El 12 de septiembre la Iglesia celebra el Santo Nombre de María, verdadero cofre de significados y simbolismos, interpretados de modo elevado por grandes autores a lo largo de los siglos. Haciendo eco de esas enseñanzas, el Dr. Plinio lanza una mirada sobre la belleza de tal Nombre y las altísimas cualidades de la Madre de Dios.
Plinio Corrêa de Oliveira.
A fin de tejer algunas consideraciones sobre el nombre de María Santísima, creo que debemos analizar, inicialmente, el significado del nombre de una persona. Por la descripción de las Sagradas Escrituras (Gn 2, 18-20) sabemos que Dios hizo desfilar delante de Adán a todos los animales creados, y el primer hombre, después de observar cada uno, determinó cómo se debería llamar. Le dio, por lo tanto, un nombre que definía a aquella criatura, una palabra que correspondía al sentido más profundo de la naturaleza de cada animal.
Imágenes de la perfección de Dios
Ahora bien, nosotros nos podemos preguntar: ¿cuál es el sentido de un animal? Este, por más pequeño que sea, es un ser extremadamente rico porque está vivo, con un grado de vida por el cual no solo existe, sino que se mueve por sí mismo. Además, refleja aspectos de la infinita perfección de Dios.
Tomemos el águila, por ejemplo. Ave espléndida, a la cual le es propio ostentar sus garras, sus grandes alas, su fuerza y su ímpetu. Sin embargo, más que esos atributos, simboliza cierta cualidad de Dios, y todo cuanto hay de físico en el águila, su anatomía y fisiología, contribuye para expresar esa característica divina.
Conociendo e interpretando esa expresión, Adán resumió en el nombre que le puso al águila el simbolismo de aquella perfección del Creador. Por lo tanto, el nombre de cada animal representa en realidad su esencia, el sentido más profundo de ese reflejo de un aspecto de Dios.
Exaltando el nombre de María damos gloria a Dios
Si el nombre de un animal posee semejante expresión, debemos admitir que hay una expresión aún mayor en la composición del nombre de la Santísima Virgen. Nuestra Señora fue llamada María porque fue concebida sin pecado original; todo en Ella se armonizaba en un grado superexcelente, propio de Aquella que estaba destinada a ser la Madre del Verbo de Dios encarnado. Así, el nombre de María, de un modo misterioso, significa no sólo un aspecto, sino el conjunto de los aspectos infinitamente perfectos de Dios que Ella representa de modo tan especial.
De ahí resulta esa verdad: cuando glorificamos el nombre de María, glorificamos el sentido más profundo de su propia persona. Y glorificamos por lo tanto al propio Dios de una forma magnífica, alabándolo en la figura de su Madre amadísima.
Nombres perfectos para Jesús y María
También me parece interesante resaltar la relación maravillosa e insondable entre el nombre y la persona, en lo que se refiere a Nuestro Señor y a Nuestra Señora. En efecto, de todos los nombres existentes en la Tierra, ¿habría alguno que pudiese ser dado a Nuestro Señor Jesucristo igual al nombre de Jesús?
Como ya dije, es un asunto un tanto insondable, pero para nuestra óptica, Él solo podría llamarse Jesús. Imaginemos que le fuese dado uno de los nombres consagrados por grandes santos, como Francisco, Antonio, Juan… No. ¡Su nombre es Jesús!
Lo mismo se puede decir del santísimo nombre de María. Procúrese para Nuestra Señora un nombre que pudiese sustituir el suyo y no se encontrará. Solo podía ser María.
Se trata, por lo tanto, de nombres unidos misteriosamente al sentido profundo de la naturaleza humana de Nuestro Señor Jesucristo y de su Madre, de tal forma que constituyen un lindo conjunto. Cuando firmamos in Iesu et Maria – “en Jesús y María” – al final de una carta, se percibe tal afinidad entre ambos nombres, que se diría [que forman] la armonía entre dos notas musicales maravillosas.
Razón de ser de la fiesta del nombre de María
Por todo esto, se comprende que la Iglesia haya instituido una fiesta litúrgica para el sacratísimo nombre de Jesús, celebrada en enero, y otra para el santísimo nombre de María, el 12 de septiembre. O sea, una conmemoración particular para el nombre, pues este es una especie de símbolo y de definición de quien lo posee.
Cuando el Verbo Encarnado considera en sí mismo la unión de las dos naturalezas en una sola persona, o cuando el Padre Eterno o el Divino Espíritu Santo consideran en el Hijo esa unión, se les ocurre el nombre Jesús. Y cuando contemplan a Nuestra Señora, les viene el nombre María.
Tomado de Revista Dr. Plinio No. 126, septiembre de 2008, p. 25-29, Editora Retornarei Ltda., São Paulo – Extraído de una conferencia del 12/9/1988