La última capo lavoro fue la Gran Campana del Jubileo del año 2000, colocada en la Plaza de San Pedro, en Roma, de cinco toneladas de peso y seis metros de circunferencia. Su nota es sol grave.
La Fundición lleva el título de Pontificia, por privilegio del Papa Pío XI, otorgado en 1924. De ella partieron campanas para la Basílica de San Paolo, en Roma, para la Catedral de Saint Patrick de Nueva York, para los Santuarios de Pompeya (Italia) y de Jasna Gora (Polonia), para la famosa Abadía de Montecassino… Con motivo de la celebración de los 500 años del descubrimiento de América, también fue encomendada una gran campana. En fin, Río de Janeiro, Buenos Aires, Manila, Sidney, Tokio, son algunas de las grandes ciudades donde estas maravillosas campanas de Agnone tocan diariamente.

La fabricación de una campana demora varios meses. El molde es hecho a mano. Cuando está terminado, se entierra en el suelo, a pocos metros del horno donde se funde el bronce especial para campanas (secreto de fabricación de la casa), una aleación de cobre y estaño. La temperatura es de 1.200 grados. Los artesanos van sacando la escoria del bronce líquido de dentro del horno y limpiando de tierra e impurezas los canales que conducirán el metal incandescente hasta la boca del molde (presenciamos la fundición de dos campanas).
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Ahí comienza propiamente el “ceremonial”. El Arzobispo, quien lo presidía, revestido con roquete, asperje el horno con agua bendita, en cuanto se recita una oración del ritual destinado especialmente para la ocasión.
Enseguida viene la parte culminante del acto. El Arzobispo comienza a recitar la letanía de Nuestra Señora y, en el momento en que reza el “Santa María”, proclamado con gran énfasis y repetido por tres veces, se abre la compuerta del horno del cual desciende el bronce hecho fuego líquido y que, por los canales mencionados, llega hasta los moldes y en ellos penetra. El bronce continúa vertiéndose durante toda la recitación de la letanía hasta henchir completamente las formas. Todos los artesanos, incluidos los propietarios, tienen funciones de máxima importancia en ese momento, pues hay mil pormenores que cuidar. La manera de abrir la salida del horno y la boca de los moldes, la temperatura del ambiente, el escurrir del líquido limpio por los canales, influirán para que la colata resulte perfecta. Cualquier detalle — una bola de aire, una impureza, diferencias de temperatura — condicionarán el sonido, la resistencia y la belleza de la futura campana.

La oración es recitada con verdadera devoción — yo diría, con pasión — por parte de todos, y muy especialmente por los artesanos, que ruegan a María Santísima por el éxito de la empresa. Son meses de trabajo y un milenio de tradición los que se juegan en ese momento. Es también todo el futuro de cada una de las campanas que allí comienza, que atravesarán los siglos llamando a los hombres a la oración, conmemorando sus grandes hechos o sus grandes pesares, tornando la vida más noble y bella, en fin, glorificando a Dios en los lugares más distantes e inesperados del mundo.
Terminada la letanía y el escurrir del bronce, las campanas son cubiertas con tierra y viene el momento jubiloso de los abrazos y las felicitaciones. Es la sana y contagiosa alegría general que los italianos saben manifestar como pocos. Los patrones felicitan y desean auguri a cada uno de sus empleados-artesanos, así como a todos los presentes, comenzando por el Arzobispo, a quien tratan con verdadera veneración.

Como comentó el Dr. Pasquale en esa oportunidad, se trata de un momento de gran simbolismo y emoción.
Las campanas permanecen enterradas para que se enfríen lentamente, durante cuatro días. Después comienza la etapa de pulimento y acabado de los alto-relieves y las pruebas de sonido hasta la despedida de las obras, que repicarán por los rincones del mundo entero.
José Fernando Larrain Bustamante,
Revista Heraldos del Evangelio N° 1