Plinio Corrêa de Oliveira.
Nuestro Señor dijo que “todo el que se humilla será enaltecido” (Lc. 14, 11). Pues bien, María Santísima, afirmando ser esclava de Dios, se humilló más allá de todo límite. Por eso fue elevada a lo más alto de los Cielos, ocupando un lugar que ninguna otra mera criatura, debajo del Hombre Dios, alcanzará.
Así, el verdadero esclavo de Nuestra Señora, al invocarla, debe tener presente las magnificencias con las que Dios la revistió. Y, por lo tanto, nunca se dirigirá a Ella sino con sumo respeto, suma admiración y suma confianza. Confianza, sí, porque siendo María la más alta y eminente de todas las criaturas, también es la más benigna, misericordiosa, afable y la que más baja hasta nosotros.
La grandeza de la Santísima Virgen es tan inmensa que llena todos los espacios, por mayores que sean, que van desde Ella hasta el último de los hombres. A pesar de que fue entronizada en lo alto de los Cielos, Ella nos es más accesible, está más dispuesta a atendernos y a perdonarnos. En su insondable y fijo amor hacia los desterrados hijos de Eva, podemos y debemos tener una confianza total.
Extraído de conferencia de 16/6/1972