Oh María, dulce Madre de Cristo, Príncipe de la Paz, he aquí a vuestros pies a vuestros hijos tristes, perturbados y llenos de confusión, porque a causa de nuestros pecados se apartó de nosotros la paz. Interceded por nosotros para que gocemos de la paz con Dios y con nuestro prójimo, por vuestro Hijo Jesucristo.
Nadie puede darla sino este Hijo vuestro, que recibimos de vuestras manos. Cuando nació de vuestras entrañas en Belén, los ángeles nos anunciaron la paz; y cuando Él abandonó el mundo, nos la prometió y la dejó como herencia suya.
Vos, oh Bendita, lleváis en vuestros brazos al Príncipe de la Paz, muéstranos a Jesús y déjanoslo en nuestro corazón. Oh Reina de la Paz, estableced entre nosotros vuestro Reino y reinad con vuestro Hijo en medio de vuestro pueblo que, lleno de confianza, se encomienda a vuestra protección.
Apartad lejos de nosotros los sentimientos de amor propio; expulsad de nosotros el espíritu de envidia, de maledicencia, de ambición y de discordia. Hacednos humildes en el bienestar, fuertes en el sufrimiento, pacientes y caritativos, firmes y confiados colaboradores de la Divina Providencia.
Con el Niño en los brazos bendecidnos, dirigiendo nuestros pasos por el camino de la paz, de la unión y de la mutua caridad, para que, formando aquí vuestra familia, podamos bendeciros a Vos y a vuestro divino Hijo por todala eternidad. Amén.
(OLIVEIRA, María Goretti y SILVA, Claudia Zem. Povo em Oração. 4ª ed., São Paulo: Paulinas, 2006, pp. 156-157)